Authors: Kiera Cass
Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico
Éramos una curiosa colección de gente muy diversa. Varios soldados llevaban de guardia toda la noche, y aún iban de uniforme. Hasta Maxon iba completamente vestido. Pero casi todas las chicas portaban finos camisones, prendas pensadas para dormir en la calidez de sus habitaciones. Con las prisas, no todas habían podido coger una bata. Por mi parte, aun con la bata puesta, tenía algo de frío.
Varias chicas se habían amontonado en la parte frontal de la sala. Evidentemente, serían las primeras en morir si alguien llegaba a entrar. ¡Pero si eso no ocurría, pasarían un montón de tiempo junto a Maxon! Unas cuantas estaban más cerca de nosotras, y la mayoría estaba en un estado similar al de Lucy: temblando, llorando y petrificadas de miedo.
Mientras Anne iba atendiendo a los demás, rodeé a Lucy con un brazo, y Mary se le acurrucó al otro lado. No había nada agradable que decir del refugio ni de la situación, así que nos quedamos en silencio un buen rato, escuchando el ruido de las voces. Aquel parloteo me recordó mi primer día en el palacio, cuando nos vistieron y nos maquillaron. Cerré los ojos y me imaginé aquel momento en un intento por tranquilizarme.
—¿Estás bien?
Levanté la vista y me encontré con Aspen, elegantísimo con su uniforme. Hablaba en tono formal, y no parecía afectado en absoluto por la situación. Suspiré.
—Sí, gracias.
Permanecimos un momento en silencio, observando cómo la gente se iba distribuyendo por la sala. Era obvio que Mary estaba exhausta: ya dormía, apoyada en el costado de Lucy. Ella estaba bastante tranquila, dentro de lo que cabía esperar. Ya había dejado de llorar y estaba ahí sentada, mirando a Aspen como encandilada.
—Ha sido un detalle que trajeras a tus doncellas. No todo el mundo es tan amable con gente que considera inferior —dijo.
—Las castas nunca me han importado demasiado —respondí, en voz baja.
Él esbozó una sonrisa.
Lucy cogió aire, como si fuera a hacerle una pregunta a Aspen, pero un sonoro grito atravesó la cámara. En el otro extremo de la sala, un guardia ordenó silencio.
Aspen se alejó, lo cual no me disgustó. Temía que alguien pudiera ver algo.
—Es el mismo guardia de antes, ¿no? —preguntó Lucy.
—Sí.
—Lo he visto de guardia en su puerta últimamente. Es encantador —señaló.
Estaba segura de que Aspen habría saludado a mis doncellas con la misma amabilidad con que me saludaba a mí cuando nos cruzábamos por los pasillos. Al fin y al cabo, ellos eran todos Seises.
—Y es muy guapo —añadió Lucy.
Sonreí y me planteé decir algo, pero el mismo guardia nos dio instrucciones de que permaneciéramos calladas. Las voces se fueron apagando y un silencio sobrecogedor se extendió por la sala.
Entonces lo oímos. Por encima de nuestras cabezas había gente luchando. Intenté distinguir disparos, o cualquier cosa que nos dijera de dónde era ese grupo. Sin darme cuenta había ido acercando a las chicas hacia mí, como si pudiéramos protegernos las unas a las otras de lo que se nos venía encima.
El ruido siguió durante horas. El único que se movía en nuestro refugio era Maxon, que iba de un sitio a otro para ver cómo estaban las chicas. Cuando llegó a nuestro rincón, solo Lucy y yo estábamos despiertas, y de vez en cuando intercambiábamos unas palabras entre susurros. Se acercó y sonrió al ver el montón de personas apiladas sobre mí. No se le veía en la cara ni rastro de enfado por nuestra discusión, aunque yo seguía teniendo ganas de aclarar las cosas. Se limitó a sonreír, contento de ver que estaba bien. Me sentí culpable… ¿En qué lío me había metido?
—¿Estás bien? —preguntó.
