La ansiedad y la enfermedad cardíaca en la mujer: Carl Thoreson, artículo presentado en el Congress of Behavioral Medicine, Uppsala. Suecia (julio de 1990). La ansiedad también desempeña un papel fundamental en el desarrollo de una enfermedad coronaria en los hombres. En un estudio llevado a cabo en la Facultad de Medicina de la Universidad de Alabama se evaluaron 1.123 mujeres y hombres, de edades comprendidas entre los cuarenta y cinco y los setenta y siete años, para tratar de determinar su perfil emocional. En el seguimiento que se efectuó veinte años después, los hombres más predispuestos a la ansiedad y las preocupaciones manifestaban, con gran diferencia, mayores indices de hipertensión. Véase Abraham Markowitz et al., Journal of the American Medical Association (14 de noviembre de 1993).
El estrés y el cáncer colorrectal: Joseph C. Courtney et al., “Stressful Life Events and the Risk of Colorectal Cancer”, en Epidemiology, 4 (5), (septiembre de 1993).
El uso de la relajación para contrarrestar los síntomas derivados del estrés: Daniel Goleman y Joel Gurin, Mmd Body Medicine (Nueva York: Consumer Reports BookslSt. Martin's Press, 1993).
La depresión y la enfermedad: Véase Seymour Reichlin, «Neuroendocrine-lmmune lnteractions», en New England Journal of Medicine (21 de octubre de 1993).
Trasplante de médula ósea: citado por James Strain, “Cost Offset From a Psychiatric Consultation-LiaisOn lntervention With Elderly Hip Fracture Patients” en American Jaurnal of Psychiatry, 148 (1991).
Howard Burton et al., “The Relationship of Depression to Survival in Chronic Renal Failure”, en Psychosomatic Medicine (marzo de 1986).
La desesperación y la muerte por ataque cardíaco: Robert Anda et al., “Depressed Affect Hopelessness and the Risk of lschemic Heart Disease in a Cohort of U.S. Adults”, en Epidemiology (julio de 1993).
La depresión y el ataque cardíaco: Nancy Frasure-Smith et al. “Depression Following Myocardial lnfarction”, en Journal of the American Medical Association (20 de octubre de 1993).
Depresión y enfermedades múltiples: el doctor Michael von Korff, psiquiatra de la Universidad de Washington que llevó a cabo el estudio, me confesaba, con respecto de aquellos pacientes para los que llegar con vida al día siguiente constituye un tremendo desafio: «el tratamiento de la depresión permite comprobar que los pacientes mejoran al margen de los cambios en su condición clínica. Si uno se halla deprimido no cabe duda de que los síntomas le parecerán más graves. Sufrir una enfermedad crónica constituye todo un reto adaptativo y, en el caso de que uno se halle deprimido, no podrá cuidar adecuadamente de sí mismo. Pero cuando uno se halla suficientemente motivado, dispone de energía y tiene la autoestima elevada —factores, todos ellos, ausentes en la depresión— uno puede adaptarse considerablemente bien hasta a las más graves incapacitaciones».
El optimismo y el bvpass: Chris Peterson et al., Learned Helplessness: A Theorv ftr the Age oJ Personal Control (Nueva York: Oxford University Press. 1993).
Lesiones en la columna vertebral y esperanza: Timothy Elliott et al., “Negotiating Reality After Physical Loss: Hope, Depression, and Disability”, en Journal of Persona lirv and Social Psvchology. 61,4 (1991).
Los riesgos médicos del aislamiento social: véase, en este sentido, James House et al., “Social Relationships and Health”, en Science (29 de julio de 1988). Véase también una conclusión similar de Carol Smith et al., “Meta-Analysis of the Associations Between Social Support and Health Outcomes”, en Journal of Behavioral Medicine (1994).
La soledad y el riesgo de mortalidad: otros estudios sugieren la intervención de un mecanismo biológico. Estos descubrimientos, citados por House en “Social Relationships and Health”, han demostrado que la mera presencia de otra persona puede reducir la ansiedad y el malestar físico de las personas ingresadas en una unidad de cuidados intensivos. También se ha descubierto que el reconfortante efecto que supone la presencia de otra persona no sólo puede disminuir la tensión arterial y la frecuencia cardíaca sino también la secreción de ácidos grasos que bloquean las arterias. Una de las hipótesis adelantadas para tratar de explicar el saludable efecto del contacto social sugiere la intervención de un mecanismo cerebral.
Esta teoría apunta a los datos procedentes de los estudios sobre animales que muestran los efectos calmantes de la activación de la región posterior del hipotálamo, una de las áreas del sistema limbico que tiene abundantes conexiones con la amígdala. Según esta teoría, la reconfortante presencia de otra persona inhibe la actividad limbica, disminuyendo la secreción de acetilcolina, cortisol y catecolaminas, todos ellos agentes neuroquimicos que afectan directamente a la aceleración de la respiración, el ritmo cardíaco y otros síntomas fisiológicos del estrés.
