La espada encantada (11 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Damon se inclinó hacia adelante y puso la mano sobre las de Ellemir.

—Niña, él no conoce nuestras costumbres. No pretendió ofenderte... Extranjero, entre nosotros es un agravio mirar fijamente a las jóvenes. Si fueras uno de nosotros, el honor me obligaría a retarte a duelo. Puede disculparse la ignorancia en el caso de un niño o de un extranjero; me doy cuenta de que no eres el tipo de hombre que ofendería deliberadamente a las mujeres, de modo que te instruyo sin ánimo de insultarte. —Sonrió como si estuviera ansioso de que Carr supiera que no deseaba ofenderlo.

Con incomodidad, Carr desvió la mirada de Ellemir. Una costumbre infernal, tardaría bastante tiempo en acostumbrarse.

—Espero que no sea descortés hacer preguntas —dijo Andrew—. Me serían útiles algunas respuestas. Los dos vivís aquí...

—Aquí vive Ellemir —dijo Damon—. Su padre y sus hermanos están en el Concejo del Comyn.

—¿Tú eres su hermano? ¿Su esposo?

Damon sacudió la cabeza.

—Un pariente; cuando raptaron a Calista, ella acudió a mí. También a nosotros nos gustaría hacerte algunas preguntas. Eres un terráqueo de la Ciudad Comercial. ¿Qué hacías en las montañas?

Andrew les contó algo acerca de la expedición de Cartografía y Exploración.

—Me llamo Andrew Carr.


Ann'dra
—repitió lentamente Ellemir, con una leve inflexión—. Bien, eso no resulta muy extranjero; hay Anndras y MacAnndras en las Kilghard Hills, Mac Anndras y MacArans...

Y además esto
, pensó Andrew,
los nombres de este planeta. Son muy parecidos a los nombres de la Tierra.
Sin embargo, por lo que había oído, ésta no era una de las colonias establecidas por las sociedades o las naves del Imperio Terrano. Bien, sería mejor dejar eso por ahora.

—¿Has comido lo suficiente? —preguntó Damon—. ¿Estás seguro? El frío puede agotar rápidamente tus reservas; debes comer bien para conservarlas.

Ellemir, que mordisqueaba unos frutos secos parecidos a pasas, comentó:

—Damon, has comido como si hubieras pasado días en mitad de la tormenta.

—Créeme, eso me pareció —respondió Damon con humor, y se estremeció—. No te lo conté todo porque llegó él y nos distrajo, pero me arrojaron a un nivel en el que la tormenta proseguía, y si no me hubieras traído de regreso... —Se quedó mirando algo invisible para Carr y para la joven—. ¿Por qué no nos acercamos al fuego y nos ponemos cómodos y conversamos? Ahora que ya no tienes frío y te sientes, espero, cómodo... —Hizo una pausa.

Andrew adivinó que se esperaba de él algún comentario formal.

—Muy cómodo. Gracias.

—Ha llegado el momento de repasar tu relato, desde el principio y con todo detalle.

Se acercaron a la chimenea. Andrew se sentó en uno de los bancos de respaldo alto, y Ellemir en una silla baja. Damon se dejó caer en la alfombra, a los pies de la muchacha.

—Ahora empieza —pidió—, y cuéntanoslo todo. Quiero que te detengas especialmente en cada palabra que intercambiaste con Calista; aunque tú no la hayas comprendido, en cada palabra suya puede esconderse alguna clave significativa para nosotros. ¿Has dicho que la viste por primera vez después de que tu avión se estrelló?

—No, ésa no fue la primera vez —rectificó Andrew, y les contó la historia de la adivina de la Ciudad Comercial, la bola de cristal, y cómo había visto el rostro de Calista. Vaciló ante la idea de tratar de contarles exactamente hasta qué punto había sido profundo ese contacto fortuito, y finalmente no comentó nada al respecto.

