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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (52 page)

—Ni de broma, ¡es experimental! ¡Nunca lo he probado a máxima velocidad!

—Bueno —dijo Nina, con firmeza—, esta es tu oportunidad.

—Esta es una mala idea —dijo Trulli, accionando los controles eléctricos del cabrestante.

El Wobblebug descendió lentamente hacia las aguas tranquilas del muelle y la superficie se onduló suavemente alrededor de su casco curvado.

—Entendido —le contestó Nina—. Si nos hundimos, puedes alegar que ya me lo habías dicho.

—No me preocupa hundirme. Me preocupa que saltemos por los aires.

Nina observó el submarino más de cerca. En algunos aspectos, le recordaba a un avión caza sin alas. Dos agujeros de entrada cerca de la proa, ahora mismo bloqueados mediante unas persianas de metal, se alargaban hasta formar unas toberas tipo torpedo en la popa. Sin embargo, la proa tenía una forma extrañamente roma… En lugar de ser algo aerodinámico, parecía que alguien le hubiese cortado la punta de la nariz.

—¿A qué te refieres con eso de saltar por los aires?

—Por eso lo he llamado Wobblebug. Los Wobblebugs originales eran coches de vapor de hace un siglo.

—¿Funciona a vapor? —dijo Nina, incrédula.

—Sí. ¡Pero no es que tengamos que quemar carbón, eh! —le explicó, señalando los agujeros de entrada—. El agua del mar entra por delante, se sobrecalienta mediante elementos eléctricos y el vapor sale por detrás como si fuesen motores de cohete. La mayor parte del casco está llena de baterías del polímero polipirrol… Es la única manera de producir suficiente combustible sin usar un reactor nuclear.

—Espera, ¿me estás diciendo que puede alcanzar los cuatrocientos nudos usando solo vapor? ¿Y por qué no se usa esta tecnología en todo el mundo? Pensaba que los submarinos eran bastante lentos.

—Lo son —dijo Trulli, parando el cabrestante.

El Wobblebug flotaba en el agua. Trulli saltó a la cubierta para soltar los cables. Señaló la proa roma.

—Pero si le das a la nariz la forma apropiada, al alcanzar cierta velocidad consigues entrar en supercavitación… una especie de onda de choque de burbujas de aire alrededor del casco que reduce la resistencia del agua hasta hacerla casi inexistente. Como el empuje
warp
de
Star Trek
. Los rusos llevan una década usando torpedos supercavitadores llamados Squalls que pueden alcanzar los doscientos cincuenta nudos sin problema.

Una vez soltados los cables de la popa fue hacia delante, manteniendo el equilibro en una cubierta que se balanceaba, como si fuese un funambulista.

—La razón por la que nadie ha utilizado esta tecnología en submarinos tripulados es que es realmente complicado conseguir el diseño correcto.

—Hasta ahora.

—Bueno —replicó Trulli—, eso todavía está por ver, ¿no?

Soltó el último cable y de un salto regresó hasta los controles del cabrestante para izar los alambres de acero y apartarlos.

Nina miró el navío.

—Pero suponiendo que funciona…

—Que es una suposición muy grande.

—Si funciona, deberíamos ser capaces de alcanzar al Ocean Emperor mucho antes de que llegue a Nueva York, ¿verdad?

—Deberíamos. Aunque hay un par de problemillas: el primero es que tienes que subir a bordo del Ocean Emperor desde el Wobblebug.

Nina miró por encima de las cajas de almacenamiento que había bajo la oficina de Trulli y que, entre otras cosas, contenían rollos de cuerda.

—Algo se nos ocurrirá.

—Ajá. El segundo problema es que es un viaje solo de ida. Si el Ocean Emperor no se encuentra donde esperamos que esté, la fastidiamos. No hay vuelta atrás.

—¿Por qué no?

—Hay que alcanzar una cierta velocidad antes de que el efecto de supercavitación empiece a funcionar. Y la única manera de hacerlo es con un cohete. Un cohete de verdad, no uno a vapor.

Nina volvió a mirar la popa del Wobblebug. Escondido entre las dos toberas de los propulsores de vapor había una tercera apertura, más ancha.

—¿Un cohete?

—Sí. Un cohete de combustible sólido, como los que se utilizan para lanzar misiles desde los submarinos. Cuando entra en ignición, no puede pararse… y solo dura treinta segundos. Cuando el submarino disminuya su velocidad por debajo de la velocidad de supercavitación, se acabó. Ya no puede volver a acelerar. Cuenta con eyectores de refuerzo para poder maniobrar, pero solo alcanzan máximos de veinte nudos. Veinticinco, si no te preocupa que puedan quemarse.

—Lo único que me preocupa ahora es salvar a Eddie y evitar que mi hogar sufra un ataque nuclear —dijo Nina.

—Lo pillo.

Trulli apagó el cabrestante y cogió el extremo de un cable metálico de una bobina, desenrollándolo mientras volvía a subir al submarino. Abrió la escotilla superior.

