Read La saga de Cugel Online

Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

La saga de Cugel (19 page)

—Volveré dentro de un momento.

En la cubierta de proa Cugel descubrió de nuevo a la señora Soldinck mientras encendía varias velas que había colocado dentro de la linterna. Cugel extrajo las velas y las arrojó al mar.

—¿Qué estáis haciendo? —protestó la señora Soldinck—. ¡Necesito luz para poder pilotar!

—¡Podéis pilotar al resplandor de la escalabra! ¡Habéis oído mi última advertencia!

La señora Soldinck, murmurando para sí misma, se inclinó sobre la rueda. Cugel regresó a la cabina.

—Ahora —le dijo a Salasser—, adelante con tu innovación. Aunque sospecho que, después de veinte eones, pocas piedras quedan ya por girar.

—Puede que así sea —dijo Salasser con una encantadora simplicidad—. Pero, ¿este pensamiento debe impedirnos hacer una nueva prueba?

—Por supuesto que no —dijo Cugel.

La innovación fue probada, y Cugel sugirió una variación que demostró tener también éxito. Luego Cugel saltó en pie y se dirigió de nuevo fuera de la cabina, pero Salasser lo agarró y lo devolvió a la cama.

—¡Estáis tan inquieto como un tonquil! ¿Qué os preocupa?

—¡Se está alzando viento! ¡Escuchad como azota la vela! Debo efectuar una inspección.

—¿Por qué preocuparos vos? —reprobó Salasser—. Dejad que mamá se ocupe de esas cosas.

—Si ata la vela, deberá abandonar el timón. ¿Y quién está cuidando a los gusanos?

—Los gusanos descansan… ¡Cugel! ¿Adónde vais?

Cugel ya había salido de la cabina y a la cubierta central. La vela estaba orientada de través con respecto al viento y se agitaba furiosamente. Subió a la cubierta de popa, donde descubrió que la señora Soldinck, desanimada, había abandonado su puesto y se había ido a sus aposentos.

Cugel comprobó la escalabra. La uña señalaba dirección norte, con el barco cabeceando y bamboleándose y derivando de costado. Cugel hizo girar la rueda; la proa cayó; el viento hinchó la vela con un gran estallido sonoro, hasta el punto que Cugel temió por sus anclajes. Irritados por el brusco movimiento, los gusanos saltaron fuera del agua, volvieron a hundirse, rompieron sus arneses y nadaron alejándose.

—¡Todo el mundo a cubierta! —gritó Cugel, pero nadie respondió. Ató el timón y, trabajando en la oscuridad, cargó la vela, no sin recibir varios furiosos golpes de la agitante tela.

El barco avanzaba ahora directamente con el viento, en dirección este. Cugel fue en busca de su tripulación, para descubrir que todas se habían encerrado en sus cabinas, desde donde ignoraron en silencio sus órdenes.

Cugel pateó furioso las puertas, pero sólo consiguió hacerse daño en el pie. Cojeó de regreso al puente e intentó asegurarlo todo de la mejor manera posible.

El viento aullaba entre las cuerdas, y el barco empezó a mostrar una tendencia a girar sobre sí mismo. Cugel corrió una vez más a proa y rugió órdenes a su tripulación. Sólo recibió una respuesta de la señora Soldinck:

—¡Marchaos y dejadnos morir en paz! Estamos todas mareadas.

Cugel dio una última patada a la puerta y, cojeando, regresó al timón, donde, tras muchos esfuerzos, consiguió mantener al barco firme en la misma dirección que el viento.

Cugel permaneció toda la noche al timón, mientras el viento soplaba y silbaba y las olas se elevaban cada vez más altas, para estrellarse a veces contra la popa en surtidores de blanca espuma. En una de tales ocasiones Cugel miró por encima del hombro, para descubrir un resplandor de luz reflejada.

¿Luz? ¿De dónde?

