La sombra de la sirena (54 page)

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Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

—Christian.

Iréne subió hecha una furia a su habitación, lo sacó de la cama, notó el olor a alcohol y sacó sus conclusiones. Y, a decir verdad, Ragnar creyó exactamente lo mismo. Pero siempre abrigó una sombra de duda. Y quizá por esa razón continuó enviando los dibujos de Alice. Porque nunca estuvo seguro.

Gösta y Martin consiguieron detener a Erik a tiempo. Acababan de informar a Patrik de que ya habían salido de Landvetter. Ya tenían por dónde empezar. Luego verían lo que podían hacer, después de pasado tanto tiempo. Desde luego, Kenneth no pensaba seguir callando, de eso podía dar fe Erica. Y, por otro lado, Erik les debía unas cuantas explicaciones de sus trapicheos económicos. Se vería entre rejas, seguro, al menos un tiempo, aunque a Patrik se le antojara un flaco consuelo.

—¡Ya han empezado a llamar los periódicos! —Mellberg hizo su entrada triunfal, sonriendo de oreja a oreja—. Menudo jaleo se armará con todo esto. Una publicidad estupenda para la comisaría.

—Sí, supongo que sí. —Patrik seguía mirando los dibujos.

—¡Hemos hecho un buen trabajo, Hedström! Lo reconozco. Bueno, habéis tardado un poco en arrancar, pero en cuanto os habéis empleado de lleno y habéis puesto en práctica las tácticas policiales de toda la vida, nos ha salido redondo.

—Desde luego —dijo Patrik. No tenía fuerzas ni para irritarse con Mellberg. Se frotó el pecho con la mano. Seguía doliéndole. Debió de llevarse un golpe mayor de lo que pensaba con la caída.

—Será mejor que vuelva a mi despacho —afirmó Mellberg—. El
Aftonbladet
acaba de llamar y será cuestión de tiempo que llamen del
Expressen
también.

—Ya… —dijo Patrik sin dejar de frotarse con la mano. Joder, pues sí que le dolía. Quizá se le pasara si se movía un poco. Se levantó y se fue a la cocina. Típico. Cuando él decidía tomarse una taza de café, ya no quedaba ni una gota. En ese momento llegó Paula.

—Allí ya hemos terminado. No tengo palabras. Jamás habría podido imaginar nada así.

—Ya —respondió Patrik. Era consciente de que no sonaba muy agradable, pero estaba tan cansado… No se sentía con fuerzas para hablar del caso, ni para pensar en Alice y en Christian, en el niño que cuidó del cadáver de su madre mientras se descomponía en el calor estival.

Sin apartar la vista de la cafetera, contó unas cucharadas de café. ¿Cuántas llevaba? ¿Dos o tres? No lo recordaba. Intentó concentrarse, pero la siguiente cucharada cayó fuera del colador. Llenó otra, pero notó una punzada en el pecho y empezó a jadear.

—¡Patrik! ¿Estás bien? ¿Patrik? —Oía la voz de Paula, pero sonaba lejos, muy lejos. Decidió no hacerle caso y fue a llenar otra cucharada, pero la mano no obedecía. Vio una luz como un rayo y el dolor del pecho se multiplicó por mil. Alcanzó a pensar que algo no andaba bien, que le estaba pasando algo.

Y entonces se desmayó.

—¡¿
S
e enviaba las amenazas él mismo?! —Anna se revolvió en la silla. El bebé le apretaba la vejiga y, en realidad, tendría que ir a hacer pis, pero la curiosidad podía con ella.

—Sí. Y a los demás también —dijo Erica—. No sabemos si Magnus llegó a recibir alguna. Seguramente no.

—¿Y por qué empezó cuando comenzó a escribir el libro?

—Pues, una vez más, es solo una teoría, pero según Thorvald, cabe la posibilidad de que no pudiera tomar la medicación para la esquizofrenia y trabajar en el libro. Al parecer, esos fármacos producen una serie de efectos secundarios entre los que se cuenta el cansancio, y puede que eso le impidiera concentrarse. Yo estoy por pensar que dejó de tomar las pastillas y que la enfermedad afloró con toda su fuerza, tras llevar muchos años controlada. Y el trastorno de personalidad se hizo patente. El blanco principal del odio de Christian era él mismo, y seguramente no supo enfrentarse al sentimiento de culpa que había crecido con el tiempo. De modo que se dividió en dos: Christian, que intentaba olvidar y llevar una vida normal, y la sirena, o Alice, que odiaba a Christian y que le ayudaba a soportar la culpa.

