La cruzada de las máquinas (21 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Aquel mek, con una forma humana algo tosca, tenía tres pares de brazos de combate que salían del torso, con armas en cada mano: espadas y cuchillos que podían cambiar de forma y diseño. Tenía brillantes fibras ópticas, pero su rostro no era de metal líquido reflectante como otros, sino rígido: aquella unidad había sido diseñada únicamente para el combate.

En cierto modo, Chirox era una máquina pensante, pero, dada la importancia de su misión, su eficacia y sus estrictos mecanismos de control, no se aludía a él como tal. Formaba parte del puñado de unidades que las fuerzas de la Liga o sus aliados conservaban y utilizaban. Su capacidad destructiva era tal que Omnius los consideraba perfectos, y no veía necesidad de modificar ni su software ni su hardware. Para la Yihad esto significaba que podían disponer de un estándar tecnológico contra el que probar sus métodos de combate.

La familia Noret y sus reclutas más próximos consideraban a Chirox un
sensei
, un maestro en artes marciales y técnicas de combate. Desde el inicio de la Yihad de Serena Butler muchos robots habían sido destruidos gracias a las enseñanzas de Chirox.

El joven Jool se acuclilló en la arena tibia. Sus ojos de color jade brillaban con intensidad. Tenía los cabellos claros y descoloridos, pómulos altos y mentón afilado. Era engañosamente delgado, pero fuerte. Durante los entrenamientos podía entrar y salir del combate más deprisa incluso que su padre.

Observaba cada uno de los movimientos de su padre, el poderoso borrón de acero que trazaba complejos dibujos en el aire y golpeaba contra el exoesqueleto del
sensei
mek.

Como siempre había hecho, aquel joven de diecinueve años admiraba a su padre porque había oído numerosas historias de sus hazañas en las batallas más intensas de la Yihad. Le habría gustado estar en Anbus IV cuando la presa estalló y el agua se llevó al ejército robótico. Su padre formaba parte del primer grupo de mercenarios de Ginaz que ofrecieron sus servicios a la Yihad ocho años después de la destrucción de la Tierra.

En la sociedad de Ginaz, las familias tenían muchos hijos para abastecer las filas de guerreros, pero su cultura no alentaba a los padres a unirse emocionalmente a sus vástagos. El viejo y veterano Zon era una excepción, sobre todo con Jool. Dado que era un héroe, se consideraba que formaba parte de un linaje deseable, y cada vez que volvía del campo de batalla se le animaba a tener más descendencia.

Jool era con diferencia el guerrero más diestro de sus catorce hermanos y hermanas, y estaba entre los más destacados de su generación. Su padre, consciente del gran potencial del chico, le había dedicado una atención especial y ya lo veía como su sucesor en el cuerpo de élite de Ginaz, sin duda el mejor cuerpo de mercenarios de la galaxia. Eran muchos los planetas que proporcionaban guerreros independientes, pero ningún otro grupo podía presumir de un índice tan elevado de muertes.

Ginaz aceptaba que todos los humanos tenían un enemigo común, pero los mercenarios preferían conservar su independencia en lugar de incorporarse a la jerarquía del ejército de la Yihad, y eso hacía que fueran más temerarios. Mientras que los yihadíes preferían utilizar armamento pesado y atacar de lejos, los guerreros de Ginaz siempre estaban dispuestos a luchar cuerpo a cuerpo contra los robots. Les pagaban por eso y no les asustaba que los utilizaran como grupos suicidas o comandos prescindibles… siempre que la misión lo valiera.

Cuando las máquinas atacaron la colonia Peridot, Zon también estuvo en primera línea; las fuerzas humanas defendieron el planeta, y el precio fue el ochenta por ciento de los mercenarios de Ginaz. Finalmente consiguieron que los invasores se replegaran, pero Omnius había ordenado que siguieran una política de tierra quemada cuando se retiraran. Así que la colonia quedó gravemente afectada. Pero, al menos, el resto del planeta no cayó en manos del enemigo.

Tres años atrás, Zon había sufrido quemaduras y heridas mientras luchaba a bordo de una nave rodeada de las máquinas pensantes. Después de aquello tuvo que pasar un tiempo en las islas del archipiélago para recuperarse y volver a entrenar. Fue entonces cuando reparó en la excepcional habilidad de su hijo. Ahora, después de un intenso programa de entrenamiento, hasta era posible que superara a su padre.

Cubierto de sudor, Zon detenía las estocadas y atacaba con mayor rapidez y eficacia de la que su hijo le había visto nunca. Jool comprendió que deseaba con toda su alma volver al combate. El lugar no importaba. El ejército de la Yihad siempre necesitaba guerreros, y Ginaz dedicaba la mayor parte de su población a la causa.

—Te aconsejo precaución, maestro Zon Noret. —La voz de Chirox era suave y calmada, y no reflejaba en absoluto el esfuerzo del ejercicio.

—Tonterías —exclamó Zon Noret, desafiante—. Sigue luchando al límite de tus posibilidades.

El robot no tuvo más remedio que seguir sus órdenes.

