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Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

La oscuridad más allá de las estrellas (40 page)

E
staba por fuera de su pantalla de intimidad y pedí permiso para entrar, esperando ser expulsado con una palabra desdeñosa. Hubo un momento de silencio y luego la pantalla de intimidad desapareció y me quedé contemplando lo que más tarde descubriría que era un bosque tropical. Enormes troncos de árboles se alzaban cientos de metros en el aire y el dosel de hojas de lo alto era tan denso que el cielo era un mosaico de verdes. Aves de colores brillantes revoloteaban entre las ramas y, en lo más alto, había monos que se balanceaban de rama en rama. Cosas con ojos de lagarto correteaban entre la maleza a mis pies y lianas y trepadoras colgaban frente a mi cara. Era cálido y húmedo, y olía como imaginaba que debían oler las junglas.

Era una obra maestra.

No conocía a nadie que tuviera la habilidad de programar un atrezo de compartimento de esta complejidad. Una vez más, me vi obligado a reconsiderar mi opinión sobre Zorzal. Era algo más que sólo un científico, y desde luego bastante más que un artista. Me hizo falta un esfuerzo de voluntad para recordarme a mí mismo que, por razones que probablemente no conocería jamás, me quería muerto.

No tardó demasiado en recordármelo él mismo.

—Entra Gorrión, no te quedes en el pasillo.

Me interné, todavía asombrado por su habilidad artística y sentí demasiado tarde que no sólo se activaba la pantalla de intimidad a mis espaldas, sino que también se cerraba la escotilla. En alguna parte frente a mí, o quizá a un lado, o por encima de mí, estaba Zorzal. No podía verlo. A diferencia de otros atrezos de compartimento, éste no había sido diseñado alrededor del escaso mobiliario. Estaba diseñado para ocultarlo, así como a su ocupante.

Tanteé en busca de mi máscara, y me di cuenta de que no la llevaba conmigo. Y Zorzal, que sin duda llevaba la suya, podía ver que no la tenía.

Di unos cuantos pasos y al instante me golpeé contra la hamaca. No había ningún indicio de que estuviera allí. Tendría que tantear mi camino a ciegas, ignorando todas las indicaciones visuales de mi entorno.

—Me sorprende que hayas tenido el valor —se rió Zorzal—, aunque no dice mucho sobre tu capacidad de juicio.

—¿Dónde estás? —pregunté, ignorando el sobresalto en mi corazón ante ese comentario sobre mi juicio.

—Todavía no, Gorrión. Pronto.

Intenté eliminar mentalmente la vegetación y orientarme en el compartimento. Me deslicé hacia lo que tenía que ser un mamparo a mi izquierda y me aplasté contra la pared, sintiéndome momentáneamente más seguro. Tanteé en busca de la delgada tira de metal que llevaba oculta en mi faldellín y puse la mano sobre ella.

—No le gusto a la Tripulación, Gorrión. —La voz de Zorzal se había vuelto repentinamente átona y teñida de rencor—. Tú les caes mejor... pero no mucho. Garza intentó matarte una vez, pero sigues olvidándote de que tú intentaste matarme a mí y estuviste más cerca de conseguirlo de lo que Garza estuvo de asesinarte. Nadie se ha olvidado de ello y eres un idiota si crees que te han perdonado.

Una oleada de excitación se filtró en su voz.

—¿No te pareste a pensar, Gorrión?

has venido a verme a

, no al revés. Y supongo que tienes algún tipo de arma. ¿Llevas un cuchillo encima, Gorrión? Ahora mismo la estás tocando, ¿verdad? Con la espalda contra el mamparo para que no te pueda coger por sorpresa. Excepto que creo que podría hacerlo. Y si te matara, Gorrión, podría alegar defensa propia y casi todo el mundo me creería.

Estaba sudando, las gotitas me escocían cuando se me metían en los ojos. Mi respiración era superficial y mis oídos se esforzaban por distinguir los movimientos de Zorzal del sonido de los pequeños animales de la jungla a mi alrededor.

—¿Tienes miedo, Gorrión? Sé que no puedes verme y te aseguro que no me oirás. No a tiempo.

Me maldije una vez más por ser tan idiota. Empecé a deslizarme hacia la derecha, tanteando en busca de la escotilla, y me tropecé con una estantería inesperada. El sonido pareció fuerte incluso entre los aullidos y chillidos de la jungla. Me tensé y blandí la tira de metal en dirección a la vegetación que tenía enfrente.

La voz de Zorzal rebosaba amenaza.

