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Authors: Juan Miguel Aguilera

Tags: #Ciencia Ficción, #Histórico

La locura de Dios (48 page)

Y esta última frase sonó desgarradora en mi mente. Comprendí que aquella criatura, que antaño había sido tan poderosa como un dios, estaba aterrorizada.

—T
ú puedes ayudarme
—dijo mi mente—.
Tus amigos de la ciudad jamás me escucharán, pero tú sí. Tú conoces el valor de la razón y el orden, y yo podría dotar de todo eso a vuestras vidas, que discurrirían felices por un camino ya trazado. Podéis convertiros en mis nuevos vástagos, voluntariamente… Vuestra descendencia puede ser mezclada con la mía y obtener así híbridos capaces de obedecer mis órdenes. Invertir la mutación provocada por mis estúpidas e inconscientes hermanas. Sería un proceso largo, que se completaría en varias decenas de generaciones, pero es vuestra única oportunidad de sobrevivir… Y también la mía
.

—¿Esperas conseguir con las palabras lo que no has logrado con tus armas y tus guerreros en miles de años de lucha? —le pregunté asombrado de que ésa fuera su pretensión—. ¿De qué te serviría eso? Siempre habría alguien en este mundo dispuesto a hacerte frente…

Fui interrumpido por unas explosiones y unos gritos que llegaban desde el exterior. Sonidos de lucha. Sentí deseos de correr a ver qué sucedía, pero permanecí junto a la anciana, como paralizado y con mi voluntad pendiente de su voz.


No lo entiendes
—resonó impaciente su voz en mi interior—.
Tengo en mi poder una Plaga que si es liberada acabará con toda la vida de este mundo. Eso significaría también mi final y el de mis vástagos, por lo que no ha sido usada hasta ahora. Pero si yo desaparezco, la muerte arrasará por completo este planeta. ¿Lo has entendido? Mi extinción será también la vuestra y la de vuestra descendencia… Debes advertir de eso a tus amigos, antes de que sea tarde para todos
.

Una violenta explosión resonó en la entrada y la penumbra de la cueva quedó brevemente iluminada por la llamas. Aparté un instante la vista de la anciana, y cuando volví a mirarla se había alejado varios pasos de mí, regresando a la oscuridad donde era sólo una forma imprecisa que se movía.

—A
dvierte a tus amigos
… —dijo la voz de mi interior convertida en un susurro.

9

Corrí hacia la salida y miré atónito hacia el exterior. Una espectacular batalla se estaba desarrollando sobre la cuadrícula de losas de mármol anaranjado.

El aeróstato
Paraliena
había penetrado en el inmenso recinto, y flotaba entre el suelo y el techo de mármol. Un enjambre de guerreros
kauli
giraba en torno a él. Los
dragones
habían abierto orificios en la cubierta de lona superior de la nave, y allí habían instalado los más potentes sifones de
fuego griego
. Los
kauli
caían al suelo envueltos en llamas antes de que pudieran siquiera acercarse. Ardían en el aire y sobre las losas de mármol, chocaban entre ellos, contagiándose las llamas. Estaban perdiendo.

Un grupo de centauros luchaban en el suelo contra tres
caballeros caminantes
que avanzaban imparables dejando un sangriento rastro de cadáveres mutilados, mitad hombres, mitad toros, amontonados confusamente a su paso.

Almogávares y
dragones
avanzaban protegidos por los tres autómatas gigantes hacia la entrada de la cueva donde yo estaba. Al frente de ellos reconocí a Joanot y a Sausi, abriéndose paso a machetazos entre los centauros. También vi a Mirina, que cargaba con un potente sifón de
fuego griego
. Varios almogávares y
dragones
cayeron bajo las hachas de los centauros antes de que lograran llegar a las escaleras que conducían a la entrada de la guarida de la Parca, pero los
caballeros caminantes
crearon una barrera defensiva para los guerreros humanos. Cualquier centauro o
kauli
que intentara atravesarla era rápidamente incinerado, o partido en dos de un mandoble.

Los campeones humanos cubrieron a saltos los mil escalones que llevaban hasta la boca de la
cueva útero
. Una decena de centauros, liderados por el de la melena rojiza, les aguardaban en lo alto de la plataforma, frente a la entrada circular de la cueva.

Lanzando horribles aullidos, cargaron contra los humanos apenas les vieron pisar el último peldaño.

Surtidores de
fuego griego
rociaron de llamas a los centauros de la plataforma. Joanot, Sausi y varios almogávares corrieron hacia los monstruos llameantes, y les golpearon con sus espadas en las patas delanteras, obligando a las bestias a caer de bruces.

Uno de los
caballeros caminantes
ascendía lentamente por las escalinatas. Era una operación difícil para el autómata, y el
titiritero
la ejecutaba con mucho cuidado.

