La lista de los doce (50 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

Los siguientes treinta minutos transcurrieron en una nebulosa.

En todo el mundo, un gran despliegue de fuerzas se puso manos a la obra.

Mar Arábigo, Costa India

26 de octubre, 21.05 horas (hora local).

12.05 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

El superpetrolero Whale flotaba amenazante cerca de la costa india, en aguas carentes de fuerza. El gigantesco buque parecía estar contemplando la costa compartida entre la India y Pakistán con sus misiles listos para ser lanzados.

No llegó a ver al submarino de ataque de la clase Los Ángeles acercarse por detrás a tres kilómetros de distancia.

Asimismo, los soldados africanos apostados en su torre de control tampoco llegaron a advertir los torpedos del submarino hasta que fue demasiado tarde.

Los dos torpedos Mark 48 impactaron a la vez en el Whale, reventando sus costados con explosiones simultáneas, hundiéndolo.

Estrecho de Taiwán, aguas internacionales. Entre China y Taiwán

27 de octubre, 01.10 horas (hora local).

12.10 horas (Tiempo del Este, Nueva York, EE. UU).

El Hopewell corrió una suerte similar.

Anclado sin levantar sospechas en una ruta marítima en mitad del estrecho de Taiwán, no muy lejos de una larga fila de superpetroleros y buques de carga, fue alcanzado por un par de torpedos estadounidenses Mark 48 filoguiados.

Algunos vigilantes nocturnos de los otros barcos afirmaron haber visto la explosión en el horizonte.

Las llamadas por radio al Hopewell quedaron sin respuesta y, cuando fueron a buscarlo a su última ubicación conocida, allí no quedaba nada. Había desaparecido.

Nadie vio al submarino que lo hundió. Es más, el Gobierno estadounidense negaría posteriormente que hubiera ningún 688I en la zona en el momento de la explosión.

Costa Oeste, EE. UU., cerca de San Francisco

26 de octubre, 09.12 horas (hora local).

(12.12 horas en Nueva York).

En el interior de la enorme bodega del superpetrolero Jewel, donde se hallaban los silos misilísticos, flanqueado por doce marines estadounidenses y junto a los cuerpos de cerca de una docena de soldados africanos muertos, David Fairfax conectó su enlace ascendente por satélite a la consola de control de los misiles del barco.

La señal por satélite salió disparada al cielo y fue captada por Schofield, a bordo del Cuervo Negro, que en esos momentos sobrevolaba Francia en dirección a Italia.

Y, mientras Schofield desactivaba el sistema CincLock desde la distancia, Fairfax sostenía la consola (protegiendo en ocasiones el enlace ascendente con su propio cuerpo, protegiéndolo de los dos soldados eritreos que habían sobrevivido a la irrupción marine).

Estaba asustado más allá de lo imaginable pero, en medio del fuego cruzado, de las granadas y las balas, consiguió sostener la consola.

En dos minutos, los dos últimos soldados eritreos fueron abatidos por los marines y el sistema de lanzamiento del Jewel fue neutralizado por Schofield desde el Cuervo y David Fairfax se desplomó en el suelo con un fuerte suspiro de alivio.

6.16

Aeródromo Aerostadia, Milán (Italia).

26 de octubre, 19.00 horas (hora local).

(13.00 horas en Nueva York).

El Cuervo Negro aterrizó verticalmente en el asfalto del aeródromo Aerostadia, en Milán.

Ya era tarde en el norte de Italia, pero el contingente de la Fuerza Aérea estadounidense había estado trabajando a destajo los últimos cuarenta y cinco minutos, abasteciendo de combustible a dos aviones muy especiales siguiendo órdenes expresas del departamento de Estado.

El Cuervo aterrizó a unos cien metros de un espectacular bombardero B-52 estacionado en la pista de aterrizaje.

Dos aviones negros y pequeños con forma de bala pendían de las alas del bombardero, cual misiles más grandes de lo normal.

Salvo que no eran misiles.

Eran X-15.

Mucha gente creía que el SR-71 Blackbird, con una velocidad de Mach 3, era el avión más veloz del mundo. Pero eso no es del todo cierto. El SR-71 es el avión operativo más veloz del mundo.

Un avión, sin embargo, había alcanzado velocidades superiores, superiores a los siete mil kilómetros por hora, más de Mach 6. Ese aparato, sin embargo, nunca había alcanzado estatus operativo. Era el X-15, construido por la Nasa.

La mayoría de los aviones se valen de motores a reacción para ser propulsados en el aire, pero esos motores tienen un límite y el SR-71 lo había descubierto: Mach 3.

El X-15, sin embargo, es propulsado por un cohete. Dispone de pocas partes sueltas. En vez de expulsar aire comprimido, el X-15 prende hidrógeno sólido como combustible, lo que lo asemeja más a un misil que a un avión (de hecho, el X-15 había sido definido en más de una ocasión como un misil con un piloto atado a él).

Solo llegaron a construirse cinco X-15, y dos de ellos, como bien sabía Schofield, se hallaban en el Aerostadia Italia con motivo de una exhibición acrobática aérea que comenzaba en pocos días.

Schofield salió del Cuervo y atravesó la pista de aterrizaje con Knight y Rufus a su lado.

Contempló los dos X-15 suspendidos de las alas del B-52.

No eran aviones grandes. Ni tampoco exactamente bonitos. Tan solo eran funcionales. Habían sido diseñados para cruzar el aire a velocidad astronómica.

