La Rosa de Alejandría (10 page)

Read La Rosa de Alejandría Online

Authors: Manuel Vázquez Montalban

Tags: #novela negra

Pensaba Carvalho, así, así te quiero ver yo, autodidacta. Pero el autodidacta seguía su explicación enciclopédica. De hecho no tenía mucho mérito. Bastaba saberse un diccionario enciclopédico de memoria, y Albacete figuraba en la A.

14

Andrés estaba a disgusto. Ni siquiera se predisponía a creer en el surrealismo de la situación y prefería pensar que entre Carvalho y Narcís había un código secreto del que él quedaba marginado.

—¿Por qué le interesa saber algo de Albacete?

—Ustedes me han metido en esto.No puedo recurrir a la policía, ustedes no saben nada y el marido de Encarnación está, por lo que parece, en Albacete. Esa mujer ha muerto o por casualidad o porque llevaba una doble vida que ustedes desconocen.

—¿Quién no lleva una doble vida?

—Yo, por ejemplo. Me paso el día metiéndome en la vida de los otros, no tengo tiempo de vivir dos vidas. Ya sería vicio. Pero ustedes seguramente llevan dos vidas. Por ejemplo esta trastienda. Es la escenografía de otra vida en relación con la tienda de ahí al lado. ¿Y tú? ¿Qué doble vida llevas tú?

Le había salido el tú porque Andrés tenía cara de niño, de niño prematuramente envejecido y algo cansado.

—Yo vivo tres malas vidas. Mi casa, mis estudios inútiles y mis trabajos a salto de mata. No me tenga en cuenta. Nunca llegaré a nada. En sus tiempos, chicos como yo llegaban a directores de Banco por el procedimiento de empezar de botones. Ahora ni siquiera pueden ser botones. Ya no hay botones.

—Según las estadísticas hay en este país más trabajadores que parados.

—Me gustaría contarlos de uno en uno.

—Es cierto que he llegado hasta aquí casi por casualidad y para decirles que esta historia es de las más aburridas que he investigado, a pesar de lo fascinante del arranque, un cuerpo de mujer, troceado. Pero ya me dirán qué fascinación puede tener algo que en parte transcurre en Albacete.

—Imagínese la historia vista por un francés. Albacete le puede sonar a algo tan fascinante como a nosotros Poitiers, por ejemplo, escenario de los crímenes de Marie Bernard, la “Viuda Negra ”. ¿Qué tiene Poitiers que no tenga Albacete? O Eastbourne, donde ocurrió un fascinante crimen en 1924, conocido como “el caso del crimen del bungalow” de Eastbourne.La policía llegó a descubrir cuarenta y dos trozos de un cuerpo humano.¿Qué le dice a usted Eastbourne?Está en su mano inmortalizar Albacete, famosa por otra parte desde la guerra civil por las barbaridades que allí se le atribuyeron a Andrè Marty, un jefe de las Brigadas Internacionales. Albacete es suyo.

—Es un punto de vista, lo admito.

—Yo me voy.

Y se fue Andrés seguido por la mirada estudiosa de su amigo. Reinó un silencio aprovechado por el autodidacta para dirigir con un dedo la orquesta escondida en el disco. Carvalho, engullido por un viejo sofá de piel raída, tenía a su derecha el ámbito de la intimidad intelectual del monstruo, una mesa, alta fidelidad, estanterías de libros, y a su izquierda, separado por una línea imaginaria, un bosque de estanterías metálicas repletas de pequeños electrodomésticos, molinillos de café, cafeteras, abrelatas, afilacuchillos. Era como un doble decorado de escenario circulante o de estudio de cine o televisión a la espera de su utilización en una obra que se representaba al otro lado de la pared.

—No va a Mercabarna.

—No. No va a Mercabarna.

—Pero a sus padres les dice que trabaja en Mercabarna.

—Es un buen hijo, según el concepto clásico de ser buen hijo. Las clases populares conservan conceptos culturales que vienen de manuales pedagógicos fin de siglo. Los manuales de urbanidad, por ejemplo, sólo los respetan los pobres cuando quieren demostrar que son finos.

—¿En qué trabaja?

—Qué más da. Le invito a cenar.