La fuente debía ser las ventanas de la cabina de popa. Cugel no había encendido ninguna lámpara…, lo cual implicaba que alguien lo había hecho sin su consentimiento, desafiando sus órdenes explícitas.

Cugel no se atrevió a abandonar el timón para ir a apagar la luz… Tampoco importaba demasiado, se dijo a sí mismo; esta noche podía brillar todo un faro a través del océano, y no podría verse nada.

Transcurrieron las horas, y el barco siguió precipitándose hacia el este delante de la tempestad, con Cugel convertido en un bulto apenas animado al timón. Tras un interminable período la noche llegó a su fin, y un apagado resplandor purpúreo brotó en el cielo. Finalmente se alzó el sol, para revelar un océano de agitadas olas negras rematadas con una orla de espuma blanca.

El viento amainó. Cugel descubrió que el barco podía emprender de nuevo su rumbo. Enderezó dolorido el cuerpo, estiró los brazos y agitó sus entumecidos dedos. Descendió a la cabina de popa, y descubrió que alguien había dispuesto dos lámparas en la ventana trasera.

Cugel apagó las luces y cambió la bata de seda azul pálido por sus ropas. Se puso en la cabeza el tricornio con la «Estallido Pectoral», ajustó su inclinación para conseguir el mejor efecto, y avanzó hacia proa. Encontró a la señora Soldinck y sus hijas en la cocina, sentadas a la mesa ante un desayuno de té y pastas. Ninguna mostraba huellas del mareo; de hecho, parecían descansadas y serenas.

La señora Soldinck volvió la cabeza y miró a Cugel de arriba a abajo.

—Bien, ¿qué deseáis aquí?

Cugel habló con helada formalidad.

—Señora, sabed que conozco todos vuestros planes.

—¿De veras? ¿Los conocéis todos?

—Conozco todos aquellos que necesito conocer. No añaden lustre a vuestra reputación.

—¿De qué planes se trata? Informadme, por favor.

—Como queráis —dijo Cugel—. Admitiré que vuestro plan, hasta cierto grado, era ingenioso. A petición vuestra navegábamos hacia el sur durante el día a medio cebo, lo cual mantenía descansados a los gusanos. Por la noche, cuando yo me había retirado a descansar, vos cambiabais el rumbo al norte.

—Para ser más exactos, al nordeste.

Cugel hizo un gesto para indicar que era lo mismo.

—Entonces, administrando a los gusanos tónicos y doble cebo, intentabais mantener al barco en las inmediaciones de Lausicaa. Pero os descubrí.

La señora Soldinck lanzó una risita burlona.

—No deseábamos más mareos; regresábamos a Saskervoy.

Cugel fue tomado momentáneamente por sorpresa. El plan era insolente más allá de todas sus sospechas. Fingió que no importaba.

—No significa una gran diferencia. Desde el principio sentí que no estábamos navegando por aguas nuevas, y por supuesto esto me causó un momento o dos de desconcierto…, hasta que descubrí el lamentable estado de los gusanos, y todo resultó claro. Sin embargo, toleré vuestro engaño; ¡esos melodramáticos esfuerzos me divertían tanto! Y mientras tanto gocé del descanso, del aire marino, de comidas de espléndida calidad…

Meadhre incluyó un comentario:

—Yo, Tabazinth, Salasser…, escupíamos en todos los platos. Mamá acudía a veces a la cocina. No sé lo que hacía ella.

Cugel mantuvo su aplomo con un esfuerzo.

—Por la noche era entretenido con juegos y diversiones de los que, hasta ahora al menos, no tengo ninguna queja.

—No podemos decir lo mismo —indicó Salasser—. La torpeza de vuestras frías manos nos irritaba a todas.

—Yo no soy arisca por naturaleza, pero debo decir la verdad —señaló Tabazinth—. Vuestras características naturales son realmente inadecuadas, y tendríais que corregir también vuestra costumbre de silbar entre dientes.