—Vale, haré todos los preparativos y…

—¡Señor Trulli!

Se dieron la vuelta y vieron al guardia de seguridad, Barney, que caminaba hacia ellos.

—¿Va todo bien?

—Eh, sí, tío —dijo Trulli, nada convincentemente—. No te preocupes. Solo, eh…

Miró el interior de la escotilla abierta.

—Creo que mis llaves deben estar ahí dentro.

Barney miró a Nina, receloso, y pasó por su lado para situarse en el extremo del muelle.

—A mí me parece que está pensando en sacar esto de paseo.

Trulli esbozó una sonrisa cutre.

—No sé por qué piensas eso.

—Ya sabe que el señor Corvus tiene que dar su permiso personal para cada lanzamiento.

Barney movió la mano hacia su pistola enfundada.

—Creo que debería volver al muelle y… ¡ay!

Se tambaleó y después cayó. El extintor con el que Nina acababa de golpearle en la cabeza resonó a su lado cuando se puso las manos en las caderas y se dirigió a Trulli.

—Bueno, Matt. ¿Podemos irnos ya?

—Has cambiado desde la última vez que te vi —murmuró él, bajando por la escotilla y arrastrando el cable tras él.

Quince minutos más tarde, Barney, inconsciente, estaba atado y encerrado en una de las cajas de almacenamiento y habían abierto la cortina grande del fondo del edificio. Sopló un viento frío desde el mar y el Wobblebug golpeó las boyas de goma que colgaban por los laterales del muelle con el movimiento de las olas.

La cabeza de Trulli asomó por la escotilla.

—Vale, estamos listos. Todo lo listos que podemos estar, claro. He conectado un receptor GPS al ordenador de a bordo, pero no funcionará si no estamos en la superficie, así que si el Ocean Emperor cambia de rumbo mientras estamos bajo el agua, estamos jodidos.

—Tendremos que arriesgarnos.

Trulli parecía tener dudas, pero estiró la mano para ayudarla a subir, a pesar de todo.

—Vale, entonces. Sube a bordo. Te lo advierto, vamos a estar apretados.

Ella le dio la mano y pisó el casco del Wobblebug. El submarino se hundió un poco por el peso extra. En cuanto estuvo seguro de que no iba a resbalar, Trulli bajó de nuevo a la cabina. Nina se introdujo con cuidado, con los pies por delante.

—Jesús, no era broma —dijo.

La cabina apenas era lo suficientemente grande para una persona, y mucho menos para dos. El pequeño asiento estaba prácticamente incrustado contra los controles. Un timón, como el de una avioneta, sobresalía del panel de instrumentos, un banco de indicadores e interruptores de aspecto endemoniadamente complejo, a cuyo lado había una pantalla LCD con un teclado pegado con cinta americana bajo ella. Trulli ya estaba instalado, así que ella se vio obligada a sentarse en un pequeño rincón, junto a él.

—Bueno, ¿y dónde me pongo yo?

—Justo donde estás, mucho me temo. Tendrás que tumbarte y medio enroscarte alrededor del asiento, con la espalda contra el mamparo de popa.

—Oh, genial.

—¿Sigues queriendo hacer esto?

Nina se introdujo torpemente en el pequeño espacio.

—No quiero hacerlo. Pero no me queda otra.

—Sabía que dirías algo así.

Trulli movió unos interruptores y comprobó varios indicadores.

—Vale, las baterías están llenas y el cohete está preparado y listo para la ignición. Última oportunidad de desembarcar.

Nina frunció el ceño.

—Sí, eso pensaba.

Trulli cerró la escotilla. Una vez asegurada, pulsó unas teclas y apareció una imagen de vídeo del muelle en la pantalla.

—No hay espacio para un periscopio —le explicó, al tiempo que empujaba una palanca solo una muesca.

Hubo una suave vibración en la cabina. Los motores empezaron a hacer ruido. En la pantalla, las paredes del muelle quedaron atrás. En menos de treinta segundos, el Wobblebug estaba en mar abierto.

Trulli empujó hacia delante el timón y la velocidad se incrementó. Nina se agarró con más fuerza al asiento cuando el submarino inició el descenso. El casco chirrió alarmantemente.

—¿A qué profundidad bajaremos? —preguntó, nerviosa de repente.

—La supercavitación funciona mejor cuando se está alejado de cualquier turbulencia de la superficie, así que bajaremos a unos diez o veinte metros. Depende de las condiciones del agua.

—¿Alguna vez lo has llevado a tanta profundidad?

Trulli dudó, antes de responderle.

—¿Te sentirías mejor si te dijese que sí?

—Oh, Dios…

Trulli examinó varias ventanas en el monitor, rápidamente.

—Vale, la orientación inercial ya está lista y los puntos de referencia introducidos. Agárrate fuerte, va a ser un viaje movidito.

—¿Cómo de movidito?

—¿Te has subido alguna vez a una gran montaña rusa?

—Eh… ¿sí?