Arropó sus queridos objetos y en el acto de apagar las luces y pulsar el resorte de la puerta automática había un calor de tierna despedida hasta otro día. Carvalho le siguió en su coche hasta el paseo de Colón y buscó aparcamiento junto al edificio de la Lonja, no muy lejos de donde había dejado Narcís su nuevo Volskwagen.El restaurante al que le conducía parecía una dependencia de una caja de Ahorros, y se llega a él por un pasillo directamente conectado con la calle. En la puerta de cristal grabado campeaba el rótulo Racõ d´ en Pep y la opacidad de la puerta dejó paso a un pequeño local en forma de ele, con una no menos pequeña cocina a la izquierda en la que se afanaban los fogoneros casi a la vista del público.


”Hola, maco! Tens la tauleta teva com sempre”
.

Era un hombre joven y brevemente barbado el que acogía a Narcís con tanta familiaridad. Y a pesar de lo repleto del local en seguida estuvo al pie de la mesa cantando la carta con comentarios calificadores. Se pasó al castellano en cuanto vio que Narcís lo empleaba con Carvalho, y fieles a sus recomendaciones pidieron unas judías con almejas y cogote de merluza al ajillo tostado, también se mostró el restaurador buen conocedor de vinos y respaldó el patriotismo de Narcís exigiendo vinos blancos del Penedés.


”Sí, maco, sí. Hem de fer país”
.

Era cachondeo o era sentido del negocio. La cena tuvo el esplendor sólo conseguido mediante la alianza de la sencillez y las materias nobles.Especialmente el excelente lomo de merluza coronada por un picadillo de ajos dorados. Narcís estaba orgulloso de su poder de cliente habitual y pregonaba las glorias de aquella cocina familiar.

—Muchos días, sobre todo al mediodía, en aquella mesa está el gobernador de Barcelona.

—¿Lo considera usted una prueba de que aquí se guisa bien?

—Los gobernadores civiles siempre han comido mejor que los ministros.Tienen un sentido más caciquil del gusto. Me gusta este local por sus dimensiones, porque está en la zona más hermosa de Barcelona y porque tiene el nombre en catalán. Catalunya sólo ha recuperado los nombres. No creo que nunca recupere nada más.

A pesar del vino y del espléndido Cohiba que Narcís pidió en homenaje a la clase política española consumidora de Cohibas, el autodidacta no salía del pesimismo histórico observado por un entomólogo social.

—¿Ésta es su doble vida?

—¿Se refiere a la buena mesa? No.En realidad para mí comer bien es una excepción. Me gusta ser recibido como he sido recibido, y eso se consigue con cierta asiduidad. Pero por lo general como cualquier cosa en la trastienda del negocio de mi madre. O en el frankfurt en el que usted nos ha encontrado.

No contento con observar la conducta de los demás, el autodidacta observaba la propia desde que se levantaba hasta que se acostaba. Sin duda disponía de una teoría de sí mismo.

—Y ahora de putas.

Carvalho no estaba preparado para aquella resultante de un proceso mental.

—¿Cómo dice?

—Que ahora hemos de ir de putas -aclaró el enclenque excursionista acalorado por las dos botellas de vino blanco y las copas de licor de frambuesa.

—¿Soy libre de decir que sí o que no?

—Le aconsejo que diga que sí, porque vamos a ir a un sitio donde le espera una sorpresa. La prostitución es una traducción exacta de esta sociedad. Estamos en pleno juego entre reconversión y sumergimiento. Reconversión industrial, economía sumergida. Pues bien, si clasificamos las putas presentes en el mercado se entera usted de más sociología que si se matricula en un curso en la Universidad Autónoma, como yo hice hace tiempo. Para empezar: la puta tradicional de calle o bar de barrio putero, especie en decadencia biológica revitalizada ahora con sangre nueva de la generación del paro, la menos ilustrada y por lo tanto sofisticada para buscar niveles de puterío mejor cotizados.No obstante si se busca bien se encuentran auténticas gangas a precios increíbles, especialmente por la parte baja de las Ramblas o en el cruce de Hospital o Porta Ferrissa con las Ramblas. Luego están especies tradicionales que apenas han variado, como la puta de barra de cafetería, cuyo origen histórico hay que buscarlo en la carretera de Sarriá, pero que está sufriendo la competencia de la puta telefónica, ofrecida por las secciones de relax y contactos de “La Vanguardia” o de “El Periódico”. ¿Ha leído usted la literatura que respalda esa oferta? No se la pierda. A continuación la puta supuestamente ocasional ofrecida por alcahuetas, en clandestinidad, no vaya a enterarse el marido, porque están pasando una época difícil, el paro, ya se sabe o porque las putea la droga o una secta religiosa, que de todo hay. Sería muy largo de contar, pero yo me inclino por las llamadas putas de relax, ofrecidas como masajistas, pero asegúrese usted bien antes de ir, porque no todo el mundo entiende la cosa igual. Lo mejor es ir a establecimientos con una cierta tradición en los que te hacen un completo clásico, desde la sauna hasta el polvo sin límites, pasando por un masaje bien hecho, seco o húmedo, con algas japonesas o sin algas japonesas, whisky etiqueta negra y vídeo, donde siempre sale el mismo negro con una polla larga y la misma rubia chupándosela.

