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Authors: Kathy Tyers

Tags: #Ciencia ficción

La tregua de Bakura (17 page)

Pero no en aquel orden, y no quería vivir de ninguna otra manera. Ya era hora de volver al trabajo.

—Ya están aquí, Luke.

—¡Voy!

Luke hundió la cabeza bajo el chorro de agua y se frotó con vigor. Mientras ayudaba a ajustar las abrazaderas de un motor, había rozado el borde de una ducha lubricante. ¿Es que el día no iba a terminar nunca?

Se dijo que debía dejar de protestar como Cetrespeó, pero había soñado con una ducha larga y relajante en una bañera pasada de moda. Después de crecer en el desierto de Tatooine, jamás se cansaría de la lluvia, o de una bañera llena de agua. Por desgracia, Leia había salido a recibirle en la puerta para comunicarle la invitación a cenar.

—Les daré largas.

Leia cerró el comunicador.

Luke se vistió de blanco a toda prisa, y después se reunió con Han y Leia en la habitación central. Leia, resplandeciente en un vestido largo rojo que dejaba un hombro al descubierto, y Han ataviado con un elegante uniforme negro satinado, con rebordes plateados de estilo militar. Luke se preguntó dónde, y en qué aventura anterior a la Alianza, había encontrado aquella indumentaria.

Después, Leia exhibió su mano derecha, oculta hasta entonces a su espalda. Una pulsera maciza, hecha a base de largos zarcillos rizados, colgaba de su muñeca. Captaba la luz y la enviaba en todas direcciones.

La joven movió la cabeza de un lado a otro.

—El jefe Ewok me la regaló. Intenté negarme. Tienen tan pocos metales… Era un tesoro de la tribu, sin duda, y de otro planeta. Pero insistieron.

Luke comprendió. A veces, se hacía preciso aceptar un regalo excesivo, so pena de ofender al que lo ofrecía.

Chewie, inmaculadamente cepillado de pies a cabeza, salió de la puerta situada al lado de Luke. Una mujer de edad incalculable que esperaba junto a la puerta principal retrocedió a toda prisa.

—Oh —exclamó—. Es un placer contar también con su… amigo.

Luke miró a Leia y a Han. Supuso que habrían discutido sobre la conveniencia de incluir a Chewbacca en la invitación. Han había ganado la batalla, evidentemente, pero estaba perdiendo la guerra, porque Leia, cuyo cabello se aplastaba contra el cráneo por delante, pero caía suelto por detrás hasta la mitad de la espalda, como un animal liberado, miraba a todas partes, excepto a Han. Éste no llevaba el desintegrador a la vista. «Lo ha ocultado —supuso Luke—. Atuendo formal».

—Vámonos. —Leia echó hacia atrás la cabeza—. Es tarde. Graba los mensajes que lleguen, Cetrespeó.

Su escolta les condujo hasta la planta baja, en lugar de al aeródromo del tejado. Un vehículo blanco repulsor cerrado les esperaba, ya en marcha, en un garaje de la autopista radial este. Subieron. El chofer estabilizó el peso del vehículo y partieron.

Luke miró a todas partes mientras el vehículo corría cerca del suelo. Un par de luces blanco azuladas brillantes flotaban en el aire sobre la esquina de la calle, que parecía ser del mismo tono blanco azulado.
Pero la piedra blanca reflejaría cualquier color
. En un punto situado entre torres altas, un torrente continuo de vehículos aéreos volaba en ángulos rectos a su avenida. Nada más pasar bajo ellos, la escolta torció a la izquierda por una avenida que se curvaba para seguir los círculos de la ciudad.

Luke estiró el cuello. Las luces de aquella zona eran cálidas y amarillas, no blanco azuladas, pero en aquel mismo momento la escolta se adentró en un corto camino que desembocaba en un pórtico flanqueado por columnas que brillaban tenuemente. Detrás del pórtico, Luke divisó un enorme edificio, construido de bloques de piedra blanca, más bajo que los rascacielos de Salis D'aar; una mansión particular enclavada en el centro de la ciudad, en un planeta donde los amontonamientos parecían ser la norma. Deseó poder escaparse durante la cena y ver cómo se las arreglaban para llenar tantas habitaciones.

