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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (18 page)

—¿un paseo por un jardín? preguntó Zoé… ¿nada más?

—¿nada más? repitió Otón… no es poco… no es poco, Zoé… es mucho… de hecho es todo, todo lo posible, ya que…

—¿ya que…? le ayudó

—ya que es un regalo, dijo Otón, un regalo… y ¿cómo se puede exigir nada, al recibir un regalo?

—no estoy segura de haber comprendido, dijo bajando las piernas del respaldo y poniéndose cómoda sobre las almohadas…

—es imposible comprenderlo… en realidad, lo único que podemos nosotros hacer es entrar y salir de una forma… entrar y salir de las formas, ver, entender, acostumbrarnos y desacostumbrarnos, eso es todo… un paseo por un jardín… y te parece poco… pero estamos tan lejos de la vida, añadió de pronto súbitamente animado, estamos tan lejos de la experiencia real y de la verdad de las cosas, que si a un hombre se le permitiera pasear una tarde por un jardín con los ojos verdaderamente abiertos, su vida cambiaría para siempre…

—oh, murmuró Zoé

—¿te estoy aburriendo? debe de ser ya muy tarde… querrás irte a casa

—no, no, todo lo contrario, dijo Zoé… por mí podemos pasarnos aquí toda la noche

—no, dijo Otón levantándose, eso no

echó a pasear por el salón brillantemente iluminado, vacío… sin saber a dónde ir, como siguiendo en sentido contrario los dibujos arborescentes de la alfombra… ella se incorporó en el sofá, confusa

—es mejor que nos marchemos, dijo Otón mirándose las manos… y sus ojos sufrían, se decía Zoé agitadamente, oh, cuánta vida había en sus ojos, aquellos ojos que sufrían

—me ha gustado hablar contigo, dijo Zoé bajando los pies al suelo y buscando sus zapatos debajo del sofá… quiero decir, añadió con un suspiro, que es realmente difícil conocer a gente con la que se pueda hablar

—no, no, decía Otón… se tapó los ojos con las manos… ¿era un gesto de tragedia? no, tenía los ojos cansados, se los frotaba… ya no era joven, pero el amor de Zoé era ligero como un colibrí, cruzaba con facilidad los mares, rozaba con suavidad el pico de las montañas y luego se recogía temblando en el fondo del bosque… era fresco y joven, su amor, su entrega…

unos días después, Zoé recibió una carta sin remite; la abrió, era de Otón… estaba escrita con una caligrafía tan diminuta, tan preciosa y enjoyada, que le resultó extraordinariamente difícil desentrañarla…

Querida Zoé,

el otro día estuvo a punto de suceder algo entre nosotros, pero yo, afortunadamente para los dos, pude controlarme a tiempo. Porque todavía no es el momento, ¿sabes, niña mía? Yo siento lo mismo que tú, pero todavía no es el momento. Todo lo que te cuento, mis palabras y también las cosas que te digo sin palabras, no son sino preparación para ese momento, que no tardará en llegar. Niña mía, querida Zoé, yo no soy libre. No, por favor, no me interpretes mal, yo no soy el personaje de una farsa ni de un vodevil, no es que esté casado. Pero no soy libre. Te he hablado de algunas cosas. Te he mencionado un jardín, y un paseo por un jardín. No se trata en realidad de un jardín, sino de una pradera. Todo lo que deseamos existe o cae sobre el pasto. Existe o cae. Tú misma, Zoé, existes o caes, a veces las dos cosas, por ejemplo cuando sonríes, y a veces sólo existes o sólo caes, y no sé cuándo eres más hermosa. No quisiera que me leyeras (¿ves? he aquí el
quid
del asunto:
me
leyeras, ya que en estos momentos yo soy esta carta, vivo dentro de ella, ella es mi universo, mi prisión) como un jeroglífico, pero no conozco mejor forma de expresarlo. Algo desciende, que nos libera de las leyes del espacio. La salvación sólo puede venir de lo alto porque vivimos en un mundo horizontal, de relaciones horizontales, y cuando hablamos de lo posible pensamos siempre en algo horizontal o que aparece en la línea del horizonte, de modo que lo vertical, lo que asciende o que desciende, lo que cae de los cielos o surge del abismo, es lo único que puede ponernos en contacto con lo imposible, y sólo en lo imposible comienza, niña mía, la verdadera hermosura. Mi pradera, suelo decir, y sin embargo ¡no es mía! No es mi pradera, sino la pradera de Bruckner, o, como yo la llamo, la pradera-bruckner. Te lo prometo, en seguida todo estará más claro. Amor y paz universales, Zoé querida. Inspiración y bendición. El amor de Dios esté contigo y ponga luz en todas las cosas que te rodean. Te envío mi bendición, Zoé. Durante los días siguientes, será mejor que no hablemos mucho. El tiempo es vibrante, pasa sobre nosotros como una gran ave dorada, pero nosotros nos cogemos de sus garras. Salvación, Zoé. Eso es lo que todos buscamos, la salvación.

