Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
Cuando Mary formuló aquella pregunta, me la quedé mirando. Yo había ido buscando respuestas a las preguntas, intentando no pensar demasiado. Pero era evidente que aquella pregunta nacía de su curiosidad. La sonrisa que tenía en la cara la delataba.
—¡No! ¡Por Dios! —intenté parecer enfadada, pero era algo demasiado ridículo como para enojarse. Acabé riéndome. Y Mary también soltó una risita nerviosa—. Venga, déjalo… ¿Por qué no te pones a limpiar algo?
Entonces soltó una carcajada, y, antes de que pudiera decirle que parara, Anne y Lucy aparecieron en la puerta con una bolsa de la sastrería.
Lucy parecía más nerviosa de lo que la había visto en el momento de mi llegada, el primer día, y Anne lucía una sonrisa taimada, como si escondiera algo.
—¿Y eso? —pregunté, en cuanto Lucy se situó delante de mí y me hizo una ostentosa reverencia.
—Hemos acabado su vestido para el Report, señorita —respondió.
Fruncí el ceño.
—¿Uno nuevo? ¿Por qué no el azul del armario? ¿No lo habíais terminado hace poco? A mí me encanta.
Las tres se miraron entre sí.
—¿Qué habéis hecho? —pregunté, señalando la bolsa que Anne estaba colgando en el gancho junto al espejo.
—Nosotras hablamos con todas las demás doncellas, señorita. Oímos muchas cosas —se explicó Anne.
—Sabemos que usted y Lady Janelle son las únicas dos que se han visto más de una vez con su alteza y, por lo que sabemos, habría un punto en común entre las dos.
—¿Ah, sí?
—Por lo que hemos oído —prosiguió Anne—, el motivo de que se la expulsara fue que habló bastante mal de usted. Al príncipe no le sentó bien y la echó inmediatamente.
—¿Qué? —exclamé, llevándome una mano a la boca, intentando ocultar mi sorpresa.
—Estamos seguras de que es usted su favorita, señorita. Casi todas lo dicen —suspiró Lucy, encantada.
—Creo que os han informado mal —repliqué.
Anne se encogió de hombros sin dejar de sonreír, indiferente a lo que yo pensara.
Entonces recordé de dónde venía todo aquello:
—¿Qué tiene que ver todo esto con mi vestido?
Mary fue hasta donde estaba Anne y abrió la larga bolsa, dejando a la vista un impresionante vestido rojo que brillaba a la luz del atardecer que entraba por la ventana.
—¡Oh, Anne! —dije, absolutamente impresionada—. Te has superado.
Ella agradeció mi comentario con un gesto de la cabeza.
—Gracias, señorita. Aunque las tres hemos participado en la confección.
—Es precioso. Pero aún no entiendo qué tiene que ver con nada de lo que habéis dicho.
Mary sacó el vestido de la bolsa y lo aireó, mientras Anne proseguía:
—Como le decía, hay mucha gente en palacio que cree que es la favorita del príncipe. Hace comentarios amables sobre usted y prefiere su compañía a la de las demás. Y parece ser que las otras chicas se han dado cuenta.
—¿Qué quieres decir?
—La mayor parte del trabajo de costura lo hacemos en un taller. Allí hay un almacén de material y un taller de zapatería, y también acuden las otras doncellas. Todas han pedido un vestido azul para esta noche. Las doncellas creen que es porque ese es el color que usted viste casi a diario, y las demás están intentando copiarla.
—Es cierto —intervino Lucy—. Hoy Lady Tuesday y Lady Natalie no se han puesto ninguna joya. Igual que usted.
—Y la mayoría de las señoritas piden vestidos más sencillos, como los que le gustan a usted —constató Mary.
—Eso no explica por qué me habéis hecho un vestido rojo.
—Para que se la vea, por supuesto —respondió Mary—. Oh, Lady America, si de verdad le gusta, tendrá que seguir destacándose. Ha sido muy generosa con nosotras, especialmente con Lucy —dijo.
Todas miramos a Lucy, que asintió con la cabeza y añadió:
—Usted… es muy buena persona; sería ideal como princesa. Lo haría de maravilla.
No sabía cómo poner fin a aquello. Odiaba ser el centro de atención.
—Pero ¿y si todas las demás tienen razón? ¿Y si el motivo por el que le gusto a Maxon es porque no soy tan vistosa como todas las demás? ¿Y si al ponerme algo tan espectacular lo estropeamos todo?
—Todas las chicas tienen que destacar de vez en cuando. Y nosotras conocemos a Maxon desde que era un niño. Esto le encantará —afirmó Anne, con tal seguridad que me dejó claro que no me quedaba alternativa.
No sabía cómo explicarles que las notas que me enviaba, que el tiempo que pasábamos juntos, se debía, simplemente, a que éramos amigos. No podía decírselo. Sería una gran decepción para ellas y, además, tenía que mantener las apariencias si quería quedarme. Y quería. Necesitaba quedarme.
—De acuerdo. Voy a probármelo —accedí, con un suspiro.
