La espada encantada (15 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

¿Qué ocurriría ahora? Por lo poco que pudo captar de la charla de los criados —en general sostenida en un dialecto que apenas comprendía— había colegido que se trataba del señor de la propiedad, el padre de Ellemir. Con el regreso del dueño, ¿seguiría siendo Damon el encargado de tomar las disposiciones para el rescate de Calista? En lo único que pensaba era en ella, ignoraba todo lo demás. Después, como si sus pensamientos la hubieran atraído (y tal vez la habían atraído, ya que Calista suponía que había cierto vínculo entre ellos), la vio de pie junto a su cama.

—Así que estás a salvo, a salvo y bien por ahora, Andrew. ¿Han sido hospitalarios mis parientes?

—No podrían haberse mostrado más amables —agradeció Andrew—. Pero si puedes venir a esta casa, ¿por qué no pueden verte
ellos?

—Me gustaría saberlo. No puedo verlos, no llego a recibir sus pensamientos; es como si la casa estuviera vacía y sin un fantasma que la aceche. ¡O como si el fantasma fuera yo... acechando mi propio hogar! —Su rostro se desfiguró con los sollozos—. De algún modo, alguien ha logrado aislarme de todos, del mundo que conozco. Vago por el supramundo y sólo distingo rostros extraños, pasajeros, nunca una mirada procedente de un rostro familiar. ¿Me habré vuelto loca...?

Andrew habló lentamente, tratando de explicar los hechos que le había contado Damon.

—Damon cree que estás en manos de los hombres-gato, parece que han atacado a otros y que te mantienen prisionera para que no puedas usar tu piedra estelar contra ellos.

—Antes de que me fuera de la Torre —recordó Calista lentamente—, Leonie me contó algo de eso. Dijo que algo andaba mal en la tierra oscura, y que sospechaba que alguien estaba usando algunas piedras no controladas, o mejor dicho, que se les estaba dando algún mal uso. Eres terráqueo... ¿sabes lo que son las piedras?

—En absoluto —confesó Andrew.

—Es el antiguo saber, tú lo llamarías ciencia, de este mundo. Las piedras matrices, piedras estelares las llamamos, se pueden sintonizar con la mente humana, y amplificar así lo que tú llamas poderes psi. Pueden usarse para cambiar la forma de la energía. Toda materia, toda energía y toda fuerza no son más que vibración, y si cambias la velocidad de esa vibración, toma otra forma.

Andrew asintió. Podía comprender eso. Sonaba como si ella intentara, sin el saber científico del Imperio Terrano, explicar la teoría del campo atómico de la materia y la energía; y parecía hacerlo mejor que él con todos los conocimientos científicos de que disponía.

—¿Y puedes usar esas piedras?

—Sí. Soy Celadora, y tengo el saber de la Torre; soy la líder de un círculo de telépatas expertos que utilizan estas piedras para la transmutación de la energía. Y todas las piedras que utilizamos, sintonizadas con nuestros cerebros individuales, están controladas desde una u otra de las Torres; a nadie se le permite usarlas si no ha sido entrenado personalmente por una Celadora o un técnico más viejo, para asegurarnos de que no hará daño a nadie. Las piedras son muy, muy poderosas, Andrew. Las de más alto nivel, las más grandes, podrían hacer pedazos este planeta como si fuera un pollo asado que estallara en el horno. Por eso nos asustamos cuando descubrimos que alguien o
algo
estaba usando una o varias piedras muy poderosas en las tierras oscuras, sin control ni entrenamiento.

Andrew trataba de recordar las palabras de Damon.

—Dijo que hubo hombres que hicieron esto antes, pero nunca no humanos.