—¿Y la aceptaste como real, entonces? —preguntó Ellemir.

—No —respondió Andrew—. Creí que era un juego... de adivinos. Incluso sospeché que la vieja dama no era más que una alcahueta, que me mostraba mujeres por la razón más evidente. La adivinación suele ser una estafa.

—¿Cómo es posible? —exclamó Ellemir—. ¡Si alguien fingiera tener poderes psi y en realidad no los poseyera, recibiría el trato de un criminal! ¡Es un delito muy grave!

—Mi pueblo no cree que haya poderes psi que no sean fingidos —objetó Andrew con sequedad—. En ese momento pensé que la muchacha era un sueño. La materialización de mis deseos, si así lo preferís.

—Y, sin embargo, era lo bastante real como para que cambiaras tus planes y decidieras quedarte en Darkover —observó Damon irónicamente.

Andrew se sintió incómodo bajo la mirada penetrante del otro.

—No tenía ningún lugar en especial a donde ir. Soy... ¿cómo reza el viejo dicho? «Soy el gato que anda solo y para mí todos los lugares son parecidos.» De modo que este lugar era tan bueno como cualquier otro, y mejor que la mayoría. —Mientras decía esto, recordó que Damon había señalado: «Sé cuando alguien me miente», pero no pudo explicarlo y comprendió que sería tonto intentarlo—. De todos modos, me quedé. En aquel momento me pareció una buena idea. Un capricho, digamos.

Para alivio de Carr, Damon dejó la cuestión allí.

—En todo caso, por alguna razón, te quedaste. ¿Cuándo ocurrió exactamente eso?

Andrew calculó el tiempo, y Ellemir sacudió la cabeza, perpleja.

—En ese momento Calista estaba a salvo en la Torre. ¡Difícilmente hubiera enviado un mensaje psi pidiendo ayuda y consuelo, y menos aún a un extraño!

—No te pido que lo creas —contestó obstinadamente Carr—. Sólo estoy tratando de contar exactamente lo que ocurrió, según yo lo sentí. Se supone que sois vosotros los que comprendéis cuestiones psíquicas como éstas. —Una vez más, ambos cruzaron la mirada con extraña hostilidad.

—En el supramundo —explicó Damon—, el tiempo suele estar desenfocado. Puede haberse dado algún elemento de precognición para los dos.

—Actúas como si creyeras su historia, Damon —estalló Ellemir.

—Le estoy concediendo el beneficio de la duda, y te sugiero que hagas lo mismo. Te recuerdo, Ellemir, que ni tú ni yo podemos establecer contacto con Calista. Si este hombre lo ha hecho, es muy posible que sea nuestro único vínculo con ella. Sería mejor no enfurecerlo.

Ella bajó los ojos y murmuró brevemente:

—Proseguid. No volveré a interrumpir.

—Entonces, Andrew... ¿tu siguiente contacto con Calista fue cuando se estrelló la nave?

—Después de que se estrellara. Yo yacía semiinconsciente en la cornisa, y ella me llamó y me dijo que buscara refugio.

Lentamente, tratando de recordar palabra por palabra lo que le había dicho Calista, les contó de qué manera ella lo había salvado, impidiendo que volviera a entrar en el avión un momento antes de que éste se despeñara en el abismo.

—¿Crees que podrías volver a hallar el lugar? —preguntó Ellemir.

—No lo sé. Las montañas resultan confusas cuando no se está habituado a ellas. Supongo que podría intentarlo, a pesar de que el viaje de ida ya fue suficientemente malo para mí.

—No veo qué necesidad hay de ello —observó Damon—. Continúa. ¿Cuándo volvió a aparecerse?

—Después de que empezara a nevar. En realidad, cuando todo empezaba a convertirse en una tormenta terrible; yo ya estaba dispuesto a perder toda esperanza, y había empezado a pensar que lo mejor sería encontrar un lugar cómodo para tenderme a morir.

Damon reflexionó un momento.

