La sociedad literaria y el pastel de piel de patata de Guernsey (9 page)

¿Sufrimiento pasivo? ¡Sufrimiento pasivo! Quise fundirme. ¿Qué es lo que le pasa al hombre? El capitán Owen escribió un verso: «¿Qué fúnebres tañidos se ofrendan para estos que mueren como reses? Sólo la ira monstruosa de los cañones». ¿Qué hay de pasivo en esto?, me gustaría saber. Así es exactamente como murieron. Lo vi con mis propios ojos, y al diablo con el señor Yeats.

Suyo sinceramente,

CLOVIS FOSSEY

De Eben a Juliet

10 de marzo de 1946

Estimada señorita Ashton:

Gracias por su carta y por sus amables preguntas sobre mi nieto Eli. Es hijo de mi hija Jane. Jane y su bebé recién nacido murieron en el hospital el día en que los alemanes nos bombardearon, el 28 de junio de 1940. Al padre de Eli lo mataron en el norte de África en el año 1942, así que ahora Eli está a mi cargo.

Eli se fue de Guernsey el 20 de junio, junto con miles de niños que fueron evacuados a Inglaterra. Sabíamos que los alemanes iban a llegar y Jane estaba preocupada por la seguridad de Eli. El doctor no iba a dejar que Jane viajara en el barco con ellos, porque el bebé iba a nacer muy pronto.

Durante seis meses no tuvimos ninguna noticia de los niños. Entonces recibí una tarjeta postal de la Cruz Roja, comunicándonos que Eli estaba bien, pero no nos dijeron dónde estaba. Nunca supimos en qué ciudades estuvieron nuestros niños, aunque rezábamos para que no fuera en una gran ciudad. Pasó más tiempo hasta que pude mandarle una carta de contestación, pero estaba indeciso respecto a eso. Me horrorizaba tener que contarle que su madre y el bebé habían muerto. Odiaba la idea de pensar que mi chico leería estas frías palabras en una postal. Pero tuve que hacerlo. Y luego, una segunda vez, después de saber lo de su padre.

Eli no volvió hasta que se terminó la guerra y mandaron a todos los niños de vuelta a casa de golpe. ¡Vaya día! Fue incluso más maravilloso que cuando los soldados británicos vinieron a liberar Guernsey. Eli fue el primer chico en bajar por la pasarela (había crecido mucho en cinco años), y creo que yo nunca le habría dejado de abrazar si no llega a ser por Isola, que me apartó para poder abrazarlo ella.

Di gracias a Dios porque le hubieran mandado con una familia de agricultores en Yorkshire. Fueron muy buenos con él. Eli me dio una carta que me habían escrito. Hablaba de todas las cosas que me había perdido de su crecimiento. Me hablaron de sus estudios, de cómo ayudaba en la granja y de cómo intentaba mantenerse firme cuando recibía mis cartas.

Ahora pesca conmigo y me ayuda con la vaca y el huerto, pero lo que más le gusta es tallar madera. Dawsey y yo le estamos enseñando cómo se hace. La semana pasada hizo una serpiente perfecta con un trozo de cerca rota, aunque creo que la cerca rota era en realidad una viga del granero de Dawsey. Dawsey sólo sonrió cuando se lo pregunté, pero estos días es difícil encontrar madera que sobre en la isla, ya que tuvimos que cortar gran parte de los árboles (también barandillas y muebles), para hacer leña cuando nos quedamos sin carbón y sin queroseno. Ahora Eli y yo estamos plantando árboles en mi terreno, pero van a tardar en crecer, y todos echamos de menos las hojas y la sombra.

Ahora voy a contarle lo de nuestro cerdo asado. Los alemanes fueron muy exigentes con las granjas de animales. Llevaban la cuenta de los cerdos y las vacas rigurosamente. Guernsey había de alimentar a las tropas alemanas establecidas aquí y en Francia. Nosotros podíamos quedarnos con las sobras, si es que quedaba algo.

