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Authors: James Redfield

Tags: #Autoayuda, Aventuras, Filosofía

La décima revelación (25 page)

Miró a Curtis, furioso.

—Eres muy ingenuo. ¿Crees que los intereses que actúan para controlar los precios de la energía podrían permitir ahora un vuelco repentino y generalizado a una fuente barata? ¡Por supuesto que no! Para que funcione, tiene que estar centralizada y envasada. ¡Y voy a ser famoso por haberlo hecho! ¡Es para lo que nací!

—¡No es cierto! —reaccioné—. Nació para hacer otra cosa, para ayudamos.

Feyman dio media vuelta para mirarme.

—¡Cállese! ¿Me oyen? ¡Todos! —Sus ojos encontraron a Charlene—. ¿Qué le pasó al hombre que mandé con usted?

Charlene miró para otro lado sin responder.

—¡No tengo tiempo para esto! —Feyman gritaba de nuevo—. Les sugiero que se preocupen por su seguridad personal aquí y ahora, no por la economía. —Hizo una pausa para miramos, sacudió la cabeza y caminó en dirección a uno de los hombres armados—. Manténgalos aquí en grupo hasta que esto termine. Necesitamos sólo una hora. Si tratan de escapar, dispare.

El operativo les dijo algo a los otros tres y formaron un círculo a cierta distancia.

—Siéntense —ordenó uno de ellos, con acento extranjero.

Nos sentamos enfrentados en la oscuridad. Nuestra energía se hallaba casi anulada. No había habido indicios de los grupos de almas desde que habíamos salido de la cueva.

—¿Qué crees que deberíamos hacer? —le pregunté a Charlene.

—No cambió nada —susurró—. Tenemos que recuperar nuestra energía.

La oscuridad ya era casi total, quebrada sólo por las luces de los operativos que recorrían el grupo de un lado al otro. Apenas conseguía distinguir los contornos de las demás caras pese a que estábamos sentados en un círculo no muy grande, a unos dos metros de distancia.

—Debemos tratar de escapar —susurró Curtis—. Creo que nos matarán.

De pronto recordé la imagen que había visto en la Visión del Nacimiento de Feyman. Él imaginaba estar con nosotros en el bosque, en medio de la oscuridad. Sabía que había otra cosa característica en la escena, pero no recordaba qué.

—No —dije—. Creo que debemos intentarlo otra vez acá.

En ese momento la atmósfera fue invadida por un ruido muy agudo, similar al sonido inarticulado, pero más armonioso, casi agradable. Otra vez un estremecimiento perceptible recorrió el suelo debajo de nuestros cuerpos.

—¡Debemos aumentar nuestra energía, ya! —susurró Maya.

—No sé si podré lograrlo acá —respondió Curtis.

—¡Tiene que hacerlo! —lo urgí.

—¡Concentrémonos en nosotros, como hicimos antes! —sugirió Maya.

Traté de borrar la escena ominosa que nos rodeaba y retomar a un estado interior de amor. Ignorando las sombras y los haces titilantes, me concentré en la belleza de las caras del círculo. Mientras luchaba por localizar la expresión del yo superior del otro, empecé a notar un cambio en el esquema luminoso circundante.

Poco a poco fui viendo con total claridad cada cara y cada expresión, como si mirara a través de un visor infrarrojo.

—¿Qué visualizamos? —preguntó Curtis con desesperación.

—Debemos retomar a nuestras Visiones del Nacimiento —dijo Maya—. Recuerden por qué vinimos.

De pronto el piso se sacudió violentamente y el sonido del experimento adquirió otra vez un carácter disonante y chirriante.

—¡Tenemos que visualizar que los detenemos! —exclamó Curtís.

Nos acercamos más y nuestro pensamiento colectivo proyectó una imagen de pelea. Sabíamos que, de alguna manera, podíamos introducir nuestras fuerzas y rechazar los intentos negativos y destructivos del experimento. Capté incluso una imagen en la que Feyman era rechazado, su equipo volaba y se quemaba y sus hombres huían aterrados. Otra onda de ruidos me hizo salir de foco; el experimento continuaba. A quince metros, un pino enorme se partió en dos y cayó al suelo. Con un sonido desgarrador y una nube de polvo, se abrió una fractura de un metro cincuenta entre nosotros y el guardia de la derecha. Retrocedió horrorizado. El haz de su linterna se balanceó en la noche.

—¡No da resultado! —gritó Maya. Otro árbol se desplomó a nuestra izquierda cuando la tierra se separó poco más de un metro y nos derribó. Maya, aterrada, se levantó de un salto.

—¡Tengo que salir de acá! —exclamó, y echó a correr hacia el norte en la oscuridad. El guardia de ese lado, caído en el suelo donde lo había arrojado el movimiento de la tierra, se puso de rodillas y captó la forma en el haz de su linterna. Luego levantó su arma.

—¡No, espere! —grité.

