La espada encantada (12 page)

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Authors: Marion Zimmer Bradley

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

—Lo que dijo no tenía ningún sentido para mí —respondió Andrew—. Dijo que no eran hombres.

—¿Te contó cómo lo sabía? ¿Comentó si los había visto? —preguntó Damon con ansiedad.

—No —contestó Andrew—. Dijo que no los había visto, que sospechaba que la mantenían en la oscuridad para que
no pudiera
verlos. Pero sospechaba que no eran hombres porque... —Una vez más vaciló, tratando de hallar la manera de expresarlo, y entonces pensó:
Oh demonios, si a Calista no le importó hablar de ello con un desconocido, no debe de ser un asunto tan embarazoso
—. Dijo que sabía que no eran humanos porque ninguno de ellos había intentado violarla. ¡Daba por hecho que un hombre cualquiera lo habría intentado, lo cual no dice mucho en favor de los hombres de este planeta!

—Sabíamos —explicó Damon— que cualquiera que se rebajara a secuestrar una
leronis
, una Celadora, no sería amigo de la gente de los Dominios. Yo había supuesto que la raptaron no en cualidad de mujer, por venganza o para esclavizarla, sino en particular por su condición de telépata experta. Los raptores no podían pretender obligarla a utilizar sus poderes de Celadora en contra de su propia gente. Pero si la mantenían prisionera y sin la piedra estelar, ella tampoco podría utilizar esos poderes contra ellos. Y los secuestradores, si fueran humanos, sabrían que una Celadora siempre es virgen, y que hay una manera más simple de anular sus poderes. Una Celadora que cayera en poder de enemigos de su pueblo, no seguiría siendo virgen durante mucho tiempo.

Carr se estremeció, asqueado.
¡Qué mundo infernal, donde esta clase de guerra contra las mujeres se da por sentada!

Una vez más, Damon siguió sus pensamientos y dijo, con una leve sonrisa irónica:

—Oh, no es ni tan sencillo ni tan unilateral, Andrew. El hombre que trata de violar a una
leronis
no se enfrenta a una víctima fácil ni inocente, sino que arriesga la vida, por no hablar de la cordura. Calista es una Alton, y si ataca con todo su poder, puede paralizar e incluso matar.
Puede
hacerse, hay quien lo ha conseguido, pero es una batalla más equilibrada de lo que tú te imaginas. Ningún hombre cuerdo le pone las manos encima a una hechicera del Comyn si ella no lo quiere. Pero a cualquiera que tenga razones para sospechar que los poderes de una Celadora se utilizarán contra él, el peligro le puede parecer justificado.

—Pero no la han tocado, dices —agregó Ellemir.

—Eso dijo ella.

—Entonces —señaló Damon—, creo que mi primera suposición es acertada. Calista está en manos de los hombres-gato, y ahora sabemos por qué. Ya antes, cuando hablé con Reidel, supuse que en algún lugar de las tierras oscuras algo o alguien está experimentando con piedras matrices prohibidas, e intenta trabajar con poderes telepáticos para acaparar esas fuerzas fuera de la custodia del Comyn y de los Siete Dominios. Algunos hombres lo han intentado antes. Pero por lo que sé, es la primera vez que una raza no humana hace la tentativa.

De repente Damon se estremeció, como si sintiera frío o miedo. Buscó a ciegas la mano de Ellemir, como para tranquilizarse con algo sólido y cálido.

Como si estuviera en la oscuridad
, pensó Andrew,
y sintiera tanto miedo como Calista.

—¡Y lo han logrado! ¡Han logrado que las tierras oscuras sean inhabitables para la humanidad! ¡Pueden caer sobre nosotros con armas invisibles, y ni siquiera Leonie pudo hallar a Calista cuando ellos la ocultaron en la oscuridad! ¡Y son fuertes, que Zandru los ataque con sus escorpiones! Son fuertes. He recibido el entrenamiento de la Torre, pero me arrojaron de su nivel a una tormenta que no pude superar. ¡Me gobernaron como si fuera un niño! ¡Dioses! ¡Dioses! ¿Estamos impotentes ante ellos, entonces? ¿No tenemos esperanza?

Sepultó el rostro entre las manos, estremeciéndose. Andrew lo miró sorprendido y consternado, habló con lentitud, extendiendo la mano para posarla en el hombro de Damon.

—No te pongas así. Eso no ayuda a nadie. Mira, tú mismo dijiste que Calista todavía conserva sus poderes, sean cuales fueren. Y pudo llegar a mí. Tal vez, sólo tal vez... no sé nada de esto, ni de las guerras o disputas que tenéis en este mundo, pero sí sé acerca de Calista y... y me importa mucho... Tal vez, digo, hay alguna manera de que yo pueda averiguar dónde está... ayudarla a volver.

Damon alzó el rostro pálido y demacrado, y observó al terráqueo con asombro.