Meadhre se puso a reír con suavidad.

—Cugel se muestra inocentemente orgulloso de sus innovaciones, pero he oído a niños pequeños intercambiar teorías de mucho mayor interés.

—Vuestras observaciones no añaden nada a la discusión —dijo Cugel con rigidez—. En futuras ocasiones podéis estar seguras de que…

—¿Qué ocasiones? —preguntó la señora Soldinck—. No habrá otras ocasiones. Vuestra estupidez ha llegado a su limite.

—El viaje no ha terminado —señaló Cugel altaneramente—. Cuando se calmen los vientos, reanudaremos nuestro rumbo al sur.

La señora Soldinck rió con estrépito.

—Este viento no es simplemente viento. Es el monzón. Durará tres meses. Cuando decidí que Saskervoy era impracticable, puse rumbo al lugar donde el viento nos empujará hasta el estuario del gran río Chaing. He señalado al Maestro Soldinck y al capitán Baunt que todo estaba en orden, y que se mantengan a la espera hasta que yo lleve el barco a Port Perdusz.

Cugel rió fingiendo intrascendencia.

—Es una lástima, señora, que un plan tan intrincado haya quedado reducido a la nada. —Hizo una envarada reverencia, y salió de la cocina.

Cugel fue a la sala de mapas de popa y consultó el portafolio. El estuario del gran Chaing abría una enorme brecha es esa región conocida como la del Muro Desmoronante. Al norte, una península de forma irregular señalada como «Gador Porrada» penetraba en el océano, al parecer deshabitada excepto el poblado «Tustvold». Al sur del Chaing, otra península: «El Cuello del Dragón», más larga y estrecha que Gador Porrada, penetraba una distancia considerable en el océano, para terminar en una dispersión de rocas, arrecifes y pequeñas rocas: «Los Colmillos del Dragón». Cugel estudió el mapa en detalle, luego cerró el portafolio con un golpe fatídico.

—¡Que así sea! —exclamó—. ¿Durante cuánto tiempo, cuánto tiempo, debo mantener falsas esperanzas y sueños? Sin embargo, todo irá bien… Veamos cuál es el aspecto de estas tierras.

Cugel subió a la cubierta de popa. Observó una nave en el horizonte, y el catalejo le demostró que era aquella pequeña embarcación que había eludido hacía varios días. ¡Aún sin gusanos, utilizando tácticas inteligentes, podía evadirse con facilidad de una embarcación de aspecto tan torpe!

Plegó la vela hacia estribor, luego saltó de nuevo a la cubierta de popa e hizo girar el timón para hacer virar el barco a babor, enfilando el rumbo tan al norte como era posible.

La tripulación de la otra nave, observando su táctica, viró también para cortarle el paso y obligarle a dirigirse al sur, al estuario, pero Cugel se negó a sentirse intimidado y mantuvo el rumbo.

A la derecha, la baja costa de Gador Porrada era ahora visible; a la izquierda, la otra nave cortaba el agua con un aire tan importante como poco eficaz.

Utilizando el catalejo, Cugel descubrió la delgada figura de Drofo a la proa, indicando triple cebo para los gusanos.

La señora Soldinck y las tres muchachas salieron de la cocina para mirar a la otra embarcación, y la señora Soldinck gritó oficiosas instrucciones a Cugel que se perdieron en el viento.

El
Galante
, con un casco mal adaptado para la navegación a vela, derivaba bastante. Para conseguir una mayor velocidad, Cugel se desvió varios puntos al este, acercándose así más a la baja costa, mientras la otra nave seguía empujándole incansable hacia el sur. Desesperado, Cugel hizo girar la rueda, esperando conseguir un notable cambio de rumbo a favor del viento, que derrotara completamente a las personas a bordo de la otra nave, sin mencionar a la señora Soldinck. Para una mayor efectividad, saltó a la otra cubierta para doblar convenientemente la vela, pero antes de poder regresar al timón la nave dio un bandazo y se situó contra el viento.

