La sombra de la sirena (52 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

«Cariño, ya sé que no te atreves a responder porque crees que estoy enfadado o que voy a intentar convencerte de que dejes lo que estás haciendo, pero acabo de leer
La sombra de la sirena
y creo que tú y yo vamos tras la misma pista. Necesito tu ayuda, llámame en cuanto oigas el mensaje. Un beso. Te quiero.»

—Acaba de llegar el material de Gotemburgo.

La voz de Annika resonó en el umbral y Patrik se sobresaltó.

—Vaya, ¿te he asustado? He llamado a la puerta, pero parece que no me has oído.

—No, tenía la cabeza en otra parte —se excusó.

—Pues yo creo que deberías ir al centro de salud y hacerte unos análisis —aseguró Annika—. Tienes mala cara.

—Es que estoy muy cansado, es solo eso —murmuró—. Bueno, estupendo que hayan llegado los documentos. Tengo que ir a casa un rato, así que me los llevo.

—Están en recepción —respondió Annika, aún preocupada.

Diez minutos después, salía con los documentos que Annika había impreso.

—¡Patrik! —resonó la voz de Gösta a su espalda.

—¿Sí? —dijo Patrik, más irritado de lo que pretendía, pues tenía prisa por marcharse.

—Acabo de hablar con Louise, la mujer de Erik Lind.

—¿Y qué? —dijo Patrik secamente, aún sin el menor entusiasmo.

—Según ella, Erik está a punto de dejar el país. Ha limpiado las cuentas bancarias, la privada y la de la empresa, y su vuelo sale a las cinco del aeropuerto de Landvetter.

—¿Seguro? —preguntó Patrik, ahora con todo el interés del mundo.

—Sí, lo he comprobado yo mismo. ¿Qué quieres que hagamos?

—Llévate a Martin y sal ahora mismo para Landvetter. Yo haré unas llamadas, pediré la licencia necesaria y avisaré a los colegas de Gotemburgo para que se reúnan con vosotros en el aeropuerto.

—Será un auténtico placer.

Patrik no pudo evitar la sonrisa mientras se encaminaba al coche. Gösta tenía razón. Era un verdadero placer entorpecer los planes de Erik Lind. Luego, pensó en el libro y se le apagó la sonrisa. Esperaba que Erica estuviese en casa cuando él llegara. Necesitaba su ayuda para poner fin a todo aquello.

P
atrik había sacado la misma conclusión que ella. Lo supo en cuanto oyó el mensaje en el contestador. Pero él no estaba al corriente de todos los detalles. No había oído el relato de Kenneth.

Tuvo que detenerse a hacer un recado en Hamburgsund, pero en cuanto salió a la autovía, pisó el acelerador. En realidad, no había ninguna prisa, pero ella tenía la sensación de que era urgente. Ya era hora de que los secretos salieran a la luz.

Cuando aparcó delante de su casa, vio el coche de Patrik. Lo había llamado para decirle que iba de camino y le preguntó si quería que fuera a la comisaría, pero él ya estaba en casa esperándola. Esperando la última pieza del rompecabezas.

—Hola, cariño. —Erica entró en la cocina y le dio un beso.

—He leído el libro —dijo Patrik.

Erica asintió.

—Yo debería haberlo comprendido mucho antes, pero lo que leí la primera vez era un manuscrito inacabado y en varias veces. Aun así, no me explico cómo se me pudo pasar.

—Y yo debería haberlo leído antes —dijo Patrik—. Magnus se lo leyó la noche anterior a su desaparición. Que, seguramente, también fue la noche anterior a su muerte. Christian le había dejado el manuscrito. Acabo de hablar con Cia y me ha dicho que empezó a leer por la tarde y que luego la sorprendió quedándose despierto toda la noche, hasta que lo acabó. Dice que, por la mañana, le preguntó si era bueno. Pero él contestó que no quería decir nada hasta haber hablado con Christian. Lo peor es que si repasamos las notas, seguro que comprobamos que Cia lo había mencionado, pero entonces no le dimos importancia.

—Magnus debió de comprenderlo todo al leer el borrador —dijo Erica despacio—. Debió de comprender quién era Christian.

—Y esa debía de ser su intención, sin duda, que se enterara de quién era. De lo contrario, no se lo habría dado a leer. Pero ¿por qué a Magnus? ¿Por qué no a Kenneth o a Erik?

—Yo creo que Christian sentía la necesidad de volver a Fjällbacka y verlos a los tres —dijo Erica pensando en lo que le había dicho Thorvald—. Puede parecer extraño y, seguramente, ni él mismo podría explicarlo. Seguramente los odiaba, al menos, al principio. Luego supongo que Magnus empezó a caerle bien. Todo lo que he oído decir de él apunta a que era una persona muy agradable. Y también fue el único que participó en contra de su voluntad.

—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó Patrik extrañado—. En la novela solo dice que había tres chicos implicados, pero no ofrece un relato detallado del episodio.

—He estado hablando con Kenneth —respondió ella con calma—. Y me ha contado todo lo que pasó aquella noche. —Erica le refirió la historia de Kenneth mientras Patrik se ponía cada vez más pálido.

