La profecía de Orión (30 page)

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Authors: Patrick Geryl

Tags: #Ensayo, #Ciencia

Los griegos habían descripto esta destrucción en una versión mítica. Faetón, el hijo del Sol, fue encargado de conducir el carruaje de su padre, pero no pudo mantenerlo en su curso habitual. En la Tierra, comenzaron los incendios, a causa de este cambio de ruta. Para salvar a la humanidad, Zeus decidió matar a su hijo; con ese propósito dejó caer un rayo en dirección a este, con el resultado esperado. Como el incendio aún ardía en la nueva senda, envió una ola gigantesca para extinguir el fuego. En el libro hebreo de Henoch, Noé gritó con amarga voz: «Dime qué está sucediendo con la Tierra, ahora que la están flagelando y sacudiendo tanto…».

Eso es exactamente lo que se preguntaban los japoneses. Tokio se había derrumbado; islas enteras habían desaparecido bajo el mar y la lava corría en torrentes sobre los arrozales, su fin se aproximaba, de eso no cabía duda. Así como la Atlántida, una vez desapareció completamente, su tierra también iba a hundirse bajo las aguas. Una vez más, el Sol hacía un extraño movimiento en el cielo y la Tierra del Sol Naciente se hundía también cada vez más profundamente, como si el océano la tragara. El agua salada penetró por la capital, la rodeó y siguió subiendo. Aquí, el Sol ya no nacería más. Si hubieran estudiado el calendario maya, tal vez hubiesen podido escapar de la furiosa locura de la naturaleza, como alguna vez lo hicieron los atlantes. Pero ¿qué tecnócrata, sólo interesado en computadoras, chips y otros productos para la sociedad de consumo, hubiera permitido que ese pensamiento siquiera cruzase su mente? Ahora era demasiado tarde y el ciclo actual del Sol terminaría en la destrucción del mundo entero.

4 Ahau 3 Kankin: 21-22 de diciembre de 2012
. Uno sólo tenía que mirar a su alrededor para darse cuenta y ver el poder de este antiguo oráculo. Como resultado del desastre cósmico del Sol, se produjo un terrible desastre geológico sobre la Tierra, el mayor de todos los tiempos; por cierto, el más grande de Japón, que desapareció para siempre en las furiosas aguas.

En Egipto, las pirámides de Giza —erigidas a imagen de la constelación de Orión— habían soportado la violencia bastante bien hasta ahora, gracias a su construcción superior. Los antiguos maestros constructores tuvieron la inteligencia de crear algo que iba a perdurar en el tiempo lo más posible. Si esta civilización no lograba decodificar su mensaje, entonces, tal vez, la próxima lo haría. De ahí el estado bastante bueno de las pirámides después de una serie de terremotos. También sus similares en América del Sur, portadoras del mensaje de destrucción, permanecían de pie. Más tarde, los astrónomos podrían descubrir todavía que Orión es un vínculo importante para desvelar los códigos de destrucción de la Tierra, en caso de que volviese a ser necesario. Ese es el último interrogante.

La población mundial se estaba diezmando a una velocidad inigualada; ni siquiera una guerra nuclear podría llegar a ser más fatal. Aun con los cientos de millones de computadoras que el hombre moderno había logrado construir, no podía lograr que una computadora calculara el final del mundo. Sin embargo, hace más de 14 000 años, los sacerdotes de la Atlántida sí fueron capaces de hacerlo. Los conocimientos perdidos, ahora temblaban y se sacudían, pero estaban firmes contra las poderosas olas de la Tierra. Era como si los sumos sacerdotes quisieran resguardar su creación maestra, como si hubieran querido decir: «Protejan esos lugares sagrados, no destruyan la resurrección de Orión, dejen que sea más fuerte que la violencia de la naturaleza».

