La espada encantada (18 page)

Read La espada encantada Online

Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Las pobladas cejas se arquearon casi hasta la línea de nacimiento del pelo.

—¿Así que soplan nuevos vientos? —dijo Dom Esteban finalmente—. Tenía otros planes para Ellemir, pero... —hizo una pausa—. Creo que en este mundo imperfecto nada sale como se planea. Que así sea, entonces. Pero el camino no será fácil, aun cuando halles a Calista. Ellemir me ha contado algo... una historia confusa acerca de Calista y un extranjero, un terráqueo, que de alguna manera ha establecido contacto con ella y ha ofrecido su espada, o sus servicios, o algo así. Debo hablar contigo sobre él, sea quien fuere, aunque me parece extraño que uno de los terráqueos muestre el respeto debido a una Celadora. —Frunció el ceño con ferocidad—. ¡Malditas sean esas bestias! ¿Damon, qué ha estado ocurriendo en estas montañas? ¡Hasta hace poco el pueblo-gato eran gente tímida que vivían en las montañas, y nadie les daba más importancia que al pequeño pueblo de los árboles! Después, como si un dios maligno hubiera entrado en ellos, nos atacan como bestias, sublevan a las Ciudades Secas... y las tierras donde nuestro pueblo ha vivido durante generaciones yacen bajo la oscuridad como si estuvieran hechizadas. Soy un hombre práctico, Damon, y no creo en hechizos. Pero ahora se hacen invisibles, y salen de la nada, como brujos de algún viejo cuento de hadas.

—Todo es demasiado real, me temo —contestó Damon, y supo que su propio rostro era sombrío. Me topé con ellos al cruzar las tierras oscuras, y demasiado tarde advertí que podía haberlos hecho visibles con mi piedra estelar. Posó la mano sobre la bolsita de cuero que le pendía del cuello—. Asesinaron a mis hombres. Eduin dijo que tú los salvaste, que casi sin ayuda te abriste paso en medio de la emboscada. ¿Cómo...? —Damon se sintió súbitamente torpe.

Dom Esteban alzó de la cama una mano larga y fuerte, propia de espadachín, y la contempló, como perplejo.

—No lo sé —respondió lentamente, observando la mano y moviendo los dedos, girándola para estudiar la palma y luego el dorso—. Debo haber oído el siseo de las espadas en el aire... —Vaciló y una extraña nota de perplejidad invadió su voz cuando reanudó la explicación—. Pero no lo hice. No hasta que hube desenvainado la espada. —Parpadeó, intrigado—. A veces sucede así. No es la primera vez que me ocurre. Uno de repente se da la vuelta, en guardia, y se encuentra con un ataque que jamás habría advertido de no haber estado en guardia. —Se rió roncamente—. ¡Por piedad de Avarra! ¡Qué viejo fanfarrón! —De repente replegó los dedos formando un puño. El brazo le tembló de ira—. ¿Alardear? ¿Por qué no? ¿Qué otra cosa puede hacer un inválido?

Pasar de ser el mejor espadachín de los Dominios a ser un inválido... ¡horrible! Y sin embargo, pensó Damon con desagrado, había en todo ello un elemento de justicia. Dom Esteban jamás había tolerado la menor debilidad física de nadie. Coryn había muerto por probarle su valor al padre, escalando las cumbres que más temía...

—Por los infiernos de Zandru —exclamó el anciano al cabo de un momento—. Por la forma en que se me han envarado las articulaciones en los tres inviernos últimos, los dolores óseos me hubieran dejado inválido dentro de un año, de todas maneras. Mejor haber tenido una última lucha fatal.

—Esta hazaña no se olvidará con facilidad —aseguró Damon, y se volvió con rapidez para que el anciano no viera la compasión reflejada en sus ojos—. ¡Por los infiernos de Zandru, qué útil sería ahora tu espada para someter a los malditos hombres-gato!

El anciano se rió sin alegría.

—¿Mi espada? Eso es fácil... tómala, y con gusto —dijo con una mueca de amargura que pretendía ser una sonrisa—. Sin embargo, me temo que tendrás que usarla. Yo no puedo acompañarte y ayudarte.

