Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
—Muy bien, señorita, gírese hacia la cámara y sonría, por favor —dijo el fotógrafo.
Celeste obedeció al instante.
Se volvió hacia Maxon y apoyó una mano en su pecho, inclinó la cabeza un poco y mostró una sonrisa bien ensayada. Parecía saber cómo sacar el máximo partido a las luces y al set, e iba variando la posición de Maxon unos centímetros aquí y allá, o insistía en que cambiaran de pose. Mientras otras se tomaban su tiempo e intentaban simplemente alargar el momento, para estar más con Maxon —en particular las que aún no habían quedado con él en privado—, Celeste parecía querer demostrar su dominio de la situación.
Cuando acabó, el fotógrafo llamó a la siguiente. Yo estaba tan absorta viendo cómo Celeste recorría el brazo de Maxon con la punta de los dedos al marcharse que una de las doncellas tuvo que recordarme que era mi turno.
Sacudí un poco la cabeza y me centré en la tarea que tenía por delante. Recogí el vestido con las manos y me acerqué a Maxon. Apartó la mirada de Celeste y me miró, y, quizá fueron imaginaciones mías, pero me pareció que se le iluminaba un poco la cara.
—Hola, querida —dijo, con voz cantarina.
—¡No empieces! —le advertí, pero él se limitó a chasquear la lengua y extendió las manos.
—Espera un momento. Tienes la banda torcida.
—No es de extrañar —aquella cosa pesaba tanto que sentía que se me movía a cada paso que daba.
—Creo que ya está —dijo él, bromeando.
—A ti, por tu parte, podrían colgarte con las lámparas de araña —contraataqué, señalando la ristra de relucientes medallas que llevaba en el pecho. Su uniforme, que recordaba al de los guardias, solo que mucho más elegante, también tenía unas cosas doradas en los hombros y llevaba una espada colgada del cinto. Era excesivo.
—Miren a la cámara, por favor —advirtió el fotógrafo.
Levanté la vista y vi no solo sus ojos, sino también el rostro de las chicas que nos miraban, y me puse de los nervios.
Me sequé el sudor de las manos en el vestido y resoplé.
—No te pongas nerviosa —susurró Maxon.
—No me gusta que me mire todo el mundo.
Él tiró de mí y me rodeó la cintura con la mano. Quise dar un paso atrás, pero el brazo de Maxon me retuvo con fuerza.
—Tú mírame como si no pudieras resistirte a mis encantos —dijo, poniendo morritos y forzando una mueca, lo cual hizo que se me escapara la risa.
La cámara disparó justo en aquel momento, y nos pilló a los dos riéndonos.
—¿Lo ves? —dijo Maxon—. No es para tanto.
—Supongo —contesté. Seguí tensa unos minutos, mientras el fotógrafo nos daba instrucciones y Maxon iba pasando de una postura a otra, soltándome un poco, o girándome, situando mi espalda contra su pecho.
—Excelente —intervino el fotógrafo—. ¿Podemos hacer unas más en el sofá?
Me sentía mejor ahora que ya quedaba poco; tomé asiento junto a Maxon con la mejor postura que pude adoptar. De vez en cuando, él me hacía cosquillas, haciéndome sonreír hasta casi provocarme la risa. Yo esperaba que el fotógrafo disparara justo en el momento previo a mis ataques de risa, o todo aquello sería un desastre.
Por el rabillo del ojo vi una mano que se agitaba, y un momento más tarde Maxon también se giró. Era un hombre vestido de traje, que evidentemente necesitaba hablar con el príncipe. Maxon asintió, pero el tipo dudó, mirándole a él y luego a mí, como si cuestionara mi presencia.
—No pasa nada —dijo Maxon, y el hombre se acercó y se arrodilló ante él.
—Ataque rebelde en Midston, alteza —informó. Maxon suspiró y dejó caer la cabeza en un gesto de preocupación—. Han quemado hectáreas de cosechas y han matado a una docena de personas.
—¿En qué parte de Midston?
—En el oeste, señor, cerca de la frontera.
Maxon asintió lentamente y se quedó pensando, como si estuviera juntando aquella información a otras que ya tenía en la cabeza.
—¿Qué dice mi padre?
—En realidad, alteza, quiere saber qué piensa usted.
Maxon se mostró sorprendido por un instante:
—Sitúen las tropas al sureste de Sota y por todo Tammins. No las lleven más al sur, hasta Midston; no valdría de nada. Veamos si podemos interceptarlos.
El hombre se puso en pie e hizo una reverencia.
—Excelente, señor.
Y tan rápido como había aparecido, desapareció.
Yo sabía que, supuestamente, debíamos volver a las fotos, pero Maxon ya no parecía tan interesado.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Él asintió, apagado.
—Sí. Es por toda esa gente.
—Quizá debiéramos dejarlo —sugerí.
Él sacudió la cabeza, irguió el cuerpo y sonrió, apoyando su mano sobre la mía.
—Una cosa que debes aprender en esta profesión es a parecer tranquilo cuando no lo estás. Sonríe, America, por favor.