Un hombre y una mujer vestidos con trajes de salto militares verde oscuro, tal vez reliquias de la Bakura preimperial, abrieron las puertas del vehículo y se quedaron a un lado.

Luke salió el primero y paseó la vista a su alrededor. Todo parecía en orden. Cabeceó por encima del coche en dirección a Han. Para entonces, Leia y Chewbacca también habían salido.

—Ya han llegado —exclamó una voz femenina desde las columnas del porche—. Bienvenidos.

Sintió el pánico de Leia. Llevó la mano hacia su espada y analizó el porche, al acecho de cualquier peligro posible.

El primer ministro Captison, ataviado con una túnica militar verde oscuro, surcada por galones dorados desde las charreteras hasta la faja de la cintura, se inclinó ante Leia.

—Mi esposa, Tiree —dijo.

Una figura adornada con lentejuelas y vestida de oscuro se acercó. La señora Captison llevaba una túnica negra provista de capucha, larga hasta el suelo, sembrada de diminutas cuentas como joyas, y no se parecía ni por asomo a Darth Vader…, pese a la capa negra.

—Tiree, te presento…

Leia saludó a la mujer, mientras se esforzaba visiblemente por calmar su pánico. Luke arrugó el entrecejo. Aquella preocupación por Vader estaba haciendo mella en la joven.

Las presentaciones de Captison dejaron claro que la presencia de Chewbacca le había pillado por sorpresa. Leia se recuperó y miró a Han, pero la señora Tiree Captison daba la impresión de estar complacida. Apoyó una mano sobre uno de los enormes brazos de Chewie y anunció:

—Entremos. Todo está a punto.

Leia hizo caso omiso de Han y cogió el brazo del primer ministro Captison. Luke vio y notó que Han se encrespaba.

—Tranquilo —murmuró, mientras seguían a Leia—. Haz gala de tu encanto.

Han levantó la cabeza.

—Encanto —masculló—. Bien.

A ambos lados del pasillo interior corría otra hilera de relucientes columnas de lluvia, similares a las de la cámara del Senado y el exterior de la mansión, pero más estrechas. Detrás de las columnas, enredaderas florecidas cubrían las paredes de piedra blanca irregulares.

Leia se detuvo a tocar una columna de lluvia, y luego sonrió a Captison.

—No había visto una casa tan bonita desde que salí de Alderaan.

—Esta casa fue construida por el capitán Arden, fundador de la ciudad. Espere a ver la mesa que mi abuelo añadió.

Enarcó una ceja blanca.

Luke obligó a Han a demorarse unos pasos.

—Sólo es política.

—Lo sé. No me gusta. Que me den una pelea justa.

Alcanzaron a Leia en la entrada a un comedor rodeado por árboles de interior, cuyas ramas colgaban y se agitaban. Paredes de piedra cubiertas de enredadera circundaban los árboles, y en el centro divisó una mesa casi triangular, de bordes rectos para situar asientos de más.

Después bajó la vista. Agua verdeazulada ondulaba bajo el suelo transparente. Luces submarinas arrojaban móviles sombras de peces y, de vez en cuando, la de un ser parecido a una serpiente.

Por fin, en mitad de la mesa se erguía una cadena montañosa en miniatura, delicadamente tallada en algún mineral translúcido e iluminada desde dentro, como las columnas de lluvia. Diminutos ríos azules descendían por las laderas.

La costumbre intuitiva le recordó que debía sondear la sala en busca de intenciones hostiles. En mitad de la mesa, sintió…

Ella. O acaso existían dos mujeres en el planeta capaces de electrizarle sin tan siquiera verlas. Ya se había sentado, con la vista apartada de la puerta.