Chispeaban los ojos y los labios ensalivados del autodidacta.

—Vamos a un salón de relax clásico. Es lo más parecido que tenemos al Imperio romano en unos tiempos de decadencia en los que Catalunya va a perecer como pueblo, aunque parezca lo contrario. Pero que ponga España las barbas a remojar y Europa, porque los bárbaros están al llegar.

No aclaró de qué bárbaros se trataba, y tal vez para enterarse de qué mal iba a morir o movido por aquel sumidero de ciencias, Carvalho se encontró primero al lado de un peligroso conductor semiborracho y luego descendiendo las escalerillas de una sauna aparente, al encuentro de dos muchachas sonrientes, sin más vestuario que livianas batas blancas y la oferta de que se desvistieran.

—Tú ya sabes de qué va, guapo.¿Tu amigo también?

—Mi amigo lo sabe todo -zanjó la cuestión el autodidacta y empujó a Carvalho hacia el vestuario.

Miraba el excursionista a derecha e izquierda, como si en el vestuario faltara algo o alguien, pero pronto se conmovió la poca carne que tenía en la cara una sonrisa cuando se les acercó Andrés, en camiseta y pantalón blancos, enrojecido por el doble rubor de las luces rojas y de su sorpresa, con los brazos cargados de toallas, avanzando lentamente hacia los dos clientes que menos había deseado.

—¡He aquí la sorpresa!

Carvalho no sabía si descargar su furia contra el autodidacta o contra sí mismo. Andrés dejó las toallas sobre una banqueta que centraba el vestuario y se marchó sin ni siquiera mirarles.

—Palanganero de putas, desde las nueve de la noche a las tres de la madrugada. No se crea. Es el turno más peligroso. A veces hay atracos.

Ya en la sauna Carvalho se miraba los regueros de sudor que se llevaban los vinos excesivos y agrios hacia el falso suelo de listones de madera. El vapor convertía al autodidacta en un cuerpecillo difuminado y desnudo arrinconado en el escalón más alto de la sauna.

—Cuando vaya a Albacete, lo mejor es desviarse en Valencia hacia Játiva y Almansa.

Y Carvalho bajó los párpados, tal vez para decir sí, señor, tal vez simplemente porque el sudor desbordaba las cejas y le clavaba en los ojos alfileres de ácido.

15

—Sería más bonita una excursión hasta Manzanilla Bay.

El taxista trataba de desviarle de su propósito de aeropuerto y excursión a Tobago, pero había aprendido a interpretar los silencios de Ginés y le llevó fielmente hasta una algarabía de estación de tren, en plena desbandada civil con motivo del estallido de la tercera guerra mundial. Todos los negros e hindúes del Caribe se habían empeñado en tomar por asalto las salas de chequeo y embarque del aeropuerto de Trinidad, y para llegar al mostrador había que elegir entre empujar o ser empujado, y una vez allí, una pareja de funcionarios esquizofrénicos, con el gesto solícito y la voz crispada, ordenaban que esperases tu turno y te ponían en una misteriosa cola de fugitivos hacia Tobago. Los más impacientes eran los europeos o norteamericanos, náufragos en un mar de aborígenes resignados disfrazados de invierno caribeño, en contraste con los inevitables solitarios con audífono, imitadores de una estética de Harlem, jerseys con las mangas rotas para dejar en libertad los musculados brazos desnudos y pulseras escogidas al azar en cualquier mercadillo de la internacional de la baratija. Ginés creyó ser convocado hasta tres veces, cuando vio que las masas se lanzaban hacia el mostrador y tras el parapeto los funcionarios leían los nombres de los elegidos para el próximo vuelo.Ninguna de las tres veces oyó su nombre y cuando consiguió llegar hasta el mostrador pasando por encima de niños, ancianos y matronas gordas, que ni siquiera protestaban ni por los empujones de Ginés, ni por las goteras que resumían la insistente lluvia, el funcionario se desconectó el audífono a cuyo son bailaba su esqueleto sentado para contestarle:

—No sé. Tal vez hoy. Tal vez mañana.

