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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (54 page)

Trulli luchó para volver a colocar en posición al Wobblebug. El submarino dio bandazos dañosamente, golpeando el borde del vórtice del remolino unas cuantas veces más antes de que su movimiento empezase a disminuir.

Redujo aún más la aceleración.

—Creo que ya…

¡Crench!

Algo se soltó de la proa y pasó rozando el submarino antes de perderse en el agua, tras ellos.

—¿Qué demonios era eso? —gritó Nina.

—¡Hemos perdido una aleta!

El timón daba sacudidas en las manos de Trulli.

—¡Voy a tener que arriesgarme a un frenado a contramarcha! ¡Hagas lo que hagas, no te sueltes!

Nina no tenía ni idea de lo que significaba eso, pero su voz le advirtió de que era algo tan peligroso como dejar que la onda expansiva se colapsara. Se abrazó al asiento cuando Trulli bajó la palanca…

Las cortinas de las entradas de agua se cerraron de golpe.

Durante un momento, el chirrido de los motores casi desapareció cuando el flujo de agua de los elementos térmicos, al rojo vivo, se cortó. El último vapor supercalentado salió de las toberas del motor… que después se tragaron la oleada de burbujas espumosas de la onda expansiva cuando la presión de su interior se redujo bruscamente.

Sin agua que eliminase el exceso de calor, la temperatura de los elementos se había disparado. La espuma golpeó el metal abrasador y formó inmediatamente una explosión de vapor sobrecalentado…

Trulli volvió a tirar de la palanca.

Las cortinas de las entradas se abrieron de golpe y el vapor en expansión salió a chorros por ellas. Los eyectores gemelos explosionaron a través de la onda de supercavitación creada por la nariz roma del submarino. La onda expansiva interrumpida se cortó de golpe. El Wobblebug se abrió camino entre la masa arremolinada de la turbulencia que tenía delante, y esa zona de amortiguación creada frenó el buque, en lugar de pararlo de golpe.

Pero atravesó esa zona en apenas un segundo…

A pesar de llevar puesto el cinturón de seguridad, Trulli se vio lanzado contra el timón cuando el submarino golpeó la densa agua del mar. Si Nina no hubiese estado agarrada a su asiento con la fuerza de cada nervio de sus brazos, habría acabado insertada en el mamparo de delante. Algo en el muro de la cabina se soltó y chocó contra el panel de control. Las luces parpadearon y el metal roto golpeó el casco…

El submarino redujo la marcha.

Trulli gimió de dolor cuando trató de levantar la mano hasta el acelerador.

—¡Ah, mierda! —resolló—. ¡Nina, ayúdame, rápido!

Con los brazos doloridos, Nina se puso en pie.

—¿Qué pasa?

La cara del australiano se crispó de dolor.

—¡Creo que me partido una costilla! ¡No llego al acelerador… tira de él… corta el suministro!

Ella se apresuró a hacer lo que le ordenaba. El silbido del vapor de los motores se apagó, igual que las últimas vibraciones. El Wobblebug se quedó en silencio.

—Gracias —jadeó Trulli—. Bueno, nos hemos parado, y seguimos de una pieza, más o menos. Supongo que eso ya es algo.

Examinó los instrumentos dañados con los ojos entrecerrados por el dolor.

—Pero no te creas que el submarino va a llegar mucho más lejos. Ambas entradas están hechas polvo y casi no tenemos energía.

—¿Estás muy mal? —le preguntó Nina.

Él hizo una mueca.

—Tendré que dejar de jugar al tenis una temporada. Debo comprobar dónde estamos, buscar una señal GPS. ¿Ves esa palanca de ahí arriba?

Señaló una palanca en el techo de la cabina. Nina asintió.

—Tira de ella. Eso hará estallar los tanques de lastre para llevarnos hasta la superficie.

Ella afirmó los pies y tiró de ella. El submarino tembló cuando el agua salió de los tanques mediante aire comprimido. En un minuto, notaron un balanceo diferente… el del oleaje del Atlántico contra el casco.

Trulli toqueteó torpemente el teclado con una mano. El dolor del pecho le impedía mover el otro brazo.

—Vale, ya está llegando la señal GPS… la tengo. Uau, no estamos demasiado lejos.

Nina miró la pantalla cuando apareció el mapa.

—¿Dónde estamos?

—En la costa de Maryland. A unos doscientos noventa kilómetros de Nueva York.

Nina hizo la conversión a medidas imperiales.

—¿Dónde está el Ocean Emperor?

—Dame un segundo para ver si puedo conseguir una conexión satélite. No es que tengamos precisamente Wi-Fi…

Nina esperó nerviosamente primero a que el ordenador se conectara a la red de Corvus y después a que Trulli accediese. Comparado con el sistema de su oficina, la conexión satélite era terriblemente lenta.

—¡Lo tengo! —dijo Trulli, por fin.

Un triángulo amarillo indicaba la posición del Ocean Emperor en la pantalla.

