Un lord del Comyn debe rescatar a una pariente raptada por los hombres-gato que la mantienen presa en algún lugar de las tenebrosas tierras oscuras y también en un remoto nivel del plano astral. Obtendrá la insólita ayuda de un terráqueo, poseedor a su vez de cierto talento telepático análogo al
laran
de los darkovanos. Pero lord Damon, el temeroso y excesivamente sensible lord del Comyn que una vez fue rechazado por la Celadora Leonie, duda a veces del alcance de su virilidad y deberá superar su propio temor en el supremo momento de empuñar la espada encantada gobernada en sus manos por uno de los mayores expertos en la esgrima.
Marion Zimmer Bradley
La espada encantada
ePUB v1.0
evilZnake01.02.12
Título original: The Spell Sword
Traducción: Mirta Rosemberg
1ª edición: septiembre 1989
© 1974 by Marión Zimmer Bradley
© Traducción: Ediciones B, S.A.
ISBN: 84-406-0904-3
Depósito legal: Bi. 1.723-1989
Diseño cubierta: Aurora RÍOS
Ilustración: Juan Giménez
La serie del planeta Darkover
Se ha dicho que la larga serie de Darkover define la ciencia ficción de los años sesenta y setenta como la Fundación de Asimov había definido la de los años cuarenta y cincuenta. En realidad muestra de una manera ejemplar cómo la ciencia ficción va dando cabida en su seno a nuevos relatos en los que dominan los temas de corte fantástico sin la voluntad racionalizadora y cientificista propia de la ciencia ficción clásica.
En torno a Darkover existe en la actualidad un conjunto de una veintena de novelas y media docena de antologías cuyas narraciones transcurren en un planeta situado en los límites de un imperio galáctico dominado por la Tierra. Los habitantes de Darkover proceden en parte de los antiguos colonos terrestres y, en su mundo, la magia y la telepatía son elementos esenciales de una cultura anti-tecnológica que resiste con éxito los variados intentos de lograr su integración en una unión política y económica con el Imperio Terrano.
La serie se inició en 1962 con THE PLANET SAVERS y THE SWORD OF THE ALDONES, que tienen forma de la más clásica space opera. En los libros posteriores, principalmente en los escritos a partir de los años setenta, domina la vertiente fantástica. Con ellos la autora alcanza además un dominio ejemplar en el tratamiento de los personajes y da preponderancia a una serie de temas que pertenece ya a un mundo mucho más complejo (telepatía, mujeres amazonas, homosexualidad, derechos de las mujeres, etc.), con lo que la serie gana en profundidad sin perder su encanto aventurero e incluso mejorando su calidad narrativa.
En realidad la serie lo es tan sólo en tanto que sus historias transcurren en el planeta Darkover. La autora ha repetido siempre que los libros se pueden leer en cualquier orden. Y eso es cierto, ya que ninguno de ellos asume que el lector esté familiarizado con lo que ha ocurrido en las otras novelas de la serie. En palabras de la propia autora:
«Siempre he intentado que cada uno de mis libros sea tan completo que pueda leerse por sí mismo aunque el lector no haya leído anteriormente ninguno de los otros. Realmente no pienso en ellos como en una «serie», sino más bien creo que Darkover es un mundo familiar en torno al cual me gusta escribir novelas y al que los lectores desean volver. Cuando una lógica muy rígida exigía dañar la independencia de uno de los libros, francamente debo decir que he sacrificado la lógica. Y no pido excusas por ello.»
Y hay más de una razón para este proceder. Según parece, a Bradley no le gustan demasiado esas series que parecen ser poco más que una prolongación interminable de un primer relato (y es bueno recordar aquí que la edición original norteamericana de LAS NIEBLAS DE AVALÓN tenía un solo volumen, aunque en España se haya publicado en cuatro). Ella, misma explica por qué:
«Nada es más frustrante para mí que leer el segundo, el cuarto o el sexto libro de una serie, y ver que el autor asume sencillamente que he leído todos sus otros libros y conozco todo el trasfondo. Cuando los lectores empiezan a cansarse y preguntan por qué (por ejemplo) dos ciudades distan un día de viaje en un libro y tres días en otro, empiezo a comprender por qué Conan Doyle hizo caer a Sherlock Holmes por la cascada de Reichenbach y por qué Sax Rohmer intentó repetidas veces quemar, ahogar o desmembrar tan completamente a Fu Manchú que ni siquiera los editores pudieran resucitarle en otro libro.»
Por ello no es de extrañar que la serie de Darkover pueda leerse realmente en cualquier orden y la misma Bradley dirá de sus novelas:
«Prefiero pensar en ellas como en un conjunto de libros muy imprecisamente interrelacionados con un mismo trasfondo (el Imperio Terrano contra el mundo y la cultura de Darkover) y un tema común: el enfrentamiento de dos culturas aparentemente irreconciliables y, pese a ello, muy semejantes. Si los libros tienen algún mensaje (y personalmente lo dudo), es simplemente que para un ser humano nada de la humanidad le es ajeno.»
La espada encantada
En realidad LA ESPADA ENCANTADA tal vez no sea demasiado representativa de la entidad y el interés de todos los temas que la serie aborda en otras novelas. Su extensión es breve comparada con la de los demás libros y, tal como ya se ha indicado, la trama es sencilla. Pero se trata de una novela muy eficaz en su intento de proporcionar al lector las claves centrales de la serie. Y ésa es la razón de su elección como primer título en nuestra edición.
De hecho LA ESPADA ENCANTADA resume de una forma muy acertada y válida las características centrales que configuran la cultura de Darkover, su fronteriza situación en el gran Imperio Terrano e incluso el Pacto entre terranos y darkovanos sobre el uso de armas.
