La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento (30 page)

¿Cuál es el tema de los juramentos? El dominante es el
despedazamiento del cuerpo humano.
Se jura principalmente por los diferentes miembros y órganos del cuerpo divino: por el cuerpo de Dios, por su cabeza, su sangre, sus llagas, su vientre; por las reliquias de los santos y mártires: piernas, manos o dedos conservados en las iglesias. Los juramentos más inadmisibles y reprochables eran los que se referían al cuerpo de Dios y sus diversas partes, y estos eran precisamente los más difundidos.

El padre Menauld (contemporáneo de más edad que Rabelais) dice en un sermón en el que condena a quienes utilizan exageradamente los juramentos: «Unos cogen a Dios por la barba, otros por la garganta, otros por la cabeza... Hay algunos que hablan de la humanidad del Salvador con menos respeto que el carnicero de su carne.»

En su
Diablura
(1507), el moralista Eloy d'Amerval los condena también, poniendo de manifiesto con gran claridad la imagen carnavalesca del cuerpo despedazado:

«Juran por Dios, sus dientes, su cabeza,

Su cuerpo, su vientre, barba y ojos,

Y lo cogen por tantas partes

Que termina del todo destrozado

Igual que la carne picada.»

Apostamos a que el moralista no sospechó que estaba haciendo un excelente análisis histórico-cultural de los juramentos. Pero en su condición de hombre que vive en el período de transición de los siglos
XV
y
XVI
, conoce perfectamente el rol de los carniceros y cocineros, del cuchillo del cocinero, del cuerpo despedazado, de la carne para salchichas y patés, y no sólo desde el punto de vista práctico sino también del sistema de imágenes carnavalescas de la fiesta popular. Esto le permitió efectuar una comparación tan correcta. Las imágenes de cuerpos despedazados y de disecciones de todo tipo cumplen un rol de primer orden en el libro de Rabelais. Esta es la razón por la cual el tema de los juramentos se integra perfectamente en el sistema de imágenes rabelesianas. Es significativo comprobar que el hermano Juan, que tanto utiliza los juramentos, tiene por sobrenombre «d'Entommeure», es decir, carne de paté, picadillo. Sainéan considera que hay en este hecho una doble alusión: por un lado al espíritu marcial del monje, por el otro a su marcada predilección por la buena comida.
157
Lo importante para nosotros es que
«el espíritu marcial», la guerra, la batalla,
de una parte, y
la cocina,
de otra, tienen un punto de intersección común:
el cuerpo despedazado, el «picadillo».
Las figuras culinarias en la descripción de batallas eran profusamente utilizadas en la literatura de los siglos
XV
y
XVI
, allí donde ésta última entraba en relación con la tradición cómica popular.

Pilco dice que el campo de batalla de Roncesvalles es «semejante a un caldero lleno de guisado de sangre, cabezas, piernas y otros miembros».
158
Imágenes de este tipo eran corrientes en la epopeya de los juglares.

El hermano Juan es, en efecto, una
entommeure,
en el doble sentido de la palabra, y el vínculo esencial que une ambas acepciones (en apariencia heterogéneas) se destaca siempre con excepcional claridad. En el episodio de la «guerra de las morcillas», el hermano Juan desarrolla la idea de la importancia militar de los cocineros sobre la base de hechos históricos (referencias a Nabuzardan, cocinero capitán, etc.) y los introduce en la célebre «cerda» que actúa como caballo de Troya. Durante la batalla, el hermano Juan actúa como «anatomista» profesional que convierte el cuerpo humano en «picadillo».
159
La descripción de la batalla que sostiene en el claustro de la abadía (donde, entre otras cosas, despacha a sus enemigos con el «bastón de la cruz») es una enumeración anatómica larga y detallada de los miembros y órganos dañados, huesos y articulaciones rotas. He aquí un extracto de esta disección carnavalesca: «A unos les rompía el cráneo, a otros los brazos o las piernas, a otros les dislocaba las vértebras del cuello, les molía los riñones, les hundía la nariz, les sepultaba los ojos, les hendía las mandíbulas, les hacía tragar los dientes, les descoyuntaba los omóplatos, les tronchaba las piernas, les partía la pelvis y les fracturaba los brazos y las piernas.»
160

La descripción de los golpes que despedazan el cuerpo es típicamente rabelesiana. En el origen de esta descripción carnavalesca y culinaria se encuentra la
imagen grotesca
del cuerpo despedazado, que hemos visto al efectuar el análisis de las imprecaciones, groserías y juramentos.