—Encantador —murmuró Leia.

La señora Captison miró hacia atrás.

—Gracias, querida.

Entró en la sala, se quitó la capa y la entregó a un criado que parecía caminar sobre el agua. Los árboles alineados a lo largo de las paredes alzaron las ramas, como si fueran brazos. Luke se preguntó si los movimientos de la mujer o algún otro indicio les enviaban una señal, y si se trataba en realidad de árboles flexibles, algún tipo de animal primitivo, o artificiales.

Luke avanzó, arrastrado casi contra su voluntad. Los criados humanos se alejaron de la mesa (aún no había visto ni un solo androide), después de reordenar los asientos para acomodar a Chewbacca. Captison escoltó a Leia hasta una silla contigua a la suya, en un lado. La señora Captison ocupó la otra silla de aquel extremo. Un anciano que llevaba un vocoder en el pecho (Luke se dio cuenta de que era el senador Belden) ya se había sentado al lado de la mujer, en aquel rincón.

—A su lado, querido —dijo la señora Captison a Chewbacca.

Luke sonrió, pese a estar distraído. «Querido» no era una palabra que hubiera aplicado a un wookie. Chewbacca inclinó la cabeza y lanzó una suave carcajada. Le habían habilitado casi un lado entero de la mesa. No había sillas repulsoras. El ambiente era anticuado y formal.

—Buen trabajo el de ayer —dijo el anciano a Luke—. Permítame felicitarle. Nos disponíamos a huir hacia las colinas cuando ustedes llegaron.

Han se sentó junto a Leia, en el segundo lugar de la esquina. A Luke sólo le quedó una silla, a la izquierda de aquel destello en la Fuerza. Se sentó, hizo acopio de serenidad y miró a su derecha.

Gaeriel Captison estaba sentada tan apartada de él como le era posible. Un chal dorado centelleante cubría sus esbeltos hombros, sobre un vestido verde oscuro.

—Nuestra sobrina Gaeriel, comandante —anunció el primer ministro—. No estoy seguro de que se la presentara en la cámara del senado. Demasiadas prisas.

—Tranquilo, tío Yeorg —dijo la mujer. Antes de que Luke pudiera saludarla, se volvió hacia Chewbacca—. Si prefiere sentarse al lado de su amigo, estaré encantada de cambiarle el sitio.

Luke sugirió subliminalmente a Chewie que se quedara donde estaba. El wookie resopló.

—Dice que le gusta su lugar —tradujo Han—. Vaya con cuidado, señora Captison. La amistad de los wookies dura toda la vida.

—Será un honor.

La mujer ajustó una triple ristra de joyas azules sobre su corpiño dorado.

Luke se juró no mirar en dirección a Gaeriel hasta que se hubiera solucionado el asunto del cambio de asientos. Cuando las conversaciones se generalizaron, volvió la cabeza hacia ella.

Sorprendido, se fijó con más atención. La senadora Gaeriel Captison tenía un ojo verde y otro gris. Los entornó.

—¿Cómo está, comandante Skywalker?

—Ha sido un día muy duro —contestó en voz baja.

Redujo la conciencia de la Fuerza para impedir que el sabor seductor de la presencia de la joven monopolizara su atención. La entrada de otro grupo le robó la oportunidad de seguir hablando. El gobernador Nereus, flanqueado por un par de milicianos uniformados de negro, se encaminó a la tercera esquina de la mesa y tomó asiento. Sus milicianos se pusieron firmes detrás de él al unísono, y luego adoptaron la posición de descanso.

Todo parecía horriblemente formal… y algo olía de maravilla. El estómago de Luke rugió, y se sintió más que nunca un chico de campo. «Fantástico —pensó—. Sólo me faltaría ponerme en ridículo delante de toda esta gente… y poner en un aprieto a Leia». Ojalá le hubiera adiestrado en las funciones diplomáticas, como las cenas oficiales. Había una tregua en juego.