El lector podrá conocer atisbos de la estructura social de Darkover en un largo período de su devenir histórico, el papel de la Torre y de sus Celadoras, el de los técnicos de matrices, el de la habilidad de los darkovanos en el manejo de la espada a la que se obligan tras el Pacto con los terráqueos, etc. Podrá conocer también el sentido del laran, ese poder psi cultivado genéticamente que permite a algunos darkovanos sintonizar una piedra estelar con sus estructuras telepáticas y adentrarse en el supramundo del plano astral.
En una visión superficial se podría decir que la novela narra una aventura centrada en los esfuerzos de un lord del Comyn. Se trata de rescatar a una pariente (una Celadora, por cierto) raptada por los hombres-gato que la mantienen presa en el mundo real y también en un remoto nivel del plano astral. Se podría también añadir que, en dicho esfuerzo, tendrá la insólita ayuda de un terrano, sorprendente poseedor a su vez de un cierto laran.
Pero esta descripción superficial de la trama no nos dice nada sobre lo que ya está presente en esta novela y será el elemento central del resto de la serie Darkover: el dominio ejemplar de la autora en el tratamiento de la psicología de los personajes y su interés central por la ética de la libertad. La serie está presidida por la idea de que conseguir algo supone siempre perder algo a cambio y por el hecho de que toda decisión comporta un riesgo y no es más que un ejercicio de voluntad y valor.
Aquí es el terrestre Andrew quien decide quedarse en Darkover y ello le reporta satisfacciones pero también dificultades y problemas. Y es lord Damon, el temeroso y excesivamente sensible lord del Comyn que una vez fue rechazado por la Celadora Leonie, quien duda del alcance de su virilidad, y quien deberá superar su propio temor en el supremo momento de manejar la espada encantada.
Hay muchas espadas encantadas en la historia de Darkover. Como la legendaria Espada de Aldones, conservada en la capilla de Hali, tan antigua y terrible que nadie es ya capaz de empuñarla. O la Espada de Hastur de la que se sabe que se convertirá en fuego si se empuña para algo que no sea defender el honor de la casa de los Hastur. En este caso es la espada de un gran maestro de la esgrima la que empuñará la mano de lord Damon pero será gobernada a distancia por su hábil propietario: Dom Esteban.
MIQUEL BARCELÓ
Había seguido un sueño, y el sueño lo había conducido hasta aquí para morir.
Semiinconsciente, yacía sobre las rocas y sobre el delgado musgo de la grieta de la montaña, y en su estado de confusión, le parecía que la muchacha a quien había visto en ese sueño se hallaba frente a él.
Te estarás riendo
, le dijo Andrew Carr al rostro imaginado.
Si no fuera por ti, yo estaría a media galaxia de distancia.
Y no aquí, medio muerto, sobre un pedazo de tierra helada, en el borde de ninguna parte.
Pero ella no se reía. Parecía estar de pie junto al borde mismo de la cornisa de roca mientras el cruel viento de la montaña agitaba la tenue túnica azul alrededor de su cuerpo esbelto, con la larga cabellera roja, brillante y resplandeciente, enmarcando las delicadas facciones.
Y pareció hablarle, aunque el hombre agonizante sabía —
sabía
— que su voz no podía ser más que el eco del viento en su cerebro febril.
—Extraño, extraño, no quise hacerte daño; ¡ni mi llamada ni mis actos te han traído hasta este paso! Es cierto que te llamé, o más bien llamé a cualquiera que pudiera escucharme, y resultaste ser tú. ¡Pero los que están por encima de nosotros saben muy bien que no pretendía perjudicarte! Los vientos, las tormentas, no responden a mis órdenes. Haré lo que pueda por salvarte, pero no tengo poder en estas montañas.
A Andrew Carr le pareció que le respondía con palabras de ira.
Estoy loco
, pensó,
o tal vez ya estoy muerto, aquí tendido, intercambiando insultos con una muchacha fantasma.
—¿Dices que me llamaste? ¿Y los otros que venían conmigo en la nave? ¿Acaso los llamaste a ellos también? ¿Y los trajiste a morir aquí, entre los vientos cruzados de los Hellers? ¿Acaso la muerte de todos te proporciona algún placer, muchacha espectro?
—¡Eso no es justo! —Sus palabras imaginadas sonaron como un gemido de angustia y su espectral rostro se conmovió en el viento como si fuera a echarse a llorar—. Yo no los llamé; ellos vinieron por el camino al que les conducía su trabajo y su destino. Sólo tú tuviste la opción de elegir, y de compartir lo que les deparaba el destino. Te salvaré si puedo; el tiempo de ellos se ha acabado, jamás tuve su destino en mis manos. A ti puedo salvarte, si me escuchas, pero debes incorporarte. ¡Incorpórate! —Fue un salvaje grito de desesperación—. ¡Si te quedas aquí morirás! ¡Incorpórate y busca cobijo; no tengo poder sobre los vientos y las tormentas...!
Andrew Carr abrió los ojos y parpadeó. Tal como había esperado, estaba solo, magullado y tendido en la cornisa de la montaña, entre las ruinas de la nave de observación. La muchacha, si es que alguna vez había estado allí, había desaparecido.
Incorpórate y busca cobijo; no tengo poder sobre los vientos y las tormentas.
Era, por supuesto, una idea condenadamente buena, si podía arreglárselas para obedecerla. Donde se hallaba, bajo un fragmento de la destrozada cabina de la nave de observación, no había manera de hacer frente a la cruel noche de este planeta extraño. Le habían advertido acerca del clima enseguida de llegar a Cottman IV: sólo un lunático pasaría una noche al aire libre durante la época de tormentas.