Los juramentos, con sus
despedazamientos
profanatorios del
cuerpo sagrado,
nos remiten al
tema de la cocina,
al tema de los «gritos de París» y al
tema grotesco y corporal de las imprecaciones y groserías
(enfermedades, deformidades y órganos de lo «inferior» corporal). Todos los elementos típicos de la plaza pública analizados en el presente capítulo están relacionados desde el punto de vista temático y formal. Independientemente de sus funciones prácticas, todos ofrecen el mismo
aspecto unitario y extraoficial
del mundo, tanto por su tono (la risa) como por su objeto (lo inferior material y corporal). Todos están unidos a la
alegre materia del mundo que nace, muere, da a luz, es devorado y devora,
pero que siempre
crece y se multiplica, volviéndose cada vez más grande, mejor y abundante.
Esta alegre materia es a la vez
la tumba, el sueño materno, el pasado que huye y el presente que llega; es la encarnación del devenir.

Así pues, los elementos de la plaza pública que hemos examinado están estructurados en toda su variedad por la unidad de la cultura popular de la Edad Media: en el libro de Rabelais esta unidad se halla orgánicamente vinculada a los nuevos principios: los cinco (hay dos en el
Libro Cuarto)
son magníficos ejemplos de la
obra publicista del Renacimiento,
inspirada en la plaza popular durante la fiesta.

Los prólogos desmitifican las bases de la concepción medieval del mundo y la repelen hacia el pasado; al mismo tiempo, están llenos de alusiones y ecos de la actualidad política e ideológica. Aunque los géneros de la plaza que hemos examinado sean relativamente primitivos (algunos son incluso arcaicos), poseen sin embargo una fuerza enorme capaz de disfrazar, rebajar, materializar y corporizar al mundo.

Estos géneros tradicionales y profundamente populares crean en torno suyo un ambiente familiar de licencia y franqueza. Esta es la razón por la cual los «pregones» heterogéneos de la plaza pública, tales como las groserías, imprecaciones y juramentos, son para Rabelais importantes factores estilísticos. Ya hemos estudiado su rol en los prólogos; permiten la creación de ese
lenguaje absolutamente alegre, vivo, licencioso y franco
que necesita Rabelais para lanzarse al asalto de las «tinieblas góticas». Estos géneros preparan la atmósfera de las
formas e imágenes de la fiesta popular,
con cuyo lenguaje Rabelais expresa su
verdad
y su nueva
concepción festiva
del mundo. A esas formas e imágenes dedicaremos el próximo capítulo.

Capítulo 3

LAS FORMAS E IMÁGENES DE LA FIESTA POPULAR
EN LA OBRA DE RABELAIS

El tiempo es un niño que juega y mueve los peones. Él tiene la supremacía.

H
ERÁCLITO

En la sección final del capítulo precedente hemos descrito las batallas y los golpes como una «disección» o una original anatomía carnavalesca y culinaria. Las escenas de carnicería abundan en Rabelais. Analizaremos algunas de ellas. En el
Libro Cuarto,
Pantagruel y sus compañeros desembarcan en «la isla de los quisquillosos», cuyos habitantes se ganan la vida haciéndose golpear. El hermano Juan elige un quisquilloso de «jeta colorada» y le da una paliza por veinte escudos.

«El hermano Juan golpeó tanto con el bastón al Jeta Colorada, en la espalda, el vientre, los brazos, las piernas y la cabeza, que me pareció que había
muerto molido a palos.»
161

Vemos que no se descuida la enumeración anatómica de las partes del cuerpo. Rabelais prosigue en estos términos: «Después le pagó los veinte escudos. Y el muy pícaro ya se había
incorporado, satisfecho como un rey o dos».

La imagen de «un rey o dos» sirve para designar el grado de satisfacción del quisquilloso. Pero la
imagen del «rey»
está asociada
especialmente
a las
alegres batallas
y a los insultos, así como a la
jeta roja
del quisquilloso, a su
muerte fingida,
a su
reanimación,
a su
brinco de payaso
después de la tumba.

En determinado nivel, los golpes e injurias no tienen una cualidad individual y cotidiana, sino que son actos simbólicos dirigidos contra la
autoridad suprema,
contra el
rey.
Nos referimos al sistema de imágenes de la fiesta popular, representado del modo más perfecto por el
carnaval
(aunque no exclusivamente por éste). En este plano la
cocina
y la
batalla
coinciden con las imágenes del
cuerpo despedazado.
En la época de Rabelais, este sistema tenía aún una existencia integral de gran importancia, tanto en los diversos regocijos públicos como en la literatura.

