La oscuridad más allá de las estrellas (38 page)

Read La oscuridad más allá de las estrellas Online

Authors: Frank M. Robinson

Tags: #Ciencia Ficción

—Tenías dudas sobre el propósito de la
Astron
y sobre si lograríamos nuestro propósito. ¿Por qué no acudiste a mí con esas dudas, Noé?

El debate había cambiado, pero para Noé ya era demasiado tarde.

—Jamás me hubiera escuchado...

El Capitán pareció herido en sus sentimientos.

—Hubiera discutido contigo, pero creo que hubiera escuchado. Quizá me hubieras persuadido. O yo a ti. Pero como mínimo, te habría disuadido de fomentar un motín, poniendo así en peligro a otros.

Hubo murmullos de inquietud entre el público y me temí que Noé se derrumbara ante ellos como le había ocurrido a Garza.

Noé cambió de tema repentinamente. Podía hablar en público, y yo sospechaba que iba a usar ese hecho para advertir a la tripulación antes que para defenderse de las acusaciones, una causa que seguramente ya consideraba perdida.

—La
Astron
está maltrecha —dijo con voz temblorosa—. No durará veinte generaciones más.

El Capitán dejó caer con fuerza la palma de su mano contra el escritorio. El sonido violento acalló al público.

—No estamos hablando sobre la condición de la nave. ¡Eso queda en manos de Mantenimiento! ¡Estamos hablando sobre un motín y de ti como su cabecilla y en ningún momento has negado ese papel!

—Era un supuesto del debate —objetó Noé.

—¿Supuesto? —El Capitán fingió sorpresa—. De supuestos nada, Noé. Admitiste que formaste tal grupo y nos has contado su propósito. Pero cuando la
Astron
partió de la Tierra hace ya dos mil años, tenía un propósito muy diferente del tuyo. Tus antepasados se enrolaron en ese propósito por su propia voluntad y a sus descendientes nacidos en la Tierra se les pagó enormes cantidades de dinero por ello. Era un contrato, Noé, uno que no puede romperse simplemente porque ya no encaja con los intereses de una de esas partes.

—Los padres no pueden hacer contratos en nombre de sus hijos...

—Se ha hecho durante toda la historia de la humanidad —dijo el Capitán con desprecio—. Y los hijos que rompen el contrato lo hacen por su cuenta y riesgo.

Esperó un momento, y luego volvió a adoptar un tono conciliador, esta vez hablando directamente a los tripulantes congregados en el hangar.

—Pocos de vosotros conocéis el estado de la Tierra en la época del Lanzamiento. Era un planeta agotado, un mundo de colonizadores de la frontera sin fronteras que alcanzar, un mundo que dudaba del valor de su existencia porque su propio sistema planetario había resultado estéril. Emplearon casi todas sus riquezas en construir esta nave y la dotaron de un propósito muy definido. Imaginaría el Exterior como la misma frontera, para encontrar criaturas vivas en otras partes, y al hacerlo daría propósito a sus vidas. Sabían que llevaría tiempo. ¡Lo que no esperaban es que la
Astron
volviera pronto con el mensaje de que no había nada y que sus vidas son un accidente de la naturaleza!

Se quedó en silencio y yo me quedé mirándolo fijamente, asombrado. Había hablado con el corazón y tenía que luchar por no verme arrebatado por la oleada de emociones que había invocado.

El Capitán hizo una última anotación en su tablilla de escritura, la apartó a un lado, entrelazó las manos y contempló a Noé con una ligera expresión de tristeza.

—Se te acusa de fomentar un motín. Un motín no sólo contra mí sino contra los deseos de millones de personas en cuyo nombre se lanzó la
Astron
hace tanto tiempo. ¿Tienes algunas palabras finales que decir en tu defensa?

Por primera y última vez desde que lo conocía, Noé parecía furioso.

—No me sentencias únicamente a mí —dijo en tono controlado—. Sentencias a todos los que están a bordo de la
Astron
. La
Astron
no conseguirá cruzar la Oscuridad.

Un súbito silencio se adueñó del hangar. Muchos de los tripulantes lo habían pensado en privado, y ahora alguien lo decía en voz alta.

—Me dejas sin otra opción, Noé, una que lamento porque has sido un miembro valioso de la tripulación de esta nave. —El Capitán asintió hacia Banquo—: El prisionero queda sentenciado.

No miró a Noé... pero para él ya no existía ningún Noé.

H
abíamos comenzado a salir cuando el Capitán volvió a alzar la mano.

—Continuaremos al período siguiente.

Era obvio quién sería llamado la próxima vez. Conseguí dar con ella en el pasillo que conducía a la cubierta hangar.