Strain, “Cost Offset”.
La supervivencia a los ataques cardíacos y el apoyo emocional: Lisa Berkman et al., “Emotional Support and Survival After Myocardial lnfaretion, A Prospective Population Based Study of the Elderly”, en Annals of lnternal Medicine (15 de diciembre de 1992).
El estudio sueco: Annika Rosengren et al., “Stressful LifeEvents Social Support and Mortality in Men Born in l933”. en British Medical journal (19 de octubre de 1993).
Las disputas matrimoniales y el sistema inmunológico:Janice Kiecolt-Glaseret al.,“Marital Quality, Marital Disruption, and immune Function”, en PsvchosomaticMedicine, 49 (1987).
La entrevista con John Cacioppo se publicó en The New York Times del 15 de diciembre de 1992.
La expresión de los pensamientos perturbadores: James Pennebaker, “Putting Stress lnto Words: Helth, Linguistic and Therapeutic lmplications”, ponencia presentada en el encuentro de la American Psychological Association, Washington, DC (1992).
La psicoterapia y la mejora en la condición clínica: Lester Luborsky et al., “ls Psychotherapy Good for Your Health?”, ponencia presentada en el encuentro anual de la American Psychological Association, Washington, DC (1993).
Grupos de apoyo para enfermos de cáncer: David Spiegel et al., “Effect of Psychosocial Treatment on Survival of Patients with Metastatic Breast Cancer”, en Lancet, n0 8668, u (1989).
Preguntas de los pacientes: este descubrimiento lo citó el doctor Steven Cohen-Cole, psiquiatra de la Emory University, cuando le entrevisté para The New York Times del 13 de noviembre de 1991.
lnformación completa: por ejemplo, el programa Planetree del Pacific Presbyterian Hospital de San Francisco informa sobre cualquier tema médico a toda persona que lo solicite.
Pacientes más competentes: el doctor Mack Lipkin,jr., de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, ha desarrollado un programa a este respecto.
Escribí acerca de la necesidad de una preparación emocional para cualquier intervención quirúrgica en The New York Times del 10 de diciembre de 1987.
En lo que se refiere a los cuidados por parte de los familiares en el hospital, nuevamente el programa Planetree es un modelo que seguir, al igual que los hogares de Ronald McDonald, en donde se permite que los parientes puedan quedarse cerca del hospital en el que están ingresados sus hijos.
Atención plena y medicina: véase Jon Kabat-Zinn, Fulí Catastrophe Living (Nueva York: Delacorte, 1991).
Programa para invertir el curso de la enfermedad cardíaca: véase Dean Ornish, Doctor Dean Ornish 's Program for Reversing Heart Disease (Nueva York: Ballantine, 1991).
Medicina basada en la relación: Health Professions Education and Relationship-Centered Care. lnforme del Pew-Fetzer Task Force on Advancing Psychosocial Health Education, Pew Health Professions Comission and Eetzer lnstitute (The Center of Health Professions, Universidad de California. San Francisco). (Agosto de 1994).
Abandonar pronto el hospital: Strain. “Cost Offset”.
No es ético que los pacientes del corazón no reciban tratamiento para la depresión: Redford Williams y Margaret Chesney. “Psychosocial Factors and Prognosis in Established Coronary Heart Disease”, en Joarnal ojthc American Medical Association (20 de octubre de 1993).
Carta abierta a un cirujano: A. Stanley Kramer. “A Prescription for Healing” en New.sweek del 7 dc junio de 1993.
PARTE IV: UNA PUERTA ABIERTA A LA OPORTUNIDAD
Capítulo 12. El crisol familiar
Leslie y el videojuego: Beverly Wilson y John Gottman. “Marital Conflict and Parenting: The Role of Negativity in Families” en M. H.Borstein, ed.. Handhook of Parenting. vol. 4 (Hilísdale, Nueva Jersey:Lawrence Erlbaum. 1994).
La investigación sobre el papel que desempeñan las emociones en la vida familiar es una prolongación de los estudios sobre la pareja realizados por John Gottman que hemos revisado en el capítulo 9. Véase también, en este mismo sentido, Carole Hooven. Lynn Katz y John Gottman, “The Family as a Meta-emotion Culture”, Cognition and Emotion (primavera de 1994).
Las ventajas de unos padres emocionalmente competentes: Hooven, Katz and Gottman. “The Family as a Meta-emotion Culture”.
Los niños optimistas: T. Berry Brazelton. prefacio a Heart Start: The Emotional Foundations of School Readiness (Arlington, VA: National Center for Clinical lnfant Programs. 1982).
Los predictores emocionales del éxito académico: Heart Start.
Los ingredientes clave del rendimiento escolar: Heart Start, pág. 7.
Hijos y madres: Heart Start, pág. 9.