Asentí. Miró a Lucy y se inclinó por delante de mí para hablarle. Aspiré y sentí el olor de Maxon. No olía a nada que pudiera embotellarse en un frasquito. No era canela, ni vainilla ni —enseguida me vino a la cabeza— jabón casero. Maxon tenía su propio olor, una mezcla de sustancias que emanaban de él mismo.
—¿Y tú? —le preguntó a Lucy.
Ella también asintió.
—¿Estás sorprendida de encontrarte aquí abajo? —le preguntó de nuevo, sonriendo.
—No, alteza. Con ella no —respondió la chica, señalándome con un gesto de la cabeza.
Maxon se giró hacia mí. Tenía su rostro increíblemente cerca. Me sentí incómoda. Había demasiadas personas a mi alrededor; no podía moverme. Y demasiadas personas que podían vernos, Aspen incluido. Pero el momento pasó enseguida, y volvió a girarse hacia Lucy.
—Te entiendo perfectamente —le dijo, y sonrió de nuevo. Parecía como si fuera a decir algo más, pero se lo pensó mejor e hizo ademán de ponerse en pie.
Le agarré del brazo y le susurré:
—¿Norte o sur?
—¿Te acuerdas de la sesión fotográfica? —preguntó, muy bajito.
Sobrecogida, asentí. Aquel grupo se abría paso hacia el noroeste, quemando cosechas y matando a la gente por el camino. «Interceptadlos», había dicho. Aquellos rebeldes, aquellos asesinos, habían estado acercándose lentamente a nosotros todo aquel tiempo, y no habían podido detenerlos. Eran asesinos. Eran sureños.
—No se lo digas a nadie —dijo, y se fue a donde estaba Fiona, que lloraba tapándose la cara con las manos.
Me esforcé en respirar poco a poco, intentando imaginar cómo podía huir si llegaban hasta allí, pero me estaba engañando. Si los rebeldes conseguían llegar hasta allí abajo, todo se habría acabado. No había nada que hacer, solo esperar.
Las horas fueron pasando. No tenía ni idea de qué hora era, pero las que se habían dormido al llegar ya se habían despertado, y las que habíamos aguantado despiertas todo aquel tiempo estábamos empezando a caer rendidas.
El ruido de arriba no acabó de pronto, pero fue yendo a menos según pasaban las horas. Al final se hizo el silencio.
Se abrió la puerta y unos cuantos guardias salieron a investigar. Tardaron un tiempo en repasar todo el palacio, y al final volvieron.
—Damas y caballeros —anunció uno de los guardias—, los rebeldes han sido sometidos. Les rogamos que vuelvan todos a sus habitaciones por las escaleras auxiliares. El edificio no presenta buen aspecto y hay muchos guardias heridos. Es mejor que todos eviten las salas y salones principales hasta que podamos limpiarlos. Las participantes en la
Selección
, por favor, vayan a sus habitaciones y permanezcan en ellas hasta nuevo aviso. He hablado con los cocineros; se les llevará comida dentro de menos de una hora. Necesitaré que todo el personal médico se presente en el hospital de palacio.
Al momento todos nos pusimos en pie y nos dirigimos a la salida como si nada. Algunos hasta parecían aburridos. Salvo por las caras de gente como Lucy, daba la impresión de que todo el mundo le quitaba importancia al ataque, como si fuera algo previsible.
Mi habitación había sido arrasada. El colchón estaba en el suelo, los vestidos fuera del armario y las fotografías de mi familia rotas por el suelo. Busqué mi frasco, que seguía intacto, con su céntimo dentro, oculto bajo la cama. Intenté no llorar, pero se me escapaban las lágrimas. No era tanto el miedo. Lo que no soportaba era que el enemigo hubiera puesto las manos en mis cosas y lo hubiera estropeado todo.