—Entonces, el vínculo entre ambos es bilateral. Posiblemente la necesidad de
ella
, estableció el contacto contigo la primera vez. Pero fue
tu
necesidad la que la trajo hasta ti, al menos en la ocasión de la tormenta.

—Pero si Calista está libre en el supramundo —exclamó Ellemir—, ¿por qué no pudo acercarse a ti allí, Damon? ¿Por qué Leonie no pudo alcanzarla? ¡No tiene sentido!

Se la veía tan perturbada, tan frenética, que Carr no pudo tolerarlo. Se parecía demasiado al llanto de Calista.

—Me dijo que no sabía dónde estaba... que la tenían en la oscuridad. Si te sirve de consuelo, Ellemir, acudió a mí tan sólo porque había intentado comunicarse contigo sin lograrlo. —Trató de reconstruir las palabras exactas. No resultaba fácil, y estaba empezando a sospechar que Calista había contactado directamente con su mente, sin necesidad de palabras—. Creo que mencionó algo así como que al parecer las mentes de sus parientes y amigos habían sido borradas de la superficie del mundo, que había vagado largo tiempo en la oscuridad en su busca, hasta que por fin se había encontrado en comunicación conmigo. Y después dijo que seguía volviendo a mí porque estaba sola y asustada —notó cómo su propia voz se hacía más densa—, y porque un desconocido era mejor que no tener a nadie en absoluto. Creía que la tenían en una parte de ese nivel... ¿supramundo, lo llamáis?, al que no podían llegar las mentes de su gente.

—¿Pero cómo? ¿Por qué? —preguntó Ellemir.

—Lo siento —dijo Carr humildemente—. No podría contestarte. Tu hermana se tomó muchísimo trabajo para explicarme estas nociones, y todavía no estoy seguro de haberlas comprendido. Si lo que digo no es correcto, no es porque mienta, sino porque no dispongo de la terminología apropiada. Al parecer, lo comprendía todo cuando Calista me lo explicaba, pero expresarlo ahora es algo muy diferente.

El rostro de Ellemir se suavizó un poco.

—No creo que estés mintiendo, Ann'dra —le confortó volviendo a pronunciar mal su nombre de esa manera suave y extraña—, si hubieras venido aquí con algún mal propósito, seguramente podrías urdir mentiras mucho mejores que ésas. Pero por favor, trata de contarnos todo lo que puedas acerca de Calista. ¿La han herido, parecía dolorida, ha sufrido malos tratos? ¿De veras la viste? ¿Qué aspecto tenía? Oh, sí, tienes que haberla visto si pudiste reconocerme.

—No parecía herida, aunque tenía un golpe en la mejilla. Llevaba puesto un delgado vestido azul, que parecía un camisón; nadie en su sano juicio lo usaría al aire libre. Tenía... —cerró los ojos, para visualizarla mejor—, tenía alguna clase de bordado en el dobladillo, en verde y oro, pero estaba desgarrado y no pude distinguir el dibujo.

Ellemir se estremeció ligeramente.

—Ya sé qué prenda es. Tengo una igual. Calista la llevaba puesta la noche en que... nos atacaron. ¡Dime más, rápido!

—Esto demuestra que su historia es cierta —intervino Damon—.

Yo la vi, sólo por un instante, en el supramundo. Todavía llevaba ese camisón. Lo que me indica dos cosas. En primer lugar, que él ha visto realmente a Calista. Y una mala noticia que ella no puede, por más que camine por el supramundo como por su casa, vestirse con algo más apropiado, ni siquiera con el pensamiento. Cuando en otras ocasiones la he visto en el supramundo, siempre vestía como corresponde a una
leronis
... una hechicera —agregó para explicarle a Andrew—, con las vestiduras de color carmesí y un velo, como corresponde a una Celadora. —Sin quererlo, repitió lo que había dicho Leonie—: Si estuviera drogada, o en trance, si le hubieran quitado la piedra estelar, o si la hubieran maltratado tanto que su mente estuviera obnubilada por la locura...