Los alemanes fomentaron la contabilidad. Iban detrás de cada litro que ordeñábamos, pesaban la nata, anotaban cada saco de harina. Durante un tiempo dejaron en paz a los pollos. Pero cuando la comida e incluso las sobras empezaron a escasear, nos ordenaron matar a los pollos más viejos, para que las gallinas ponedoras tuvieran suficiente comida para seguir poniendo huevos.

Los pescadores teníamos que darles la mayor parte de nuestra pesca. Nos venían a buscar al puerto para repartirse su parte. Al principio de la Ocupación, una buena cantidad de isleños escaparon a Inglaterra en barcas pesqueras; algunos murieron ahogados, pero otros lo lograron. Así que los alemanes pusieron una nueva norma: a cualquier persona que tuviera un familiar en Inglaterra no se le permitiría subir a ningún barco pesquero; tenían miedo de que intentáramos escapar. Como Eli estaba en Inglaterra, tuve que dejar mi barca. Fui a trabajar a uno de los invernaderos del señor Privot, y al cabo de un tiempo, me las apañé bien con las plantas. Pero Dios, cómo echaba de menos la barca y el mar.

Los alemanes fueron especialmente quisquillosos con la carne, porque no querían que nadie fuera al mercado negro en lugar de alimentar a sus soldados. Si tu cerda criaba, el oficial alemán de agricultura iba a tu granja, contaba las crías, te daba un certificado de nacimiento por cada uno y lo anotaba en la hoja de registro. Si un cerdo moría de muerte natural, tenías que informar al oficial, venía otra vez a inspeccionar el cuerpo del cerdo muerto y te daba un certificado de defunción.

A veces iba a las granjas por sorpresa, y tu número de cerdos vivos ya podía coincidir con su número de registro. Un cerdo de menos, y te multaban, y si volvía a pasar, podían arrestarte y mandarte a la cárcel de St. Peter Port. Si te faltaban demasiados cerdos, los alemanes podían pensar que los estabas vendiendo en el mercado negro, y te enviaban a Alemania, a un campo de trabajos forzados. Con los alemanes, nunca podías saber por dónde te saldrían, tenían un humor cambiante.

Sin embargo, al principio era fácil engañar al oficial y quedarte un cerdo vivo en secreto para tu propio uso. Así es como Amelia llegó a tener el suyo.

Will Thisbee tenía un cerdo enfermo que murió. El oficial vino e hizo el certificado diciendo que el cerdo estaba realmente muerto, y dejó solo a Will para que enterrara al animal. Pero Will no lo enterró, se adentró apresuradamente en el bosque con el cuerpo y se lo entregó a Amelia Maugery. Amelia escondió el cerdo sano que tenía y llamó al oficial diciéndole: «Venga rápido, mi cerdo ha muerto».

El oficial fue enseguida y vio que el cerdo había estirado la pata, nunca supo que se trataba del animal que ya había visto por la mañana. Inscribió en su libreta un cerdo muerto más.

Amelia cogió el mismo animal muerto, se lo pasó a otro amigo e hicieron la misma jugada al día siguiente. Hicimos eso hasta que el cerdo empezó a oler mal. Al final los alemanes sospecharon y comenzaron a marcar cada cerdo y cada vaca que nacía, así que ya no pudimos intercambiar ningún animal más.

Pero Amelia, con su cerdo vivo, sano y gordo escondido, sólo necesitaba la ayuda de Dawsey para matarlo sin hacer ruido. Tenía que ser discretamente, porque había una unidad de artillería alemana al lado de la granja, y si los soldados llegaban a oír los chillidos del cerdo al morir, habrían llegado corriendo.

Dawsey siempre había atraído a los cerdos. Si entraba en un corral se acercaban corriendo hasta él para que les rascase el lomo. Con cualquier otro habrían armado un escándalo, con los chillidos, gimoteos y al desplomarse. Pero Dawsey los calmaba y sabía dónde encontrar el punto justo bajo el mentón donde clavarles rápidamente el cuchillo. Los cerdos no tenían tiempo de chillar, sólo se dejaban caer en silencio en la tela del suelo.

