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Authors: Craig Smith

Tags: #Histórico, Intriga

La lanza sagrada (46 page)

Mientras salía dando traspiés de entre las ramas retorcidas, se dijo que aquello era lo que Kate quería. Había esperado once años, se lo merecía. Era el argumento que Ethan había apoyado, a pesar de las protestas de Malloy. ¿Por qué no lo habría pensado mejor? Las cosas nunca salían como estaban previstas en situaciones como aquella. Lo mejor era entrar con un compañero, cubrirse mutuamente y enfrentarse a lo inesperado. Sin embargo, había querido creer lo que Kate le contaba, que era su lucha, no la de él. Lo único que deseaba Ethan era curarla para siempre, dejarla disfrutar de su venganza y olvidarse de Robert Kenyon de una vez por todas. En aquel momento se daba cuenta de que había pedido demasiado y el error le iba a costar la vida a su mujer.

Insistir en ir con ella solo habría supuesto herir su orgullo, nada más. Siempre habían trabajado juntos. ¿Por qué creía Kate que tenía que hacer aquello sola? Tendría que haberle dicho que...

Tendría que haberle dicho que Kenyon no se lo merecía. ¡Que la policía se encargase de él, como había sugerido Malloy! Pero, por supuesto, ella nunca habría aceptado. No, lo había encontrado y lo obligaría a responder de sus acciones..., aunque eso acabara con ella. Sin embargo, Ethan podría haber ido con ella, de haber insistido lo suficiente. ¡Tendría que haber ido con ella!

Kate mantuvo el cuchillo a la altura de la cintura, sosteniéndolo con el pulgar cerca de la hoja. Podía darle un navajazo a Irina si la mujer se acercaba de repente, o lanzarlo si era necesario.

Pensó que lo mejor era crear la situación ella misma, así que, lentamente para que el ruido de la ropa no la delatara, se puso la hoja del cuchillo entre los dientes y sacó el último cargador del chaleco. Empezó a sacar las balas para depositarlas en la mano derecha, aunque la tenía dormida. Después de vaciar el cargador, cogió las balas y el cargador con la izquierda, y lo lanzo todo al otro lado de la habitación, con la suficiente altura para ganar algo de tiempo.

Cogió el mango del cuchillo con la izquierda justo cuando las balas empezaron a caer como canicas en el suelo de madera. Kate utilizó la distracción para acercarse más. Vio un cañón que disparaba a unos cinco metros de ella, hacia el sonido, y, tras dar un paso, levantó el cuchillo por detrás de la oreja y lo lanzó hacia el lugar del que salían los chispazos.

Oyó un grito de dolor y se lanzó hacia él. Después oyó dos disparos más (al azar, en apariencia) y que la pistola caía al suelo. Chocó con las piernas de Irina y derribó a la mujer. Kate colocó la mano buena sobre el cuerpo desnudo, escuchó los estrangulados gritos de dolor de Irina y vio que tenía el cuchillo clavado en el hombro.

—¡Por favor! —gruñó la mujer—. ¡Estoy herida!

Kate le arrancó la hoja de golpe y fue a por su cuello.

Kate oyó las balas que destrozaban la puerta principal y a Ethan gritar:

—¡¡Chica!!

—¡Estoy aquí arriba! —respondió ella, y rodó para apartarse de Irina Turner mientras la mujer se desangraba, agitando las extremidades débilmente.

De repente, lo único que Kate sentía era el paralizante dolor de un hueso roto. Incluso estar de pie era demasiado. Ethan volvió a llamarla desde el pasillo, en lo alto de las escaleras.

—Estoy aquí —respondió ella, dejando patente en su voz todo el cansancio que, de repente, se le había venido encima.

Cuando Ethan se arrodilló a su lado, su mujer se dio cuenta de que había perdido el conocimiento durante un instante.

—¿Estás herida? —le preguntó él, sosteniéndole la cabeza.