—He sido programado para enseñarte, maestro Zon Noret, pero no puedo obligarte a seguir mis consejos. —Y lanzó hacia delante sus múltiples brazos, con un cuchillo o una espada en cada uno.

El veterano despreciaba el entrenamiento formalizado porque en su opinión impedía que el aspirante desarrollara una verdadera capacidad de lucha. Él siempre decía:
La mejor técnica para crecer y aprender es la observación. Memorizar las cosas no sirve para nada en el campo de batalla. Lo que hay que hacer es practicar hasta que dejas de existir como individuo. No puede haber separación entre mente y cuerpo. Debes convertirte en una sucesión fluida de movimientos de combate. Así es como debe ser un mercenario.

Pero aunque Zon Noret había recibido los mayores elogios entre los mercenarios de Ginaz y le habían prometido una plaza en el Consejo de Veteranos, Jool había estado practicando en secreto y ya superaba a su padre en habilidad.

Al igual que todos los jóvenes guerreros de las islas, Jool Noret había pasado su infancia aprendiendo a utilizar diferentes armas con ayuda de veteranos de guerra, y las mercenarias embarazadas le habían enseñado la teoría de las técnicas. Pero solo Zon Noret y un puñado de reclutas excéntricos hacían uso del mek de combate Chirox. Algunos de los veteranos más conservadores lo consideraban un peligro, pero Zon siempre había pensado que era la mejor manera de conocer y derrotar a un enemigo real.

Ahora que ya casi era un adulto, Jool seguía los pasos de su padre, aunque él había ido un poco más allá. Zon no sabía que su hijo había superado las capacidades máximas del mek. El chico había aprendido el funcionamiento del robot y había descifrado su programa de combate. Un año antes, cuando su padre estaba de instructor invitado en otra isla, Jool instaló un algoritmo de adaptabilidad que permitió que Chirox se convirtiera en un mek superior a cualquier cosa que permitiera su programación original. Aquel módulo permitía que Chirox avanzara al mismo paso que su alumno y mejorara como guerrero a la vez que Jool. La única limitación eran las capacidades del joven.

Jool siempre entrenaba con Chirox a última hora de la noche o cuando estaba seguro de que estaría solo en la playa. Sus músculos aún notaban el agradable dolor de su último enfrentamiento con el mek, aquel mismo día, antes del alba, para que su padre no le viera.

Algún día Jool sorprendería a su padre con una demostración de sus capacidades, pero aún no estaba del todo satisfecho. Quería ser el mejor mercenario salido nunca de Ginaz. Sabía que podía hacerlo, solo tenía que desinhibirse. Había algo que lo refrenaba, un instinto de protección que frenaba su desarrollo como un muro de cristal.

Aun así, Jool era mejor que ningún otro guerrero que conociera. El propio Chirox se lo decía, y eso que había entrenado con los mejores. El robot no tenía más remedio que ser objetivo y decir la verdad…

En aquellos momentos, sentado bajo el calor del sol, Jool analizó los métodos de defensa y ataque de su padre, así como la habilidad y resistencia del
sensei
mek. Zon se empleaba con furia, como si tratara de demostrarse algo a sí mismo. Sorprendentemente, hasta logró poner en práctica algunos movimientos que nunca le había visto. El joven sonrió.

Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de su oponente, Chirox siempre estaba un paso por delante. Los cinco brazos segmentados que le quedaban se movían en un borrón, y el humano a duras penas podía seguirle. Era evidente que el veterano empezaba a fatigarse.

—Esto no es prudente, Zon Noret —dijo Chirox—. Tu fuerza y energía están mermadas. Aún no estás del todo recuperado de tus heridas.

Furioso, Zon golpeó la espada contra el cuerpo del robot. Los cinco brazos se defendieron.

—He luchado contra verdaderas máquinas pensantes, Chirox. Y ellas no luchan por debajo de sus capacidades, ni siquiera contra un anciano.

—No eres viejo, padre —insistió Jool, pero él mismo se dio cuenta de lo falsas que sonaban sus palabras.

Jadeando pesadamente, Zon se alejó, miró a su hijo y se apartó el pelo de los ojos.


Edad
es un término muy relativo cuando se trata de guerreros curtidos, hijo mío.

Con un estrépito que sonó como un ejército de herreros golpeando hojas candentes sobre un yunque, Zon atacó de nuevo. El robot agitó los brazos y las armas desaparecieron de dos de las manos, que utilizó para aferrar a su oponente. Zon logró paralizar los dos brazos con la espada de impulsos, y también la pierna derecha del robot, de manera que Chirox solo fue capaz de girar sobre la arena en lugar de apartarse. Del cuerpo del robot salieron unas armas cortantes que atacaron con rapidez, pero Zon saltó a un lado.

En ese momento, Jool se dio cuenta de que había olvidado quitar el módulo de adaptabilidad del mek y sintió un terrible miedo. Con aquel algoritmo en marcha, Chirox tenía capacidades muy superiores a las que Zon hubiera visto jamás.