En su carrera. Maya miró atrás y vio al guardia que en ese momento le apuntaba directamente y se aprestaba a disparar. La escena empezó a desarrollarse como en cámara lenta y en el momento en que el revólver se disparó cada línea de su cara revelaba la conciencia de que se hallaba a punto de morir. Pero, en vez de penetrar en su costado y su espalda, las balas chocaron contra un manojo de luz blanca flotante formado a su alrededor. Vaciló un momento y luego se perdió en la oscuridad.

Al mismo tiempo, aprovechando la oportunidad, Charlene saltó de su lugar a mi derecha y corrió hacia el nordeste entre el polvo. Su movimiento pasó inadvertido a los guardias. Me eché a correr, pero el guardia que le había disparado a Maya volvió su arma hacia mí. Con rapidez. Curtis se abalanzó y me tomó de las piernas para hacerme caer.

Detrás de nosotros, la puerta del bunker se abrió, Feyman corrió hasta la antena parabólica y ajustó con furia el tablero. En forma gradual, el ruido empezó a disminuir y los movimientos de la tierra pasaron a ser meros temblores.

—¡Por el amor de Dios! —gritó Curtis—. ¡Tienes que detener esto, ahora!

La cara de Feyman estaba cubierta de polvo.

—No hay nada que no podamos arreglar —dijo con una calma pavorosa. Los guardias estaban de pie y caminaban hacia nosotros, quitándose el polvo. Feyman notó que Maya y Charlene habían desaparecido, pero antes de poder decir algo, el ruido retomó con un volumen estruendoso y la tierra pareció levantarse varios metros, arrojándonos de nuevo al piso a todos. Las ramas desprendidas de un árbol caído hicieron huir a los guardias hacia el bunker.

—Ahora —dijo Curtis—. ¡Vamos!

Yo estaba paralizado. Me levantó de un tirón.

—¡Tenemos que movemos! —me gritó en el oído. Por fin mis piernas empezaron a funcionar y corrimos hacia el nordeste en la misma dirección que Maya.

Varios temblores más reverberaron bajo nuestros pies y luego los movimientos y los ruidos cesaron. Después de avanzar por los bosques oscuros varios kilómetros, alumbrados sólo por los rayos de la luna que se filtraban por entre el follaje, nos detuvimos y nos agazapamos entre un puñado de pinos.

—¿Cree que nos siguieron? —le pregunté a Curtis.

—Sí —contestó—. No pueden permitir que ninguno de nosotros vuelva al pueblo. Apostaría a que todavía tienen gente estacionada en los caminos de regreso.

Mientras hablaba, se dibujó en mi mente una imagen clara de las cascadas. Todavía era prístina, serena. Me di cuenta de que eran el signo distintivo en la visión de Feyman que había tratado de recordar.

—Debemos seguir hacia el noroeste, hasta las cascadas —dije.

Asintió mirando hacia el norte, y lo más silenciosamente posible tomamos esa dirección, cruzamos el río y caminamos hacia el cañón. Cada tanto. Curtis paraba y cubría nuestras huellas. Durante un descanso, oímos el zumbido bajo de algunos vehículos, al sudeste. Después de otro kilómetro, empezamos a ver que se alzaban a lo lejos las murallas del cañón iluminadas por la luna. Al acercamos a la boca rocosa. Curtis iba primero por la ensenada. De pronto saltó para atrás, asustado, cuando vio salir a una persona de atrás de un árbol que estaba a la izquierda. La persona gritó y retrocedió, perdiendo casi el equilibrio y tambaleándose al borde de la ensenada.

—¡Maya! —grité al reconocerla. Curtis se recuperó, se adelantó y la retuvo mientras caían al agua rocas y ripio.

Lo abrazó con fuerza y después se acercó a mí.

—No sé por qué corrí así. Sentí pánico. Lo único que se me ocurrió fue correr a las cascadas de las que usted me había hablado. Rogaba que alguno de ustedes también pudiera escapar.

Apoyada contra un árbol más grande, respiró hondo y luego preguntó:

—¿Qué pasó cuando el guardia disparó? ¿Cómo fue que las balas no me alcanzaron? Vi esa extraña franja de luz.

Curtis y yo nos miramos.

—No sé —respondí.

—Pareció calmarme —continuó Maya—. De una manera que nunca antes había experimentado.

Nos miramos otra vez y nadie habló. Luego, en el silenio, oí el ruido nítido de alguien que caminaba más adelante.

—Esperen —les dije a los otros—. Hay alguien. Nos agachamos y esperamos. Pasaron diez minutos.

De pronto, Charlene apareció entre los árboles, caminó hasta nosotros y cayó de rodillas.

—¡Gracias a Dios los encontré! —exclamó—. Cómo escaparon?

—Pudimos salir corriendo cuando se cayó un árbol —expliqué.

Charlene me miró profundamente a los ojos.

—Pensé que podrías dirigirte a las cascadas, así que avancé en esta dirección, aunque no sabía si podría encontrarlas en la oscuridad.

Maya nos hizo una seña y todos fuimos hasta un claro donde la ensenada se metía en la boca del cañón. Allí, toda la luz de la luna iluminaba el pasto y las rocas, a cada lado.