Y así sucedió. El daño fue escaso, como si los dioses lo hubiesen determinado, mientras todo lo demás en el mundo colapsaba. Si pudiera ver el desastre desde una nave espacial, el panorama sería mucho más claro. La Tierra se había movido y había sido desplazada de su eje. Allí donde alguna vez estuvieron los polos, ahora había otras regiones. Los estadounidenses y canadienses se aterrarían si pudieran ver que su mundo era arrastrado hacia el lugar donde antes se encontraba el polo. No había cómo detenerlo. Canadá y EE.UU. iban a desaparecer bajo el hielo polar como sucedió antes, hace 12 000 años. En Navidad, la ciudad de Nueva York —corazón financiero de la sociedad de consumo que había escalado hasta la cima—, ahora iba a quedar enterrada bajo una gruesa capa de hielo y su clima sería extremadamente frío, frío polar. Si se realizaran excavaciones en miles de años, se descubrirían millares de cadáveres humanos y de animales, porque se habrían congelado para siempre, a causa del súbito desplazamiento del eje de la Tierra.

En el lado opuesto del mundo, el otrora Polo Sur se había movido hacia un clima más moderado. A causa del intenso calor generado por las erupciones solares, grandes porciones de hielo comenzaron a derretirse. La Atlántida iba a emerger otra vez, cuando el enorme poder de la masa de hielo desapareciera. La predicción del clarividente Edgar Cayce (ver
The Mayan Prophecies [Las profecías mayas]
y otro textos), referida a que la ciencia de la Atlántida iba a ser redescubierta, se había vuelto realidad, y ahora sus otras predicciones también demostraban ser correctas: «No mucho tiempo después del descubrimiento de los secretos de la caída de la Atlántida, los polos de la Tierra se revertirán y se producirá un deslizamiento de la corteza terrestre en las áreas polares, estimulando las erupciones volcánicas. En la parte occidental de EE.UU., la tierra se abrirá y desaparecerá bajo el casquete polar, y la parte superior de Europa cambiará de un solo golpe».

Y eso estaba sucediendo ahora. Áreas enteras sufrieron un drástico cambio en el clima en apenas unas pocas horas; era el escenario de un completo juicio final para enormes grupos de poblaciones y animales. Los osos polares y los pingüinos tal vez logren sobrevivir, pues ellos pueden nadar y adaptarse a los cambios de la temperatura, de fría a cálida. Quizás, ellos se originaron en un anterior corrimiento de los polos y se vieron forzados a adaptarse después de haber sido arrojados de un clima cálido a uno frío. En esta ocasión, eso ya no será necesario, pues hallarán su camino hacia nuevos polos. Los estadounidenses ahora iban a darse cuenta de por qué su tierra estaba tan poco poblada apenas unos cientos de años. Después del último desplazamiento, el hielo debió derretirse y sólo entonces, se hizo posible el crecimiento de la vegetación. Por supuesto, esto tardó unos miles de años. Entonces, los animales pudieron reproducirse sin ser perturbados. Dado que las personas emigraron más tarde, la mayor parte del país permaneció deshabitada. Hubiera sido mejor que permaneciese de ese modo. Sumamente sorprendidos, los norteamericanos sobrevivientes iban a ver su tierra deslizarse hacia el Polo. Su tierra iba a desaparecer casi por completo e iban a comenzar a darse cuenta cuando sintieran las primeras oleadas de frío. El dólar —que alguna vez fue todopoderoso—, ahora llegaría a su fin para siempre, congelado a cincuenta grados bajo cero y cubierto de colosales cantidades de hielo. Dentro de cientos de años, ya nadie hablaría del dólar, del índice Dow Jones, del precio del oro, la plata y los metales preciosos, la crisis del petróleo, etc. terminaría para siempre, así como el mundo de Siberia de repente llegó a su fin durante el deslizamiento anterior. En aquel tiempo, Siberia tenía un clima moderado, pero en pocas horas, de pronto se tornó intensamente frío. Como consecuencia de ello, grandes cantidades de mamuts murieron de forma súbita; el deceso llegó tan rápido, que ni siquiera habían digerido las plantas que habían comido. Incluso en la actualidad, se pueden hallar flores y pastos en buen estado dentro de sus estómagos. Richard Lydekker escribe en
Smithsonian Reports [Informes smithsonianos]
(1899):