Tardamos un buen rato en ponerlo todo en orden, pues estábamos agotadas. No obstante, lo logramos. Anne incluso consiguió un poco de cinta adhesiva, con la que pude volver a recomponer mis fotos. En el momento en que me dieron la cinta adhesiva mandé a mis doncellas a la cama. Anne protestó, pero yo no quería oír hablar del tema. Ahora que había descubierto mis dotes de mando, no me asustaba en absoluto usarlas.
Una vez sola, me dejé llevar y lloré. Aunque ya no había motivo para el miedo, seguía llevándolo dentro.
Saqué los vaqueros que Maxon me había regalado y la única blusa que había traído de casa y me los puse. Así me sentía un poco más normal. Tenía el cabello revuelto tras los acontecimientos de la noche, así que me lo recogí en un moño informal sobre la cabeza, del que algunos mechones se escapaban y me caían sobre la cara.
Vi los fragmentos de las fotografías sobre la cama, e intenté pensar cómo combinaban. Era como tener las fichas de cuatro puzles mezcladas en la misma caja. Solo había conseguido completar uno cuando llamaron a la puerta.
«
Maxon
—pensé—.
Por favor, que sea Maxon
». Y abrí la puerta, esperanzada.
—Hola, querida.
Era Silvia. Tenía una mueca en la cara que supuse que quería ser de consuelo. Se coló en mi habitación, se giró y vio lo que llevaba puesto.
—Oh, no me digas que tú también te vas —exclamó—. La verdad es que no ha sido nada —añadió, intentando quitar importancia al incidente con un gesto de la mano.
Yo no lo llamaría nada. ¿No se daba cuenta de que había estado llorando?
—No me voy —repuse, mientras me apartaba un mechón colocándomelo tras la oreja—. ¿Se va alguna de las chicas?
—Sí —suspiró—. Tres, de momento. Y Maxon, pobrecillo, me ha dicho que deje irse a quien lo desee. Ahora mismo ya están haciendo los preparativos. Es gracioso. Es como si supiera que alguna iba a marcharse. Si estuviera en vuestro lugar, me lo pensaría dos veces antes de irme por esta tontería.
Silvia se puso a caminar por mi habitación, fijándose en cómo estaba todo. ¿Tontería? Pero ¿qué le pasaba a esa mujer?
—¿Se han llevado algo? —preguntó, con naturalidad.
—No, señora. Lo han puesto todo patas arriba, pero no parece que falte nada.
—Muy bien —se me acercó y me entregó un minúsculo teléfono móvil—. Esta es la línea más segura de palacio. Tienes que llamar a tu familia y decirles que estás bien. No te entretengas mucho. Aún tengo que ir a ver a otras chicas.
Me maravillé al ver aquel minúsculo objeto. Lo cierto era que nunca había tenido un teléfono móvil. Los había visto antes, en manos de Doses y de Treses, pero nunca había pensado que llegaría a usar uno. Las manos me temblaban de la emoción. ¡Iba a oír sus voces!
Marqué el número con impaciencia. Después de todo lo sucedido, aquello me hizo sonreír. Mamá cogió el teléfono a los dos tonos.
—¿Diga?
—¿Mamá?
—¡America! ¿Eres tú? ¿Estás bien? Estábamos preocupadísimos. Nos llamó un guardia diciéndonos que posiblemente no sabríamos de ti hasta dentro de unos días, y enseguida supimos que esos malditos rebeldes habían entrado en el palacio. ¡Hemos pasado tanto miedo! —se echó a llorar.
—No llores, mamá. Estoy bien —dije, y miré a Silvia, que parecía aburrida.
—Espera.
Se oyó un pequeño revuelo.
—¿America? —en la voz de May se notaba que había llorado. Debía de haber pasado un día terrible.
—¡May! ¡Oh, May, te echo muchísimo de menos! —sentí que las lágrimas estaban a punto de salir.
—¡Pensaba que habrías muerto! America, te quiero. Prométeme que no te morirás —dijo May, entre llantos.
—Te lo prometo —contesté, y no pude evitar sonreír.
