La cruzada de las máquinas (82 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La llegada de otra nave cimek los sorprendió. Apareció entre las nubes y aterrizó cerca de sus cuarteles generales. Se trataba de una estructura oval de color gris con grandes puertas y escasas ventanas.

Ataviados con unas formidables formas móviles diseñadas para impresionar a la ya acobardada población, Agamenón y Juno salieron a recibir al intruso acompañados de numerosos neos tegeusanos recién fabricados.

Las poderosas máquinas móviles rodearon la nave no identificada en cuanto se posó en la pista de aterrizaje recién pavimentada. El casco de la nave se abrió y una insólita y exótica forma móvil salió pavoneándose. Las láminas de diamante que cubrían el cuerpo cimek centelleaban y unas alas angulosas se abrían como el plumaje de un cóndor. Una galaxia de fibras ópticas relumbraba en lo alto de un largo cuello segmentado.

Tan pronto como Agamenón vio la extravagante y ostentosa coraza que aquel cimek llevaba supo que, a pesar de sus defectos, Jerjes tenía razón en sus sospechas. Reconoció a Hécate por las características descargas eléctricas en el interior de su contenedor cerebral.

Se irguió para elevarse sobre la deslumbrante forma de dragón.

—¡Por los dioses, mira quién ha salido del cubo de basura de la historia! Ha pasado un milenio desde la última vez que te atreviste a aparecer, Hécate.

—Podía haber tardado un poquito más —añadió Juno con sarcasmo.

Hécate soltó una risa discordante, un sonido ronco que salió de su garganta de dragón.

—¡Mis queridos amigos!, ¿acaso solo sabéis emplear vuestras habilidades y longevidad para guardar rencor? He cambiado, y prometo no defraudaros.

—Para empezar, tú no eres nadie, Hécate, así que difícilmente podrías defraudarnos —dijo Juno pegándose más a su amante—. Saliste del camino de la historia hace mucho y no puedes ni imaginar cuánto ha cambiado desde la Era de los Titanes.

—Oh, pero me las he arreglado para evitar un montón de feos y desagradables sucesos —dijo Hécate—. Y nunca tuve que servir como esclava de Omnius. ¿Puede alguno de vosotros decir lo mismo? Quizá tendríais que haber venido conmigo.

Algunos de los habitantes de Bela Tegeuse se apiñaban a una distancia relativamente segura, sorprendidos por aquella confrontación entre máquinas semejantes a dioses, incapaces de comprender un pulso mental e histórico que quedaba tan lejos de su experiencia.

—Ahora hemos asegurado nuestra libertad —señaló Agamenón.

—Eso fue gracias a mi ayuda. No estaríais en Bela Tegeuse si yo no le hubiera enviado mi regalito atómico a la supermente y si la Liga humana no hubiera demostrado su incapacidad para aprovechar la oportunidad. —No mencionó el satélite mortal que mantenía oculto en otro lugar ni sus otras intervenciones, menos conocidas, a lo largo de los años. Desde su reaparición había tomado parte en la guerra, ayudando a Iblis Ginjo secretamente de múltiples y pequeñas maneras, pero quedaba mucho por hacer. Y ahora necesitaba que los otros titanes supieran algunas de las cosas que había hecho. Tenía una visión de largo alcance y la propuesta que estaba a punto de hacer podría cambiarlo todo y resolver finalmente la lucha contra Omnius.

—¿Qué es lo que quieres, Hécate? —preguntó Agamenón con brusquedad—. ¿Por qué has elegido este momento para regresar? ¿Crees que necesitamos tu ayuda?

—¿O quizá echabas de menos nuestra fascinante compañía? —preguntó Juno con un bufido sarcástico—. A lo mejor te sentías sola después de tanto tiempo sin nadie a tu lado.

Hécate enderezó la postura de su magnífica forma móvil de dragón y se acercó a ellos.

—A lo mejor me pareció que ya es hora de hacer algunos cambios. —Hablaba en un tono dulce y razonable—. Podemos elegir entre quedarnos al margen y mirar la guerra o dar un paso y cambiar las cosas.

—Me parece recordar que he dicho exactamente lo mismo muchas veces a lo largo de los pasados mil años, Hécate, pero seguramente no lo sabías, puesto que no estabas aquí para oírlo.

—Pero ahora vuestras alianzas han cambiado. Vosotros, titanes y neocimek, os habéis vuelto contra las máquinas pensantes, igual que los humanos. ¿Por qué no formar una alianza con la Liga de Nobles, mi querido Agamenón? Os sería muy ventajoso.

—¿Con los hrethgir? ¿Estás loca?

—No me gusta el cariz que está tomando esto —dijo Juno.

Hécate emitió un sonido parecido a un cloqueo.

—Por una vez en tu vida, piensa como un verdadero general. Tú y los humanos tenéis un enemigo común, demasiado poderoso para que ninguno de los dos pueda vencerlo por separado. Pero trabajando juntos, los cimek y los hrethgir podríais acabar con todas las encarnaciones de la supermente. —Sus miembros de dragón se crisparon—. Después podéis destruiros mutuamente si os divierte.