—Está unos cuatro kilómetros detrás de nosotros, un poco más alejado de la costa. Sigue la misma dirección que antes, todavía a veintitrés nudos.

—¿Podemos alcanzarlo?

—Si las bombas de eyección no se han jodido por completo, sí. Si somos rápidos.

Le señaló un indicador en particular.

—Las baterías están casi agotadas. Nos quedarán unos diez minutos de energía. Pero necesitaré tu ayuda para pilotar el submarino. No puedo hacerlo con un solo brazo.

Nina miró el triángulo en el mapa, tan cercano al icono que marcaba su propia posición.
Eddie

Apretó la mandíbula, decidida.

—¿Qué necesitas que haga?

29

Sophia estaba de pie en el puente del Ocean Emperor, observando el paisaje. Se había bajado la intensidad de las luces de la sala para las operaciones nocturnas pero, aun así, había poco que ver. El barco estaba a casi treinta millas de la costa y no había nada a la vista excepto la extensión del Atlántico, negra como la tinta, y la cúpula estrellada sobre él.

Se giró hacia el hombre que tenía a su lado, el capitán Lenard. La tripulación normal, de cuarenta personas, se había visto reducida a unos servicios mínimos de cinco para su viaje final. Todos serían evacuados en el rotor basculante, aparcado en la pista de aterrizaje detrás del puente, momentos después de que el barco llegase a Manhattan.

—¿Y no ha reaparecido?

—No, señora —dijo Lenard, un francés de ojos duros como el pedernal—. Fuese lo que fuese, parece que ya se ha ido.

Sophia miró con recelo las pantallas del radar y después de nuevo por las amplias ventanillas. Habían detectado algo en el radar del Ocean Emperor prácticamente delante de ellos, hacía unos minutos, y después se había desvanecido. Resultaba demasiado grande como para tratarse de un resto flotante perdido y, considerando el objetivo del yate, todo lo que se saliese de lo normal debía considerarse una posible amenaza.

Pero si fuese un barco, seguiría siendo visible en el radar, y Lenard ya había descartado la posibilidad de que fuese el periscopio de un submarino…

—Sigue buscando —le ordenó, finalmente—. Si reaparece, llámame inmediatamente. Estaré en mi camarote.

—Sí, señora.

Lenard le lanzó una mirada celosa a Komosa, que acechaba desde el fondo del puente, cuando Sophia le hizo un gesto al gigante para que la siguiese. Después se concentró de nuevo en el radar.

El objeto que el Ocean Emperor había detectado estaba ahora mucho más cerca de lo que su capitán podía imaginarse. Con la ayuda de Nina, Trulli había sumergido al Wobblebug a una profundidad de dos metros, y lo había situado en el camino para interceptar al yate. Con dos personas trabajando con los mandos, el espacio confinado de la cabina resultaba incluso más claustrofóbico.

—Lo siento —repitió Nina cuando volvió a golpear a Trulli accidentalmente con su codo.

—No te preocupes. Al menos esta vez no me has dado en las costillas.

Trulli comprobó la pantalla. A tan poca profundidad, el ordenador podía recibir señales GPS intermitentes y el mapa mostraba que el Wobblebug y el Ocean Emperor estaban ahora a menos de doscientos metros. El submarino estaba casi directamente en el camino del barco, siguiendo su misma dirección, pero lo iba a alcanzar rápidamente.

—Vale, ya casi está encima de nosotros. Me colocaré a babor, saldré a la superficie y trataré de equiparar velocidades.

—¿Cuánto tiempo tenemos?

—No mucho. Los submarinos son más lentos en la superficie y tendré que forzar a las bombas de inyección hasta la línea roja para alcanzarlo. Aunque no se quemen, van a consumir combustible muy rápido. Y hay algo más.

—Me lo imaginaba —gruñó Nina—. ¿Qué es?

—Con la estela creada por la proa a veintitrés nudos, el agua va a entrar en la escotilla superior. Un montón de agua.

—Espera, ¿me estás diciendo que se va a inundar?

—Pase lo que pase, el Wobblebug no regresará a casa —dijo Trulli, sonando desconsolado—. Ah, bueno, al menos nos hemos dado un paseo.

Nina lo miró, preocupada.

—¿Pero y tú?

—No te preocupes por mí. En cuanto estés fuera, podré salir.

—¿Con una costilla rota?

—La vida sería aburrida si no hubiese dificultades, ¿no? —dijo, apretándole el brazo—. Tú sube a ese barco, ¿vale? ¡Encuentra a Eddie, desactiva la bomba y párale los pies a esa bruja loca!

Nina se retorció como pudo en el reducido espacio y lo besó en la frente.

—Gracias, Matt.

—Ningún problema. Si salgo de esta, recuerda esa oferta de trabajo, ¿vale?

Nina sonrió.

—Eres el número uno en mi lista.

En la pantalla los símbolos que representaban al Wobblebug y al Ocean Emperor estaban casi superpuestos. Ya podía oír un nuevo ruido bajo el ronroneo de los remolinos creados por las bombas de inyección: un rugido de baja frecuencia que llegaba a través del agua.