—¿Vendrás a casa? ¿No puedes? No quiero que sigas ahí —suplicó ella.
—¿Volver a casa?
Un montón de sensaciones se acumularon en mi interior. Echaba de menos a mi familia, y estaba cansada de esconderme de los rebeldes. Cada vez me sentía más confusa con respecto a mis sentimientos hacia Aspen y Maxon, y no sabía cómo gestionarlos. Lo más fácil sería marcharse. Pero, aun así…
—No, May, no puedo volver a casa. Tengo que quedarme aquí.
—¿Por qué? —protestó May.
—Porque sí —me limité a responder.
—Pero ¿por qué?
—Porque sí, nada más.
May se quedó un momento en silencio, pensando.
—¿Estás enamorada de Maxon? —preguntó, y por un momento oí a la May que conocía, siempre tan loca por los chicos. Ya se le pasaría.
—Humm, no sé, pero…
—¡America! ¡Estás enamorada de Maxon!
—¡Oh, Dios mío! —oí que exclamaba papá.
—¿Qué? —dijo mamá a lo lejos—. ¡Sí, sí, sí!
—May, yo no he dicho…
—¡Lo sabía! —May no paraba de reír. De pronto todo su miedo a perderme se había desvanecido.
—May, tengo que dejarte. Las otras chicas necesitan el teléfono. Solo quería que supierais que estoy bien. Escribiré pronto, lo prometo.
—Vale, vale. ¡Pero cuéntame de Maxon! ¡Y manda más dulces! ¡Te quiero! —gritó.
—Yo también te quiero. Adiós.
Colgué el teléfono antes de que pudiera preguntar nada más. No obstante, en cuanto desapareció su voz, la eché de menos, más incluso que antes.
Silvia no perdió un momento. Me cogió el teléfono de la mano y al cabo de unos instantes ya estaba dirigiéndose a la puerta.
—Buena chica —dijo, y desapareció por el pasillo.
Desde luego no me sentía a gusto. Pero sabía que, una vez que supiera cómo arreglar las cosas con Aspen y Maxon, todo iría mejor.
A las pocas horas, Amy, Fiona y Tallulah ya se habían ido. No estaba segura de si tanta rapidez se debía a la eficiencia de Silvia o a la impaciencia de las chicas. Quedábamos diecinueve. De pronto me dio la impresión de que aquello iba muy rápido. Aun así, nunca me habría imaginado que iba a ir aún más rápido.
El lunes después de los ataques volvimos a nuestras rutinas. El desayuno fue delicioso, y me preguntaba si llegaría un día en que aquellas comidas tan espectaculares ya no me dijeran nada.
—Kriss, ¿no es divino todo esto? —pregunté, mientras mordía un trozo de una fruta en forma de estrella.
Antes de mi llegada a palacio no la había visto nunca. Kriss tenía la boca llena, pero asintió. Aquella mañana sentía una cálida sensación de fraternidad. Ahora que habíamos sobrevivido a un intenso ataque rebelde, era como si aquellos frágiles vínculos se hubieran consolidado y convertido en algo inquebrantable. Emily, al otro lado de Kriss, me estaba pasando la miel. A mi otro lado, Tiny me preguntaba con ojos de admiración dónde había conseguido mi collar del ruiseñor. El ambiente era el de las cenas de mi familia unos años atrás, antes de que Kota se convirtiera en un idiota y de que Kenna nos dejara para casarse. Todo era animado, informal y distendido.
De pronto supe, tal como había dicho Maxon que le había ocurrido a su madre, que mantendría el contacto con aquellas chicas. Querría saber con quién se casaba cada una y les enviaría felicitaciones de Navidad. Y dentro de veinte años o más, si Maxon tenía un hijo, las llamaría para preguntarles por sus candidatas preferidas de la nueva
Selección
. Y recordaríamos todo lo que habíamos pasado juntas y sonreiríamos al pensar en ello como una aventura, no como una competición.