—Las noticias se extienden asombrosamente rápido. Y asombrosamente lejos. Y asombrosamente profundo. Al parecer has predicho que yo iba a aparecer por aquí. Entonces, ¿he de entender que sabes predecir el futuro?
—Predecir el futuro —Avallac´h se limpió las manos en un trapo— puede hacerlo cualquiera. Y todo el mundo lo hace, porque en realidad es fácil. Lo difícil es acertar.
—Un argumento elegante y digno de un epigrama. Tú, está claro, sabes acertar.
—Y bastante a menudo. Yo, querido Geralt, sé muchas cosas y sé hacer muchas cosas. Al fin y al cabo, esto lo señala mi título académico, como diríais vosotros, humanos. Al completo: Aen Saevherne.
—Un Sabedor.
—Exactamente.
—¿Y que tiene ganas, espero, de compartir su saber?
Avallac´h guardó silencio durante un instante.
—¿Compartir? —dijo por fin, arrastrando las sílabas—. ¿Contigo? El saber, querido mío, es un privilegio, y el privilegio sólo se comparte con los que son iguales a uno. ¿Y por qué yo, elfo, Sabedor, miembro de la élite, tendría que compartir nada con el descendiente de un ser que apareció en el universo hace nada más que cinco millones de años, evolucionando a partir del mono, la rata, el chacal u otro mamífero? ¿Un ser que precisó alrededor de un millón de años para descubrir que con ayuda de dos manos peludas podía realizar no sé qué operación con un hueso mordisqueado? ¿Y que después de lo cual se metió ese hueso en el ano, gimiendo de felicidad?
El elfo guardó silencio, se dio la vuelta y clavó los ojos en su pintura.
—¿Por qué —repitió— te atreves a juzgar que voy a compartir contigo cualquier saber, humano? ¡Dímelo!
Geralt se limpió la bota de los restos de mierda.
—¿Puede —replicó seco— que porque sea inevitable?
El elfo se dio la vuelta bruscamente.
—¿Qué —preguntó a través de los dientes apretados— es inevitable?
—¿Puede —Geralt no tenía ganas de alzar la voz— que porque cuando pasen unos cuantos años más los humanos se vayan a adueñar por su cuenta de todo saber, sin importarles si alguien quiere compartirlo con ellos o no? ¿Incluyendo el saber acerca de lo que tú, elfo y Sabedor, tan hábilmente escondes tras unos frescos rupestres? ¿Contando con que los humanos no van a querer destrozar con picos esa pared, pintada con falsas pruebas de la existencia de hombres primitivos? ¿Qué? ¿Tu hoguera de las vanidades?
El elfo bufó. Muy alegre.
—Oh, sí —dijo—. Una vanidad verdaderamente ligada a la estupidez sería considerar que no vais a destrozar algo. Lo destrozáis todo. Sólo que, ¿qué pasa con ello? ¿Qué pasa con ello, humano?
—No lo sé. Dímelo. Y si no lo consideras adecuado, entonces me iré. Lo mejor, por otra salida, porque en aquélla está esperándome tu traviesa compañía con el deseo de romperme las costillas.
—De acuerdo. —El elfo extendió la mano con un brusco movimiento y la pared de roca se abrió con un chirrido y un chasquido, partiendo brutalmente en dos al bisonte violeta—. Vete entonces. Sal a la luz. En sentido literal o figurado, suele ser el camino correcto.
—Da un poco de pena —murmuró Geralt—. Me refiero al fresco.
—Bromeas —dijo el elfo al cabo de un instante de silencio, sorprendentemente suave y amistoso—. Al fresco no le pasará nada. Con un hechizo idéntico cerraré la roca, no quedará ni la huella de una grieta. Ven. Saldré contigo, te guiaré. He llegado a la conclusión de que sí que tengo algo que contarte. Y que mostrarte.
Al otro lado reinaba la oscuridad, pero el brujo enseguida supo que la cueva era enorme, por la temperatura y el movimiento del aire. La grava sobre la que caminaban estaba húmeda.