Juno contestó con un grosero exabrupto; Agamenón rechazó la propuesta de plano.

—No te necesitamos en nuestra lucha, Hécate… ni a los humanos. Lo que propones legitimaría a mi insolente hijo Vorian. Aquí, en Bela Tegeuse, dispongo de montones de neocimek leales y el populacho entrega de buena gana todos los candidatos que necesitamos para fabricar nuevos conversos. Estás sola, Hécate. Han pasado demasiadas cosas desde que nos dejaste.

—Ya veo —dijo Hécate simulando un suspiro—. Desde que me marché, el gran general Agamenón se ha convertido en un pelmazo obstinado y dos de los titanes supervivientes le siguen ciegamente sin un solo pensamiento original en sus cerebros fosilizados. —Girando su cabeza segmentada, caminó de regreso a su nave—. Sin Tlaloc nunca fuisteis capaces de tener una visión de conjunto.

El general cimek amplificó su voz y le gritó:

—¡He fundado mi propio imperio aquí, y no necesito nada de los humanos, excepto el material que aportan a los nuevos cimek! Restauraré la Era de los Titanes. Los humanos de la Liga tienen sus propios planes; en cuanto destruyéramos a Omnius, se volverían contra mí.

—Pero solo porque lo mereces. —Hécate subió a bordo del transporte para regresar a su asteroide artificial, en órbita alrededor de Bela Tegeuse—. Veo que tendré que luchar a mi manera, tanto si mis compañeros titanes me aceptan como si no —gritó, desafiante—. No eres capaz de ver las posibilidades de la situación, Agamenón, pero nada me apartará de mi misión.

Selló el transporte y abandonó la castigada superficie de Bela Tegeuse.

Hécate tenía que hacer algo sin ellos para que todos tomaran nota.

165 a.C.
Año 37 de la Yihad
Un año después de la expedición de Serena a Hessra
90

En tiempo de guerra, con frecuencia se nos pide que demos más de lo que tenemos.

S
ERENA
B
UTLER
,
Mítines de Zimia

En el año treinta y siete de la Yihad de Serena Butler, Aurelius Venport tardó tres semanas en viajar de Kolhar a Salusa Secundus en una nave convencional. Poseía una flota de más de cien cargueros que plegaban el espacio, pero aquella tecnología seguía siendo extremadamente peligrosa. No, él prefería los viajes espaciales de siempre, más seguros, y no tenía ningún deseo de volar en una de aquellas naves superrápidas.

Primero viajó a Rossak y allí cogió un transporte comercial de pasajeros que salió hacia Salusa Secundus desde una de las estaciones orbitales. Las dos naves iban a un paso desesperantemente lento.

Cuando salió de la nave de línea al calor del verano salusano, Venport notó la habitual desorientación de tener que adaptarse a un nuevo mundo. Tenía negocios por toda la Liga y en algunos planetas no aliados. A veces en uno de los lugares que tenía que visitar era primavera, en otro era invierno y en un tercero verano.

En Zimia hacía muchísimo calor, y las colinas circundantes tenían un color pajizo y reseco. Mientras esperaba el vehículo de Venkee Enterprises que debía trasladarlo a la sede regional de la empresa, su frente empezó a sudar. No esperaba que el chofer llegara tarde.

Venport se sorprendió cuando un vehículo negro y largo del gobierno se detuvo ante él. La puerta de atrás se abrió. Serena Butler estaba sentada en el interior, con expresión neutra.

—Venga conmigo, directeur Venport. Hemos hecho que su vehículo se retrase para que podamos charlar un rato.

Un terrible presentimiento recorrió su columna.

—Por supuesto, sacerdotisa. —Nunca había hablado con aquella eminente mujer, pero enseguida supo que aquello tenía prioridad sobre cualquier otro asunto—. ¿A qué debo este honor?

—Es un asunto de vital importancia para la Yihad. —Y sonrió, indicándole con el gesto que se sentara ante ella—. Y una posible traición.

Venport vaciló, luego subió al vehículo, secándose la frente.

—¿Traición? —La puerta se cerró y Venport notó una refrescante ráfaga de aire fresco. Cada vez se sentía más sorprendido e incómodo—. Tendría que aplazar una reunión con un distribuidor farmacéutico de la competencia. ¿Me permite que llame a mi socio?

Serena meneó la cabeza y le clavó una mirada severa, con sus ojos lavanda llenos de interrogantes.

—Ya hemos cancelado esa reunión, y tendría que darnos las gracias. Según Yorek Thurr este hombre pretendía hacerle chantaje. Nunca tuvo interés en venderle a usted sus negocios de sustancias médicas.

—¿Chantaje? —Venport se encogió como si descartara la idea, porque sabía que no estaba expuesto a ese tipo de vulnerabilidades—. Sus espías deben de haberse confundido.