Le dije a Dawsey que levantaban la vista sólo una vez, sorprendidos, pero dijo que no, que los cerdos eran lo bastante listos para darse cuenta de cuándo los estaban traicionando, y yo no iba a adornarlo.

El cerdo de Amelia fue una cena excelente. Teníamos cebollas y patatas para rellenar el asado. Casi nos habíamos olvidado de lo que era tener el estómago lleno, pero volvimos a recordarlo. Con las cortinas de Amelia corridas para evitar que la unidad de artillería alemana nos viera, y la comida y los amigos en la mesa, era como si nada hubiera pasado.

Tiene razón en decir que Elizabeth es valiente. Lo es, siempre lo fue. Llegó a Guernsey desde Londres cuando era una niña, con su madre y sir Ambrose Ivers. Conoció a mi Jane el primer verano que estuvo aquí, cuando las dos tenían diez años, y desde entonces fueron siempre incondicionales.

Cuando Elizabeth volvió la primavera de 1940 para cerrar la casa de sir Ambrose, se quedó más tiempo de lo que era seguro, porque quería estar con Jane. Mi hija se había sentido mal desde que su marido, John, se había ido a Inglaterra a alistarse (eso fue en diciembre de 1939), y tuvo un embarazo difícil. El doctor Martin le ordenó que guardara cama, así que Elizabeth se quedó para hacerle compañía y para jugar con Eli. A Eli no había nada que le gustara más que jugar con Elizabeth. Eran una amenaza para los muebles, pero era muy alegre oírles reír. Una vez fui a buscarlos para cenar y cuando llegué, estaban allí, tirados, sobre un montón de cojines al pie de la escalera. Le habían sacado brillo a la barandilla de roble de sir Ambrose y ¡habían bajado deslizándose tres pisos!

Fue Elizabeth quien se ocupó de todo lo necesario para conseguir evacuar a Eli en el barco. Los isleños recibimos la noticia sólo un día antes de que llegaran los barcos desde Inglaterra para llevarse a los niños. Elizabeth trabajó rápidamente, lavó y cosió la ropa de Eli y le explicó por qué no podía llevarse el conejo que tenía de mascota. Cuando íbamos hacia el patio del colegio, Jane tuvo que alejarse para que Eli no la viera llorar, así que Elizabeth le cogió de la mano y le distrajo diciéndole que hacía muy buen tiempo para navegar.

Incluso después de aquello, Elizabeth no se fue de Guernsey, a pesar que todo el mundo trataba de largarse. «No —dijo—. Esperaré a que nazca la niña de Jane y, cuando haya engordado un poco, entonces nos iremos las tres a Londres. Luego averiguaremos dónde está Eli e iremos a buscarle.» Por encima de todos sus encantos, Elizabeth era muy testaruda. Si ya lo había decidido, no había nada que decir que la hiciera cambiar de opinión respecto a lo de irse. Ni ver el humo que llegaba de Cherburgo, donde los franceses estaban quemando sus depósitos de gasolina, para que los alemanes no pudieran aprovecharlos. No importaba, Elizabeth no se iría sin Jane y el bebé. Creo que sir Ambrose le había dicho que él y uno de sus amigos que tenía un yate, irían en barco hasta St. Peter Port y las sacaría de Guernsey antes de que llegaran los alemanes. La verdad es que me alegré de que no nos dejara. Estuvo conmigo en el hospital cuando Jane y el recién nacido murieron. Estaba sentada al lado de Jane, cogiéndola fuerte de la mano.

Después de que Jane muriera, Elizabeth y yo nos quedamos de pie en el pasillo, como ausentes, mirando fijamente por la ventana. Entonces vimos siete aviones alemanes sobrevolar el puerto a poca altura. Pensamos que sólo estaban haciendo uno de sus vuelos de reconocimiento, pero en ese momento empezaron a bombardearnos, cayendo en picado desde el cielo. No dijimos nada, pero yo sabía lo que estábamos pensando, gracias a Dios que Eli estaba a salvo. Elizabeth estuvo a nuestro lado en los malos momentos, y después. Yo no pude hacer nada para que no se la llevaran, así que doy gracias a Dios porque su hija Kit está a salvo con nosotros, y rezo para que Elizabeth vuelva pronto a casa.