—Me ha roto el codo. —Sin dejar de sostenerle la cabeza, Ethan le tocó el hueso. El dolor fue como una descarga eléctrica—. ¡Ese!

—¿Dónde está tu intercomunicador? —le preguntó él, dejándole la cabeza en el suelo.

—En el dormitorio principal, en algún lugar cerca de la ventana...

Ethan cogió el intercomunicador y abrió el canal. —¿Estás ahí, T.K.? —¿Está muy mal, Chico?

—Tiene el codo roto, pero está consciente. La mujer está muerta. ¿Has derribado a Kenyon?

—Lo vi cerca de la cima de las rocas, pero no pude disparar. Voy a llamar, Chico. Creo que no nos queda otra alternativa.

—Dame cinco minutos de ventaja antes de hacerlo.

—Deja que la policía se encargue de él.

—Eso no es una opción, T.K.

—Voy a por Kenyon —le dijo Ethan a Kate, pasándole el intercomunicador—. Quédate aquí y sigue hablando con T.K.

—Deja que se vaya —respondió ella suspirando—. No merece la pena. No... no vale nada.

—No puede hacerte esto y marcharse sin más.

—Fue ella la que me lo hizo.

—No, esto es obra de Kenyon, y va a pagar por ello. Antes de que Kate pudiera detenerlo, Ethan echó a correr escaleras abajo y salió de la casa. Las rocas estaban a unos cincuenta metros de la parte de atrás de la edificación y se elevaban unos cien metros. Había cantos rodados enormes y bloques monolíticos de piedra negra porosa. Aunque algunas paredes ofrecían cierta dificultad técnica, las ranuras y pendientes suaves permitieron a Ethan subir rápidamente la mayor parte del camino. Atravesó una pared que le resultó complicada, pero solo porque llevaba botas de trekking, en vez de calzado de escalada. Cerca de la cumbre tuvo que saltar por encima de un pequeño abismo, para poder terminar su ascenso en una columna de suave inclinación que lo llevó hasta la cima.

Antes de salir de las rocas, Ethan le echó un vistazo al terreno. Delante tenía un campo iluminado por la luna y cubierto de rocas, árboles, arbustos, hierbas y cauces poco profundos. Medio kilómetro más adelante, la cima de la montaña se convertía en una serie de puntas irregulares, un paraíso de formas exóticas para cualquier escalador. Aquel era el patio de atrás de Robert Kenyon, su refugio si alguien atacaba la granja, y, por un instante, Ethan vaciló.

Sin ser del todo consciente de su repentino miedo a enfrentarse a su enemigo, miró atrás. Vio el perfil de la casa de Bartoli justo debajo de él. Las oscuras paratas de olivos donde esperaba Malloy estaban a unos trescientos metros de distancia. Malloy todavía podía verlo, pero, una vez abandonase las rocas, llegaría a tierra de nadie. Allí no tendría cobertura, ni refuerzos. Ni siquiera un plan.

—Dime una cosa —dijo una voz detrás de él—. ¿Sigue viva Kate?

Ethan sacó el arma y se volvió hacia la voz de Kenyon, pero, a pesar de llevar las gafas de visión nocturna, no lo localizó. Estaba por debajo de él, en alguna parte; solía ser la peor posición, aunque, en aquel momento, parecía estar bien a cubierto. Por otro lado, Ethan estaba expuesto; se veía perfectamente su silueta recortada contra el cielo, clara como una diana. Peor todavía, no tenía plan alternativo. Su única posibilidad de esquivar una bala era intentar deslizarse nueve metros por la columna y acabar con una caída de otros tres sobre un abismo de cantos rodados.

Así que se quedó donde estaba y se enfrentó a su adversario. Era lo menos que podía hacer.

—Está viva —respondió—. Y da igual lo mucho que te alejes y lo rápido que corras, te encontrará aunque tarde toda la vida.