Zoé no enseñó esta carta a nadie, y tampoco habló de ella a Otón… la leyó muchas veces, a ratos le parecía la obra de un loco, una sarta de incoherencias, otras veces le parecía que irradiaba ternura y amor, y siempre le sorprendía el abandono, el fuego, esa especie de predisposición total para rendirse ante algo bello o para morir… al cabo de unas semanas. Otón dejó definitivamente el sanatorio de Otradna, y poco después, Otón y Zoé comenzaron a ser amantes…

EN EL CLUB DE LOS VAGOS Y LOS DESORDENADOS

(Las Aventuras de Jaime y Block, 1)

una tarde, Jaime decidió volver a la casa misteriosa, la casa en la que según creía podía encerrarse la explicación del misterio de la Región Confabulada, para intentar entrar… todos los sospechosos a los que había seguido le habían conducido a aquella misma casa, la casa de la calle José María Blanco White… a esas alturas, Block y él eran ya inseparables, y no debe extrañarnos verles caminar juntos bajo la luz ardiente de la tarde de septiembre, y acercarse a la casa, a la que contemplan desde la acera de enfrente…

la casa se mostraba en calma; su atención contenida se dirigía suavemente a las dos presencias humanas, un muchacho rubio y otro moreno, que la observaban sin decir ni palabra… la casa estaba cerrada, pero no dormía… todos los visillos de las ventanas estaban corridos, todas las ventanas y las puertaventanas (con excepción de una de las buhardas que se abrían en los inclinados planos de pizarra del tejado como los prominentes ojos de algún animal marino) cerradas… el único signo de vida eran los dos mandarinos del porche en sus barrilitos de madera, ofreciendo sus diminutas mandarinas arrugadas y fuera de estación…

—¿qué pasa en esta casa? preguntó Block

—no lo sé, contestó Jaime tranquilamente… eso es lo que quiero averiguar

—¿cómo vamos a entrar? preguntó Block

—de la única manera posible… vamos a bajar por la rampa del garaje y vamos a forzar una de las ventanas del sótano

—oh, dijo Block, notablemente alarmado

—en mis tardes en la Biblioteca Nacional, le explicó Jaime, he tenido ocasión de descubrir, por pura casualidad, a unos cuantos individuos que se dedican a robar libros —o a introducir libros, este punto no lo tengo todavía muy claro… quizá se trata de una red… en un principio, pensé que se trataba de los buscadores de hápax, pero con el tiempo he llegado a desechar esa posibilidad… los buscadores de hápax trabajan en solitario, y éstos, sean quienes sean, están muy bien organizados, de eso no cabe la menor duda… hay alguna organización detrás, Block, un proyecto en el que todos participan… y no sé hasta dónde llegan las conexiones de esa organización, he llegado a pensar que tenían gente entre el personal de la propia Biblioteca… bueno, el hecho es que un par de veces que he seguido a algún sospechoso, me ha traído siempre directamente aquí

—se trata, entonces, de una clínica para cleptómanos, dijo Block

—lo cierto, dijo Jaime ignorando el sarcasmo de Block, es que nunca he conseguido ver nada a través de las ventanas… lo que sucede en el interior es un absoluto misterio… porque estoy convencido de que es aquí donde traen los libros, es aquí donde se realizan las entregas…

—y ésa es la razón de que quieras entrar ahí dentro

—sí, ésa es la razón

la rampa del garaje se abría a la derecha de la casa y trazaba una L alrededor de la esquina del edificio; en el ángulo, medio oculto entre las brazadas de hiedra del muro del edificio contiguo, había un ojo de pez en el que se plateaba y se ondulaba el mundo: todo llegaba más rápido, todo se iba más de prisa en aquella suspendida agua del tiempo, en aquel pequeño mundo reflejado en el que Jaime y Block se ondulaban como plantas acuáticas… descendieron por la rampa, doblaron la esquina bajo la mirada fantástica del ojo de pez y se encontraron así en la parte trasera de la casa… la puerta del garaje estaba cerrada; Jaime se puso a comprobar una por una las ventanas del sótano hasta que encontró una que estaba abierta…

—¿piensas entrar por ahí? dijo Block horrorizado

—sí, dijo Jaime

—creo que estás completamente loco, dijo Block… ¿haces esto sólo por unos libros?

—no tienes que venir si no quieres, dijo Jaime…

al lado de la puerta del garaje había un montón de cajas de madera con las letras
«Handle with care»
marcadas en rojo a los lados; Jaime cogió una de las cajas y la colocó debajo de la ventana… luego se subió a ella, levantó con cautela la hoja de la ventana y se asomó al interior…

—campo libre, dijo muy alegre… son las cocinas de este trasatlántico… Block, no tienes que venir si no quieres…

luego apoyó las manos en el alféizar de la ventana, pasó una rodilla sobre el alféizar (la operación resultaba complicada porque tenía que mantener al mismo tiempo la hoja de la ventana levantada) y desapareció en el interior… Block oyó un estruendo metálico, algo así como un gong rudamente golpeado y cientos de cacerolas cayendo y entrechocando… hubo un silencio dramático, y luego la cabeza de Jaime volvió a aparecer en la ventana

—un accidente, dijo… hasta luego, Block… no creo que tarde mucho… espérame si quieres… si no, nos vemos esta noche en el café El Cielo

—estás completamente loco, dijo Block… estoy seguro de que te han oído

—no te preocupes tanto, dijo Jaime… si no vuelvo a salir, dile a Estrella que me erija un cenotafio en la orilla del mar y que lea en voz alta el poema «Annabel Lee»…

—¿por qué «Annabel Lee»?