Levanté la cabeza y sonreí tímidamente a la cámara mientras el fotógrafo iba haciendo su trabajo. Cuando tomaba aquellas últimas instantáneas, Maxon me apretó la mano, y yo apreté la suya. En aquel momento sentí que había una conexión entre nosotros, algo profundo y verdadero.
—Muchas gracias. La siguiente, por favor —dijo el fotógrafo.
Nos pusimos en pie, y me cogió la mano.
—Por favor, no digas nada. Es imprescindible que seas discreta.
—Por supuesto.
El sonido de un par de tacones acercándose me recordó que no estábamos a solas, pero me habría gustado quedarme. Él me apretó la mano por última vez y me soltó y, mientras me alejaba, me planteé varias cosas. Resultaba agradable que Maxon confiara en mí lo suficiente como para compartir conmigo su secreto, y por un momento me había sentido como si estuviéramos solos. Luego pensé en los rebeldes, y en cómo solía hablar el rey de su traición, pero me había comprometido a no decirle nada a nadie. No tenía mucho sentido.
—Janelle, querida —dijo Maxon, al acercarse la siguiente. Sonreí para mis adentros al oír aquel saludo tan manido. Maxon bajó la voz, pero yo seguía oyéndolo—. Antes de que se me olvide, ¿estás libre esta tarde?
Sentí una especie de nudo en el estómago. Supuse que aún sería efecto de los nervios.
—Debe de haber hecho algo terrible —insistió Amy.
—No es eso lo que dijo ella —rebatió Kriss.
Tuesday tiró a Kriss del brazo.
—¿Qué es lo que dijo?
Janelle había sido expulsada.
Comprender por qué había sido eliminada era crucial para nosotras, porque había sido la primera expulsión que se había producido de forma individual y sin haber roto ninguna regla. No había sucedido debido a una primera impresión, ni había sido un abandono a causa del miedo. Había hecho algo mal, y todas queríamos saber de qué se trataba.
Kriss, que ocupaba la habitación justo enfrente de la de Janelle, la había visto entrar; era la única persona con la que había hablado antes de marcharse. Suspiró y volvió a contar la historia por tercera vez.
—Maxon y ella habían salido de caza, pero eso ya lo sabéis —dijo, agitando la mano como si intentara aclararse las ideas.
La cita de Janelle era vox populi. Tras la sesión de fotos del día anterior, se lo había estado contando a todo el que la quisiera escuchar.
—Era su segunda cita con Maxon. Es la única que ha salido dos veces con él —señaló Bariel.
—No, no lo es —murmuré.
Unas cuantas cabezas se giraron hacía mí, pero ¡es que era cierto! Pero, bueno, Janelle era la única chica que había salido dos veces con Maxon, sin contarme a mí. Aunque no es que yo contara, claro.
—Cuando volvió, estaba llorando —prosiguió Kriss—. Le pregunté qué le pasaba, y me respondió que se iba, que Maxon le había dicho que se fuera. La abracé, porque la vi muy abatida, y le pregunté qué había sucedido. Me dijo que no me lo podía contar. No lo entendí. ¿Será que no podemos hablar de los motivos de nuestra expulsión?
—Eso no estaba en las normas, ¿no? —preguntó Tuesday.
—A mí nadie me dijo nada de eso —respondió Amy, y muchas otras sacudieron la cabeza, confirmándolo.
—Pero ¿qué te dijo? —insistió Celeste.
Kriss suspiró de nuevo.
—Dijo que más me valía ir con cuidado con lo que decía. Luego se echó atrás y cerró la puerta de un portazo.
Se hizo un silencio generalizado, mientras todas pensábamos.
—Debe de haberle insultado —intervino Elayna.
—Bueno, si ese es el motivo por el que se fue, no es justo, puesto que Maxon ya dijo que «alguna» de las que estamos aquí le insultó la primera vez que se vieron —protestó Celeste.
Todas empezaron a mirar alrededor, intentando descubrir a la culpable, quizá para hacer que también la expulsaran —me expulsaran—. Eché una mirada nerviosa a Marlee, y ella reaccionó de inmediato.
—¿No diría algo sobre el país? ¿De política, o algo así?
Bariel chasqueó la lengua.
—Por favor… Tendría que ser muy aburrida la cita para que se pusieran a hablar de política. ¿Es que alguna de vosotras ha hablado con Maxon sobre algo que tenga que ver con el gobierno del país?
Nadie respondió.
—Claro que no —confirmó Bariel—. Maxon no busca a una colega de trabajo; busca una esposa.
—¿No crees que lo estás infravalorando? —objetó Kriss—. ¿No crees que quizá Maxon pueda querer a alguien con ideas y opiniones propias?
Celeste echó la cabeza atrás y se rió.
—Maxon puede gobernar el país solito perfectamente. Ha sido educado para hacerlo. Además, tiene montones de personas a su alrededor para ayudarle a tomar decisiones. ¿Para qué iba a querer que alguien más le dijera qué hacer? Yo, en tu lugar, aprendería a mantener la boca cerrada. Al menos, hasta que te cases con él.
