Mariquita se había sacado el pañuelo de algún sitio y se pasó una punta por el rabillo de cada ojo, con el disgusto evidente de su hijo, que cabeceó y llevó la mirada hacia una de las paredes laterales, como si no quisiera ser testigo de la emoción de su madre.
—Ya te hablé de este asunto, Pepe. Se trata de otra prima mía, una hermana de Mariquita, mi prima Encarnación. Te había hablado alguna vez de ella.
Carvalho no estaba dispuesto a admitirlo, pero Charo no se dio por desautorizada.
—Era la hermana pequeña de Mariquita, ya sabes, y siguió otros vuelos. Estaba muy bien casada en Albacete, aunque la familia es de Águilas, bueno, Águilas, Cartagena, Mazarrón, toda aquella parte. Pero Encarnita se casó con un señor de Albacete y vivía en Albacete. No es que las dos hermanas se relacionaran mucho.
—Casi nada. Y bien mal que me sabe -interrumpió Mariquita con los ojos atormentados por el escozor de las lágrimas contenidas.
—Bueno, no es ésta la cuestión.El caso es que hace unos meses, pero cuéntaselo tú, mujer, que sabes mejor de qué va. -Mariquita suspiró y se dirigió a su hijo con voz de constipada-. ¿Quieres explicarlo tú, nene?
—Ya lo sabes bien, yo de todo este rollo paso.
—Él, de todo este rollo, pasa -repitió Mariquita con un retintín dirigido a Carvalho, como buscando su comprensión ante la nula colaboración del hijo-. A mí me han enseñado a respetar a los muertos -gritó la mujer en dirección a la espalda de su hijo. El muchacho se limitó a decir que sí con la cabeza sin volver la cara-.Desde que ocurrió aquello no puedo dormir. Cada noche se me aparece el cadáver de mi hermana y me dice: Mariquita, Mariquita, ayúdame, dame la paz, dame la paz, Mariquita.
Rompió a llorar y entre balbuceos y asfixias se quejó por su suerte de mujer sola, prácticamente sola para hacer frente a una cosa tan horrible.
—Pobrecita. Cómo me la dejaron.Madre mía y de mi corazón. Cómo me la dejaron. Pobrecita.
Biscuter se había asomado a la puerta de comunicación entre el despacho y la cocinilla atraído por el llanto incontenible de la mujer. Se secaba las manos sin saber dónde poner los ojos, sin saber quién era el culpable de tanto desconsuelo.
—Es que, Pepe, fue horrible… -intervino Charo, y cerró los ojos y la boca.
El silencio que siguió contribuía a resaltar el hilillo de llanto que salía de los labios apretados de la mujer. El hijo había dado la cara a la reunión y miraba a su madre con lástima e impotencia. El contable parecía esperar que la orquesta le diera la entrada y se preparaba para asumir la situación. Almacenaba aire en los pulmones, se aplastaba los restos de cabello con las manos, introducía un dedo entre el cuello de la camisa y la piel para sentir libre el paso del aire de los pulmones al cerebro. Pero fue el hijo quien se encaró a Carvalho.
—Es que a mi tía la dejaron hecha una lástima. Una carnicería. El cadáver estaba de pena. Estaba de mala manera. De mala manera. Yo fui a reconocerlo con mi madre y bueno…
para no olvidarlo. Aquello no era un ser humano. El cadáver estaba de mala manera.
Charo y Mariquita asentían con la cabeza, en la confianza de que Andrés conseguiría el suficiente valor para acabar de contar los hechos. Pero el muchacho parecía satisfecho de su actuación y se volvía a retirar a su distanciada contemplación de la pared lateral derecha, donde Biscuter se había convertido en el único paisaje, naturaleza muerta de muñeco roto.
—Si me permiten, ya que se trata de un asunto de familia, pero a la vista de lo difícil que es para vosotros, lógicamente, explicar suficientemente la cuestión pediría que se me cediera la palabra.
Había hablado el rostro pálido y a Carvalho le quedó la duda de si sus ojos sonreían o se limitaban a intentar subir desde las profundidades oceánicas de las dioptrías. La familia Abellán abdicó de su protagonismo y abrió un pasillo de silencio por el que avanzó aquel rostro blanco y acristalado.