—No puedo creer eso —objetó Andrew—. Todos sus actos eran demasiado... demasiado sensatos, demasiado deliberados, si así lo prefieres. Me guió hasta un lugar concreto en medio de la tormenta y después regresó para mostrarme dónde guardaban la comida para casos de emergencia. Le pregunté si tenía frío y me dijo que no hacía frío en el sitio donde estaba. Además, cuando observé el magullón en su rostro, le pregunté si estaba bien, y me dijo que no la habían lastimado ni maltratado.

—Trata de recordar todo lo que te dijo —rogó Damon.

—Me dijo que la cabaña de pastores donde me había refugiado de la tormenta no estaba más que a unas millas de aquí. Comentó que le gustaría estar conmigo allí con el cuerpo, y así que cuando pasara tormenta podría regresar en un momento... —Frunció el ceño, tratando de recordar una vez más una comunicación que parecía ser más conceptual que a través de palabras—. Para estar segura y cálida en su hogar.

—Conozco el lugar —comentó Damon—. Coryn y yo dormíamos allí cuando éramos jóvenes y salíamos a cazar. Es importante que Calista haya podido llegar hasta allí con el pensamiento. —Frunció el ceño, tratando de sacar alguna conclusión—. ¿Qué más te dijo Calista?

Fue después de eso que desperté y la encontré durmiendo casi en mis brazos
, pensó Andrew,
pero condenado sea si te cuento algo de eso. Eso es un asunto estrictamente entre Calista y yo.
Y sin embargo, si alguna cosa de las que ella le había dicho al azar pudiera proporcionar a Damon una clave de su paradero actual... Andrew se detuvo, sin decidirse.

Damon comprendió con toda claridad el conflicto por su expresión, y lo siguió con mayor acierto del que Andrew hubiera creído. Le dijo con amabilidad, tratando de protegerlo:

—Me parece lógico que solos en la oscuridad, ambos en lugares hostiles y desconocidos, hayáis intercambiando... —hizo una pausa y Andrew, sensible al espíritu del otro, supo que Damon estaba buscando una palabra que no invadiera demasiado profundamente sus emociones— confidencias. No tienes que contarnos eso.

Es raro lo cerca, que está de mí esta gente, casi sabe lo que estoy pensando.
Andrew era consciente de que Damon no quería interferir en sus sentimientos ni en los sucesos más íntimos que había compartido con Calista.
Intimidad... rara palabra cuando ni siquiera le he puesto los ojos encima. Estar tan cerca, tan cerca de una mujer a la que nunca he visto.
También era consciente del rostro ceñudo de Ellemir y sabía que ella, por su parte percibía el fuerte vínculo que lo unía a su hermana, y no lo aprobaba.

El mismo Damon percibía el resentimiento de Ellemir.

—Niña, deberías estar agradecida de que alguien, cualquiera, pueda establecer contacto con Calista. ¿Sólo porque tú no puedes llegar a ella y consolarla, vas a enojarte porque un extraño sí pueda? ¿Preferirías que estuviera completamente sola en su cautiverio? —Se volvió hacia Andrew como pidiendo disculpas por Ellemir—. Es muy joven, y ambas son gemelas. Pero por tu amabilidad con mi pariente, estoy dispuesto a ser tu amigo. Ahora, si puedes decirme todo lo que ella dijo, acerca de sus captores...

—Dijo que estaba en la oscuridad —siguió Andrew—, y que no sabía exactamente dónde, y que si lo supiera con precisión podría irse de ese lugar. Yo no lo entendí del todo. Dijo que como no lo sabía con rigor, su cuerpo, así parecía diferenciarlo, tenía que permanecer en el sitio donde lo habían confinado. Y los maldijo.

—¿No dijo quiénes eran? —preguntó Damon.

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