—¿Estás asustado, Gorrión? Si lo admites, puede que te salve la vida.

Se calló y juraría que percibí un ligero movimiento. Tenía razón: para cuando supiera dónde estaba, sería demasiado tarde. Y tenía razón cuando decía que el Capitán me juzgaría a mí, no a él.

—Tengo que saberlo, Gorrión.

Su voz tenía una nota de salvajismo y supuse que estaba muy cerca. Sentí mis propias emociones reflejadas en las suyas, recordé cuando había apretado una tira de metal contra su garganta y estaba dispuesto a cortársela, vacilando sólo al oír el temblor de su miedo en su voz. Ahora quería esa misma admisión por mi parte.

Sacudí la cabeza y las gotas de sudor salieron volando. No iba a ganar esta vez.

—Pues sí, tengo miedo —admití finalmente.

El bosque tropical se desvaneció abruptamente. Estaba tendido en el mamparo, agitando mi cuchillo frente a mí como un idiota, mientras un Zorzal con aspecto satisfecho flotaba detrás de la repisa familiar que todos usábamos como escritorio. Apartó sus manos de la terminal y mostró unos enormes dientes en una pálida sonrisa. En la cubierta hangar, le había perdonado la vida cuando mostró miedo. Yo había sido el macho alfa entonces. Ahora me había perdonado la mía, sin abandonar jamás su posición detrás del escritorio. La posible lucha, y las posibilidades de ganar o perder, sólo habían existido en mi imaginación.

—Estamos empatados —dijo con una sonrisa maligna.

—Más que empatados —murmuré.

Entrelazó las manos detrás de la cabeza, sin tenerme miedo aunque seguía teniendo el cuchillo en la mano. Sabía que podía alcanzar la terminal antes de que yo pudiera llegar hasta él y que jamás lo encontraría en la jungla que había programado. También sabía que tenía una razón para venir a verlo.

—Somos las dos únicas personas a bordo que podemos jugar a esto —dijo con satisfacción—. No, lo retiro... hay unos pocos que podrían llegar cerca, Banquo, por ejemplo. Pero muy pocos de los demás. No somos como ellos, Gorrión.

Me estaba incluyendo en la misma categoría que él; me sentí repelido e inquieto al mismo tiempo. ¿Sabía que era consciente de mi historia? Durante un breve instante, la ansiedad me hizo sudar, y luego me di cuenta de que aunque se permitía jugar con Gorrión, no lo haría si se veía frente a Hamlet.

—Creo que somos muy diferentes, Zorzal... jamás le hubiera hecho a Garza lo que tú le hiciste.

Hizo una mueca de desdén.

—Es muy fácil decirlo cuando nunca te has encontrado en una posición en la que se trata de tu vida o la de otro. La nave no le ehará de menos; y aunque opines lo contrario, en mi caso sí lo haría.

—Te idolatraba —dije.

Se encogió de hombros con indiferencia.

—¿Y por qué no? ¿Alguien más se tomó la molestia de ser su amigo? Al final, lo traté muy mal, pero las circunstancias no me daban otra opción. Y si te acuerdas, hubo un tiempo en el que tú tenías una gran opinión de mí también.

Me mordí la lengua para no expresar la réplica furiosa que me vino a la mente. En la cubierta hangar, cuando estábamos tan cerca que pude sentir su repentina oleada de miedo, le había preguntado por qué quería matarme y me había respondido que él era el mejor hombre. Le había dado vueltas a eso desde entonces. Durante los meses que había sido «Gorrión», me había imaginado a la
Astron
dividida en dos partes; el Capitán y sus hombres contra el resto de la tripulación. El Capitán tenía una misión y llegaría a cualquier extremo con tal de llevarla a cabo. Pero una gran parte de la tripulación quería hacerse con la
Astron
y volver a casa.

Era una teoría simple, pero Zorzal no encajaba en ella. Sabía lo que quería el Capitán. Sabía lo que quería la tripulación. Pero no sabía lo que quería Zorzal.

Entonces tuve una de las pocas inspiraciones de mi corta vida.

—¿Estás de acuerdo con el Capitán, Zorzal? ¿Que ahí fuera hay vida?

—Ninguno de nosotros lo sabrá hasta que no la encontremos, ¿no, Gorrión? —Sonrió—. Si el Capitán me lo pregunta, puede que le diera una respuesta diferente. Como hiciste tú durante el juicio.

Me pregunté si de verdad éramos tan parecidos. Entonces sentí curiosidad por lo que pensaría Hamlet acerca de Zorzal, cómo lo habría manejado. O si le habría importado lo más mínimo.