—¿Tiene usted una idea exacta de lo que tratan de explicarle?
Carvalho negó con la cabeza.
—Me lo figuraba. Ellos han hablado con el corazón. Yo voy a hacerlo con la cabeza. Cuando dicen que el cadáver estaba de mala manera quieren decir que apareció descuartizado, deshuesado. Primero fue encontrado el tórax y el abdomen en el interior de un bidón, en un descampado. El resto, semienterrado. Cerca de la Colonia Güell. Tampoco estas partes estaban enteras. Se les había extirpado los genitales, por dentro y por fuera, es decir, se había practicado un vaciado completo, repito, completo del aparato sexual y reproductor.
Era ahora la suya una sonrisa de chino paciente a la espera del desmayo de sus interlocutores. Carvalho divagó la mirada por las esquinas del despacho y pasó por alto la evidente congelación que había experimentado el cuerpo de Biscuter y el esfuerzo para no llorar que empequeñecía el cuerpo de Mariquita y el inesperado interés por las hormigas que demostraban los ojos de Andrés.
—Pero no es eso todo. También se habían ensañado con el tórax y el abdomen y puede decirse que sólo el corazón, un pulmón, el esófago, el estómago, el hígado, los riñones y el páncreas eran órganos identificables.
—Pues no está tan mal -comentó Carvalho taras un carraspeo.
—Pero repito, el cuerpo había sido deshuesado, con una extraña pericia, con la pericia de un anatomista. Se preguntará usted cómo con tan pocos y mutilados elementos se llegó a la conclusión de que el cadáver era Encarna Abellán.
Hizo una pausa a la espera de que Carvalho confirmara la pregunta.Carvalho no quiso defraudarle y cerró los ojos.
—Fíjese usted, es un relato muy curioso. Tuve una conversación con el forense, porque a mí siempre me ha interesado la criminología, y no es que quiera ponerme flores, pero esta consulta profesional se debe sobre todo a mis consejos, buenamente aceptados por la familia Abellán. Pues bien, el forense se hizo cargo de los restos y se dio cuenta de la existencia de una cicatriz en un pedazo de carne que parecía corresponder al abdomen. Luego se dijo que no era una cicatriz porque no se distinguían las puntas de aguja en las costuras, como suele ocurrir en una cicatriz. Finalmente, un examen más detallado les hizo llegar a la conclusión de que sí, de que era una cicatriz producto de una operación de histerectomía y por ahí empezó la posibilidad de identificar el cadáver, posibilidad que llevó incluso a establecer su identidad: Encarnación Abellán había sido operada de histerectomía.
—¿Es usted médico o estudiante de medicina?
—No -respondió el contable, con los ojillos cerrados y una sonrisa de deleite por el interés que había suscitado en Carvalho.
—¿Intelectual?
—No.
—Pero parece usted un chico culto.
—Procuro serlo. Soy autodidacta.
Metió una mano pequeña, estrecha, blanca en el bolsillo cordial de la chaqueta y la sacó armada con una tarjeta de visita que entregó a Carvalho:
Narcís Pons Puig
Autodidacta
Ronda de Sant Pere, 17
Carvalho jugueteó con la tarjeta y miró de hito en hito al autodidacta.
—Ya tenemos el cadáver troceado e identificado. Qué más.
—El hallazgo se produjo hace tres meses. La policía todavía no ha encontrado al asesino. Modestamente puedo decirle que tengo algunas ideas sobre el asunto. Soy amigo de la familia, he seguido el caso desde el comienzo.
—¿Y qué pinto yo en todo esto?
Fue Charo la que se anticipó al braceo expresivo de su prima para decir:
—Queremos que tú deshagas este lío.
—Puedo darles algunos consejos gratis y luego si te he visto no me acuerdo.
—No queremos consejos. Queremos que tú lleves el caso.
—Dos primas, un hijo desobediente, un autodidacta… Ya sólo hace falta un cliente.