—Joder, joder. Y se libraron sin más. ¿Por qué los Lissander no denunciaron la violación? ¿Por qué se mudaron e internaron a Alice?

—No lo sé. Pero seguro que los padres de acogida de Christian pueden responder a esa pregunta.

—O sea que Erik, Kenneth y Magnus violaron a Alice mientras Christian miraba. ¿Y cómo es que no hizo nada? ¿Por qué no ayudó a Alice? ¿Quizá por eso recibió las amenazas, pese a que él no participó?

Patrik tenía mejor color y respiró hondo antes de proseguir:

—Alice es la única que tiene motivos para vengarse, pero ella no puede ser. Y tampoco sabemos quién es el culpable de esto —dijo empujando hacia Erica la carpeta con la documentación—. Aquí está todo lo que se averiguó sobre los asesinatos de Maria y Emil. Los ahogaron en la bañera de su casa. Alguien mantuvo bajo el agua a un niño de un año hasta que dejó de respirar, y luego hizo lo mismo con su madre. La única pista que tiene la Policía es que un vecino vio salir del apartamento a una mujer con el pelo largo y moreno, pero no puede ser Alice, desde luego, y tampoco me imagino a Iréne, aunque también ella tendría un móvil. Así que, ¿quién coño es esa mujer? —preguntó dando un puñetazo en la mesa de pura frustración.

Erica esperó a que se calmara. Luego le dijo, despacio:

—Yo creo que lo sé. Y creo que puedo demostrártelo.

S
e cepilló los dientes a conciencia, se puso el traje y se anudó la corbata, que quedó perfecta. Se peinó y luego se despeinó el pelo un poco con los dedos. Se miró al espejo, satisfecho. Era un tipo atractivo, un hombre de éxito que tenía control sobre su propia vida.

Erik cogió la maleta grande con una mano y la pequeña con la otra. Había recogido los billetes en recepción y ahora los llevaba a buen recaudo en el bolsillo interior de la chaqueta, junto con el pasaporte. Una última ojeada al espejo, antes de salir de la habitación del hotel. Tendría tiempo de tomarse una cerveza en el aeropuerto antes de irse. Sentarse tranquilamente a observar a los suecos corriendo de un lado para otro, los mismos suecos con los que, muy pronto, él no volvería a tener nada que ver. A él nunca le había entusiasmado el talante sueco. Demasiado pensamiento colectivo, demasiada insistencia con el rollo de que la sociedad tenía que ser justa. La vida no era justa. Unos tenían mejores aptitudes que otros. Y, en otro país, él tendría muchas oportunidades de explotar esas aptitudes.

Pronto estaría en marcha. El miedo que ella le inspiraba lo había relegado a un rincón apartado del subconsciente. Y pronto no tendría la menor importancia. Dentro de muy poco no podría darle alcance.

—¿
Y
cómo vamos a entrar? —preguntó Patrik cuando llegaron a la puerta de la cabaña. Erica no había querido revelarle nada más sobre lo que sabía o sospechaba, e insistió en que Patrik debía acompañarla.

—Fui a casa de la hermana de Sanna a buscar la llave —explicó sacando del bolso un llavero muy abultado.

Patrik sonrió. Fuera como fuera, no podía negarse que Erica tenía iniciativa.

—¿Qué estamos buscando? —dijo entrando en la cabaña detrás de ella.

Erica no respondió enseguida, sino que dijo:

—Este es el único lugar que Christian podía considerar como propio.

—Pero… ¿no es de Sanna? —preguntó Patrik mientras trataba de habituarse a la penumbra.

—Sí, según las escrituras. Pero aquí era adonde venía Christian para estar solo y cuando quería escribir. Y sospecho que lo utilizaba como un refugio.

—¿Y? —dijo Patrik sentándose en un banco de cocina que había contra la pared. Estaba tan cansado que no podía tenerse en pie.

—No sé. —Erica miró desorientada a su alrededor—. Es que creo… bueno… creía…

—¿Qué creías? —la instó Patrik. Aquella cabaña no era buen escondite para lo que quiera que estuvieran buscando. Constaba de dos habitaciones diminutas de techo tan bajo que él tenía que agachar la cabeza para estar de pie. Estaba llena de artes de pesca antiguas y había una mesa abatible junto a la ventana. Desde allí, la vista era extraordinaria. El archipiélago de Fjällbacka. Y, más allá, Badholmen—. Pronto lo sabremos, espero —dijo Patrik mirando el trampolín, que se alzaba lúgubre hacia el cielo.

—¿El qué? —Erica se movía sin ton ni son por la angosta habitación.

—Si fue asesinato o suicidio.

—¿Lo de Christian? —preguntó Erica, aunque sin esperar respuesta—. Si consiguiera encontrar… qué mal, yo creía… habríamos podido… —Hablaba de forma inconexa y Patrik no pudo evitar la risa.

—Te aseguro que en estos momentos das una imagen de lo más confusa. Si me dices qué estamos buscando, quizá pueda ayudarte.

—Creo que fue aquí donde asesinaron a Magnus. Y esperaba encontrar algo… —Siguió examinando las paredes de madera sin lijar, pintadas de azul.