Algunos
kauli
se lanzaron entonces contra aquel
caballero
, y revolotearon a su alrededor, golpeándole con sus alas de acero, intentando hacer caer al autómata y a su
titiritero
por el borde de la escalinata. Pero el
caballero caminante
los roció de
fuego griego
con su brazo-sifón, y a uno de ellos lo partió en dos en pleno vuelo; librándose de los
kauli
como si no fueran más que molestos insectos.

El autómata alcanzó entonces la plataforma donde seguía el desesperado combate entre hombres y centauros.

Joanot y
Melena Roja
habían reiniciado su duelo interrumpido.

El valenciano fintaba diestramente alrededor del monstruo que tenía parte de su piel abrasada y un lado de su bestial rostro destrozado por las llamas. Pero esto no parecía haberle hecho perder ni un ápice de fuerza y coordinación a
Melena Roja
, que lanzaba su enorme hacha una y otra vez hacia Joanot, empujándolo lentamente hacia el borde de la plataforma. El monstruo bramaba con si hubiera enloquecido; su rostro quemado estaba contraído en un mueca espeluznante que mostraba sus grandes dientes amarillentos.

Los talones de Joanot tocaron entonces el borde de la plataforma de mármol, y el valenciano comprendió que ya no podría retroceder más. Entonces hizo algo sorprendente y desesperado; lanzó su espada contra
Melena Raja
, y el monstruo la apartó a un lado con un golpe de su hacha. Joanot había quedado desarmado, pero aprovechó el instante de sorpresa del centauro para escurrirse entre las patas de la bestia. Después, de un salto, se plantó sobre la ancha grupa de
Melena Roja
.

Al notar al humano sobre su espalda, el centauro se encabritó sobre sus cuartos traseros, intentando derribar a su indeseado jinete; pero Joanot se sujetó con fuerza a la melena del centauro, y descubriendo una corta daga, la clavó una y otra vez entre los omoplatos del monstruo.
Melena Roja
, pareció volverse loco de furia; empezó a girar sobre sí mismo, como un perro que intentara atraparse la punta de su cola, mientras sus bramidos retumbaban frenéticos, e intentaba coger al humano de su espalda girando sus brazos hacia atrás. Pero Joanot se apretó contra el torso semihumano del centauro; y, pasando el brazo que empuñaba la daga por encima de los anchos hombros de
Melena Roja
, lo degolló limpiamente.

La sangre manó a borbotones de la herida, y el aullido de la bestia se transformó en un sofocado gorgoteo. Joanot se dejó caer por el flanco del monstruo, y contempló, aún en guardia, cómo éste trastabillaba ciegamente hasta el borde de la plataforma, y se despeñaba herido de muerte.

Joanot recuperó su espada del suelo, y corrió hacia sus compañeros.

La plataforma había sido despejada de centauros por los almogávares y
dragones
ayudados por el incontenible poder del
caballero caminante
; y Joanot se unió a Sausi y a Mirina que avanzaban, ya sin ninguna oposición, hacia la entrada de la
cueva útero
.

Joanot fue el primero que me reconoció. Se quedó inmóvil, mirándome incrédulo.

—¡Ramón! —exclamó—. ¡No puede ser!

Sausi y Mirina se volvieron a la vez, y la sorpresa también se reflejó en sus rostros.

Joanot caminó hacia mí, pero no se acercó más allá de la distancia que le daba su espada que ahora chorreaba sangre sobre el pavimento.

—Vimos cómo
Melena Roja
te llevaba con él —dijo entrecerrando los ojos—. No puedes estar vivo, viejo.

—Lo estoy, créeme —dije, intentando sonreír.

¿Lo estaba? Hasta un momento antes yo también había pensado que había muerto. Incluso había visto a mi Amada muerta conducirme hasta las puertas de la guarida de la Parca.

Pero ahora sólo me sentía confuso, y no tenía fuerzas para convencer a Joanot.

—¿El
Adversario
está ahí dentro? —preguntó el valenciano mirando con recelo hacia el oscuro interior de la cueva.

Me interpuse en su camino.

—Espera, debemos hablar.

—¿Hablar? —rió Joanot—. No es momento de hablar, viejo.

—Si matáis a esa criatura desencadenaréis una enfermedad que exterminará toda la vida sobre la Tierra.

Sausi y Mirina ya habían llegado junto a nosotros. Los
dragones
habían formado un semicírculo defensivo alrededor de la puerta, e incinerarían a todo aquel, centauro o
kauli
, que intentara atacarnos.

—Puedes estar bajo el poder del
Adversario
—dijo Mirina—, o ser una de sus criaturas que ha adoptado la forma del anciano.

¿Cómo podía convencerles de lo contrario si yo mismo no estaba seguro de esto?

Mirina preparó su sifón de
fuego griego
, y avanzó resueltamente hacia el interior de la cueva. Al pasar junto a mí, vi cómo su cuerpo se transformaba; cómo de su piel nacían espinas óseas y afilados espolones, cómo su rostro se retorcía para convertirse en una máscara de maldad; sus colmillos crecían y sus uñas se transformaban en garras amarillentas. Todos estos cambios se produjeron rápidamente, ante mis ojos, y horrorizado me volví hacia Joanot y Sausi y contemplé cómo ellos mismos se transformaban en monstruos no menos horrorosos, con lenguas bífidas que goteaban un negro veneno.