Jool temió por su padre. Y, dada la intensidad del combate —con los sistemas de seguridad y limitaciones de Chirox desactivados—, no se atrevió a advertir a su padre por miedo a distraerle. Se puso en pie de un salto. Todo sucedió muy deprisa.

Zon saltó en el aire y golpeó el lado del mek con el pie para hacerle perder el equilibrio. Pero Chirox consiguió mantenerse en pie.

Jool corrió hacia ellos con la intención de intervenir en la pelea. Sus pies desnudos levantaban la arena.

El viejo guerrero no era consciente del peligro. Saltó hacia atrás, fuera del alcance de los brazos cortantes, pero el mek lo siguió con furia. Zon Noret cayó mal y se torció el tobillo. Trastabilló.

Jool gritó automáticamente:

—¡Chirox, detente! —justo en el momento en el que el
sensei
golpeaba. El cuchillo del robot se hundió en el pecho del viejo guerrero.

Mientras el joven corría hasta ellos, Chirox se quedó paralizado, como si no pudiera creer lo que acababa de hacer.

Zon Noret se arrastró hacia la orilla, jadeando, escupiendo sangre. El mek de combate se retiró inmediatamente, desactivando sus sistemas.

Jool se arrodilló junto a su padre moribundo y lo ayudó a incorporarse sujetándolo por los hombros.

—Padre…

—No le había visto… —dijo Zon, con una respiración rasposa—. He fallado.

El
sensei
mek permaneció inmóvil, apartado de los humanos.

—Lamento profundamente lo que he hecho. No tenía ningún deseo ni intención de matarte.

—Te recuperarás —le dijo Jool a su padre, pero sabía que la herida era mortal. Era culpa suya, no tenía que haber alterado la programación del mek—. Solo es una herida. Has recibido muchas en tu vida, padre. Haremos venir a un médico de campaña. —Trató de apartarse para pedir ayuda, pero Zon lo aferró por la muñeca.

El viejo guerrero se volvió hacia el mek, con el pelo sudado y apelmazado contra la cara.


Sensei
Chirox, has hecho… exactamente lo que yo te he ordenado. —Tardó unos momentos en reunir la fuerza para pronunciar las palabras—. Has luchado… como yo te he pedido. Y me has enseñado… muchas cosas útiles.

Miró a su hijo, que estaba inclinado sobre él. La espuma lamía la orilla y las aves marinas volaban en círculo sobre la laguna… era como una canción de cuna. El sol desapareció tras el horizonte llenando el cielo de intensos colores.

Zon oprimió la muñeca de su hijo.

—Es hora de transferir mi espíritu y preparar el camino para otro guerrero. Jool, quiero que perdones a Chirox. —Apretó su mano una última vez—. Y que seas el mejor guerrero que Ginaz haya conocido jamás.

—Como desees, padre —repuso Jool con voz ahogada.

Zon Noret cerró los ojos; su hijo no pudo ver el rojo de las hemorragias internas.

—Pronuncia la letanía conmigo, Jool —dijo el viejo mercenario, sintiendo que su conciencia lo abandonaba, con la voz cada vez más débil—. Ya conoces las palabras.

Al joven se le quebró la voz, pero se obligó a hablar.

—Tú me las enseñaste, padre. Todo guerrero de Ginaz conoce las instrucciones finales.

—Bien… entonces ayúdame. —Zon Noret tragó aire con un sonido ahogado y sus palabras se superpusieron a las de su hijo mientras recitaban la letanía del mercenario caído.

—Solo así honraremos la memoria del guerrero caído: cumple mi voluntad, continúa con mi lucha.

Momentos después, Zon Noret expiró en brazos de su hijo. El
sensei
mek, mudo y rígido, permaneció en posición.

Finalmente, tras un momento de dolor contenido, Jool Noret se puso en pie junto al cuerpo de su padre tendido en la arena. Sacó pecho, se volvió hacia el robot de combate y respiró hondo para tranquilizarse. Trató de centrar sus pensamientos, luego se inclinó y recogió la espada de impulsos de su padre de la arena salpicada de sangre.

—Chirox, desde este día deberás esforzarte mucho más para entrenarme.

21

Aquellos que se niegan a luchar contra las máquinas pensantes son traidores a la raza humana. Los que no utilizan toda herramienta posible son unos necios.

Z
UFA
C
ENVA
,
Lecciones a
aspirantes a hechiceras

Si miraba con atención entre las copas de los árboles de las densas junglas de Rossak, Zufa Cenva aún podía ver las cicatrices del terrible ataque de los cimek hacía más de dos décadas.

Equipados con sus formas de combate más brutales, los vengativos cimek cayeron sobre Rossak después de que su primera hechicera destruyera al titán Barbarroja. Mientras una flota robótica entera atacaba las estaciones que estaban en órbita, los cimek quemaron la jungla y arrojaron explosivos a las ciudades de cavernas. Para poder ganar aquella batalla, muchas de las mejores pupilas de Zufa tuvieron que morir aquel día, tuvieron que sacrificarse desatando un holocausto mental que vaporizó todas las máquinas con mente humana…

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