—Lo siento, Ofelia.

Me miró sin su habitual mezcla de arrogancia y hostilidad.

—Fui dura contigo, Gorrión. Lo lamento. —Sonrió débilmente e intentó bromear—. Me recordabas a alguien que conocía.

—Me sobrepasé —dije—. Y no debí hacerlo.

Su sonrisa se desvaneció.

—Cuando lo conozcas mejor, dile hola a Hamlet de mi parte.

Se impulsó por el pasillo de vuelta a su compartimento y me quedé mirándola, sintiendo admiración y culpa a partes iguales. Entonces sentí que alguien flotaba hasta mí y me volví para ver a Agachadiza.

—Ofelia es una mujer notable —dijo ella—. La admiro. —El parpadeo de una leve sonrisa—. Tiene derecho a lo que queda de Hamlet.

Agachadiza se estaba ofreciendo a compartirme, y me sentí conmovido.

—¿Lo dices en serio?

Su sonrisa también se desvaneció.

—Tiene derecho —repitió.

Era mi turno de sonreír, aunque muy poco.

—Estás celosa, Agachadiza.

—Siempre lo he estado. —Apartó la mirada—. Pero te debo a ella.

Fue Ofelia quien nos presentó, recordé. E incluso aunque ya no era Hamlet, había sido un acto de generosidad.

—Hamlet está muerto —dije con suavidad—. Sólo soy... Gorrión.

Volvimos a mi compartimento y ella apagó el atrezo de la biblioteca, luego se acurrucó a mi lado en la hamaca. No hicimos el amor, sino que simplemente nos cogimos de la mano. Estaba emocionalmente exhausto y sólo quería que me abrazaran y abrazar. No tuve ningún sueño.

Cuando desperté, me senté al borde de la hamaca y acaricié suavemente el pelo de Agachadiza hasta que despertó.

—Es el turno de Ofelia, ¿no?

Asentí.

—Empezará con ella.

—Creo que será la última.

Me quedé sorprendido.

—¿Por qué dices eso?

—Bisbita me dijo que... que lo presentía. El Capitán tiene miedo de llamar a alguien más.

—Malo para la moral —gruñí.

Negó con la cabeza.

—Iría demasiado lejos, no habría fin a este asunto.

Desayunamos en silencio, luego desfilamos hacia la cubierta hangar. Me senté donde Ofelia pudiera verme, para prestarle el apoyo moral que pudiera. Y entonces apareció Ofelia y se sentó a mi lado. Me quedé asombrado. ¿Si no era ella, entonces quién?

La respuesta dejó estupefacta a toda la tripulación. El Capitán entró flotando, seguido una vez más de Banquo y Catón. Acompañándlos, y con aspecto de estar absolutamente sorprendido por estar allí, venía Tibaldo. No había rumores y no lo habían puesto en custodia el tiempo suficiente para que nadie lo echara de menos.

El Capitán esperó hasta que se acallaron los murmullos entre el público, luego miró a Tibaldo en silencio, con una expresión cuidadosamente estudiada de ira y sentimientos heridos. Una vez más la acusación era de motín. Nos quedamos sin aliento.

—Has sido líder de equipo durante veinte años, Tibaldo, eres uno de los hombres con más experiencia a bordo. Y un hombre en el que he confiado sobre todos...

—Jamás le he dado razón alguna para no confiar en mí —interrumpió Tibaldo.

Al Capitán no se le interrumpe, pensé. Pero no demostró enfado ante el estallido de Tibaldo.

—Creí que te conocía —continuó el Capitán—. Te hubiera confiado mi vida.

Tibaldo parecía perplejo.

—Y todavía puede, señor.

El Capitán negó lentamente con la cabeza.

—Quizá en otro tiempo. Ahora no. —Una mirada a la tablilla—. Una vez creíste en el propósito de la
Astron
, que había vida en algún lugar del universo y que algún día la encontraríamos. ¿Cuándo cambiaste de parecer, Tibaldo?

—No lo he hecho —dijo Tibaldo, indignado. Seguí sin poder creer que estuviera siendo juzgado.

—Te emparejaste con alguien que no creía, alguien que estaba íntimamente relacionado con el motín, que era conocida como uno de sus líderes. ¿Es eso correcto, Tibaldo?

A mi lado, sentí cómo Ofelia se ponía rígida. Tibaldo no podía negarlo, pero tampoco podía admitirlo sin confirmar que Ofelia era uno de los cabecillas del motín. Así que se quedó mirando a la cubierta y no dijo nada.