—El cliente soy yo -dijo Charo rotundamente al tiempo que ponía el bolso sobre el regazo, como si estuviera dispuesta a atender cualquier petición de dinero de Carvalho.
Se aguantaron las miradas. La de Charo era de desafío. La de Carvalho de escepticismo.
—Mi madre, Pepe, siempre me hablaba de un viaje que había hecho de muchacha, en barco, hasta Águilas.Mi abuelo era guardia de asalto, había nacido en Águilas y quería que su hija mayor conociera el pueblo donde él había nacido. Antes de la guerra había una línea regular entre Barcelona y Águilas, porque el puerto de Águilas era importante o por lo que sea, pero lo cierto es que mi abuelo puso a mi madre bajo el cuidado de un amigo de juventud, embarcado en el “María Ramos” en calidad de no sé qué, es una lástima que mi madre haya muerto, porque a veces cosas que ella recordaba, yo ya no las recuerdo, y es una pena que se pierdan los recuerdos de las personas que te quisieron, me remuerde la conciencia perder los recuerdos de mi madre, estoy segura de que ella me los contaba para que yo los conservara. Mi madre fue a Águilas y allí estuvo un largo verano en casa de los padres de Mariquita y Encarnación, había otros hermanos, pero no sé qué se hizo de ellos, eran mayores, uno está en Alemania, creo, y el otro era chatarrero en Torre Baró, hace años, te hablo de… en fin. Para entonces Mariquita era una niña y Encarnación aún no había nacido. Para mi madre fue el verano más feliz de su vida. Hay nombres de aquel verano que han pasado a mi memoria como si tuvieran algo que ver con mi vida: la playa del Hornillo, la glorieta de Águilas, la Casita Verde, la plaza de toros, la calle Cañería Alta, helados Sirvent, un pay-pay con la publicidad de linimento Sloan, el fotógrafo Matrán. El pay-pay lo he visto por mi casa, por lo que era mi casa. En Águilas tuvo mi madre su primer pretendiente, un barbero, y Mariquita hacía de carabina cuando iban a pasear por el puerto.A pesar de que era una niña, Mariquita ya trabajaba entonces en el esparto o en las fábricas de salazones o de higos secos, no recuerdo bien, tal vez era una fábrica de conservas de alcaparras y alcaparrones. Luego vino la guerra, acabó la guerra, por allí abajo había mucha miseria y casi todos los miembros de la familia de mi abuelo fueron emigrando a Barcelona.Mi padre y mi madre vivían en casa de mis abuelos y desde que nací recuerdo aquella casa como un almacén provisional de inmigrantes. Había noches en que yo no podía ni dormir con mi abuela y me improvisaban una cama con dos sillas y la tabla de encarar que mi madre utilizaba para confección.Yo era muy pequeña, pero recuerdo la llegada de Mariquita con sus padres y una niña pequeña, casi un bebé, era su hermana Encarnación, estaba muy enferma, tenía una infección grave en los oídos y el médico del seguro le recetó penicilina, fíjate, penicilina, entonces parecía cosa de magia, aquellas botellitas pequeñas, como de juguete, y parecía un juego la mezcla del polvo blanco con el agua destilada. Estuvieron en casa unos meses hasta que encontraron una chabola en Torre Baró que les había buscado el hijo mayor. No les fueron muy bien las cosas. Mariquita encontró trabajo en la Aismalíbar, luego se casó y tuvo hijos, el que tú has conocido hoy es el mediano. Pero a los viejos no les fueron bien las cosas. Él se murió tuberculoso y ella se volvió a Águilas con la hija pequeña, con Encarnación, para cuidar de una tía vieja y rica, me parece que la única rica que hemos tenido en la familia.A partir de entonces las dos hermanas llevaron vidas separadas y muy diferentes. Mariquita se casó con un buen chico, muy trabajador, que conoció en la Aismalíbar. Encarnación empezó a trabajar de criadita en casa de un médico de Cartagena, luego en las fábricas de los Muñoz Calero, otro nombre que he recordado de pronto, en Águilas, de higos secos o alcaparras, creo. Hasta que de pronto se produjo lo inesperado. Conoció a un veraneante de postín, un señorito