Avallac´h hizo luz con un hechizo, al modo élfico, sólo con un gesto, sin pronunciar un encantamiento. La bola luminiscente voló hacia el techo, unas formaciones de cristal de roca en las paredes de la gruta ardieron con una miríada de reflejos y brillos, las sombras bailaron. Contra su propia voluntad, el brujo lanzó un suspiro.
No era la primera vez que veía esculturas y relieves élficos, pero cada vez, la sensación era la misma. Que las figuras de elfos y elfas congeladas en pleno movimiento, en mitad de un parpadeo, no eran obra del cincel de un escultor sino efecto de algún poderoso hechizo capaz de transformar los tejidos vivos en blanco mármol de Amell.
La estatua más cercana representaba a una elfa sentada con los pies recogidos sobre una placa de basalto. La elfa volvía la cabeza como si se hubiera alarmado por unos pasos que se acercaran. Estaba completamente desnuda. El mármol blanco, pulido hasta lograr un brillo lácteo, lograba que hasta se sintiera el calor emanando de la estatua.
Avallac´h se detuvo y se apoyó sobre una de las columnas que delimitaban el camino entre el paseo de estatuas.
—Por segunda vez —habló despacio— me has descifrado al momento, Geralt. Sí, tenías razón, las pinturas de bisontes en la roca eran un camuflaje. Que se supone que tenía que evitar que cavaran y atravesaran la pared. Que se supone que tenía que proteger todo esto del robo y la devastación. Todas las razas, la élfica también, tienen derecho a sus raíces. Lo que ves aquí son nuestras raíces. Pisa, por favor, con cuidado. Esto es, en realidad, un cementerio.
Los reflejos de luz que bailaban en los cristales de roca arrancaban más detalles a las tinieblas: detrás del paseo de las estatuas se veían columnatas, escaleras, galerías de anfiteatros, arquerías y peristilos. Todo de mármol blanco.
—Quisiera —siguió Avallac´h, deteniéndose y señalando con una mano— que todo esto perdurara. Incluso cuando nosotros nos vayamos, cuando todo este continente y todo este mundo se encuentre bajo una capa de una milla de espesor de hielo y nieve, Tir ná Béa Arainne perdurará. Nos iremos de aquí, pero volveremos algún día. Nosotros, los elfos. Nos lo ha prometido Aen Ithlinnespeath, las profecías de Ithlinne Aegli aep Aevenien.
—¿De verdad creéis en ella? ¿En esa pitonisa? ¿Tan profundo es vuestro fatalismo?
—Todo —el elfo no le miraba a él sino a la columna de mármol cubierta de un relieve delicado como una tela de araña— ha sido ya predicho y profetizado. Vuestra llegada al continente, la guerra, la sangre de elfo y de humano vertida. El desarrollo de vuestra raza y la decadencia de la nuestra. La lucha de los gobernantes del norte y del sur. Y la rebelión del rey del sur contra los reyes del norte y la invasión de sus tierras como si fuera una inundación. Ellos serán aplastados y sus naciones destruidas... Y así comenzará el fin del mundo. ¿Recuerdas el texto de Mina, brujo? Quien esté lejos, morirá de la peste. Quien esté cerca, caerá por la espada. Quien se esconda, morirá de hambre. Quien perviva, se perderá por el frío... Puesto que se acerca Tedd Deireádh, el Tiempo del Fin, el Tiempo de la Espada y el Hacha, el Tiempo del Odio, el Tiempo del Invierno Blanco y de la Ventisca del Lobo...
—Poesía.
—¿Lo prefieres menos poético? A causa de un cambio en el ángulo de caída de los rayos solares se desplazará, y mucho, la frontera de los hielos eternos. El hielo que vendrá del norte destrozará estas montañas y se arrastrará lejos hacia el sur. Todo quedará cubierto por la blanca nieve. Una capa de más de una milla de espesor. Y hará frío, mucho frío.
—Tendremos que llevar calzoncillos largos —dijo Geralt sin emoción—. Zamarras. Y gorros de piel.