—es mi poema favorito, dijo Jaime encogiéndose de hombros… hasta luego

desapareció de nuevo en el interior… Block miró a ambos lados; miró al ojo de pez que contemplaba toda la escena medio oculto entre las hiedras, en lo alto de la curva de la rampa del garaje; miró la fachada de la casa, que ascendía vertiginosamente frente a él; miró la hoja metálica de la puerta del garaje; miró al cielo, en el que había nubes aisladas; se miró las puntas de los zapatos… luego suspiró profundamente, subió a la caja de madera, puso ambas manos sobre el alféizar y se lanzó al interior… cayó de forma no muy indecorosa, con las manos por delante, pero estuvo a punto de golpear de nuevo la tapa de una enorme cacerola que giraba lentamente…

—¿qué haces tú aquí? dijo Jaime sobresaltado

—no entiendo cómo «Annabel Lee» puede ser tu poema favorito, dijo Block incorporándose y frotándose una mano dolorida… Poe me parece un poeta atroz, aunque por supuesto tiene líneas inolvidables, como esa que un tembloroso Humbert Humbert le recita a Lolita, los dos iluminados por una bella luz matinal, en la película:
It was night, in the lonesome October Of my most immemorial year

—sí, bueno, dijo Jaime… eso es «Ulalume»… en la película, James Masón cita «Ulalume», pero en la novela Nabokov cita «Annabel Lee»:
She was a child, and I was a child
—que es, en realidad, el tema del libro…

—sí, dijo Block, y el «reino al lado del mar», de donde más tarde nacería Zembla

—Zembla nace de Baudelaire, dijo Jaime…
«mon semblable, mon frère»


Semblable
, el país del otro lado del espejo, dijo Block… todo eso son tonterías postestructuralistas: Zembla, acentuado en la última «a», significa «tierra» en ruso… tu «Zembla» viene de Zemblá…

—sí, bueno, dijo Jaime, pero «Annabel Lee» es mi poema favorito…

estaban los dos de pie en un mostrador metálico que recorría toda la pared de un extremo al otro y en el que se apilaban torres de platos, fuentes y cacerolas… era una cocina inmensa, algo así como la cocina de un hotel o de un restaurante de lujo, la cocina de un trasatlántico, y estaba completamente desierta… Jaime y Block bajaron del mostrador; los grandes muebles metálicos formaban pasillos, a lo largo de los cuales se distribuían fogones, pilas, mostradores de formica y mesas de madera… en la mayor parte de los fogones ardían llamas azules, había muchas ollas y marmitas puestas al fuego, pero cuando comenzaron a levantar las tapas, descubrieron que estaban todas vacías… ¿de dónde provenía, pues, el agradable aroma de carne guisada con verduras que llenaba el aire y que tan mal armonizaba con las sutilidades de la tarde de verano —los perfumes de minestrone, de crema de apio, de pescado en caldo corto, de langosta Thermidor, de caldo de almejas? los trinchadores giraban vacíos dentro de los hornos brillantemente iluminados, con una especie de fruición secreta… las tablas de madera para cortar vegetales estaban húmedas, había grandes cuchillos que brillaban tintados de sangre (o quizá sangre de remolacha, de grosellas, de arándanos) pero no había ni rastro de zanahorias, ni nabos, ni puerros, ni brécoles, ni lechugas, ni endivias, ni grosellas, ni remolachas, ni arándanos…

—extraño, dijo Jaime abriendo una gran marmita, muy extraño… me pregunto qué habría dicho Panorámix

luego se acercó a las alacenas de madera y se puso a abrir frascos de peonías y de pétalos de rosa… Block se acercó y los olió también: olían a peonías y a rosas, las peonías olían a flores, las rosas olían como los hombres y las mujeres… Jaime siguió abriendo frascos, hundiendo en ellos grandes cucharones de madera, frascos de cristal azul, con gruesas tapaderas de corcho y etiquetas encantadoras escritas a mano con desvaída tinta color turquesa, frascos de azúcar molida, de vainilla azucarada, de malvavisco, de jengibre, de cardamomo, de raíces de mandrágora, de menta, de centáurea, de anís de Francia, de algalia, de hierbaluisa, de Sofronia, de té verde japonés, de mejorana, de albahaca…

—¿esperas encontrar libros en una cocina? preguntaba Block, viéndole tan afanoso

—mira esto, dijo Jaime… había encontrado un curioso salero caído en medio de un montón de sal: en un cierto sentido estaba vacío pero tenía sal en su interior… si se desenroscaba la embocadura metálica y se echaba sal para llenarlo, caía todo fuera; si, por el contrario, se espolvoreaba la sal sobre la mesa, el salero se iba llenando, hasta lograr casi la apariencia de un salero normal…

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