—Ahora soy yo el que tiene una pregunta para ti, Gorrión. —La sonrisa de Zorzal desapareció—. ¿Para qué has venido a verme? La verdad, Gorrión, por favor.

Estaba muy seguro de sí mismo, controlaba la situación. Aparentemente éramos enemigos mortales; pero en ese momento jamás lo hubiera imaginado. Si alguna vez actuó en las obras históricas de Agachadiza, debió de ser un actor muy bueno.

—Necesito tu ayuda.

—No creía que pudieras sorprenderme —murmuró—. Me equivocaba.

—Quiero convencer al Capitán para que les salve la vida. —Ya sabía a quiénes me refería.

Su rostro se volvió una máscara pálida.

—Nunca le tuve mucho afecto a Noé, y Tibaldo es fácil de reemplazar. Y sobrevaloras mi amistad con Garza.

—Nunca fuiste amigo de Garza —dije—.
Él
era amigo tuyo, pero no al revés.

—Admito la corrección —dijo con indiferencia.

El tiempo se acababa. Había pasado media hora con Ofelia y Julda, pero bien podía pasarme todo un período intentando persuadir a Zorzal para que hiciera algo a lo que no le veía ningún beneficio personal, sólo riesgos.

—Puedo demostrar que te confabulaste con Garza en la cubierta hangar —dije—. Hay otros testigos. —Era una mentira demasiado evidente y maldije a Julda por presionarme para que hablara con Zorzal.

Zorzal alzó una ceja en fingida sorpresa.

—¿Una amenaza, Gorrión? ¿Contra mí? —Sonrió lúgubremente—. ¿Qué es lo que quieres que haga? ¿Que vaya al Capitán y ruegue por sus vidas? —Una vez más había algo en el fondo de sus ojos que era incapaz de interpretar—. Sería más efectivo si lo hicieras tú, Gorrión. Puede que crea en los ruegos si venen de ti; eres demasiado inocente para tener motivaciones ocultas.

Flotó alejándose del escritorio. Me quedé mirándolo a la luz de los tubos luminiscentes mientras al mismo tiempo intentaba ocultar mi mirada. Había sido un completo idiota, debería haberlo sabido. ¿Por qué no me lo había contado Julda?

Tenía ojos pero no había aprendido a usarlos; y Julda enseñaba con el ejemplo. Estaba muy preocupada por el destino de los que habían sido abandonados abajo, pero también quería que contemplara a Zorzal en las circunstancias en las que lo vería como lo que realmente era.

Zorzal abrió la escotilla, y esperó a que me fuera.

—Haz lo que quieras, Gorrión, di lo que quieras. No puedo ir ante el Capitán a suplicar por ellos. Nadie puede. Los tres pusieron en peligro la
Astron
, y para eso no hay perdón posible... nadie puede poner en peligro la
Astron
, ni siquiera el propio Capitán.

Me detuve en el pasillo, justo antes de que encendiera la pantalla de intimidad.

—Si fueras el Capitán —dije pensativamente—, ¿llevarías la
Astron
a la Oscuridad?

No era una pregunta mía. Provenía de algún rincón de mi mente, quizá de Hamlet, quizá de Aarón. Me sorprendió tanto como sorprendió a Zorzal.

—Puede que lo hiciera.

—No lo lograrías —dije.

Se encogió de hombros y se volvió a la terminal.

—La nave puede que sí, la tripulación no. No entera.

La jungla y todos sus ruidos reaparecieron súbitamente, para desvanecerse un instante después cuando la pantalla de intimidad volvió a activarse.

Tenía la información que necesitaba, pero también tenía mucho más que eso, y de forma completamente inesperada. Zorzal había sufrido laceraciones tan graves como las mías durante nuestra lucha en la cubierta hangar. Pero ahora estaba completamente curado. Recordé la cara de sorpresa de Abel cuando nos había inspeccionado tres semanas después.

Ofelia se equivocó acerca de la esterilidad del Capitán. El color de la piel era diferente, sin duda debido a un gen recesivo. Pero el impulso de mando era el mismo, así como la carencia de compasión y la habilidad innata para manipular a la gente. Y también la actitud de alguien que estaba solo en la vida, abandonado entre insectos efímeros.

Zorzal había alardeado una vez de que el Capitán había mostrado un interés especial en él. Me había sorprendido entonces, pero ahora no.

Zorzal, Zorzal...

El hijo del Capitán.

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