Damon captó el desprecio implícito (
Ninguna espada puede convertirte en un guerrero
), pero en ese momento no sintió enfado. La única arma que le quedaba a Dom Esteban era la ironía. De todos modos, Damon jamás se había jactado de su habilidad con las armas.

Ellemir volvió con una bandeja de comida sólida para su padre, la colocó junto a la cama y empezó a cortar la carne.

—¿Cuáles son tus planes, Damon? —preguntó Dom Esteban—. ¿No estarás planeando atacar a los hombres-gato?

—No veo otra alternativa —contestó él suavemente.

—Necesitarías un ejército para eliminarlos, Damon.

—Ya habrá tiempo para eso el año próximo. Ahora nuestro problema es rescatar a Calista, y para eso no tenemos tiempo de reunir un ejército. Lo que es más, si caemos sobre ellos con todo un ejército, lo primero que harán serán matarla. El tiempo nos apremia. Ahora que sabemos dónde está...

Dom Esteban lo observó con atención, olvidándose de masticar un bocado de carne con salsa. Tragó, se ahogó un poco, le hizo un gesto a Ellemir para que le diera de beber y por fin dijo:

—¿Cómo lo has averiguado?

—El terráqueo. No, yo tampoco sé cómo ocurrió. Nunca se ha dicho que los extranjeros tuvieran algo parecido a nuestro
laran
. Pero él lo tiene, y está en contacto con Calista.

—No lo dudo —admitió Esteban—. Conocí a algunos de ellos en Thendara, cuando estaban negociando para construir la Ciudad Comercial. Son muy parecidos a nosotros. Oí decir que la Tierra y Darkover proceden de una misma especie, en los albores de la historia. Sin embargo, rara vez salen de la ciudad. ¿Cómo ha llegado éste hasta aquí?

—Lo haré llamar y podrás oír la historia de sus propios labios —ofreció Ellemir. Llamó a un criado y le dio el mensaje, y al cabo de un rato Andrew Carr entró en el Gran Salón.

Damon, al ver que el terráqueo hacía una reverencia a Dom Esteban, pensó que al menos aquella gente no era salvaje.

A instancias de Damon, Carr relató brevemente la historia de cómo había establecido contacto con Calista. Esteban adoptó un aire grave y pensativo.

—No puedo decir que apruebe esto —dijo—. Que una Celadora se comunique de forma tan íntima con un desconocido que no pertenece a su castillo es algo escandaloso y sin precedentes. En los antiguos días de los Dominios, se entablaban guerras por motivos menores que éste. Pero los tiempos cambian, nos guste o no, y tal vez ahora sea más importante salvarla de los hombres-gato que de la desgracia de este contacto.

—¿Desgracia? —exclamó Carr, sonrojándose hasta las orejas—. Yo no pretendo hacerle daño ni deshonrarla, señor. Sólo busco su bien, y he ofrecido mi vida para liberarla.

—¿Por qué? —Preguntó Dom Esteban con sequedad—. Ella no puede significar nada para ti, hombre; las Celadoras tienen voto de virginidad.

Damon esperaba que Carr fuera lo bastante sensato como para no contar nada acerca de su vínculo emocional con Calista, pero como no confiaba en que contuviera su ímpetu, agregó:

—Dom Esteban, el terráqueo ya ha arriesgado su vida para establecer contacto con ella; para un hombre de su edad, sin entrenamiento, trabajar con una piedra estelar no es un trabajo fácil. —Hizo una señal a Andrew, tratando de indicarle: «Cállate, no digas nada».

En cualquier caso, Dom Esteban, ya fuera por dolor o por preocupación, no siguió con el tema, sino que se dirigió ahora a Damon.

—¿Sabes, entonces, dónde está Calista?

—Tenemos motivos para creer que se halla en las cuevas de Corresanti —contestó Damon—, y Andrew puede conducirnos hasta ella.

Dom Esteban se burló.

—Corresanti queda bastante lejos de aquí, y todo el camino está lleno de hombres-gato y de aldeas destruidas. Está a medio día de camino dentro de las tierras oscuras.