Bariel unió filas con Celeste:
—Lo cual no ocurrirá.
—Exactamente —ratificó Celeste con una sonrisa—. ¿Por qué iba a fijarse Maxon en una Tres paranoica cuando puede escoger a una Dos?
—¡Eh! —exclamó Tuesday—. A Maxon no le importan los números.
—Claro que sí —replicó Celeste, con un tono que bien podría haber usado con una niña pequeña—. ¿Por qué te crees que todas las que estaban por debajo del Cuatro han sido eliminadas?
—Yo sigo aquí —dije, levantando la mano—. Así que si te crees que sabes cómo funciona esto, vas muy equivocada.
—¡Oh, es la chica que nunca sabe cuándo callarse! —me rebatió Celeste, fingiendo divertirse.
Apreté el puño, intentando decidir si valía la pena atizarle. ¿Sería parte de su plan? Pero antes de que tuviera ocasión de moverme, la puerta se abrió de pronto y apareció Silvia.
—¡Correo, señoritas! —anunció, y la tensión desapareció de la sala.
Todas nos quedamos inmóviles, deseosas de echar mano a las cartas que traía consigo. Llevábamos en el palacio casi dos semanas, y, salvo por las noticias que habíamos tenido de nuestras familias el segundo día, era nuestro primer contacto real con nuestras casas.
—Veamos —dijo Silvia, echando un vistazo a los montones de cartas, completamente ajena al conato de discusión que había tenido lugar apenas unos segundos antes—. ¿Lady Tiny? —llamó, buscando con la vista por la sala.
Tiny levantó la mano y se adelantó.
—¿Lady Elizabeth? ¿Lady America?
Prácticamente corrí hacia ella y le arranqué la carta de la mano. Estaba ansiosa por tener noticias de mi familia. En cuanto la tuve en mi poder, me retiré a un rincón para estar un momento a solas.
Querida America:
Espero con impaciencia que llegue el viernes. ¡No puedo creerme que vayas a hablar con Gavril Fadaye! Qué suerte tienes.
Yo, desde luego, no me sentía afortunada. Al día siguiente, Gavril nos iba a bombardear a preguntas, y no tenía ni idea de qué podía preguntarnos. Estaba segura de que quedaría como una idiota.
Nos gustará mucho volver a oír tu voz. Echo de menos oírte cantando por casa. Mamá no lo hace, y desde que tú te has ido aquí reina el silencio. ¿Me mandarás un saludo por televisión?
¿Cómo va la competición? ¿Tienes muchas amigas? ¿Has hablado con alguna de las chicas que se han marchado? Mamá ahora no para de decir que tampoco pasa nada si pierdes. La mitad de las chicas que han vuelto a casa ya están prometidas con hijos de alcaldes o de famosos. Dice que seguro que habrá alguien que te quiera, si es que Maxon no se decide. Gerad espera que te cases con un jugador de baloncesto y no con un aburrido príncipe. Pero a mí no me importa lo que digan los demás. ¡Maxon es guapísimo!
¿Ya le has besado?
¿Besarle? ¡Acabábamos de conocernos! Y Maxon tampoco tenía ningún motivo para besarme.
Estoy segura de que besa mejor que nadie en el mundo. ¡Yo creo que, si eres príncipe, tienes que besar de maravilla!
Tengo muchas más cosas que contarte, pero mamá quiere que me ponga a pintar. Escríbeme una carta de verdad en cuanto puedas. ¡Una bien larga! ¡Con muchos detalles!
Te quiero. Todos te queremos.
MAY
Así que las chicas eliminadas iban cayendo en manos de tipos ricos. No había pensado que ser la descartada de un futuro rey te pudiera convertir en un artículo de valor. Recorrí la sala, pensando en las palabras de May.
Quería saber qué estaba pasando. Me pregunté qué era lo que había sucedido exactamente con Janelle y sentía curiosidad por saber si Maxon tenía alguna otra cita aquella noche. Tenía muchas ganas de verle.
El cerebro me iba a cien por hora, intentando buscar un modo para hablar con él. Mientras pensaba, fijé la vista en el papel que sujetaba entre las manos.
La segunda página de la carta de May estaba casi en blanco. Arranqué un trozo mientras seguía andando sin rumbo fijo. Algunas de las chicas estaban absortas en páginas y más páginas de cartas de sus familias, y otras comentaban las noticias. Tras una vuelta entera, me detuve junto al libro de visitas de la Sala de las Mujeres y cogí la pluma.
En el pedazo de papel que llevaba, garabateé rápidamente una nota.
Alteza:
Me tiro de la oreja. Cuando sea.
Salí de la sala como si fuera al baño y miré a ambos lados del pasillo. Estaba vacío. Me quedé allí, de pie, esperando, hasta que una doncella giró la esquina con una bandeja de té en las manos.
—Perdone —la llamé, en voz baja. En aquellos pasillos enormes cualquier voz resonaba.
La chica se detuvo frente a mí con una leve reverencia.
—¿Sí, señorita?