—¿Aquí? —Patrik se levantó y empezó también a inspeccionar las paredes, luego el suelo, y dijo de pronto—: La alfombra.

—¿Qué quieres decir? Si está limpísima.

—Pues por eso, precisamente. Está demasiado limpia, tanto que parece nueva. Ven, ayúdame a levantarla. —Cogió una esquina de la pesada alfombra mientras Erica se esforzaba por imitarlo desde el lado opuesto—. Perdona, cariño, ¿pesa mucho? No tires demasiado fuerte —dijo Patrik inquieto al oírla jadear por el esfuerzo mientras tiraba con aquella barriga enorme.

—No, está bien —respondió—. No seas pesado y ayúdame, anda.

Retiraron la alfombra y examinaron el suelo de madera. También parecía limpio.

—Puede que en la otra habitación, ¿no? —sugirió Erica.

Pero allí el suelo estaba igual de limpio y no había alfombra.

—Me pregunto…

—¿Qué? —dijo Erica ansiosa, pero Patrik no respondió, sino que se arrodilló en el suelo y empezó a examinar las grietas que había entre los tablones. Al cabo de un rato, se puso de pie otra vez.

—Habrá que llamar a los técnicos y esperar el resultado de sus análisis, pero creo que tienes razón. Esto está muy limpio, pero parece que por aquí haya chorreado sangre, entre los listones.

—Pero ¿no debería haber restos de sangre también en la superficie? —preguntó Erica.

—Sí, solo que no es fácil detectarla a simple vista, sobre todo si han fregado el suelo. —Patrik inspeccionaba la madera, que presentaba aquí y allá manchas de varios tonos.

—De modo que murió aquí. —Pese a lo convencida que estaba, Erica notó que se le aceleraba el corazón.

—Sí, creo que sí. Y está cerca del mar, donde pensaban arrojar el cuerpo después. ¿Por qué no me cuentas lo que sabes, eh?

—Primero vamos a echar otro vistazo —dijo sin prestar atención a la expresión de desencanto de Patrik—. Mira ahí arriba. —Señaló el
loft
que tenían encima, una planta diáfana a la que se accedía por una escala de cuerda.

—¿Estás de broma?

—Si no lo haces tú, tendré que hacerlo yo. —Erica se plantó las manos en la barriga, para que se hiciera una idea.

—Vale —replicó con un suspiro—. No me queda otro remedio. Y supongo que sigues sin poder decirme qué es lo que estoy buscando, ¿no?

—Pues es que no lo sé exactamente —dijo Erica con total sinceridad—. Es que tengo un presentimiento…

—¿Un presentimiento? ¿Y quieres que suba por aquí por un presentimiento?

—Anda, sube ya.

Patrik trepó por la escala y entró en el
loft
.

—¿Ves algo? —preguntó Erica empinándose.

—Pues claro que veo algo. Sobre todo cojines, colchonetas y unos tebeos. Supongo que es aquí donde juegan los niños.

—¿Nada más? —preguntó Erica desilusionada.

—Pues no, me parece que no.

Patrik empezó a bajar, pero se detuvo a medio camino.

—¿Qué es lo que hay ahí dentro?

—¿Dónde?

—Ahí —dijo señalando una portezuela que había enfrente del
loft
diáfano.

—Ahí es donde la gente que tiene cabaña suele guardar los trastos, pero tú echa un vistazo.

—Sí, cálmate, ya voy. —Trató de guardar el equilibrio en la escala, mientras abría el pestillo con la mano. El marco podía quitarse entero, así que lo sacó y se lo pasó a Erica. Luego se dio la vuelta y miró dentro.

»¡Qué coño! —exclamó asombrado. Pero entonces se soltó el tornillo del techo y Patrik cayó al suelo en medio de un gran estruendo.

L
ouise llenó una copa de vino con agua mineral. Y la alzó en un brindis. No tardarían en pararle los pies a Erik. El policía con el que había hablado comprendió enseguida la naturaleza del asunto. Tomarían medidas, le dijo. Y le dio las gracias por su llamada. De nada, le dijo ella. No las merecía.

¿Qué iban a hacer con él? No se lo había planteado hasta el momento. Lo único que tenía en mente era que debían detenerlo, impedirle que huyera como un cobarde asqueroso con el rabo entre las piernas. Pero ¿y si lo metían en la cárcel? ¿Le devolverían el dinero a ella? Empezó a preocuparse, pero se calmó enseguida. Por supuesto que se lo devolverían y ya se encargaría ella de fundirse hasta la última corona. Y él estaría en la cárcel sabiendo que ella se estaba gastando todo su dinero, el de los dos, pero no podría hacer nada por impedirlo.

Se le ocurrió de pronto. Quería verle la cara. Quería ver qué cara ponía cuando se diera cuenta de que todo estaba perdido.


L
o que hay que ver —dijo Torbjörn, subido en la escalera metálica que les habían prestado en la cabaña contigua.

—Y que lo digas, esto es lo nunca visto. —Patrik se frotaba la zona lumbar, donde se había llevado un buen golpe, aunque también le dolía un poco el pecho.

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