—Eso es inevitable —declaró Damon—. Tú lograste pasar, lo que demuestra que es posible. Al menos no pueden atacarnos amparados por la invisibilidad, mientras yo conserve la piedra estelar.

Esteban lo pensó, luego asintió.

—Había olvidado que has recibido el entrenamiento de la Torre. ¿Y qué pasa con el terráqueo? ¿Irá él contigo?

—Iré —dijo Andrew—. Al parecer, soy el único vínculo con Calista. Además, he jurado rescatarla.

Damon sacudió la cabeza.

—No, Andrew. No, amigo mío. Precisamente porque eres el único vínculo con Calista, no podemos arriesgarte. Si resultaras muerto, aunque fuera por accidente, nunca podríamos llegar hasta ella, sólo recobraríamos su cadáver, demasiado tarde. Tú permanecerás en Armida y mantendrás el contacto conmigo mediante la piedra estelar.

Con obstinación, Carr sacudió la cabeza.

—Mira, yo iré —dijo—. Soy mucho más grande y fuerte de lo que crees. He andado en más de una docena de mundos. Puedo cuidarme solo, Damon. ¡Infiernos, hombre, soy dos veces más fuerte que tú!

Damon suspiró y pensó:
Tal vez esté en lo cierto, llegó aquí a través de la tormenta. Yo no lo hubiera conseguido de haberme perdido en un planeta hostil.

—Quizá tengas razón. ¿Qué sabes hacer con una espada?

Damon leyó sorpresa y vacilación en el rostro del terráqueo.

—No lo sé. Mi pueblo sólo las usa como deporte. Sin embargo, podrías enseñarme. Aprendo muy rápido.

Damon alzó las cejas.

—No es tan fácil —dijo.
¿Su gente sólo usa espadas como deporte? ¿Cómo se defienden, entonces? ¿Con cuchillos, como los habitantes de las Ciudades Secas, o con los puños? ¿O acaso los terráqueos han firmado un pacto, y prohibido todas las armas letales?
—. Eduin —llamó, y el enorme Guardia, apostado cerca de la puerta, se puso firmes.

—Vai dom?

—Ve a la armería y busca un par de espadas de entrenamiento.

Al cabo de un momento Eduin regresó con dos espadas de madera y cuero de las que se utilizaban para los entrenamientos de esgrima. Damon cogió una y tendió la otra a Carr. El terráqueo observó con curiosidad la larga hoja de madera, con la punta y el filo cubiertos con cuero, y luego la tomó en la mano, sopesándola.

Damon frunció el ceño ante el torpe movimiento del otro y le preguntó con sequedad:

—¿Has tenido una espada en las manos alguna vez?

—Hice un poco de esgrima como deporte. No soy ningún campeón.

No me extraña
, pensó Damon, poniéndose en guardia. Observó a Carr por encima del hombro derecho, a través de la máscara que le protegía la cara: las espadas de prácticas se doblaban con facilidad, de modo que no había mucho peligro de lastimar algún órgano interno, pero los ojos y los dientes eran más vulnerables. Carr se enfrentó a él directamente.
Expone el pecho
, pensó Damon,
y maneja la espada como si estuviera atizando el fuego.

Andrew dio un paso hacia adelante; Damon alzó un poco la espada, desequilibrándolo. Cuando Andrew se tambaleó, la punta de cuero le rozó el pecho. Entonces Damon se relajó, bajando el arma. Sacudió la cabeza lentamente.

—¿Lo ves, amigo mío? Y yo no soy buen espadachín. No resistiría ni doce golpes de alguien medianamente competente; Dom Esteban o Eduin me arrebatarían la espada de la mano antes de que pudiera alzarla siquiera.

—Estoy seguro de que puedo aprender —protestó con obstinación Carr.

—No hay tiempo. Créeme Andrew. Empecé a entrenarme con estas espadas antes de los ocho años. La mayoría de los muchachos empieza incluso un año antes. Tú eres fuerte... me doy cuenta. Pero no podríamos enseñarte lo suficiente, ni en una semana, para evitar que te mataran. Y no tenemos una semana. Ni siquiera disponemos de un día. Olvídalo, Andrew. Tienes una misión más importante que esgrimir una espada.