Dentro de este sistema,
el rey es el bufón,
elegido por todo el pueblo, y
escarnecido por el pueblo mismo;
injuriado y expulsado al concluir su reinado, del mismo modo que todavía se escarnece, golpea, despedaza y quema o aboga el muñeco del carnaval que encarna el invierno desaparecido o el año viejo («los espantapájaros festivos»).

Se comienza por dar al bufón los atuendos del rey, y luego, cuando su reinado ha terminado, es disfrazado con las ropas del bufón.

Los golpes e injurias son el equivalente perfecto de ese disfraz o metamorfosis. Los insultos ponen en evidencia el verdadero rostro del injuriado: lo despojan de sus adornos y de su máscara; los insultos y los golpes
destronan
al soberano.

Las injurias representan la muerte, la juventud pasada y convertida en vejez, el cuerpo vivo vuelto cadáver. Los insultos son el «espejo de la comedia» puesto ante el rostro de la vida que se aleja, ante el rostro de lo que debe sucumbir bajo la muerte histórica.

Pero dentro de este sistema, la muerte es sucedida por la resurrección, por el año nuevo, por la nueva juventud y la primavera. Los elogios se hacen eco de las groserías. Por eso
las groserías y los elogios son dos aspectos de un mismo mundo bicorporal.

Las
groserías-destronamiento
y la verdad que se dice
acerca del viejo poder y el mundo agonizante,
se integran orgánicamente al sistema rabelesiano de imágenes, uniéndose a las tundas carnavalescas y a los
disfraces y travestismos.
Rabelais toma estas imágenes de la tradición
viva
de la fiesta popular de su tiempo, aunque también conoce a la perfección la antigua tradición libresca de las
saturnales,
con sus ritos, disfraces, destronamientos y tundas (Rabelais poseía las mismas fuentes que tenemos nosotros, en especial las
Saturnales
de Macrobio). Refiriéndose al bufón de Triboulet, Rabelais cita una frase de Séneca (a quien no menciona) en la que dice que el bufón y el rey tienen el mismo horóscopo
(Libro Tercero,
capítulo XXXVIII).
162
Es también evidente que nuestro autor conocía la parábola bíblica de la coronación y el destronamiento, del apaleo y ridiculización del «rey de Judea». Describe el destronamiento de dos reyes: Picrochole en
Gargantúa
y Anarche en
Pantagruel.
En esta ocasión esboza un cuadro puramente carnavalesco, aunque influido por la tradición antigua y bíblica.

Después de su derrota, el rey Picrochole huye; mientras escapa, mata a su caballo en un acceso de furia (para castigarlo por haberse resbalado, haciéndole caer). Para seguir su camino, trata de robar
el asno de un molino
de las vecindades, pero los molineros lo
golpean, le quitan sus hábitos reales y le ponen una mísera blusa.
Poco después Picrochole se ve obligado a emplearse como
jornalero
en Lyon.

Encontramos aquí todos los elementos del sistema tradicional de imágenes (destronamiento, cambio de ropas y tunda). Pero notamos también reminiscencias de las saturnales: el rey destronado se convierte en esclavo («jornalero»); el
viejo molino
era el sitio donde se enviaba a los esclavos castigados, quienes, después de ser golpeados, eran puestos a trabajar en las ruedas, lo que suponía una especie de trabajo forzado. Por último, el asno es el símbolo bíblico de la humillación y la docilidad (y también de la resurrección).
163

El destronamiento del rey Anarche es tratado también con el mismo espíritu carnavalesco. Después de derrotarlo, Pantagruel lo pone en manos de Panurgo, quien comienza por obligar al soberano depuesto a ponerse un extravagante atavío de bufón, forzándolo después a convertirse en un vendedor de salsa verde (escala inferior de la jerarquía social). Tampoco faltan los golpes, aunque no es Panurgo quien lo apalea, sino una harpía que
lo insulta y lo golpea,
y con quien se ha casado a instancias de Panurgo. Se respeta así rigurosamente el ritual carnavalesco tradicional del destronamiento.
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La leyenda que corre en torno a la vida de Rabelais nos lo presenta con rasgos carnavalescos. Se conocen numerosos relatos de sus disfraces y mistificaciones. Uno de ellos describe una mascarada pre-mortuoria: en su lecho de muerte, Rabelais habría pedido que le pusieran un
dominó
(ropa de mascarada), para cumplir con la sentencia de las Sagradas Escrituras (Apocalipsis) que dicen
«Beati qui in Domino moriuntur»,
o sea «Bienaventurados los que mueren en el Señor». El carácter carnavalesco de esta historia es perfectamente evidente. Destacamos también que este disfraz se basa en una inversión semántica de los textos sagrados.

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