—Sabes... —le confesó—, estás en lo cierto. No había pensado en eso.

puedes llegar a Calista. No sé por qué ni cómo ha ocurrido y tampoco sé de qué utilidad puede sernos, pero es la única esperanza que nos queda.
Tú puedes llegar a Calista.
Y ella puede venir a ti, a pesar de que otra Celadora no pudo alcanzarla y de que su propia hermana gemela está también imposibilitada. Después de todo, tal vez haya alguna esperanza.

Asió las manos de Andrew, y de algún modo el terráqueo percibió que para Damon era algo muy especial, que ese contacto, entre telépatas, estaba reservado a una gran intimidad. Por un momento, el gesto lo comunicó de forma casi insoportable con Damon... supo del agotamiento y el temor de Damon, de su desesperada preocupación por sus jóvenes primas, de sus más profundas dudas y terrores acerca de su propia virilidad... Por un momento Andrew deseó retirarse, rechazar esta no buscada intimidad que Damon, al límite de su resistencia, había arrojado sobre él; entonces su mirada se cruzó con la de Ellemir, y ahora sus ojos se parecían tanto a los de Calista, ya no despectivos sino implorantes, colmados de temor por Damon (
Bueno, ella le quiere
, pensó Andrew de repente,
a mí tampoco me parece demasiado hombre, pero ella le quiere, aunque no lo sepa
), que no pudo rechazar ese ruego. Eran los parientes de Calista, y él quería a Calista; para bien o para mal estaba metido en sus asuntos.
Es mejor que me acostumbre ahora
, pensó, y en un torpe arrebato de algo parecido al afecto, rodeó con un brazo los hombros de Damon y lo estrechó con rudeza.

—No te preocupes tanto. Haré todo lo que pueda. Siéntate, ahora, antes de que te derrumbes. ¿Qué demonios has andado haciendo, de todos modos?

Recostó a Damon en el banco que se hallaba ante el fuego. El insoportable contacto disminuyó, desapareció, Andrew se sentía confundido y un poco preocupado por la intensidad de la emoción que se había producido. Era como tener un hermano pequeño, pensó, oscuramente.
El no es lo bastante fuerte para llevar este asunto.
Se le ocurrió que, en realidad, Damon era mayor que él y que tenía mucha más experiencia en estos curiosos contactos, pero de todas formas se sentía mayor, protector.

—Lo siento —murmuró Damon—. He estado toda la noche en el supramundo, buscando a Calista. Yo... fracasé.

Suspiró, con una sensación de absoluto alivio.

—Pero ahora ya sabemos dónde está, o al menos cómo ponernos en contacto con ella. Con tu ayuda...

—No sé nada de estas cosas —advirtió Andrew.

—Oh, eso —dijo Damon, encogiéndose de hombros como para descartar la idea. Parecía exhausto por completo—. Tenía que haber mostrado más sentido común; ya no estoy habituado al supra-mundo. Tendré que descansar e intentarlo de nuevo. Ahora ya no me quedan fuerzas. Pero cuando pueda intentarlo de nuevo... —enderezó la espalda— ¡será mejor que los condenados hombres-gato se preparen! Creo que tengo un buen plan.

Y eso
, pensó Andrew,
es muchísimo más de lo que tengo yo. Pero creo que Damon sabe lo que se trae entre manos, y por ahora, esto me basta.

6

Damon Ridenow se despertó y por un momento permaneció mirando al techo. El día moría; tras la agotadora búsqueda de toda la noche en el supramundo, y después del diálogo con Andrew Carr. Había dormido la mayor parte del día. El cansancio había desaparecido, pero el temor seguía allí, en lo profundo. El terráqueo era su único vínculo con Calista, y resultaba extraño e impensado que uno de aquellos hombres de otro mundo fuera capaz de establecer contacto telepático con uno de los suyos. ¡Terráqueos con los poderes de
laran
del Comyn! ¡Imposible! No, no era imposible:
había ocurrido.

No tenía nada personal en contra de Andrew, sólo la idea de que aquel hombre era un extraño, un ser de otro planeta. En cuanto al hombre en sí mismo, Damon tendía a apreciarlo. Sabía que eso ocurría, en parte, como consecuencia de la armonía mental que por un momento ambos habían compartido. En la casta telepática, con frecuencia era el accidente de poseer
laran
, el poder telepático específico, lo que determinaba el grado de intimidad de una relación. Casta, familia, posición social, cualquier clasificación perdía importancia comparada con el único elemento definitivo: se poseía o no ese poder congénito, y en consecuencia se era pariente o extraño. Siguiendo ese criterio, el más importante en Darkover, Andrew Carr pertenecía al clan, y el hecho de que fuera terráqueo era un factor sin relevancia.

También Ellemir había adquirido una súbita importancia en su vida.

Al ser lo que era, un telépata congénito y entrenado en la Torre, el contacto entre las mentes creaba una intimidad que se hallaba por encima y más allá de cualquier otro vínculo. Había sentido eso por Leonie... veinte años mayor que él, obligada por ley a permanecer virgen, nunca hermosa. Durante el tiempo que pasó en la Torre, y mucho después, él la había amado profunda y desesperanzadamente, con una pasión que lo había insensibilizado para el resto de las mujeres. Si Leonie estaba enterada —y no podía haber evitado saberlo, dado lo que ella era—, el hecho no había establecido ninguna diferencia. Las Celadoras recibían entrenamiento para ser indiferentes a la sexualidad por medio de métodos incomprensibles para los hombres o mujeres normales.