de Albacete que estaba preparando las oposiciones para notario, pero tenía tanto dinero su familia que no necesitaba ser notario ni nada. Nadie de la familia supo nunca cómo fue aquello. Se conocieron. Se prometieron. Se casaron y desde entonces Encarna dejó de existir para la familia, sólo de vez en cuando volvía a Águilas para ver a su madre y sólo una vez la invitó a su casa en Albacete para que pasara las navidades. Mi tía se puso enferma, Mariquita se la trajo a Montcada, Mariquita vive en Montcada, y cuando se puso peor no hubo más remedio que meterla en los Hogares Mundet para que la cuidaran. Cuando murió la vieja, Encarna vino al entierro, pero sin su marido, y, chico, ni que hubiera llegado Grace Kelly, no te puedes imaginar qué señora. Con lo que costaba uno de sus vestidos me vestía yo todo un año, y yo no me puedo quejar, pero imagínate la pobre Mariquita o los otros parientes. Se quedaron todos viendo visiones, y además llevaba un coche de alquiler con chófer, era ella, aquella muñequita llorona que yo había tenido en mi casa de niña, con una infección de oído que la tuvieron que pinchar aquí para sacarle el pus. Se lo dije, se lo conté todo y me dio la impresión de que no le gustaba recordar aquellos años.Muy amable, eso sí, pero más fría que mis pies en invierno, Pepe, fría como una embajadora en el polo Norte, que no te rías, Pepe, que a mí me dio mucha lástima porque parecía como si necesitara tacones postizos para ser más alta que nosotras. Lo demás lo sé porque me lo ha contado Mariquita.Apareció su cadáver, bueno, los trozos de los que te ha hablado el sietemesino ese, parte en un bidón, parte semienterrados en Sant Boi, detrás de la Colonia Güell, un perro los olió, empezó a escarbar y la que salió. Cuando consiguieron identificar aquella carnicería llamaron al marido y por él se enteró la familia de lo que había ocurrido. Nadie se explica qué hacía esta mujer en Barcelona, aunque el marido declaró que de vez en cuando venía a Barcelona para que la vieran médicos, que si el del riñón, que si el oculista, no tenían hijos y se ve que Encarna estaba muy neura.Según parece la mataron a golpes y luego la trocearon para que no la reconocieran, no sé, todo eso es muy confuso y nadie se aclara, la cuestión es que el marido se dio por satisfecho, visto y no visto, se volvió a Albacete, nadie le vio derramar ni una lágrima y dejó a la pobre Mariquita jodida, jodidísima, Pepe, que ni duerme porque piensa que pudo hacer más por la chiquilla, como ella dice, y aunque yo le digo que no, que menudos humos tenía la tía, que daba la impresión de tener de todo, de no necesitar nada de nadie, Mariquita no se deja convencer, y por si faltara algo, el sietemesino o el autodidacta, como tú dices, pues ése se pasa todo el día por lo que se ve husmeando los restos de esta historia y está empeñado en que hay gato encerrado, que hay algo oscuro, siniestro en este crimen y que no puede atribuirse a un violador asustado con ganas de sacarse el muerto de encima. Aquí hay un ajuste de cuentas, insiste el sietemesino, y sólo le faltaba eso a Mariquita para cavilar y cavilar y no vivir, por si le faltara algo, con el marido parado, medio loco, un chico en la mili, el otro medio fugado porque le busca la policía por drogata y camello, dos niños pequeños que aún están en la edad de gastar y el chico que tú conociste, que quiere estudiar y ser periodista, en fin, que toda la casa cae sobre ella. Me da mucha pena y quiero ayudarla, además es la única familia que me queda y sé que a mi madre le gustaría que yo le echara una mano. Hasta que murió, mi madre recordaba los cumpleaños y los santos de todos los miembros de la familia. Yo te pago lo que sea, y el sietemesino ha dicho que también pondrá una pasta, no sé por qué, pero el tío está muy interesado, es amigo de Andrés, el hijo de Mariquita. Tal vez el marido de Encarna si se entera de que el caso no está cerrado también le interese colaborar. ¿Qué dices?