Las letras escritas en sus aletas decían «NASA». A lo largo del costado de cada avión podían leerse las palabras «Fuerza Aérea EE. UU».

Dos coroneles fueron a recibir a Schofield: uno estadounidense y el otro italiano.

—Capitán Schofield —dijo el coronel estadounidense—. Los X-15 están listos, abastecidos de combustible y preparados para volar. Pero tenemos un problema. Uno de nuestros pilotos se rompió las costillas en un accidente durante el entrenamiento de ayer. No podrá pilotar en ese estado.

—Lo cierto es que confiaba en poder contar con mi propio piloto —dijo Schofield. Se volvió hacia Rufus—. ¿Cree que puede con una velocidad de Mach 6, grandullón?

Una sonrisa se esbozó en el rostro barbudo de Rufus.

—¿Es el Papa católico?

El coronel de la Fuerza Aérea los llevó junto a los aviones.

—También hemos recibido escaneos de nuestros radares por satélite de la oficina nacional de Reconocimiento. Podría ser un problema.

Les mostró una pantalla portátil del tamaño de una tablilla sujetapapeles.

En ella había dos imágenes por infrarrojos del sudeste del Mediterráneo, el canal de Suez y el mar Rojo. Una imagen más grande y la otra con zoom.

En la primera, Schofield vio una enorme nube de puntos rojos que parecían cernirse sobre la zona del canal de Suez.

En la segunda foto tomada por el satélite, la imagen era más clara.

Había cerca de ciento cincuenta puntos en aquella «nube».

—¿Qué demonios son esos puntos? —preguntó Rufus con lentitud.

El coronel no tuvo que responder, porque Schofield ya sabía la respuesta.

—Son aviones —dijo—. Cazas de al menos cinco naciones africanas diferentes. Los franceses los vieron despegar, pero desconocían el motivo. Ahora sí lo sabemos. Provienen de cinco países africanos a los que les gustaría que el orden mundial cambiara. Naciones que no quieren que anulemos el misil que apunta hacia La Meca. Es la salvaguarda final de Killian. Una flota aérea para proteger el último y definitivo misil.

6.17

El B-52 recorrió a gran velocidad la pista de aterrizaje con los dos X-15 suspendidos de sus alas extendidas.

Despegó y se elevó a velocidad constante para alcanzar la altura en la que soltaría los veloces aviones.

Schofield estaba sentado con Rufus en el interior de la cabina para dos personas del X-15 derecho. Era un espacio muy reducido para Rufus, pero se las arreglaba bastante bien. Knight iba en el otro avión, con un piloto de la NASA.

Schofield tenía su unidad CincLock-VII sujeta en el chaleco, junto al resto de objetos que llevaba en sus respectivos compartimentos. El plan era muy arriesgado: puesto que nadie más en el mundo podía desactivar el misil Camaleón que apuntaba a La Meca, tendría que acceder al clon del complejo Krask-8 en Yemen con la única ayuda de Knight.

Esperaban toparse con resistencia, probablemente en forma de una unidad de soldados africanos, así que Schofield había solicitado que un equipo de marines fuera enviado desde Adén para encontrarse con ellos allí. Que llegaran o no a tiempo era ya otra cuestión.

Scott Moseley desde Londres:

—Capitán, creo que he encontrado lo que estaba buscando —dijo—. Atlantic Shipping Company posee dos mil acres de desierto en Yemen, a unos trescientos veinte kilómetros al suroeste de Adén, justo en la desembocadura del mar Rojo. En ese terreno se encuentran los restos de una instalación para la reparación de submarinos de la antigua Unión Soviética. Las fotos de nuestros satélites datan de la década de los ochenta, pero parece un enorme almacén rodeado por varios edificios de apoyo…

—Eso es —dijo Schofield—. Envíeme las coordenadas.

Moseley lo hizo.

Schofield las introdujo en el ordenador de a bordo del avión.

Distancia de vuelo al sur de Yemen: 5602 kilómetros.

Tiempo de vuelo en un X-15 a siete mil kilómetros por hora: 48 minutos.

Tiempo restante para el lanzamiento del misil balístico a La Meca: 1 hora.

Iba a estar muy cerca.

—¿Listo, Rufus? —dijo.

—Oh, sí —respondió Rufus.

Cuando el B-52 alcanzó la altura requerida, oyeron al piloto por el intercomunicador:

—X-15, acabamos de contactar con el USS Nimitz en el Mediterráneo. Es el único portaaviones dentro del radio de su ruta de ataque. Está enviando todos los aviones de los que dispone para escoltarlos: F-14, F/A-18, incluso cinco pilotos de Prowler se han ofrecido voluntarios para hacer las veces de sus guardias armados. Debe de ser usted un hombre muy importante, capitán Schofield. Prepárense para la comprobación de los sistemas de vuelo. Lanzamiento en un minuto…

Cuando el piloto cortó la comunicación, Schofield y Rufus oyeron a Knight por el auricular. Su voz sonó baja, inalterada.

—Eh, Ruf. Buena suerte, compañero. Recuerde que es el mejor. El mejor. No pierda la concentración y confíe en sus instintos.

—Lo haré, jefe —aseguró Rufus—. Gracias.

—Y, Schofield… —añadió Knight.

—¿Sí?

—Traiga a mi amigo de vuelta.

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