—Buenas noches, Captison. Alteza. General. Comandante. —El gobernador dirigió una sonrisa untuosa al otro extremo de la mesa—. Buenas noches, Gaeriel.

La llegada de la sopa hizo la respuesta innecesaria. Cuando Luke pudo hablar de nuevo, el senador Belden había entablado conversación con la señora Captison, Leia y el primer ministro (bien: Leia cultivaría a Belden y a los Captison). El gobernador Nereus se inclinó hacia atrás para que uno de sus guardaespaldas susurrara algo en su oído. Los ojos de Han no se apartaban de Leia.

Sólo la senadora Gaeriel Captison estaba libre para conversar. Luke respiró hondo; nada que perder, nada que ganar.

—Por lo visto, alberga ideas preconcebidas muy fuertes acerca de los Jedi.

Los misteriosos ojos de la joven parpadearon. Leves arrugas aparecieron en su frente.

—Esta mañana —se apresuró a continuar Luke—, en la cámara del senado, me esforcé en averiguar quién deseaba trabajar con la Alianza. No puedo negarlo.

—Soy una diplomática imperial experimentada, comandante. —Se llevó una servilleta de hilo a la boca y desvió la vista hacia Belden—. Es posible que algunos de los demás sean simpatizantes de la Rebelión. Y estén equivocados.

Necesitaba hablar con el senador Belden.

—Queremos ayudarles a luchar contra los ssi-ruuk —dijo con suavidad—. Esta mañana pasé dos horas en la guarnición, discutiendo de estrategia con el comandante Thanas. El ha aceptado nuestra presencia, temporalmente. ¿Usted no puede, ni por el bien de su pueblo?

—Agradecemos su ayuda a la Alianza.

Luke bajó la cuchara y ensayó un acercamiento directo.

—Quizá piense que puedo leer su mente, senadora Captison. Sólo puedo sentir sus emociones, y sólo cuando lo intento. La mayor parte del tiempo vivo como cualquiera de ustedes.

—No es eso —admitió la joven, pero Luke percibió que algo en su interior se serenaba. Jugueteó con un colgante esmaltado que pendía sobre su escote, sujeto a una cadenita de oro—. Tengo… dificultades religiosas con su especie.

Aquello le sentó como una patada en el estómago. Ben y Yoda le habían enseñado que la Fuerza abarcaba todas las religiones.

—¿Y la Alianza? —preguntó.

—Tiene razón. De momento, precisamos toda la ayuda que podamos conseguir. —Cerró su pequeña mano sobre la mesa—. Perdone si parezco desagradecida. Los ssi-ruuk nos han aterrorizado, pero a la larga, aceptar su ayuda podría dar lugar a desagradables repercusiones.

—Como lo que ocurrió en Alderaan —dijo Luke en voz baja—. Comprendo. El Imperio gobierna mediante el miedo.

La joven contempló su plato de sopa. Luke proyectó la Fuerza y percibió una agitación, como si se esforzara en encontrar la respuesta adecuada.

—Lo siento —dijo Luke—. Perdone mis modales. No fui educado para diplomático.

—Qué alivio.

Gaeriel esbozó una sonrisa encantadora y sutil. Luke desplegó su autocontrol contra los vientos invisibles de la Fuerza y se zambulló en su presencia. Capas y capas: las profundidades vivientes del bosque de Endor, el calor envolvente de una noche en la arenosa Tatooine, el hipnótico centelleo de las profundidades del espacio…

«¡Banalidades!»., se recordó. Los criados trajeron el plato principal, compuesto por diminutos crustáceos verdes y verduras desconocidas, acompañadas por cuencos llenos de un cereal pardo azulado. Luke alabó las verduras, los ríos gemelos y los peces que nadaban bajo sus pies, y trató de felicitarla por su indumentaria. La joven se mostró cortés pero distante, hasta que Luke preguntó, mientras los criados retiraban los platos y los cuencos:

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