Erica volvió a explicárselo con paciencia. No era fácil de comprender; a decir verdad, resultaba imposible. Thorvald le había asegurado que era muy poco frecuente que la enfermedad derivase en manifestaciones tan extremas. El de Christian no era un caso común, desde luego, pero claro, su vida tampoco lo fue. Y tuvo que vivir experiencias que habrían acabado con el más fuerte.

—Por eso se quitó la vida —explicó Erica—. En la carta que dejó dice que tenía que salvarlos a todos de ella. Que la única manera de hacerlo era darle lo que quería: a sí mismo.

—Pero… fue él quien pintó la pared de los niños, él era la amenaza.

—Sí, exactamente. Cuando se dio cuenta de lo mucho que quería a sus hijos, comprendió que la única manera de protegerlos era matar a la persona que era la causa de que ella quisiera hacerles daño. Es decir, a sí mismo. En su mundo, la sirena era real, no un monstruo imaginario. Existía de verdad y quería matar a su familia. Igual que había matado a Maria y a Emil. De modo que los salvó quitándose la vida.

Anna se secó una lágrima.

—Es todo tan terrible.

—Sí —dijo Erica—. Es terrible.

En ese momento, sonó chillón el timbre del teléfono y Erica lo cogió irritada.

—Si es otro maldito periodista le diré… Hola, Erica Falck. —A Erica se le iluminó la cara—. ¡Hola, Annika! —Pero le cambió enseguida y empezó a respirar con dificultad—. ¡Qué dices! ¿Adónde lo llevan? No puede ser. ¿A Uddevalla?

Anna miraba a Erica preocupada. A su hermana mayor le temblaba la mano que sostenía el teléfono.

—Pero ¿qué pasa? —preguntó Anna cuando Erica hubo colgado.

Erica tragó saliva y tenía los ojos empañados de lágrimas.

—Patrik se ha desmayado —dijo con un hilo de voz—. Creen que puede ser un infarto. Va en una ambulancia camino de Uddevalla.

Anna se quedó petrificada con la noticia en un primer momento, pero su pragmatismo tomó el mando enseguida. Se levantó y se dirigió a la puerta. Las llaves del coche estaban en el mueble de la entrada y las cogió al pasar.

—Nos vamos a Uddevalla. Venga, conduzco yo.

Erica la siguió sin pronunciar palabra. Se sentía como si el mundo se estuviera derrumbando a su alrededor.

P
isó tanto el acelerador, que la gravilla salió despedida por los aires. Tenía prisa. El avión de Erik saldría al cabo de dos horas y ella quería estar allí cuando lo cogieran.

Conducía a gran velocidad. No le quedaba otro remedio si pretendía llegar a tiempo. Pero a la altura de la gasolinera se dio cuenta de que se había olvidado en casa el monedero. No tenía gasolina suficiente para llegar a Gotemburgo, así que soltó una maldición para sus adentros e hizo un giro de ciento ochenta grados en pleno cruce. Perdería un montón de tiempo volviendo a recogerlo, pero no tenía otra opción.

En cualquier caso, era una sensación magnífica la de haber tomado el control, se dijo mientras volaba cruzando Fjällbacka. Se sentía una mujer nueva. Se sentía relajada, la sensación de poder la convertía en un ser hermoso y fuerte. El mundo era un lugar maravilloso en el que vivir y, por primera vez en muchos años, era suyo.

Erik se quedaría sorprendido. Seguramente, nunca creyó que ella averiguase lo que se traía entre manos y mucho menos que se le ocurriera llamar a la Policía. Iba riendo en el coche mientras sobrevolaba la cima de la pendiente de Galärbacken. Ahora era libre. No tendría que soportar aquel juego humillante al que llevaban años entregándose. No tendría que soportar las mentiras ni los comentarios ultrajantes, no tendría que soportarlo a él. Louise pisó aún más el acelerador, hasta el fondo. El coche iba como un proyectil derecho a su nueva existencia. Ella era la dueña de la velocidad, la dueña de todo. La dueña de su vida.

Lo vio tarde. Apartó la vista un segundo, miró hacia el mar, admirada de la belleza del hielo que lo cubría. Fue solo un segundo, pero eso bastó. Se dio cuenta de que se había pasado al otro carril y alcanzó a registrar que, en el asiento delantero, iban dos mujeres. Y las dos mujeres abrían la boca y gritaban con todas sus fuerzas.

Luego solo se oyó el estruendo del choque de un coche contra otro, un ruido que resonó al rebotar contra la pared de roca maciza. Después, solo el silencio.

Agradecimientos

A
nte todo quiero darle las gracias a mi querido Martin. Porque me quieres y siempre encuentras nuevas formas de demostrármelo.