—Damon ha olvidado sus conocimientos de historia. Se sabe con seguridad que nuestros antepasados recibieron las piedras del pueblo
chieri
, quienes sabían cómo usarlas cuando nosotros éramos aún unos salvajes, y ellos ya las habían aprovechado tanto que no las necesitaban más. Pero los
chieri
tienen ahora poco que ver con la humanidad, y hay muy pocos hombres que los hayan visto alguna vez. ¡Ojalá pudiera decir lo mismo de esos gatos, malditos sean! —Exhaló un suspiro largo y agotado—. Oh, estoy cansada, cansada, Andrew. Por Evanda que me gustaría
tocarte
. Creo que me volveré loca, sola en la oscuridad. No, no me han maltratado, pero estoy tan cansada, tan cansada de la fría piedra y del agua que gotea, y me duelen los ojos debido a la oscuridad, y no puedo comer ni beber lo que me dan, porque todo apesta con el olor de ellos...

Los sollozos de Calista casi enloquecieron a Andrew. Además de la imposibilidad de tocarla, consolarla de alguna manera, deseaba cogerla entre sus brazos, estrecharla muy fuerte, aquietar su llanto. Y ella se hallaba ante él con un aspecto tan real, tan sólido, que él podía llegar a distinguir su respiración y las lágrimas que no dejaban de rodar sobre las mejillas. Y, sin embargo, ni siquiera podía rozarle la punta de los dedos.

—No llores, Calista —suplicó, impotente—. De alguna manera Damon y yo te encontraremos, y si él no quiere... ¡puedes estar segura de que yo mismo lo intentaré!

Alzando súbitamente la vista, vio que Damon estaba de pie en el umbral. Tenía los ojos muy abiertos. Dijo, con un suspiro de asombro:

—¿Calista está
aquí
?

—Parece imposible que no la veas —dijo Andrew, y otra vez sintió ese extraño y tentativo tentáculo en busca de contacto, como un roce directo sobre su mente. Pero no se resistió. Al menos Damon averiguaría que le estaba diciendo la verdad.

—En realidad, nunca he dudado de ti —dijo Damon, y sus ojos estaban muy abiertos de asombro y de tristeza.

—¿Damon está aquí? ¡Damon! —exclamó Calista, y los labios le temblaban—. Dices que está aquí y yo no puedo verlo. Como un fantasma, un fantasma en mi propia casa y en el cuarto de mi hermano... —Hizo un desesperado intento por controlar el llanto. Andrew sintió la desesperación de su lucha por calmarse—. Dile a Damon que debe encontrar mi piedra estelar.
Ellos
no la encontraron porque no la llevaba puesta. Dile que no la llevo colgando del cuello como él.

Andrew repitió el mensaje a Damon en voz alta. Se sintió incómodo, como un médium que transmitiera mensajes de un espíritu incorpóreo. La idea lo hizo estremecerse; esos espíritus por lo general pertenecían a gente muerta.

Damon tocó el cordón que le rodeaba el cuello.

—Había olvidado que ella lo sabía. Dile que la tiene Ellemir, la halló debajo de su almohada, y pregúntale...

Andrew repitió sus palabras y Calista lo interrumpió.

—Eso explica por qué... sabía que
alguien
la había tocado, pero si fue Ellemir... —Su forma empezó a oscilar y perder nitidez, como si el esfuerzo por hacerse visible le hubiera exigido más de lo que podía dar. Ante el grito de preocupación de Andrew agregó—: Estoy muy débil... me siento como si estuviera muriendo... o tal vez... Observad la piedra. —Y desapareció.

Andrew se quedó mirando, aterrado, el lugar de donde había desaparecido la imagen. Cuando repitió sus últimas palabras, Damon salió corriendo, llamando a Ellemir a gritos.

—¿Dónde estabas? —preguntó furioso cuando la joven apareció.

Ella lo miró asombrada e irritada.

—¿Qué te pasa? —Tenía las ropas empapadas en sangre—. He estado atendiendo a los heridos. ¿No tengo derecho a darme un baño y ponerme ropas limpias? ¡Hasta los sirvientes han recibido mi permiso para hacerlo!