Lucy se puso a dar saltitos de emoción hasta que Anne le instó a que mantuviera la compostura. Me puse aquel sedoso vestido por la cabeza y ellas le dieron las últimas puntadas. Las hábiles manos de Mary me sostenían el pelo de diferentes modos para ver qué peinado le iría mejor al vestido, y a la media hora ya estaba lista.
El estudio estaba dispuesto de un modo algo diferente para el programa especial de aquella noche. Los tronos de la familia real estaban en un lado, como siempre, y nuestros asientos seguían en el lado contrario. Pero el estrado no estaba centrado, para dejar espacio a dos butacas altas. Sobre una de ellas había un micrófono, para que lo usáramos cuando nos tocara hablar con Gavril. Solo de pensar en ello me ponía de los nervios.
Como era de esperar, la sala estaba llena de vestidos en todos los tonos posibles de azul. Algunos se acercaban más al verde, otros al violeta, pero estaba claro que había una tendencia general. Me sentí incómoda al instante. Crucé la mirada con la de Celeste y decidí mantenerme alejada de ella hasta que no quedara más remedio que dirigirse a los asientos.
Kriss y Natalie pasaron a mi lado después de haber comprobado el estado de su maquillaje por última vez. Ambas parecían algo desilusionadas, aunque en el caso de Natalie a veces era difícil de saber. Por lo menos Kriss también se distinguía un poco de las demás. Su vestido azul se tornaba en blanco, como si estuviera surcado por unas tiras de hielo que se iban abriendo paso en dirección al suelo.
—Estás impresionante, America —dijo, con un tono que hacía que pareciera más una acusación que un cumplido.
—Gracias. Llevas un vestido precioso.
Ella se pasó las manos por el torso, alisándose arrugas imaginarias.
—Sí, a mí también me gustó cuando lo vi.
Natalie pasó la mano por encima de una de las tiras del hombro de mi vestido.
—¿Qué tela es? Esto va a brillar mucho bajo los focos.
—En realidad no tengo ni idea. Las Cincos no solemos tener ocasión de ponernos vestidos tan bonitos —dije, encogiéndome de hombros. Había tenido al menos otro vestido hecho con el mismo tipo de tela, pero no me había molestado en aprender el nombre.
—¡America!
Levanté la vista y vi a Celeste a mi lado. Sonriendo.
—Celeste.
—¿Podrías venir un momentito? Necesito ayuda.
Sin esperar que respondiera, me apartó de Kriss y Natalie, y me llevó tras la pesada cortina azul que hacía de telón de fondo del plató del Report.
—Quítate el vestido —me ordenó, al tiempo que empezaba a bajarse la cremallera del suyo.
—¿Qué?
—Quiero tu vestido. Quítatelo. ¡Agh! Maldito cierre —dijo, intentando desvestirse.
—No voy a quitármelo —contesté, y me dispuse a alejarme.
Pero no llegué muy lejos, ya que Celeste me clavó las uñas en el brazo y me hizo volver atrás de un tirón.
—¡Auch! —grité, agarrándome el brazo. Me lo miré; seguramente me quedarían marcas, pero con un poco de suerte no sangraría.
—Cállate. Quítate el vestido. Venga.
Me quedé allí, mirándola fijamente, negándome a moverme. Celeste tendría que superar no ser el centro de atención de toda Illéa.
—Si quieres, te lo quito yo —se ofreció, con un tono glacial.
—No te tengo miedo, Celeste —dije, cruzándome de brazos—. Este vestido me lo han hecho para mí, y voy a llevarlo. La próxima vez que escojas un modelito, tal vez debieras intentar ser tú misma en lugar de copiarme. Ay, espera, no, que quizás entonces Maxon vería la niña malcriada que eres y te enviaría a casa. ¿Es eso?
Sin dudarlo un segundo, Celeste alargó la mano, me arrancó una manga del vestido y se fue. Yo estaba furiosa, pero me había quedado sin palabras. Bajé la vista y vi una tira de tela rota que me colgaba del pecho en una imagen patética. Oí que Silvia nos llamaba a todas para que ocupáramos nuestros asientos, así que hice acopio de valor y salí de detrás de la cortina.
Marlee me había guardado un asiento a su lado, y observé la cara de asombro cuando me vio llegar.
—¿Qué le ha pasado a tu vestido? —susurró.
—Celeste —respondí indignada.
Emmica y Samantha, que estaban sentadas delante de nosotras, se giraron.
—¿Te ha roto el vestido? —preguntó Emmica.
—Sí.
—Ve a Maxon y chívate —sugirió—. Esa chica es una pesadilla.
—Lo sé —dije, con un suspiro—. Se lo diré la próxima vez que le vea.
—¿Quién sabe cuándo será eso? —preguntó Samantha, con tristeza en la voz—. Yo pensaba que pasaríamos más tiempo con él.
—America, levanta el brazo —dijo Marlee, que introdujo hábilmente los restos de mi manga bajo el lateral del vestido, al tiempo que Emmica arrancaba unos cuantos hilos sueltos. Quedó como si no le hubiera pasado nada. En cuanto a las marcas de las uñas, bueno, al menos las tenía en el brazo izquierdo, en el lado más alejado de la cámara.