Cugel hizo girar con violencia la rueda, en la esperanza de devolver al barco a una buena posición. Mirando hacia la ahora ya cercana costa de Gador Porrada, Cugel vio un espectáculo curioso: un grupo de aves marinas caminando por lo que parecía ser la superficie del agua. Cugel miró, maravillado, mientras las aves caminaban de un lado para otro, bajando ocasionalmente sus cabezas para picotear la superficie.

El
Galante
fue disminuyendo con lentitud su marcha hasta detenerse por completo. Cugel decidió que había encallado en las llanuras de lodo de Tustvold.

Eso explicaba las aves caminando sobre el agua.

A medio kilómetro mar adentro, la otra nave echó el ancla y empezó a bajar un bote. La señora Soldinck y sus hijas agitaron los brazos, excitadas. Cugel no perdió tiempo en despedidas. Descendió él también por el costado del barco, y empezó a chapotear hacia la orilla.

El lodo era profundo, viscoso, y olía del modo más desagradable. Un pedúnculo fuertemente estriado, rematado por un ojo globular, se asomó chorreando limo para mirarle, y dos veces fue atacado por lagartos-pinza, que por fortuna pudo dejar rápidamente atrás.

Finalmente llegó a la orilla. Se puso en pie, y vio que un contingente de la otra nave había llegado ya a bordo del
Galante
. Una de las formas era la de Soldinck, que señaló hacia Cugel y agitó el puño. En aquel mismo momento Cugel descubrió que había dejado la suma total de sus terces a bordo del
Galante
, incluidas las seis monedas de oro de a cien recibidas de Soldinck en la venta del gusano de Fuscule.

Fue un amargo golpe. La señora Soldinck se reunió con su esposo en la barandilla, y le dedicó también una elaborada serie de signos insultantes.

Desdeñando responder, Cugel se dio la vuelta y echó a andar chapoteando a lo largo de la orilla.

Libro Tercero
DE TUSTVOLD
A PORT PERDUSZ
1
Las columnas

Cugel avanzó a lo largo de la orilla, estremeciéndose ante el soplo del viento. El paisaje era desierto y árido; a la izquierda las negras olas rompían contra las llanuras de lodo; a la derecha, una hilera de bajas colinas cortaba el camino a las regiones del interior.

El humor de Cugel era sombrío. No llevaba encima ni un terce, ni siquiera un palo terminado en punta para protegerse contra los salteadores. El pegajoso limo de las llanuras de lodo se pegaba a sus botas, y sus empapadas ropas olían a descomposición marina.

Cugel se lavó las botas en una charca formada por la marea, y a partir de ahí pudo andar más cómodamente, aunque el lodo seguía burlándose de su estilo y dignidad. Avanzando por la orilla, con los hombros hundidos, Cugel parecía una gran ave marina abatida.

Cugel llegó a un viejo camino que seguía el curso de un perezoso río que desembocaba en el mar, y que posiblemente condujera al poblado de Tustvold, donde tal vez encontrara comida y abrigo. Se adentró en el paisaje, alejándose de la orilla.

Empezó a correr y a dar saltos para mantenerse caliente, agitando altas las rodillas. Así recorrió dos o tres kilómetros, y las colinas dieron paso a un curioso paisaje de campos cultivados mezclados con zonas de páramos. En la distancia, a intervalos irregulares, se alzaban escarpados oteros, como islas en un mar de aire.

No podía verse ningún signo de habitación humana, pero en los campos grupos de mujeres cuidaban de los cultivos de habas y mijo. Cuando Cugel pasó trotando por su lado, alzaron la cabeza de su trabajo y le miraron. Cugel consideró ofensiva su atención, y siguió corriendo orgullosamente, sin mirar ni a derecha ni a izquierda,

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