—Me lo has quitado de la boca —el elfo, sereno, concedió—. Y con esos calzoncillos y esas zamarras sobreviviréis hasta que algún día volváis aquí, a cavar y a registrar estas cavernas, para destruir y robar. La profecía de Itlina no lo dice, pero yo lo sé. No hay forma de destruir por completo ni a los humanos ni a las cucarachas, siempre queda por lo menos una parejita. En lo que concierne a nosotros, los elfos, Itlina es bastante más decidida: sólo se salvarán aquéllos que sigan a Golondrina. La Golondrina, el símbolo de la primavera, es la salvadora, aquélla que abrirá la Puerta Prohibida, el camino de la salvación. Y permitirá la resurrección del mundo. La Golondrina, la Hija de la Antigua Sangre.
—¿Es decir, Ciri? —Geralt no aguantó—. ¿O un hijo de Ciri? ¿Cómo? ¿Y por qué?
Avallac´h, daba la sensación, no había escuchado.
—La Golondrina de la Antigua Sangre —repitió—. De su sangre. Ven. Y mira.
Incluso entre aquellas otras estatuas increíbles por su realismo, atrapadas en un movimiento o un gesto, la señalada por Avallad! se distinguía. Una elfa de mármol blanco, que medio yacía en una plataforma, producía la impresión como si, habiéndola despertado, fuera a sentarse y levantarse al momento siguiente. Estaba vuelta con el rostro hacia un lugar vacío a un lado, y la mano alzada parecía tocar allí algo invisible.
En el rostro de la elfa se pintaba una expresión de serenidad y felicidad.
Pasó mucho tiempo antes de que Avallac´h rompiera el silencio.
—Ésta es Lara Dorren aep Shiadhal. Por supuesto, esto no es una tumba, sino un cenotafio. ¿Te extraña la posición de la estatua? En fin, el proyecto de cincelar en el mármol a los dos legendarios amantes no obtuvo muchos apoyos. Lara y Cregennan de Lod. Cregennan era un humano, hubiera sido una profanación el despilfarrar el mármol de Amell en una estatua suya. Hubiera sido una blasfemia colocar aquí la estatua de un ser humano, en Tir ná Béa Arainne. Por otro lado, todavía un crimen mayor hubiera sido destruir con premeditación la memoria de aquel sentimiento. Así que se llegó al justo medio. Cregennan... formalmente no está aquí. Y sin embargo lo está. En la mirada y en el gesto de Lara. Los amantes están juntos. Ni siquiera la muerte consiguió separarlos. Ni la muerte ni el olvido... Ni el odio.
Al brujo le pareció que la voz de indiferencia del elfo se había transformado por un instante. Pero aquello seguramente no era posible.
Avallac´h se acercó a la estatua, con precaución, con un movimiento delicado acarició el brazo de mármol. Luego se dio la vuelta y en su rostro triangular apareció de nuevo su acostumbrada sonrisa levemente burlona.
—¿Sabes, brujo, cuál es la peor desventaja de una larga vida?
—No.
—El sexo.
—¿Cómo?
—Has oído bien. El sexo. Al cabo de menos de cien años acaba por hacerse aburrido. Nada hay en ello que pudiera fascinar y excitar, que tuviera la belleza excitante de la novedad. Ya se ha hecho de todo... De una u otra forma, pero todo. Y entonces, de pronto, tiene lugar la Conjunción de las Esferas y aparecéis vosotros aquí, los humanos. Aparecen aquí los humanos supervivientes, que provienen de otro mundo, de vuestro antiguo mundo, el cual conseguisteis destruir con vuestras propias manos, todavía cubiertas de pelos, apenas cinco millones de años después de haberos formado como género. Sois apenas un puñado, el tiempo de vida media que tenéis es ridículamente corto, así que vuestra perduración depende de la velocidad de multiplicaros, por eso el deseo de lujuria no os abandona nunca, el sexo os gobierna por completo, es un impulso más fuerte incluso que el instinto de supervivencia. Morir, ¿por qué no?, siempre y cuando antes pueda uno follar. Ésa, en pocas palabras, es toda vuestra filosofía.
Geralt no le interrumpió ni comentó nada, aunque tenía muchas ganas de hacerlo.