Él le sonrió con inseguridad mientras levantaba la cubierta protectora de metal de un botón en particular.

—Pues mucho más movidito. De acuerdo, ¡en tres…!

Nina se aferró aún con más fuerza al asiento.

—¡Dos…!

Se arrimó al mamparo que tenía detrás.

—¡Uno…!

Y se encogió.

—¡Velocidad
warp
! —gritó Trulli, pulsando el botón.

La respuesta fue inmediata.

Un rugido atronador inundó la cabina. La repentina aceleración empujó a Trulli contra el respaldo del asiento. Nina chilló.

El Wobblebug se sacudió violentamente mientras salía disparado hacia delante. Nina no tenía ni idea de a qué velocidad se movían, pero a pesar del rugido del motor cohete podía escuchar el silbido agudo del agua rozando el casco.

—¡Esta es la parte complicada! —chilló Trulli.

—¿A qué te refieres? —le respondió Nina, también a gritos.

Deseaba desesperadamente taparse las orejas con las manos, pero si se soltaba, se golpearía contra todo, como un guisante en un silbato.

—¡Tengo que hacerlo todo en el momento correcto! ¡El cohete solo tiene treinta segundos de combustible, pero si abro las entradas de agua demasiado pronto, no habrá suficiente presión de arrastre y los motores se ahogarán!

—¿Demasiado pronto? ¿Y qué pasa si las abres demasiado tarde?

—¡Los elementos térmicos se fundirán y el submarino explotará!

—¡Perfecto! —gimió Nina.

Los instrumentos temblaban demasiado como para poder fijarse en ningún detalle, pero consiguió ver una línea de luces de colores que parpadeaban y que se fueron encendiendo una a una.

Avanzaron desde el azul hasta la zona naranja, acercándose a una única bombilla verde. Después de ella, el color se volvía directamente rojo, también con una única bombilla.

Seguramente, no habría tiempo para que se encendiese una segunda luz roja antes de que el submarino saltase por los aires.

—¡Vamos allá! —dijo Trulli, agarrando una palanca.

Naranja, naranja…

Nina se encogió de nuevo.

Verde.

Trulli tiró de la palanca con todas sus fuerzas.

Nina escuchó el ruido metálico de las cortinas que cubrían las entradas abriéndose y del agua de la parte delantera de la onda de choque irrumpiendo para golpear los elementos térmicos. Se escuchó un gemido sibilante descomunal, como si tuviese a un loco furioso tras ella…

El Wobblebug dio un nuevo salto, otro impulso de aceleración que apretó a Nina más aún contra el espacio reducido. Hasta Trulli gritó.

El rugido del cohete vaciló y después, con una brusquedad horrorosa, se acalló de golpe. Pero el silbido penetrante de los eyectores de vapor continuó a ritmo constante. El impulso de la aceleración fue disminuyendo, gradualmente, hasta que el submarino alcanzó una velocidad estable.

Nina abrió los ojos y se dio cuenta de que no había saltado por los aires.

—¿Qué tal… qué tal vamos? —preguntó, con voz temblorosa.

—Espera un segundo —le contestó Trulli, casi tan sorprendido como ella de seguir con vida.

El submarino seguía temblando, aunque no tanto como antes.

—Joder, lo conseguimos. ¡Lo conseguimos! —gritó de alegría—. ¡Estamos yendo a casi trescientos cincuenta nudos! ¡Jódete, Rusia! ¡Australia ha batido el récord!

—¿Y todo funciona bien?

La voz triunfante de Trulli se aplacó un poco.

—El consumo de batería es mayor de lo que esperaba… debe de ser por llevar a dos personas a bordo. Los sistemas de soporte vital necesitan más energía.

—¿Conseguiremos llegar hasta el Ocean Emperor?

—Creo que sí —dijo, comprobando de nuevo la pantalla—. Eso espero.

—Yo también —dijo Nina, en voz baja.

28

Océano Atlántico

Antes de abrir los ojos, Chase supo, por el movimiento rítmico bamboleante, que estaba a bordo de un barco.

También supo que había alguien más con él.

—Hola, Sophia —gruñó.

—De nuevo me sorprendes —dijo Sophia, mientras él trataba de abrir sus ojos legañosos y luchaba contra las náuseas, un efecto secundario del dardo tranquilizante.

Estaba de pie a unos centímetros de él, mirándolo desde arriba. Chase trató de levantarse, pero comprobó que tenía los brazos esposados por delante a una tubería que iba del techo al suelo, en lo que parecía ser un mercante.

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Tu perfume. Chanel. Siempre fue tu favorito.

—Ummm —dijo Sophia, golpeando el suelo con el tacón de una de sus botas—. Por cierto, bienvenido a bordo del Ocean Emperor. Parece ser que lo he heredado de René. Es una pena que no pueda disfrutarlo durante mucho tiempo, pero lo primero es lo primero.

A Chase no le gustó cómo sonaban sus palabras.

—¿Dónde está la bomba?

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