En muchas instancias, como es sabido, se han hallado carcasas enteras de mamuts enterradas, con la piel y los pelos conservados, y la carne tan fresca como las de las ovejas congeladas de Nueva Zelanda en la cámara frigorífica de un barco carguero. Y los perros que arrastran trineos, al igual que los yakuts, a menudo se han procurado una suculenta comida con la carne de mamut, que tiene miles de años de antigüedad. En circunstancias como estas, es evidente que los mamuts deben haber quedado enterrados y congelados casi inmediatamente después de su muerte, pero como la mayoría de los colmillos parecen encontrarse de manera aislada, a menudo apilados unos encima de otros, es probable que comúnmente las carcasas se rompieran al ser arrastradas por los ríos, antes de llegar a sus tumbas finales. Incluso entonces, el entierro o, al menos el congelamiento, debe haber sido relativamente rápido, ya que la exposición en su condición normal hubiera deteriorado aceleradamente la calidad de su marfil.

De qué manera pudieron los mamuts existir en una región donde sus restos se congelaron tan rápidamente, y cómo esas grandes cantidades se acumularon en puntos determinados, son interrogantes que en el presente no parecen poder responderse de manera satisfactoria.

Los norteamericanos obtuvieron su respuesta ahora. De un clima suave y benigno, EE.UU. y Canadá se convirtieron en tierras de hielo y nieve; para las regiones del norte fue lo peor. La nueva ubicación de Montreal, ahora no estaba lejos del centro del nuevo Polo. Sin electricidad, la gente se congelaba y moría rápidamente y esto le iba a pasar a cientos de millones de personas, en los que alguna vez habían sido los polos económicos del poder. Su carne no se pudriría y, en miles de años, podrían realizarse horrorosos descubrimientos. También se preguntarían: «¿Por qué esta inteligente civilización no pudo ver lo que se avecinaba? Si ellos antes habían conseguido que una nación entera escapase del desastre, entonces, ¿por qué no lo habían hecho ahora?». Preguntas, miles de preguntas tratando de comprender esta catástrofe para la humanidad. No iban a hallar respuesta, o deberían empezar a buscarla en los intereses comerciales, el escepticismo, la falta de comprensión de antiguos códigos, la todopoderosa creencia en el dólar, etc.

El siguiente pasaje, que ilustra de una manera notable la edad excepcional de los documentos egipcios (Berlitz, 1984), ahora se hace realidad:

… uno de los sacerdotes, de muy avanzada edad, dijo: «¡Oh, Solón, Solón, vosotros, helenos, sois sólo niños, y nunca habrá un anciano que sea heleno».

Cuando Solón oyó esto, dijo: «¿Qué queréis decir?»

«Quiero decir», respondió, «que mentalmente sois todos jóvenes y que la tradición antigua no os ha transmitido ni criterio ni pátina de sabiduría. Y yo explicaré la razón de esto: debido a varias causas, se han producido muchas destrucciones de la humanidad, y sucederá otra vez».

22 de diciembre de 2012
. Mientras la Tierra temblaba y se sacudía y el cielo se encendía, estas palabras acudieron a las mentes de los que todavía estaban vivos. El sacerdote egipcio había enfatizado hace 2500 años, que esta civilización poseía descripciones de importantes acontecimientos: «Todo lo que se ha escrito en el pasado… está guardado en nuestros templos… Cuando el arroyo baje desde los cielos como una pestilencia y deje sólo a aquellos entre vosotros, que no tienen cultura ni educación… deberéis empezar de nuevo como niños que no saben nada de lo que sucedió en los tiempos de la antigüedad».

Frank Hoffer, en la obra
The Lost Americans [Los americanos perdidos]
, brinda una vívida imagen de las consecuencias de la catástrofe anterior, cuando se destruyó la Atlántida:

Los sombríos agujeros de Alaska están llenos de evidencia de una completa muerte… imagen de un súbito fin… Mamuts y bisontes fueron estrujados, destrozados, como por una mano cósmica en un acto de ira divina. En muchos lugares, la fangosa manta de Alaska está repleta de huesos de animales y de grandes cantidades de otros restos… mamuts, mastodontes, bisontes, caballos, lobos, osos y leones… Un mundo animal entero… en medio de una catástrofe… fue súbitamente destruido.