Me alegró oír lo de su amigo que encontraron en Australia. Espero que vuelva a escribirnos a mí y a Dawsey, ya que él también disfruta con sus cartas igual que yo.

Suyo sinceramente,

EBEN RAMSEY

De Dawsey a Juliet

12 de marzo de 1946

Querida señorita Ashton:

Me alegro de que le gustaran las lilas blancas.

Le contaré lo del jabón de la señora Dilwyn. Más o menos a mitad de la Ocupación, el jabón empezó a escasear; las familias sólo podían tener una pastilla por persona al mes. Estaba hecho de una especie de arcilla francesa y caía como un muerto en la bañera. No hacía nada de espuma; sólo frotabas y esperabas que funcionara. Mantenernos limpios era una tarea difícil, y ya nos habíamos acostumbrado a estar más o menos sucios, igual que nuestra ropa. Se nos permitía un poquito de jabón en polvo para los platos y la ropa, pero era una cantidad ridícula, y tampoco hacía espuma. A algunas señoras les afectó profundamente, y la señora Dilwyn fue una de ellas. Antes de la guerra, se compraba los vestidos en París, y toda aquella ropa lujosa se estropeó antes que la menos elegante.

Un día, el cerdo del señor Scope murió de fiebre aftosa. Como nadie se atrevió a comérselo, el señor Scope me ofreció el cuerpo. Me acordé de que mi madre hacía jabón de la grasa animal, así que pensé en probarlo. El resultado parecía agua congelada y el olor todavía era peor. Así que lo fundí y empecé de nuevo. Booker, que había venido a ayudarme, sugirió que usáramos pimentón dulce para darle color, y canela para el perfume. Amelia nos dio un poco de todo, y lo pusimos en la mezcla.

Cuando el jabón estuvo lo bastante templado, lo cortamos en círculos con el molde de hacer galletas de Amelia. Envolví el jabón con tela de lino, Elizabeth hizo lazos con hilo rojo, y los dimos de regalo a todas las señoras de la sociedad en la siguiente reunión. Al menos, durante una o dos semanas, parecimos gente respetable.

Ahora trabajo varios días a la semana en la cantera, además de en el puerto. Isola dice que se me ve cansado y me ha preparado un bálsamo relajante para el dolor de músculos; se llama «Dedos de ángel». Isola tiene un jarabe para la tos que se llama «Chupada del diablo» y rezo para no necesitarlo nunca.

Ayer vinieron a cenar Amelia y Kit, y después nos fuimos a la playa con una manta para ver salir la luna. A Kit le encanta, pero siempre se queda dormida antes de que esté arriba del todo, y tengo que llevarla a casa de Amelia. Está convencida de que logrará mantenerse despierta tan pronto como cumpla los cinco años.

¿Usted sabe algo de niños? Yo no, y aunque estoy aprendiendo, creo que soy lento. Era mucho más fácil cuando Kit no sabía hablar, pero no era tan divertido. Intento contestar a sus preguntas, pero por lo general soy muy lento en responder, y ella ya está haciéndome otra pregunta antes de que pueda contestarle la primera. Además, no sé lo bastante para complacerla. No sé cómo es una mangosta.

Me gusta recibir sus cartas, aunque a menudo creo que no tengo nada interesante que contar, así que me va bien responder sus preguntas retóricas.

Atentamente,

DAWSEY ADAMS

De Adelaide Addison a Juliet

12 de marzo de 1946

Estimada señorita Ashton:

Veo que no me ha hecho caso. Me encontré con Isola Pribby, en su puesto del mercado, mientras garabateaba una carta de respuesta a ¡una suya! Continué con mis recados con calma, pero entonces me encontré con Dawsey Adams echando al correo una carta ¡para usted! ¿Quién será el siguiente?, me pregunto. Esto no se puede tolerar, y he decidido escribirle para parar todo esto.

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