Qué parecida, a Calista, y qué distinta
, pensó Andrew, y sintió un resentimiento completamente irracional, porque ella estaba caminando libremente por allí, gozando de un baño y de ropas limpias, mientras Calista estaba sola y sollozando en la oscuridad, en alguna parte.

—La piedra estelar, rápida —exigió Damon—. A través de ella podemos averiguar si Calista está viva y se encuentra bien. —Explicó rápidamente a Andrew que cuando un experto en matrices moría, su piedra estelar también «moría», ya que perdía color y brillo.

Ellemir la extrajo, manejándola con suavidad a través de la seda aislante, pero latía con tanto brillo como siempre.

—Está exhausta y asustada —observó Damon—, pero físicamente está muy fuerte, pues de otro modo la piedra no brillaría tanto. ¡Andrew! Cuando vuelva a ti, dile que debe comer y beber, para estar fuerte, para conservar su fuerza hasta que podamos rescatarla. Me pregunto por qué habrá insistido tanto en que halláramos su piedra estelar.

Andrew extendió la mano hacia ella.

—¿Puedo...? —preguntó.

—Es peligroso —advirtió Damon, vacilante—. Nadie puede usar una piedra sintonizada con otro.

Entonces recordó que Calista era Celadora, y que las Celadoras estaban tan entrenadas que a veces podían sintonizarse con la piedra de otro. Leonie había sostenido la de Damon muchas veces, y aunque el levísimo roce de Ellemir sobre la piedra, a pesar de haberle salvado la vida, había significado para él una agonía, el contacto de Leonie no le había resultado más doloroso que una caricia en la mejilla. Durante el entrenamiento, antes de que le enseñaran cómo sintonizar su piedra estelar con el ritmo de su cerebro y de sus energías, le habían adiestrado con la piedra de su Celadora; y durante ese lapso había estado tan en contacto con Leonie que ambos permanecían mutuamente abiertos.

Incluso ahora, una simple idea bastaría para atraerla hasta mí
, pensó.

Andrew supo lo que Damon estaba pensando.
Es como si me transmitiera sus pensamientos. Me pregunto si lo sabrá.

—Si Calista y yo no estuviéramos en estrecho contacto —arguyó con suavidad—, no creo que siguiera volviendo a mí. —Vaciló un momento, reacio a revelar más; después advirtió que por el bien de Calista, por el bien de todos, no era justo reservarse ni siquiera aquello que era tan privado y personal. Dijo, tratando de conservar un tono neutro—: Yo... yo la amo, sabes. Haré lo que creas que es mejor para ella, sin importar lo que me exija. Sabes más que yo sobre estas cosas. Estoy completamente en tus manos.

Por un instante, Damon sintió rechazo (
Este extraño, este desconocido, hasta sus mismos pensamientos mancillan a una Celadora
), después se obligó a ser justo. Andrew no era un extraño. Sin saber cómo había ocurrido, fuera lo que fuese, este extraño, este terráqueo, tenía
laran
. En cuanto a amar a una Celadora, él mismo había amado a Leonie toda su vida, y ella jamás se había enojado por eso ni lo había considerado una afrenta, aunque tampoco había respondido nunca al deseo de él; aceptó su amor, pero de una manera casi enteramente asexuada. Calista también sería capaz de defenderse, si lo deseaba, de las emociones de este extraño.

Andrew se estaba cansando de observar toda la situación a través de los ojos de Damon.

—Hay algo que no comprendo —dijo—. ¿Por qué una Celadora tiene que ser necesariamente virgen? ¿Es una ley? ¿Algo religioso?

—Siempre ha sido así —contestó Ellemir—, desde el más remoto pasado.

Por supuesto, pensó Andrew, ésa no era una razón.

Damon percibió su insatisfacción.