—Pero lo hará sola, ¿verdad? —Ethan sintió un escalofrío. Se dio cuenta de que Kenyon se tomaba su tiempo para disfrutar de la situación antes de acabar con él—. Saber que estaba enamorada de mí durante todos estos años, aunque se acostase contigo, debe de escocerte. ¿Cómo puedes vivir así, Ethan?

—Kate habría ido hasta el fin del mundo por ti, si se lo hubieses pedido. Tengo curiosidad, ¿lamentas no haberlo hecho?

—Puede que no sea demasiado tarde. Una vez te haya enterrado... y haya tenido algún tiempo para hacerse a la idea... quizá comprenda que lo único que tiene sentido es volver conmigo.

—¿De verdad eres tan estúpido?

—¿Crees que no sería capaz de tentarla?

Ethan había descubierto la posición de Kenyon, pero no tenía línea de tiro. Solo veía rocas.

—Si crees que Kate sigue enamorada de ti, ¿por qué has huido?

—Lo cierto, Ethan, es que vine aquí con la esperanza de que me persiguieras.

—¿Sabes qué, Bob? Todos los cobardes que he conocido tienen una excusa preparada para salir corriendo.

El disparo que alcanzó a Ethan lo hizo tambalearse de espaldas por la columna. La segunda bala lo derribó. Mientras se resbalaba y caía por la pendiente, mantenía la vista fija en las rocas de abajo, calculando su caída, aunque sin controlarla del todo.

Consiguió permanecer en la columna hasta llegar a la base, pero nada más. Cuando cayó por el borde, se golpeó con un canto rodado que estaba un metro más abajo. El chaleco le protegió las costillas, aunque se dio de bruces contra la piedra y perdió el sentido durante los últimos dos metros.

Ethan recuperó el conocimiento y movió la pierna muy despacio, casi con curiosidad. No estaba paralizada, pero le dolía el cuerpo y no sabía si tenía algo roto. El dolor era demasiado general para estar seguro. Intentó sentarse y se preguntó si Kenyon estaría cerca. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que el asesino podría estar apuntando. Solo vio el cielo gris.

—¿Sigues ahí, Bob? —no respondió nadie—. No pasa nada, colega. Solté el arma al caer, y no te lo pondré difícil, si eso es lo que temes. Pero vas a tener que mirarme a los ojos cuando lo hagas. Sé que algo así puede resultarle difícil a un hombre que contrata a otros para que le hagan el trabajo sucio, pero es lo que hay...

La sombra de Kenyon se recortó contra el cielo. Estaba de pie en la base de la columna, tres metros por encima de él. Ethan lo vio mover el brazo, apuntando.

—Dime, Ethan, ¿merecía Kate el esfuerzo?

Malloy supo que Ethan tenía problemas al ver que sacaba su arma y no se movía, pero no podía hacer nada más que observar y prepararse para disparar, por si Kenyon revelaba su posición. No oía nada de su conversación, claro, aunque podía imaginarse lo mucho que se odiaban aquellos dos hombres. Era lo único que explicaba que Kenyon hubiese vuelto, arriesgándolo todo, para tener la oportunidad de matar a Ethan.

Ethan se tambaleó antes de que Malloy oyera el disparo. Un segundo disparo se solapó con el eco del primero, y vio que su amigo resbalaba roca abajo. Desde su punto de observación, Malloy no tenía ni idea de si el chaleco lo había protegido, o si Kenyon le había disparado en la cabeza. Ni siquiera sabía a qué distancia había caído Ethan después de perderse de vista.

Sintió un nudo en el estómago al pensar que quizá hubiese perdido a un hombre al que ya consideraba un gran amigo. Sin embargo, no podía permitirse el lujo de lamentarse. Kenyon tendría que moverse, si no quería arriesgarse a acabar en manos de la policía, y él debía estar listo para ese movimiento.