Potentes motores diésel. El yate estaba sobre ellos.

Trulli ajustó el timón para acercar al submarino a la superficie.

—¡Vale, ya está! Empieza a abrir la escotilla, pero no completamente, no hasta que yo te lo diga.

Nina giró la rueda mientras él aproximaba más el submarino al Ocean Emperor, haciendo que el monitor mostrase la cámara del casco. La imagen estaba casi totalmente negra, oscurecida por las gotas, pero a través de las olas había puntos brillantes visibles a la derecha.

Ojos de buey. El Ocean Emperor estaba a su lado y la vibración de sus motores era como el ronroneo de un gato monstruoso.

El Wobblebug dio bandazos en las aguas turbulentas creadas por la proa del barco. Nina se agarró a la escotilla, casi cayéndose. Trulli luchaba con una mano con los mandos. Pasaron más ojos de buey…

—¡De acuerdo, ábrela! —gritó.

Nina empujó la escotilla. El agua helada entró a chorro inmediatamente, empapándolos. El Wobblebug se meció en las olas y mientras las surcaba entraron más agua y espuma.

Nina se agarró al cable enrollado que colgaba al lado de la escotilla y gateó hasta sentarse en el borde del casco. A más de veinte nudos, el viento congelado le traspasó la ropa empapada como si fuese un cuchillo de hielo.

El Ocean Emperor estaba a estribor, imponente, era como una cara de un acantilado de metal. La cubierta de popa se hallaba más cerca del agua pero, aun así, se situaba a más de tres metros de la superficie.

Nina agarró la escotilla abierta con una mano y luchó con el cable. Tenía un garfio en el extremo. Si tenía suerte, se engancharía en un puntal de cubierta o en la barandilla de popa.

Si tenía suerte…

Otra ola rompió sobre ella, congelándola. El agua se coló en la cabina. Las luces parpadearon.

—¡Lo estoy perdiendo! —le advirtió Trulli— ¡Los eyectores están sobrecalentándose y el agua está creando cortocircuitos!

—¡Acércate! —le gritó Nina, en respuesta.

Sopesó el gancho y se preparó para lanzarlo.

El submarino se inclinó hacia el Ocean Emperor. La estela de remolinos del yate hizo que el cabeceo empeorase y la proa del Wobblebug abandonó el agua completamente antes de volver a golpear contra los huecos dejados entre las olas. Aunque estaba agarrada a la escotilla con una mano y con las piernas al borde de la abertura, a Nina le costaba mantener el equilibrio.

El yate los estaba superando rápidamente y la cubierta de popa se deslizaba hacia ella.

Echó la mano hacia atrás. Con la velocidad a la que se movía el barco, solo iba a tener una oportunidad…

El interior de la cabina parpadeó con chispas azul eléctrico y las luces se apagaron.

—¡Mierda! —chilló Trulli—. He perdido el…

Nina efectuó el lanzamiento.

El gancho describió un arco en el aire hacia la cubierta de popa, arrastrando al cable ondulando en el aire tras él…

Y rebotó en un puntal de popa, cayendo en la vorágine creada entre los dos navíos.

Nina lo vio caer sin poder creérselo, horrorizada, y después comenzó a recoger rápidamente el cable. El gancho resonó contra el casco del submarino. Otra ola golpeó la proa y la escotilla se convirtió en una cascada circular por la que se iba rellenando rápidamente la cabina. Los motores del Wobblebug estaban muriéndose y el Ocean Emperor los adelantaba a un ritmo cada vez mayor, al tiempo que la pequeña embarcación reducía su marcha.

Cogió el gancho de nuevo y salió completamente de la escotilla, manteniendo el equilibro precariamente sobre el casco curvo. Abajo, Trulli luchaba por subirse a su asiento ante el incesante torrente de agua que le estaba cayendo encima.

La popa del yate sobrepasó a Nina. Vio el chorro de espuma de las hélices que amenazaban con consumirlos, la succión de la estela a punto de sumergir al submarino bajo el agua… ¡Lanzamiento!

Esta vez el gancho cayó sobre la cubierta de popa y rebotó por ella antes de deslizarse debido al movimiento del Ocean Emperor.

La proa del Wobblebug se hundió en la espuma… El cable se tensó.

Nina apenas tuvo tiempo de agarrarlo antes de salir despedida y caer al agua tras el enorme yate.

Trulli solo estaba a media escotilla cuando el Wobblebug descendió en picado, y su popa abandonó el agua antes de que toda la embarcación se sumergiera bajo la superficie, arrastrada por el peso del agua que inundaba la cabina. Unas luces parpadeantes azules crepitaron bajo las olas cuando las inmensas baterías se fundieron. Después, el mar se oscureció.

Nina no tuvo tiempo para pensar en el destino del australiano. Tosiendo y ahogándose, con el agua helada azotando su cara, avanzó por el cable, poco a poco. El impacto de cada ola amenazaba con arrancarla y ahogarla en el frío océano negro.

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