Un cataclismo similar se estaba produciendo ahora. Millones de animales murieron y sus esqueletos irían a cubrir el fondo del mar por miles de años. La isla Llakov, en la costa de Siberia, de hecho, está construida con millones de esqueletos que aún permanecen en buenas condiciones debido a las bajísimas temperaturas. Pero ni siquiera los peces van a sobrevivir. Cerca de Santa Bárbara, en California, el Instituto Geológico de los Estados Unidos ha descubierto un lecho de peces petrificados en el anterior fondo del mar, donde se estima que más de mil millones de peces hallaron su muerte por una masiva ola gigantesca.

20

LA OLA GIGANTESCA

Cuando uno mira a la Tierra desde el espacio exterior, se ve un planeta azul, pues está compuesto principalmente por agua. Los océanos no son sólo tierras fértiles que están allí para alimentar la vida, sino también —y esto es lo más importante— para la destrucción de la vida. Al haber adquirido movimiento la corteza terrestre, todo, incluidas las masas de tierra y los océanos, alcanzó cierta velocidad. Cuando la corteza terrestre se une otra vez y detiene su movimiento, provoca inmensos temblores. Puede compararse con un auto que choca contra un muro; cuanto más rápido marcha, mayor será el impacto. Cuando las placas tectónicas chocan entre sí, van acompañadas por titánicos movimientos sísmicos, erupciones volcánicas, etc. En determinados lugares las placas serán prensadas otra vez, unas contra otras, de tal manera que se formarán montañas con varios kilómetros de altura. En otras partes, las capas subyacentes se abrirán y tierras enteras desaparecerán en las profundidades. Los sucesos apocalípticos que se avecinan no tienen parangón, pues serán tan destructivos que resultan incomprensibles.

Un choque de autos trae aparejados otros fenómenos. Por ejemplo, si uno no está atado de manera segura, puede llegar a ser despedido del vehículo; los que no usan el cinturón de seguridad suelen volar por el parabrisas cuando se produce un choque a alta velocidad, resultando de ello serias heridas o incluso la muerte. En el lenguaje científico, a esto se lo denomina la ley de inercia: todos los objetos que alcanzan cierta velocidad la mantienen; es una ley de la naturaleza que siempre ha existido y existirá eternamente y las víctimas de accidentes automovilísticos lo saben muy bien. Esta ley universal también se aplica para la Tierra misma. Al estudiar de cerca los desplazamientos polares anteriores en los escritos de la Atlántida, entonces, uno se entera de que esto sucedió en apenas algunas horas.

Científicamente, puede demostrarse que el deslizamiento de la corteza mide 29 grados, basándose en las rocas magnéticas endurecidas que siguen apuntando al polo original. Dicho deslizamiento está en correspondencia con el corrimiento de la corteza terrestre de 3000 kilómetros. Imagine tener que viajar 3000 kilómetros en su auto durante 15 horas; eso equivale a una velocidad de 200 kilómetros por hora. Desde el momento en que la Tierra empieza a moverse, uno soporta cierto nivel de velocidad, pero si esto pasara rápidamente, entonces, podríamos salir despedidos. Una vez que la Tierra alcanza una velocidad constante, ya no se nota. Ahora estoy llegando al punto crucial. El campo magnético de la Tierra se recupera y une las capas exteriores, otra vez. Este es el efecto más desastroso para todos los terrícolas y los animales. Es como si un muro inmenso apareciera de repente y hubiera que clavar los frenos de un auto de carrera. ¡Demasiado tarde! En un colosal impacto, uno choca contra el obstáculo y sale despedido del vehículo. Eso es lo que ocurre con los océanos en este punto del cataclismo; debido a la ley de inercia, ya no pueden detenerse y, según sea la dirección, los mares comienzan a elevarse sobre determinadas tierras costeras.

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