—¿Y de pronto qué sucede? —siguió Avallac´h—. Los elfos, aburridos de sus aburridas elfas, se lían con las siempre dispuestas mujeres humanas; las aburridas elfas se entregan, por curiosidad perversa, a vuestros sementales humanos, siempre llenos de vigor y fuerza. Y ocurre algo que nadie ha conseguido explicar: las elfas, que normalmente sólo ovulan una vez cada diez o veinte años, desde que copulan con los humanos, comienzan a ovular con cada intenso orgasmo. Actúa no sé qué hormona oculta o combinación de hormonas. Las elfas entienden que, en la práctica, sólo pueden tener hijos con los humanos. Fue por las elfas que no os exterminamos cuando aún éramos más fuertes. Y luego vosotros fuisteis más fuertes y comenzasteis a exterminarnos a nosotros. Pero aún teníais aliados entre las elfas. Ellas eran las partidarias de la convivencia, la cooperación y la coexistencia... y no querían reconocer que, en realidad, se trataba del coacostarse.
—¿Y qué tiene que ver todo esto conmigo? —gruñó Geralt.
—¿Contigo? Absolutamente nada. Pero mucho con Ciri. Puesto que Ciri es descendiente de Lara Dorren aep Shiadhai, y Lara Dorren era partidaria de la coexistencia con los humanos. Principalmente con un humano. Con Cregennan de Lod, hechicero humano. Lara Dorren coexistió con el mencionado Cregennan a menudo y con éxito. Más claro: se quedó embarazada.
También esta vez el brujo guardó silencio.
—El problema yacía en que Lara Dorren no era una elfa común y corriente. Era un depósito genético. Especialmente preparado. El resultado de muchos años de trabajo. En unión con otro depósito, un elfo, se entiende, había de dar a luz a un niño todavía más especial. Concibiendo de la semilla de un humano, enterró aquella posibilidad, tiró por la borda el resultado de cientos de años de planes y preparaciones. Así por lo menos se pensó entonces. Nadie sospechó que el mestizo engendrado por Cregennan pudiera heredar de su valiosa madre algo positivo. No, un matrimonio tan desigual no podía traer consigo nada bueno...
—Y por ello —le interrumpió Geralt— fue severamente castigado.
—No de la forma que piensas. —Avallac´h le lanzó una rápida mirada—. Aunque la unión de Lara Dorren y Cregennan produjo un perjuicio incalculable a los elfos mientras que a los humanos sólo les podía venir bien, fueron los humanos, no los elfos, los que asesinaron a Cregennan. Los humanos, no los elfos, produjeron la perdición de Lara. Exactamente así fue, pese a que muchos elfos tenían motivos para odiar a los amantes. También motivos personales.
A Geralt, por segunda vez, le sorprendió un leve cambio en el tono de voz del elfo.
—De una u otra forma —siguió Avallac´h—, la coexistencia estalló como una burbuja de jabón, las razas se echaron mutuamente a la garganta. Comenzó la guerra que perdura hasta hoy. Y en este tiempo, el material genético de Lara... existe, como seguro que ya te has imaginado. E incluso se ha desarrollado. Por desgracia, ha sufrido mutación. Sí, sí. Tu Ciri es una mutante.
Tampoco esta vez el elfo esperó a que dijera algo.
—En esto metieron las narices por supuesto vuestros hechiceros, que unieron hábilmente al individuo criado con una parejita, pero también se les escapó de su control. Pocos son los que se imaginan por qué milagro el material genético de Lara Dorren se reavivó con tanta potencia en Ciri, cuál fue el disparador. Pienso que Vilgefortz lo sabe, ese mismo Vilgefortz que te molió las costillas en Thanedd. Los hechiceros que hacían experimentos con los descendientes de Lara y Riannon, llevando a cabo durante algún tiempo una crianza regular, no obtuvieron los resultados deseados, se aburrieron y abandonaron el experimento. Pero el experimento continuó, sólo que ahora autónomamente. Ciri, hija de Pavetta, nieta de Calanthe, tataranieta de Riannon, es una verdadera descendiente de Lara Dorren. Vilgefortz se enteró de ello seguramente por casualidad. También lo sabe Emhyr var Emreis, emperador de Nilfgaard.