El pensar en eso lo llevó a recordar una vez más a Calista... y a Ellemir. La había conocido casi durante toda su vida. Pero era casi veinte años mayor que ella. Sus padres lo habían instado a casarse muchas veces, pero el amor de la primera juventud se había disipado en el calor blanco del fuego que lo devoraba por la inalcanzable Leonie. Más tarde, no había creído que tuviera nada que ofrecer a una mujer. La intimidad que había tenido con los hombres y mujeres del círculo de la Torre, con mentes y corazones mutuamente abiertos (siete seres reunidos en una intimidad en la que nada, por pequeño que fuera, podía permanecer oculto) y donde nada se rechazaba, lo había incapacitado para cualquier contacto más pobre. Expulsado de la Torre, su soledad había sido tan desolada que nada había podido disiparla.

Solo, solo, toda mi vida en soledad. Y jamás soñé... Ellemir, mi pariente, pero una niña, sólo una muchachita...

Incorporándose rápidamente de la cama, se dirigió a la ventana y miró hacia el patio. Ellemir no era
tan
joven. Era lo bastante mayor como para regentar este vasto Dominio mientras sus parientes estaban en el Concejo del Comyn. Debía de tener cerca de veinte años. Suficientes como para tener un amante; lo bastante mayor, si quería, como para casarse. Era
Comynara
por derecho propio, y su propia dueña.

Pero también es lo bastante joven como para merecer a alguien mejor que yo, desgarrado por el miedo y la incompetencia...

Se preguntó si Ellemir habría pensado alguna vez en él como amante, si había conocido a otros hombres. Eso esperaba. Si Ellemir lo amaba, él deseaba que ese sentimiento estuviera edificado sobre la conciencia, la experiencia, el conocimiento de los hombres; que no fuera el enamoramiento de una muchacha inexperta, que bien podría desaparecer cuando conociera a otros hombres. Sintió dudas. Hermana gemela de una Celadora, de alguna manera podía haber adoptado algo de la indiferencia condicionada de Calista hacia los hombres.

En cualquier caso, el sentimiento que había entre ellos ya se había convertido en algo evidente y a lo que debía enfrentarse. La sensibilidad, la conciencia casi sexual que había entre ellos, era algo que ya no podían ignorar y, sin duda, no había razón alguna para hacerlo. Además, eso aumentaría su capacidad de trabajar juntos en la tarea que los esperaba: se habían comprometido a encontrar a Calista, y la relación existente entre ellos incrementaría el grado de contacto y la fuerza. Después... bien, tal vez nunca se apartarían el uno del otro. Sonriendo apenas, Damon aceptó la idea de que acaso tuvieran que casarse; difícilmente podrían vivir separados después de esto. Bien, eso tampoco le disgustaría demasiado, a menos que Ellemir, por alguna razón, no estuviera de acuerdo.

Estas reflexiones aún persistían en la superficie de su mente mientras bajaba, pero cuando vio a Ellemir en el Gran Salón, toda duda se disipó. Incluso antes de que ella alzara la mirada seria hacia él, supo que también Ellemir había aceptado y advertido sus emociones. Dejó caer el trabajo de costura que tenía entre las manos y se acercó a él, refugiándose en sus brazos sin una palabra. Él exhaló un suspiro de alivio. Al cabo de un rato, durante el que los dos permanecieron en silencio, inmóviles ante el fuego con las manos entrelazadas, Damon habló.

—¿No te importa,
breda
... que casi pueda ser tu padre?

—¿Tú? Oh no, no... sólo si fueras demasiado viejo para engendrar niños, como le ocurrió a la pobre Liriel cuando la casaron con el viejo Dom Cyril Ardáis;
eso
me molestaría un poco. Pero tú, no, nunca me detuve a pensar si eras viejo o joven —respondió con sencillez—. Creo que no querría tener un amante que no pudiera darme hijos. Sería demasiado triste.

Damon sufrió un incongruente ataque de risa interna. Él jamás había pensado en ese problema. Había que suponer que las mujeres pensarían en las cosas importantes. La idea no era desagradable, y a su familia le agradaría. —Creo que no será necesario que nos preocupemos por eso, preciosa
[2]
cuando llegue el momento oportuno.

—Mi padre estará disgustado —observó lentamente Ellemir—; como Calista está en la Torre, creo que él esperaba que yo me quedara aquí y me ocupara de la casa mientras él viviera. Pero ya he cumplido diecinueve años, y según la ley del Comyn soy libre de hacer lo que me plazca.

Damon se encogió de hombros, pensando en el formidable anciano que era el padre de las gemelas.

—Nunca me ha parecido que Dom Esteban me desaprobara —dijo—, y si no puede tolerar la idea de perderte, poco importa dónde vivamos. Amor... —Se interrumpió, y luego preguntó con temor—: ¿Por qué lloras?

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