—¿Mañana?

—No sé. Tal vez pongan un avión más grande por la tarde.

—Pero entonces tendré que quedarme a dormir en Tobago.

Se encogió de hombros su interlocutor y se volvió a calzar el audífono.Ginés se retiró del mostrador a través de un estrecho pasillo de negrura, bajo las salpicaduras de las goteras cada vez más audaces, pensando en el poco dinero que le quedaba y en la pronta necesidad de recurrir a la tarjeta de crédito. Afuera la lluvia y gentes entregadas a la espera bajo la protección de voladizos de uralita.Cogió otro taxi sin abandonar el alarmado cálculo de los dólares que le quedaban, y la entrada en Port Spain le pareció como nunca la entrada voluntaria en una tumba que se cerraba a sus espaldas. En las puertas del hotel sintió como una llamada, primero la creyó interior, luego dedujo que era una sirena que sonaba más allá de los edificios y tinglados del Kings Wharf. La puerta giratoria se removió para dejar paso a Gladys y el barman. Ella pasó a su lado sin decirle nada, el barman le guiñó un ojo, pero había un cierto menosprecio en su nariz fruncida. Ginés se metió en el “hall” para huir de la necesidad de entablar diálogo con la pareja, pero en cuanto les vio subir a un taxi volvió a salir, rechazó la oferta de Maracas Bay en boca de su taxista particular y atravesó la Dock Road en busca de los accesos al recinto portuario. Por encima de los tejados se veía el vuelo al ralentí de las grúas, de pronto sus caídas con el gancho hacia las bodegas y las cargas, como si trataran de evitar la posible escapatoria de la presa. Un petrolero liberiano se convirtió en un obstáculo para el horizonte de la bocana amplísima del puerto, y a punto de rebasarlo consultó otra vez el reloj de pulsera: veintiuno de enero. Y al comprobar la fecha corrió para ganar cuanto antes la libertad de ver, y allí estaba la quilla de “La Rosa de Alejandría”, secundando la maniobra de virar a babor en el inicio de la maniobra del atraque. Era como si llegara hasta él su casa, cuatro puntos cardinales propicios, una patria.Repasó la fisonomía del barco como se repasa el cuerpo del amor después de una larga ausencia o de un inútil olvido y quedó a la espera de que se detuviera, casi a solas, sin otra compañía que los amarradores indolentes, con una colilla en los labios y el gesto lento pero preciso para el amarraje. Hacia el barco avanzaban camiones volquetes en busca de sus tesoros y a distancia aguardaban otros camiones con las cargas ofrecidas, en un preciso rito de trueque que en otras ocasiones él había contemplado desde la cubierta o desde los puentes.Y allí imaginó a sus compañeros, Germán, Juan, Martín, el capitán Tourón, otros rostros cuyo apellido era ocioso porque el simple rostro o un gesto marcaba el reconocimiento de identidad adquirido en la solidaridad de días y días de navegación por el mar o contra el mar. La presencia de “La Rosa de Alejandría” le devolvía la evidencia y la propuesta del mar con mayor intensidad que cuando se enfrentaba a las olas a bofetadas en Maracas Bay. El mar no existiría para él si no existieran los barcos y abrió los brazos como para acoger la mole blanca ya aquietada, pero en realidad era para abrazarse a sí mismo y retener la emoción íntima. Hasta dentro de dos o tres horas no empezarían a bajar los embarcados y paseó arriba y abajo de los muelles procurando observar y no ser observado desde el barco. Las operaciones de carga y descarga se iniciaron según un ritmo que daba para un día de trabajo, y en cuanto estuviera el trabajo encauzado, Germán bajaría, porque ése era su impulso en cuanto llegaba a puerto y porque trataría de localizarle. Y lo vio, primero en el peldaño más alto de la escalera de embarque y luego bajando según un seguro trote que le hizo correr más que caminar en cuanto sus plantas llegaron al suelo del muelle.Vaciló el oficial, consultó algo con uno de los cargadores y se fue hacia Port Spain. Ginés le siguió y le dejó que tomara el camino del Holiday Inn, para a una manzana del hotel reclamarle a gritos. Se volvió Germán y tras reconocerle esperó a que se le acercara.

Other books

Reckless by Stephens, S.C.
The Cézanne Chase by Thomas Swan
The Strawberry Sisters by Candy Harper
The Man Who Forgot His Wife by John O'Farrell
All I Want Is You by Kayla Perrin
A Lost Lady by Willa Cather
The Moving Prison by William Mirza, Thom Lemmons