Como de costumbre, hay una persona imprescindible para mis libros: mi editora, esa mujer maravillosa que es Karin Linge Nordh. Exigente y comprensiva a un tiempo, una combinación maravillosa, ¡y consigue que mis libros sean mejores! Para la edición del presente volumen hemos contado también con la colaboración de Matilda Lund, cuya contribución ha sido muy valiosa. Te estoy muy agradecida. Y los demás de la editorial: vosotros sabéis a quién me refiero. ¡Es increíble lo bien que trabajáis! También merece aquí una mención la agencia de publicidad, creadora de unas campañas fantásticas, aunque algo morbosas. Lo que más gratitud me inspira es la implicación de la editorial en la publicación del libro
Snöstorm och mandeldoft
, en beneficio de la organización MinStoraDag.

Bengt Nordin es, como siempre, una persona muy importante para mí, tanto desde un punto de vista personal como en lo profesional. Gracias también a los genios de la nueva agencia Nordin Agency: Joakim, Hanserik, Sofia y Anna. Por vuestro entusiasmo y por vuestro trabajo desde que le disteis el relevo a Bengt, que se ha ganado poder disfrutar de su tiempo libre. Solo tú sabes, Bengt, lo mucho que significas para mí. En todos los ámbitos.

Gracias a mi madre, entre otras cosas, por quedarse con los niños, y a Anders Torevi, por la rapidez con la que leyó el borrador y porque siempre puedo recurrir a tus conocimientos sobre Fjällbacka. Por cierto, quiero dar las gracias también a todos los habitantes de Fjällbacka, porque habéis acogido mis libros en vuestro corazón, por vuestra lealtad y porque siempre me apoyáis al máximo. A pesar de los muchos años que llevo en Estocolmo, me hacéis sentir como una «chica de Fjällbacka».

Gracias también a los policías de la comisaría de Tanumshede, si no menciono a ninguno, no se me olvidará nadie. Hacéis un trabajo estupendo y tenéis una paciencia increíble permitiendo que yo —y el equipo de televisión— ocupemos la comisaría. Jonas Lindgren, del departamento forense de Gotemburgo, gracias por estar siempre dispuesto a ayudarme y por corregir mis errores forenses.

Debo dar las gracias a mis amigos, por supuesto, que, haciendo gala de la mayor paciencia, siguen ahí, a pesar de los largos períodos en que ni siquiera los llamo. Gracias a Mona, que fue mi suegra, a la que he conseguido sobornar para que siga enviándome las albóndigas más ricas del mundo, a cambio de poder leer el libro en cuanto lo termino. Y también a Micke, el padre de los niños, le mando mi agradecimiento por ser siempre tan bueno y tan comprensivo. Y al abuelo paterno, Hasse Eriksson. No sé cómo podría explicarte lo importante que eres para nosotros. Este año nos hemos visto privados de ti, demasiado pronto y demasiado rápido, pero el mejor abuelo del mundo no puede desaparecer. Sigues viviendo en tus hijos y en tus nietos, y en el recuerdo. Y sí, sé cocinar…

Gracias a Sandra, que lleva dos años haciendo de canguro de los niños y acudiendo siempre que ha sido necesario. Es la mejor canguro del mundo, sin competencia posible. Incluso nos pregunta si la dejamos venir a jugar con los niños si pasa mucho tiempo sin que necesitemos sus servicios. Se preocupa por ellos y, por esa razón, le estoy eternamente agradecida.

Gracias también a mis fieles seguidores en el blog. Y a mis amigas escritoras, sobre todo a Denise Rudberg, que siempre está dispuesta a escuchar y que es la persona más inteligente y más leal que conozco.

Y, por último, aunque no por ello menos importantes: a Caroline y a Johan Engvall, que seguramente son las personas más buenas del mundo y que, entre otras cosas, me ayudaron en Tailandia, cuando me naufragó el ordenador mientras escribía los últimos capítulos de
La sombra de la sirena
. Os tengo muchísimo cariño. Y Maj-Britt y Ulf: sois increíbles, siempre estáis cuando hace falta.

Camilla Läckberg

www.camillalackberg.com

www.laprincesadehielo.es

CAMILLA LÄCKBERG (Fjällbacka, Suecia, 1974) es la nueva reina de la novela negra europea. Su impactante debut, La princesa de hielo, que publicó antes de cumplir los treinta años, ya anunciaba las enormes cualidades de esta escritora dotada de una enorme facilidad para transportar al lector al corazón de sus tramas. Las aventuras de Erica Falck y de su compañero Patrick Hedström han conquistado a un gran número de lectores españoles, como lo demuestra su presencia en la lista de los libros más vendidos.

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