Los perjuicios del descuido: M. Erikson et al., “The Relationship Between Quality of Attachment and Behavior Problems in Preschool in a High-Risk Sample”, en 1. Betherton y E. Waters. eds., Monographs of the Society of Research in Child Development. 50, serie n 209.
La extraordinaria importancia de las lecciones aprendidas en la infancia temprana: Heart Start, pág. 13.
El seguimiento de los niños agresivos: L. R. Huesman, Leonard Eron y Patty Warnicke-Yarmel, ‘Intelectual Function and Agression”, en The Journal of Personality and Social Psvchology (enero de 1987). Alexander Thomas y Stella Chess refieren conclusiones similares en el número correspondiente a septiembre de 1988 de la revista Child Development, en donde exponen los resultados de un estudio realizado con setenta y cinco niños a quienes comenzaron a observar regularmente desde 1956, cuando tan sólo contaban entre siete y doce años de edad. Véase también, a este respecto, Alexander Thomas et al., “Longitudinal Study of Negative Emotional States and Adjustments From Early Childhood Through Adolescence”, en Child Development, 59(1988). Una década después, ya en plena adolescencia, los niños que, en la escuela primaria, habían sido catalogados por los padres y por los profesores como muy agresivos, tenían serios problemas emocionales. Se trataba de chicos (la proporción de chicos doblaba a la de chicas) que no sólo se enzarzaban continuamente en peleas sino que también se mostraban irrespetuosos o abiertamente hostiles hacia los otros nínos e incluso hacia sus padres y profesores. A lo largo de todos estos años, su hostilidad había permanecido inalterable y, al llegar a la adolescencia, tenían problemas de relación con los compañeros de clase, con la familia y con la escuela. A medida que el seguimiento prosiguió en la edad adulta, estas dificultades entraron en el dominio de la delincuencia, la ansiedad y la depresión.
La falta de empatía de los niños que han sido victimas de la violencia: las observaciones diarias y las conclusiones se hallan recogidas en el articulo de Mary Main y Carol George, “Responses of Abused and Disadvantaged Toddlers to Distress in Agemates: A Study in the Day-Care Setting”, en Developmental Psvcholo gv, 21 .3 (1985). Estos datos han sido corroborados también con preescolares: Bonnie Klimes- Dougan and Janet Kistner, “Physically Abused Preschoolers' Responses to Peers' Distress”, en Developmental Psychology, 26 (1990).
Los problemas de los niños que han sufrido la violencia familiar: Robert Emery, “Family Violence”, en American Psvchologist (febrerode 1989).
La transmisión de la violencia familiar de generación en generación: el hecho de que los niños que han sido víctimas de la violencia tiendan a su vez, a agredir a sus propios hijos todavía sigue siendo objeto de debate científico. Véase, a este respecto Cathy Spatz Widom, “Child Abuse, Neglect and Adult Behavior”, en American Journal of Orthopsvchiatry (Julio de 1989).
Capítulo 13. Trauma y reeducación emocional
En un articulo publicado en The New York Times, en la sección “Education Life” del 7 de enero de ,escribí sobre los efectos permanentes del trauma originado por la tragedia ocurrida en la Escuela Elemental de Cleveland.
Los casos de TEPT en victimas de delitos nos los ha proporcionado la doctora Shelly Niederbach, psicóloga del Victims' Counseling Service, de Brooklyn.
Este recuerdo de Vietnam procede de M. Davis, “A Analysis of Ayersive Memories Using the Fear- Potentiated Startle Paradigm”, en N.
Butters y L. R. Squire, eds., The Neuropsychology of Memory (Nueva York: Guilford Press, 1992).
LeDoux proporciona la corroboración científica de la especial persistencia de estos recuerdos en “lndebility of Subeortical Emotional Memories”,JournalofCognitive Neuroscience (1989), vol. 1 ,págs.238- 243.
Mi entrevista con el doctor Charney se publicó en The New York Times del l2de junio de 1990.
Los experimentos con parejas de animales de laboratorio me los refirió el doctor John Krystal, y se han realizado en diferentes laboratorios científicos. Los estudios más amplios los ha efectuado el doctor Jay Weiss en la Universidad de Duke.
La mejor descripción de los cambios cerebrales provocados por los TEPT y por el papel que desempeña la amígdala en ellos puede encontrarse en Dennis Charney ci al., “Psychobiologic Mechanisms of Postraumatic Stress Disorder”, en Archives of General Psvchiaírv, 50 (abril de 1993), págs. 294-305.
Algunas de las pruebas de los cambios inducidos por los sucesos traumáticos en la red de los circuitos cerebrales proceden de ciertos experimentos en los que se inyectó a veteranos de Vietnam una sustancia llamada yohimbina con la que los nativos suramericanos impregnan la punta de sus flechas para paralizar a sus presas. En dosis mínimas, la yohimbina inhibe la acción de un receptor específico (situado en el lugar en el que la neurona recibe el neurotransmisor)que, en condiciones normales, frena la acción de las catecolamínas.