—No, no es así. —Se inclinó hacia él mientras el vehículo avanzaba—. Estamos al corriente de las actividades de VenKee Enterprises en Kolhar. Sabemos que ha construido una nueva flota de naves que, según fuentes de confianza, utilizan un sistema de navegación notablemente rápido, mucho más que cualquier otro disponible, incluso del ejército de la Yihad. ¿Es eso cierto?

—Sí… —Venport trató de no mostrarse alarmado. ¿Qué sabía exactamente Serena Butler de los motores que plegaban el espacio y de los astilleros? Pensó en las muchas personas que habían sido acusadas de relacionarse con las máquinas pensantes en las purgas de las décadas anteriores, y supo que no debía suscitar la desconfianza de Serena Butler ni de la Yipol—. Soy un hombre de negocios, madame. Yo hago inversiones, desarrollo tecnologías. Y debo proteger esa información…

La expresión de Serena era fría, y Venport se dio cuenta de que estaba realmente furiosa. Dejó de hablar.

—¡Estamos en guerra con el mayor enemigo que ha tenido jamás la raza humana, directeur! Si ha desarrollado una tecnología que tiene utilidad militar, ¿cómo es posible que la niegue a nuestros valientes soldados? El Consejo de la Yihad considera que ocultar descubrimientos de importancia vital, como parecen ser estas naves, es un acto de traición.

Mientras el vehículo terrestre seguía su camino, Venport trató de comprender lo que estaba sucediendo.

—¿Traición? Eso es ridículo. No hay persona más leal a la causa de los humanos que yo. Ya he donado ingentes sumas de…

Serena arqueó las cejas.

—Y sin embargo se ha guardado una prometedora tecnología para usted solo. No me parece una forma muy convincente de demostrar su lealtad.

Venport se tranquilizó como le había enseñado a hacer Norma, respirando hondo y tratando de visualizar la manera de salir de aquello.

—Sacerdotisa Butler, está usted sacando conclusiones muy injustas. Es cierto que he construido un gran complejo de astilleros en Kolhar. Hemos construido algunas naves y estamos experimentando con un nuevo sistema para viajar por el espacio que permite que las naves de VenKee viajen sin utilizar los métodos tradicionales de propulsión. —Extendió las manos—. Desconozco los detalles. Mi esposa, Norma Cenva, ha desarrollado el principio basándose en unas modificaciones de las ecuaciones de Holtzman.

—Bajo mi dirección, Iblis Ginjo ha examinado los registros de VenKee y ha rastreado sus gastos. Por lo que parece, llevan una década trabajando en esos astilleros y esas naves. Creo que ha tenido tiempo de sobra para informar al Consejo de la Yihad acerca de sus actividades. ¿Es que no se da cuenta de lo decisiva que puede ser esa tecnología para nuestros esfuerzos de guerra?

Venport empezaba a sentir calor. Serena meneó la cabeza, como si no pudiera entenderle.

—Directeur, ¿es que no lo ve? ¡Esas naves serían una baza fundamental para el ejército de la Yihad! Con ellas podríamos asestar un golpe decisivo contra los Planetas Sincronizados. Por fin tenemos la oportunidad de conseguir la victoria antes de que nuestra gente se rinda por pura desidia. Los opositores llevan años pidiendo la paz.

Venport frunció el ceño.

—Pero la tecnología aún no está lista para extender su uso, sacerdotisa. Viajar en estas naves es extremadamente peligroso. Los sistemas de navegación no son seguros. Sí, es cierto que las naves tienen un sistema totalmente innovador de propulsión, pero la tasa de incidencias es altísima. Hemos tenido bastantes accidentes debido a la falta de exactitud. Una nave mal orientada puede chocar contra un sol, contra planetas habitados, contra lunas… cualquier cosa que se ponga por medio. Muchos de nuestros pilotos de pruebas se niegan a subir a estas naves después de solo uno o dos viajes. —Y siguió dándole las estadísticas de accidentes y daños—. Yo mismo prefiero no utilizarlas.

—Me han dicho que, a pesar del peligro, empezó usted a utilizar comercialmente estas naves hace más de un año. ¿Es eso cierto?

—Solo de forma provisional, y hemos perdido muchas…

Ella lo atajó.

—Si usted puede encontrar pilotos dispuestos a correr el riesgo, directeur Venport, ¿cree que yo no voy a encontrar voluntarios yihadíes que dirijan nuestras misiones militares? ¿Su tasa de pérdidas es mayor que el porcentaje de bajas que tenemos nosotros en una ofensiva contra los Planetas Sincronizados?

Al escucharla, Venport sintió vergüenza por no haber pensado en ello antes. Se había concentrado más en los beneficios que en ganar la guerra.

—Esas naves nos permitirían contar con el elemento sorpresa —siguió diciendo ella con mayor fervor—. Nos permitirían entregar mensajes e informes de inteligencia con mayor rapidez, transportar tropas y material, y eso nos daría una importante ventaja táctica y estratégica frente a las máquinas pensantes. ¿No cree que esas ventajas compensarían más que de sobra la pérdida de alguna nave?

—Es… algo más que unas pocas naves, sacerdotisa.

Serena miró por la ventanilla del vehículo hacia los altos edificios de Zimia.

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