—Tal vez tengamos otra oportunidad —dijo al tiempo que nos indicaba con la mano que nos sentáramos enfrentados.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Curtis—. No podemos quedamos mucho tiempo. Van a venir.

Miré a Maya, pensando que debíamos ir a las cascadas, pero parecía tan energizada que, en cambio, pregunté:

—¿Qué cree que salió mal antes?

—No sé; tal vez somos muy pocos. Usted dijo que debíamos ser siete. O tal vez haya demasiado Miedo.

Charlene se inclinó hacia el grupo.

—Creo que debemos recordar la energía que alcanzamos cuando estábamos en la cueva. Debemos conectamos otra vez en ese nivel.

Durante varios minutos trabajamos todos en nuestra conexión interior. Al fin. Maya dijo:

—Debemos damos energía mutuamente, encontrar la expresión del yo superior.

Respiré hondo varias veces y observé otra vez la cara de los demás. Poco a poco se volvieron más bellos y luminiscentes, y vislumbré la expresión auténtica de su alma. A nuestro alrededor, las plantas y rocas circundantes se encendieron aún más, como si los rayos de la luna se hubieran duplicado. Una ola familiar de amor y euforia recorrió mi cuerpo y me volví para ver detrás de mí las figuras resplandecientes de mi grupo de almas.

En cuanto las vi, mi conciencia se expandió aún más y me di cuenta de que los grupos de almas de los demás se hallaban en posiciones similares, pese a que todavía no se habían fusionado. Mis ojos se cruzaron con los de Maya. Me miraba en un estado de apertura y honestidad completas y mientras la observaba me parecía ver su Visión del Nacimiento como un expresión sutil en su cara. Ella sabía quién era y lo irradiaba para que todos lo vieran. Su misión era clara; su historia la había preparado perfectamente.

—Sientan como si los átomos de su cuerpo estuvieran vibrando a un nivel más alto —dijo.

Miré a Charlene; en su cara se veía la misma claridad. Representaba a los poseedores de la información, que identifican y comunican las verdades vitales expresadas por cada persona o grupo.

—¿Ven lo que está pasando? —preguntó Charlene—. Estamos viéndonos como somos en realidad, en nuestro nivel máximo, sin las proyecciones emocionales de los viejos miedos.

—Puedo verlo —dijo Curtis, con la cara otra vez llena de energía y certeza.

Nadie habló durante varios minutos. Cerré los ojos mientras la energía seguía elevándose.

—¡Miren eso! —exclamó de pronto Charlene, al tiempo que señalaba los grupos de almas que nos rodeaban.

Cada grupo de almas empezaba a mezclarse con los otros, como lo habían hecho en la cueva. Miré primero a Charlene, y luego a Curtis y a Maya. Ahora veía en sus caras una expresión aún más acabada de quiénes eran como participantes del gran movimiento de la civilización humana.

—¡Ya está! —dije—. Vamos llegando al siguiente paso; ahora tenemos una visión más completa de la historia humana.

De pronto, frente a nosotros, en un enorme holograma, apareció una imagen de la historia que parecía salir del comienzo mismo de algo que se asemejaba a un fin distante. Al esforzarme por enfocar mejor, me di cuenta de que era una imagen muy similar a la que había observado antes, mientras estaba con mi grupo de almas, sólo que en este caso la historia empezaba mucho antes, con el nacimiento del universo mismo.

De pronto, nos vimos observando cómo nacía en una explosión la primera materia y se dirigía hacia estrellas que vivían y morían y vomitaban la gran diversidad de elementos que a la larga formaban la Tierra. A su vez, estos elementos se combinaban en el medio terrestre primitivo para formar sustancias cada vez más complejas hasta que al fin saltaban a la vida orgánica, vida que también avanzaba hasta llegar a una mayor organización y conciencia, como guiada por un plan general. Los organismos multicelulares se convertían en peces y los peces progresaban hasta ser anfibios y los anfibios evolucionaban transformándose en reptiles y aves y por último en mamíferos.

Se abrió entonces ante nuestros ojos una imagen clara de la dimensión de la Otra Vida y comprendí en un instante que un aspecto de cada una de las almas que estábamos allí, en realidad una parte de toda la humanidad, había vivido ese largo y lento proceso de evolución. Habíamos nadado como peces, nos habíamos arrastrado por la tierra como anfibios y habíamos luchado por sobrevivir como reptiles, aves y mamíferos, adelantando cada paso en el camino hasta adquirir la forma humana, todo con intención.

Descubrimos que, a través de una ola tras otra de generaciones sucesivas, nacíamos al plano físico y, más allá del tiempo que pudiera llevamos, luchábamos por despertar, por unificamos y evolucionar e instalar por fin en la Tierra la misma cultura que existe en la Otra Vida. Sin duda, el viaje era difícil, tortuoso incluso. Con la primera intuición al despertar, sentíamos el Miedo del aislamiento y la separación. Sin embargo, no volvíamos a dormirnos; luchábamos contra el Miedo y confiábamos en la débil intuición de que no nos hallábamos solos, de que éramos seres espirituales con un objetivo espiritual en el planeta.

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