—Todos sabemos que lo hiciste —dijo el Capitán—. Parece poco probable que te emparejaras con alguien que desaprobaras o con quien disentías violentamente.

Tibaldo no replicó, ni alzó la vista. El Capitán frunció el ceño.

—Si alguien es un tripulante leal y está lo suficientemente cercano a otro tripulante del que sabe que está implicado en el fomento activo de un motín, que se opone a la misión de esta nave y quiere abortarla, ¿qué crees que debería hacer, Tibaldo? ¿Guardárselo para sí y por tanto traicionar no sólo el propósito de la nave y a todos a bordo de ésta sino también a todos los de la Tierra? ¿O debería acudir al Capitán y exponer los hechos relacionados con el motín según los conoce?

No se trataba de un sermón para Tibaldo, era un sermón para el resto de nosotros. Me pregunté cuántos se escabullirían más tarde para ver al Capitán y contarle todo lo que sabían, como delatores.

Tibaldo alzó la vista finalmente hacia el Capitán.

—No traicionaré a mis compañeros —dijo con voz enronquecida.

—Un noble sentimiento, pero algo tarde. Ya lo has hecho. —El Capitán hizo un gesto con la cabeza en mi dirección—. Gorrión era un tripulante bajo tu mando; estoy seguro de que confiaba en ti. Pero fuiste tú quien le dio a Garza la libertad para actuar como su asesino. ¿Niegas que Garza pidiera, y que tú se lo concedieras, permiso para moverse por la superficie a su antojo?

—Yo no...

El Capitán dejó caer la mano abierta sobre la mesa.

—No lo sabías. O eso dices. Y aun así sabías que había mala sangre entre Gorrión y Garza. Y te aseguraste que de todos los grupos que aterrizaran en Aquinas II, el tuyo fuera el único que iba armado. Garza tenía una pistola de proyectiles. Gorrión no. Y lo sabías.

El Capitán escogía y usaba las pruebas según le convenía. Lo que tres períodos antes era encomiable ahora era traición. Podía sentir el lento despertar de la ira del público. Todos conocían a Tibaldo y a todos les caía bien. Nadie había dudado de su lealtad, aunque unos pocos habían cuestionado la sabiduría de emparejarse con Ofelia, por breve que fuera. Pero todos ellos habían entendido el motivo.

—Soy leal —dijo Tibaldo en voz átona—. Siempre he sido leal.

El Capitán negó con la cabeza.

—Quisiste que el tribunal creyera que eras una víctima inocente, que no tenías ni idea de lo que pretendía Garza. Pero sabías que estaba armado y que odiaba a Gorrión. No requiere mucha imaginación especular que conocías las intenciones de Garza.

Tibaldo jadeó.

—Gorrión era mi amigo.

—Un amigo que compitió, por fugazmente que fuera, por la mujer con la que más tarde te emparejarías. No hay necesidad de otro móvil.

Durante un momento, creí que el Capitán se refería a Hamlet, y luego me di cuenta de que se refería a la noche en la que había tomado a Ofelia en contra de sus deseos. Esperé a ser llamado para testificar, para poder negar la acusación.

El Capitán hizo una anotación final, luego cerró su tablilla de escritura con un chasquido.

—Dije que te hubiera confiado mi vida. Hubiera sido una confianza mal empleada. —Entonces Tibaldo desapareció por completo para él como si se hubiera desintegrado en el aire—. El prisionero queda sentenciado.

Nos quedamos en silencio, demasiado aturdidos para movernos. Si hubiéramos tenido que votar quién era el tripulante más leal a la nave y al Capitán, no había duda de que Tibaldo hubiera ganado.

Me pregunté por qué lo había hecho, y entonces nos lo dijo. Habíamos empezado a movernos hacia la escotilla cuando nos hizo señas de que nos quedáramos.

—Los juicios han acabado. —Había una siniestra sonrisa en su cara, y pensé en una imagen que había visto una vez en la matriz de memoria del ordenador, la de un tigre—. Espero que sirvan como futura advertencia a todos aquellos que están dispuestos a traicionar a la
Astron
o su propósito y por tanto a traicionar a la Tierra misma.

Garza había sido condenado por intento de asesinato.

Noé había sido condenado por intento de motín.

Tibaldo había sido condenado para darnos una lección.

Tras dos mil años, el Capitán debería conocer mejor a la tripulación.

Other books

Widow Basquiat by Jennifer Clement
Burn for Me by Shiloh Walker
New Way to Fly by Margot Dalton
Death in a Summer Colony by Aaron Stander
Vegan Diner by Julie Hasson
Not Another Happy Ending by David Solomons
The Tying of Threads by Joy Dettman