Su primera oportunidad fue breve. El cuerpo de Kenyon quedó a la vista, pero solo un segundo, antes de que se escondiese detrás de otro canto rodado. Como no quería que un tiro malo revelase su posición, Malloy esperó a que se presentara otra oportunidad mejor.

Entonces Kenyon salió de las rocas y se quedó quieto durante un par de segundos, en la columna de la que había caído Ethan. Estaba de cara a Malloy, apuntando hacia abajo, a Ethan.

Dirigió el punto rojo del fusil al corazón de Kenyon y apretó el gatillo sin vacilar. Oyó el suave chasquido de la bala, vio a su enemigo caer casi al instante y oyó cómo el bien engrasado mecanismo de su arma escupía el casquillo vacío.

Malloy, Kate y Josh Sutter estaban esperando a Ethan en la puerta principal cuando el helicóptero de la policía lo sacó de las rocas y lo llevó al patio delantero. En cuanto tocaron tierra, Ethan salió del armazón que colgaba del helicóptero y fue hacia Kate, que se acercó a él como si le doliese cada paso que daba.

—La policía me ha dicho que Kenyon pidió hablar contigo. Están dispuestos a daros un par de minutos, si quieres verlo.

—Que se vaya al infierno —respondió ella.

—No tendrás otra oportunidad igual en mucho tiempo, Kate. Puede que en años.

—Ese hombre está muerto para mí, Ethan. No quiero volver a verlo. Ni siquiera deseo volver a oír su nombre. —Ethan intentó rodearla con un brazo—. Cuidado —repuso ella, haciendo una mueca—, me duele todo.

—Sé lo que se siente —repuso él, rozándole la frente y el pelo con los labios, mientras pensaba: «Sin duda, merece el esfuerzo».

Malloy acompañó a Josh Sutter de vuelta al helicóptero en el que iban Robert Kenyon, dos agentes españoles y un sanitario que estaba muy ocupado con su paciente.

—Me tomas el pelo —exclamó Josh incrédulo. Su voz era tan alegre como el día en que se conocieron—. ¿Estabas apuntando al corazón?

—¿De verdad creías que quería darle en el pie?

—Los españoles me habían contado que le diste en el pie porque querías asegurarte de cogerlo con vida.

—Supongo que es una buena historia —repuso Malloy entre risas—, pero no es verdad. Intenté cargármelo y la cagué.

Se detuvieron lejos de las aspas giratorias del helicóptero. Josh tenía que irse, pero parecía querer decir algo más.

—Te agradezco que insistieras en que viniese para la detención, T.K. Ha sido... significa mucho para mí.

—Te dije que lo haría.

—Sé que lo hiciste, pero, ya sabes, todos decimos cosas y después lo olvidamos. No tienes ni idea de lo bien que me ha sentado esposar a ese tío y leerle sus derechos.

—Supuse que querrías verlo en el suelo. A mí me ha gustado.

—Jim siempre decía que era mejor coger vivo a un cabrón. Así los abogados se encargaban de destrozarlo durante unos cuantos años antes de atarle las correas, ponerle la inyección y librarlo de su miseria.

—Jim era un hombre duro pero una buena persona. />.,

—Era la sal de la tierra, T.K.

—¿Te irá bien con el FBI después de lo de Hamburgo?

—Mi supervisor me dijo que quería enviarme de vuelta a Alemania para que me enfrentase a los cargos cuando pedían mi extradición a gritos, pero después los alemanes decidieron que ya no necesitaban hablar conmigo. Incluso llegaron a decir que no creían que hubiese hecho nada inapropiado, así que se relajó un poco. Por casualidad no sabrás por qué los alemanes cambiaron de opinión, ¿verdad?

—Alguien les dio una lista de nombres del ordenador de Chernoff.

—¿Alguien?

—Uno de los contables para los que trabajo. De todos modos, los alemanes estaban tan contentos con la información que decidieron aceptar nuestra explicación de los sucedido.

—¿Que Jim y Dale fueron por su cuenta, y nosotros dos nos fuimos a casa?

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