—¿Y te crees que

conducirás con éxito un grupo de espadachines contra los hombres-gato? —preguntó Dom Esteban con sarcasmo—. En pocos segundos Eduin podría hacer contigo la misma hazaña que tú has hecho con el terráqueo.

Damon miró al hombre que yacía inmovilizado. Esteban había apartado la bandeja de la comida y los observaba con firmeza, mientras los ojos le resplandecían con algo semejante a la furia.

—Demuestra que tienes algo de sentido común, Damon. Te admití en la Guardia porque los hombres como tú sois buenos organizadores y administradores. Pero éste es un trabajo para un maestro de la esgrima. ¿Eres tan loco que crees poder combatir contra guerreros capaces de batir a los guardias del castillo de Armida y raptar a Calista de su propia cama? ¿Estoy permitiendo que mi hija se case con un tonto?

—¡Padre, cómo te atreves! —exclamó Ellemir enfurecida—. ¡No puedes hablarle así a Damon!

Este le indicó que se callara. Se enfrentó directamente con el anciano y dijo:

—Lo sé, pariente. Es probable que conozca mejor que tú mis propios defectos. De todos modos, ningún hombre está obligado a hacer más de lo que puede, y estoy en mi derecho. Ahora soy el pariente más próximo de Calista, salvo por Domenic, y él no tiene aún diecisiete años.

Esteban sonrió.

—Bien, hijo mío, admiro tu valor, pero querría que tuvieras una habilidad acorde con él. —Alzó los puños y golpeó la almohada en un acceso de furia—. ¡Por los infiernos de Zandru! Aquí estoy, derrumbado e inútil como el burro de Durraman, y toda mi habilidad y mi saber... —El acceso cedió al fin y continuó con voz más débil—: Si tuviera tiempo de enseñarte, tal vez podrías... pero no hay tiempo, no hay tiempo. ¿Dices que con tu piedra estelar podrías destruir esa condenada ilusión de invisibilidad?

Damon asintió. Eduin se acercó al lecho y se arrodilló junto a él.

—Lord Istvan —dijo—. Le debo una vida a lord Damon. Déjame ir con él a Corresanti.

Damon objetó, profundamente conmovido:

—Estás herido, hombre. Y acabas de salir de un combate.

—De todos modos —protestó Eduin—, tú mismo has dicho que soy más hábil que tú con la espada. Déjame ir y protegerte, lord Damon; tu misión es llevar la piedra estelar.

—¡Por piedad de Avarra! —dijo Dom Esteban casi sin aliento—, \ésa es la solución!

—Con gusto aceptaré tu compañía y tu espada, si es que estás en condiciones —aceptó Damon, poniéndole una mano en el hombro. En su estado de ánimo, se daba perfecta cuenta de la gratitud y la lealtad del hombre, y se sintió sobrecogido—. Pero estás al servicio de Dom Esteban, a él le corresponde autorizarte.

Ambos hombres se volvieron hacia Esteban, que yacía inmóvil. Tenía los ojos cerrados y las cejas alzadas como si estuviera abocado a una profunda reflexión. Por un momento Damon se preguntó si no habrían agotado demasiado al anciano, pero era consciente de que detrás de los párpados cerrados se producía un activo proceso mental. De pronto, Esteban abrió los ojos.

—¿Hasta qué punto eres eficaz con la piedra estelar, Damon? —preguntó—. Sé que tienes
laran
, que has pasado años en la Torre; pero, ¿no te expulsó Leonie? Si fue por incompetencia, esto no funcionará, pero...

Other books

The Wanton Troopers by Alden Nowlan
The Rogue's Reluctant Rose by du Bois, Daphne
Meri by Bohnhoff, Maya Kaathryn
Ryman, Rebecca by Olivia, Jai
Ringing in Love by Peggy Bird
Flinx Transcendent by Alan Dean Foster
These Three Remain by Pamela Aidan
Returning Home by Karen Whiddon