Llevado por un impulso, salté hacia el monstruo que había sido la capitana de
dragones
Mirina, y le arranqué el corto machete que llevaba al cinto.

El monstruo estaba preparando su arma lanzafuego, y fue cogido por sorpresa por mi reacción. Antes de que las criaturas horrorosas en que se habían transformado Joanot y Sausi pudieran reaccionar, golpeé con el machete el cuerpo de Mirina. La hoja resbaló inútil contra la armadura, y yo intenté golpear de nuevo, esta vez en la desprotegida base de su cuello. Pero Sausi ya estaba sobre mí. Aquel monstruo era tan enorme como antes de transformarse lo había sido el búlgaro, y me derribó sin dificultad, aplastándome con su peso contra el viscoso suelo. Vi su lengua bífida entrar y salir de su boca a pocas pulgadas de mi rostro, y sus ojos inyectados en sangre clavarse en los míos.

No podía moverme, y desde mi posición en el suelo sólo pude ver al monstruo que había sido Mirina avanzar hacia el fondo de la cueva. Una figura delgada, femenina, llena de belleza, le salió al paso; era mi Amada, que le suplicó que le perdonara la vida.

Pero aquel monstruo sediento de sangre en que se había transformado la capitana de
dragones
, le apuntó con su arma, y roció a la mujer con el líquido flamígero.

Aplastado contra el suelo grité de desesperación mientras las llamas envolvían el cuerpo de mi Amada. Intenté soltarme para correr en su auxilio, pero fue inútil. Imploré y lloré pero nada pudo conmover el negro corazón de aquel monstruo que me tenía atrapado.

El cuerpo de la mujer se retorció bajo las llamas. Su pelo negro y brillante ardió, y su piel se arrugó, hasta que por un momento creí ver a la anciana Parca debatiéndose desnuda, en medio de aquella hoguera, hasta que quedó convertida en un gran montón de diminutos gusanos, que se derrumbaron entre las brasas y huyeron en todas direcciones, carbonizados por los chorros de
fuego griego
.

En aquel momento, sentí como si el fuego también me alcanzara a mí. Mi mente estalló como una carga de pólvora, y la oscuridad me envolvió serenamente.

principia absoluta

Bonitas, Magnitudo, Aeternitas, Potestas, Sapientia,

Voluntas, Virtus, Veritas, Gloria

1

Desperté en el interior del
Paraliena
; en su pequeña enfermería. Estábamos en pleno vuelo y a través de una de las portillas pude ver un cielo azul y despejado.

La consejera Neléis estaba junto a mi lecho.

—Estoy con vida después de todo —le dije, llevando una mano a mi frente.

La cabeza me dolía como si hubiera pasado la noche anterior bebiendo el peor de los vinos.

—Eso parece —dijo la mujer.

—¿Y hemos abandonado el abismo?

—Estamos ya muy lejos de él, viajando hacia el sur.

—¿Y todo lo que recuerdo no fue una pesadilla?

—Dime qué es exactamente lo que recuerdas.

Le conté cómo desperté sobre aquel suelo de mármol, tras el anillo de columnas; encontré a mi Amada, o a un espectro que simuló cruelmente ser ella, y fui conducido hasta aquella cueva semejante a un útero, dónde conocí a la Parca. Y las terribles y desconcertantes cosas que ella me contó.

Neléis asintió y me narró cómo, cuando
Melena Roja
saltó sobre mí y me arrastró con él, Joanot y ella corrieron tras nosotros, pero no tuvieron ninguna oportunidad contra las poderosas patas del centauro que les dejó atrás sin dificultad, a pesar de que cargaba con mi cuerpo inconsciente, y desapareció entre la niebla.

Después, los otros centauros desistieron en su ataque y se retiraron; y los supervivientes humanos pudieron seguir su camino hacia los niveles inferiores. Mientras caminaban escuchaban ladridos de perros que les seguían, y que parecían cada vez más cerca. Era evidente que no iban a tener paz en aquel lugar, y que sufrirían un ataque tras otro de horrendas criaturas hasta que el último de ellos hubiera muerto.

—Esperábamos ser atacados por las fieras —dijo la consejera—, cuando la enorme masa del
Paraliena
apareció por el borde del abismo.

—Ellos también habían sobrevivido al ataque de los
kauli
—dije.

—Así es. Mirina nos contó que su situación llegó a ser tan apurada como la nuestra, pero lograron finalmente rechazar a los
kauli
. Estas criaturas son poderosas, pero no invulnerables; y no disponen de armas como las nuestras, lo que resulta sorprendente, pues el poder del
Adversario
parece muy grande en otros aspectos.

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