Ya era casi la hora de empezar. Gavril estaba repasando sus notas cuando llegó por fin la familia real. Maxon llevaba un traje azul oscuro y lucía una insignia en la solapa con el escudo nacional. Parecía atento a todo lo que sucedía, pero tranquilo.
—Buenas noches, señoritas —dijo, sonriente y desenfadado.
Todas respondimos con un «alteza» a coro.
—Quería informarlas de que haré un breve anuncio y luego presentaré a Gavril. Será agradable cambiar el orden por una vez: ¡siempre es él quien me presenta a mí! —soltó una risita corta y todas correspondimos—. Supongo que algunas de ustedes estarán un poco nerviosas, pero no tienen por qué. Limítense a ser ustedes mismas. La gente quiere conocerlas.
Nuestros ojos se encontraron unas cuantas veces mientras hablaba, pero no lo suficiente como para poder leer en ellos. No parecía que le llamara la atención mi vestido. Mis doncellas se llevarían una decepción.
Se volvió hacia el estrado y nos deseó suerte por encima del hombro.
Yo notaba que algo estaba pasando. Supuse que aquel anuncio que iba a hacer tendría que ver con lo que nos había dicho el día anterior, pero no me imaginaba qué podía ser. El pequeño misterio de Maxon me distrajo, por lo que ya no me sentía tan nerviosa. Cuando sonó el himno y la cámara enfocó el rostro de Maxon, ya me encontraba mejor. Había visto el Report cada semana desde que era una cría. Era la primera vez que Maxon se dirigía al país de aquel modo. En aquel momento pensé que me habría gustado poder desearle buena suerte también a él.
—Buenas noches, damas y caballeros de Illéa. Sé que esta es una noche muy emocionante para todos nosotros, ya que por fin todo el país podrá saber algo de las veinticinco señoritas que quedan en la
Selección
. No tengo palabras para describir la emoción que supone para mí. Estoy seguro de que estarán de acuerdo en que cualquiera de estas asombrosas jovencitas sería una magnífica líder y una estupenda princesa.
»Pero antes de llegar a eso, me gustaría anunciarles un nuevo proyecto en el que estoy trabajando y que es de gran importancia para mí. Conocer a estas señoritas me ha servido para entrar en contacto con el mundo que se extiende fuera de nuestro palacio, un mundo que pocas veces tengo ocasión de ver. Me han hablado de sus grandes valores y me han señalado sus inimaginables zonas oscuras. Hablando con estas jóvenes, me he dado cuenta de la importancia de las masas que viven más allá de estos muros. He abierto los ojos al sufrimiento de nuestras castas inferiores y he decidido hacer algo al respecto.
¿El qué?
—Tardaremos al menos tres meses en organizar esto correctamente, pero para Año Nuevo habrá un servicio público de entrega de alimentos en todas las Oficinas Provinciales de Servicios. Cualquier Cinco, Seis, Siete u Ocho que lo desee podrá pasarse por allí para disfrutar de una comida nutritiva de forma gratuita. Tengan en cuenta que estas señoritas han sacrificado su compensación económica en su totalidad o en parte para contribuir a la financiación de este importante programa. Y aunque puede que esta asistencia no dure eternamente, la mantendremos en activo mientras podamos.
Hice un esfuerzo para no dejar traslucir la gratitud y la emoción que me embargaban, pero alguna lágrima sí se me escapó. No había perdido tanto de vista lo que venía después como para no preocuparme de mi maquillaje, pero desde luego ya no era lo que ocupaba el centro de mis pensamientos.
—Creo que un buen líder no puede permitir que su pueblo pase hambre. Las castas inferiores componen la mayor parte de Illéa, y creo que hemos descuidado a esta gente demasiado tiempo. Por eso tomo la iniciativa y solicito la colaboración de los demás. Doses, Treses, Cuatros…, las carreteras por las que pasan no se asfaltan solas. Sus casas no se limpian por arte de magia. Ahora tienen la oportunidad de adquirir conciencia de ello haciendo sus donativos a la Oficina Provincial de Servicios —hizo una pausa—. La posición que tienen desde el nacimiento es una bendición, y es hora de dar gracias por ello. A medida que el proyecto vaya progresando iré dando información actualizada. Les agradezco a todos su atención. Y ahora pasemos al motivo principal por el que están aquí esta noche. ¡Damas y caballeros, el señor Gavril Fadaye!
Todos los presentes aplaudieron, aunque era evidente que el anuncio de Maxon no ilusionaba a todo el mundo. El rey, por ejemplo, aplaudía sin emoción; sin embargo, la reina estaba radiante de orgullo. Los asesores tampoco parecían tener claro si aquello era una buena idea.
—¡Muchas gracias por esa presentación, alteza! —dijo Gavril, entrando en el plató—. ¡Lo ha hecho muy bien! Si todo este asunto del reinado no le convence, podría plantearse trabajar en la televisión.
Maxon se rió sonoramente mientras se dirigía a su asiento. Las cámaras enfocaban a Gavril, pero yo me quedé mirando a Maxon y a su padre. No entendía el porqué de aquellas reacciones tan dispares.