—No sé si podré explicarlo con rigor, pero es una cuestión de energías nerviosas. La gente tiene una determinada cantidad. Uno aprende a proteger las corrientes energéticas, a usarlas más efectivamente, a relajarse, a proteger la propia fuerza. Bien, ¿qué es lo que consume mayor cantidad de energía humana? El sexo, por supuesto. A veces se puede usar para canalizar energía, pero ese tipo de actividad tiene un límite. Y cuando uno está sintonizado con las gemas matrices... bien, la energía que aportan es ilimitada, pero la carne, la sangre y las ondas cerebrales humanas sólo pueden tolerar una determinada cantidad. Para un hombre resulta bastante simple. Es imposible que se sobrecargue de sexo, pues si está demasiado sobrecargado con seguridad que no funcionará sexualmente en absoluto. Los telépatas de matrices lo averiguan muy pronto. Es necesario subsistir con raciones muy pequeñas de sexo si se quiere conservar la energía necesaria para cumplir con el trabajo. Para una mujer, sin embargo, es fácil... bien, sobrecargarse. De modo que la mayoría de las mujeres deben elegir entre permanecer castas o tener mucho cuidado de no sintonizarse con las estructuras

más complejas de las matrices. Porque eso puede matarlas en un instante, y no es muerte dulce.

Recordó una historia que le había contado Leonie al principio de su entrenamiento.

—Una vez te dije que no era fácil violar a una Celadora que no lo deseara... pero es algo posible, que alguna vez se ha hecho. Había una vez una Celadora, era princesa de la casa de Hastur, y ocurrió durante una de las guerras, cuando esas mujeres podían ser utilizadas como rehenes. Lady Mirella Hastur fue secuestrada, y la arrojaron a las puertas de la ciudad, porque creyeron que ya no podría hacerles más daño. Pero la otra Celadora de la Torre había sido asesinada, y no había nadie que pudiera enfrentarse a los invasores que atacaban Arilinn. De modo que lady Mirella ocultó lo que le habían hecho, y fue a las pantallas, y durante horas luchó contra las fuerzas de ataque. Pero cuando la batalla concluyó y ya todos los invasores yacían muertos o agonizantes ante las puertas de la ciudad, ella se retiró de las pantallas y cayó muerta también, quemada como una antorcha consumida. La abuela de Leonie era
rikhi
, Subceladora, en esa época y vio morir a lady Mirella. Después contó que no sólo su piedra estelar se ennegreció y consumió, sino que también las manos de la dama estaban quemadas como con fuego, y su cuerpo consumido por las energías que ya no había podido dominar. En Arilinn hay un monumento dedicado a ella —concluyó—. Presentamos nuestros respetos a su memoria cada año en la Noche del Festival, pero yo creo todavía que está allí como advertencia para cualquier Celadora que coquetee con sus poderes... o con su castidad.

Andrew se estremeció, y pensó:
Tal vez baya sido bueno que no haya podido tocar a Calista ni un segundo. ¡Me pregunto, sin embargo, si Damon no me habrá contado esta historia para que no se me ocurra ninguna mala idea más adelante!

Damon hizo un gesto a Ellemir.

—Dale la piedra, niña —dijo—. Tócala suavemente al principio, Andrew. Muy suavemente. Ésta es tu primera lección —agregó con ironía—. Nunca aferres una piedra estelar entre las manos. Manéjala siempre como si fuera un ser vivo. —
¿También debo hacer la función de Celadora? ¿Entrenar al terráqueo como Leonie me entrenó a mí?

Andrew cogió la piedra que relucía en la mano extendida de Ellemir. Había captado el rencoroso pensamiento de Damon y se preguntó por qué estaría tan irritado el delgado señor del Comyn. ¿Acaso aquí todas las telépatas eran mujeres, y por eso Damon sentía que su misión menoscababa su virilidad? No, no podía tratarse de eso, en caso contrario Damon no tendría una piedra. Pero Andrew sentía que
algo
pasaba. La piedra estelar era levemente cálida al tacto incluso a través de la seda. De alguna manera había esperado que fuera igual que cualquier otra gema, fría y dura. En cambio, tenía en su palma el latido de una cosa viva.

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