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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (47 page)

Nina y Chase empujaron a Sophia y a Komosa a un lado y corrieron hacia la salida de la tumba. Detrás de ellos, uno de los discos golpeó un pesado pedazo de los restos del techo que habían caído de la rampa y volcó por el borde, golpeando el suelo de la tumba como una bomba de piedra.

Pero las otras tres seguían su camino hacia las columnas que rodeaban el sarcófago…

Las bases de dos de las columnas se pulverizaron, derrumbándose inmediatamente. La tercera sufrió un golpe lateral y se inclinó a un lado, de tal forma que aún podía sostener, a duras penas, la columna que soportaba.

Pero no aguantaría mucho tiempo.

Toda una sección del techo del lado más alejado del pedestal se desmoronó y los bloques de piedra de la cúpula y las toneladas de roca suelta y arena que los cubrían golpearon el suelo con la fuerza de un terremoto. El techo se agrietó, se amplió el agujero irregular y más lanzas de luz se internaron en la tumba, pequeños agujeros que se iban abriendo poco a poco.

Komosa se recuperó de la sorpresa que lo había paralizado y volvió a apuntarles a Chase y a Nina en su huida… y vio a Sophia sorteando obstáculos por el fondo de la rampa, corriendo lo más rápido posible hacia la plataforma del cabrestante. Se le abrieron los ojos al darse cuenta de que lo estaba dejando atrás y corrió tras ella.

Zigzagueando entre la tormenta de piedras, Nina y Chase siguieron corriendo.

Sophia adelantó a sus hombres. La mayoría se habían tirado al suelo para evitar el disco roto cuando bajaba por la rampa. Sophia saltó a la plataforma. Ya se habían cargado varios lingotes de oro, pero los ignoró y pulsó el botón verde para poner en marcha el cabrestante.

La plataforma empezó a ascender. Un segundo más tarde, Komosa saltaba sobre uno de los perplejos hombres y aterrizaba a su lado. Miró mal a Sophia, pero ella lo ignoró y empezó a tirar lingotes de la plataforma. Komosa captó la idea e hizo lo mismo. El repiqueteo de los lingotes de metal estrellándose en el suelo se unió al estruendo de más piedras que caían.

Otro hombre trató de saltar a la plataforma ascendente. Llegó a colgarse del pecho y luchó por encontrar un agarre. Sophia y Komosa intercambiaron una mirada y después, como si fuesen uno, le dieron una patada en la cara. El hombre gritó mientras caía al vacío. Una vez eliminado el peso extra, la plataforma adquirió velocidad rápidamente.

La salida era un rectángulo oscuro delante de Nina. Chase estaba justo a su lado.

La piedra que tenían encima se fragmentó como si fuese un hueso roto. Se soltó otra parte del techo y los bloques cayeron como una ola tras ellos.

La columna dañada acabó por ceder y el techo que había encima resistió un momento y después se rindió a la gravedad.

Antes incluso de que la plataforma llegase a la superficie, Sophia y Komosa saltaron de ella y se alejaron desesperadamente por la colina rocosa, evitando los agujeros que, detrás de ellos, se hacían cada vez más anchos y se unían unos con otros, como unas bocas hambrientas en un suelo que se lo iba tragando todo.

La plataforma desapareció entre la tierra de la que acababa de salir y el cabrestante fue detrás. Uno de los helicópteros también resultó engullido, tambaleándose en el borde del agujero en expansión antes de ser impulsado de morro a la vorágine de piedras y de polvo de abajo.

Sin ningún soporte, todo lo que quedaba del techo de la tumba cedió de golpe y un cuadrado de cuarenta y cinco metros se derrumbó de repente con tanta fuerza que uno de los otros helicópteros volcó sobre un lateral. Las hélices del rotor se rompieron como palitos secos.

Chase y Nina se lanzaron hacia el arco de salida cuando el techo cedió y toda luz desapareció, bloqueada por cientos de toneladas de piedra…

Sophia se sentó, jadeando, y trató de ver algo entre la nube de polvo. El borde del cráter estaba a centímetros de sus pies. Komosa se había salvado todavía por menos: sus espinillas colgaban por el margen del enorme agujero.

—¡Dios mío! —jadeó Sophia, sin rastro de su habitual serenidad—. ¡Menudo… menudo jodido maníaco!

Se puso en pie, tambaleante, y se alejó hasta una distancia prudencial del cráter angular antes de observar la escena en su conjunto. La cola de uno de los helicópteros sobresalía de entre los escombros de abajo. En la parte más alejada del agujero, el puñado de hombres que habían conseguido huir del derrumbamiento revoloteaban, confusos, alrededor del único helicóptero que quedaba en pie.

Komosa fue junto a ella, limpiándose el polvo de la cara y de la calva.

—¿Qué hacemos ahora?

Sophia respiró profundamente para calmarse.

—Bueno, para empezar, precisamos más helicópteros —dijo finalmente, recuperando los tonos cortantes y secos—. Todavía podemos excavar y recuperar el oro, solo que nos llevará más tiempo. Además, en realidad, no necesito tener el oro en mis manos… mientras sepa dónde está y pueda acceder a él. Eso es lo importante. Pero necesitaremos enviar un grupo de excavadores dignos de confianza en cuanto sea posible. No quiero retrasos en el plan.

Komosa echó un vistazo al pozo. Los pedazos rotos del techo sobresalían entre los escombros como si fuesen los huesos del cuerpo de algún enorme animal.

—¿Y qué hay de… ellos? ¿Crees que han sobrevivido?

Sophia frunció el ceño.

—Aunque hayan sobrevivido, y espero con todas mis fuerzas que no sea así, e incluso si consiguen atravesar el laberinto… estarán atrapados en el Sáhara, a cientos de kilómetros de cualquier lugar, sin comida, sin agua y sin equipo de supervivencia. Eddie es bueno, pero no tanto.

Sophia miró los helicópteros destrozados.

—Para asegurarnos, además de recuperar el oro, haz que se retire todo lo que se pueda usar para sobrevivir de los helicópteros dañados.

Komosa asintió y después empezó a caminar por la orilla del agujero. Sophia permaneció quieta un instante, mirando el cráter.

—Adiós, Eddie —dijo, antes de girarse y seguir al nigeriano.

25

Chase abrió los ojos… y no vio nada, excepto negrura.

Sin embargo, no estaba muerto. Los puntos de su pierna le dolían demasiado.

El techo se había derrumbado como una bomba, explotando tras él, y la onda expansiva lo había impulsado a través del arco dorado hasta el pasadizo que había detrás. Los oídos aún le pitaban. Se puso de rodillas. El aire estaba lleno de polvo; tosió y colocó una mano sobre su boca y su nariz para filtrar lo más gordo.

Los ojos se le ajustaron a la oscuridad y vio un diminuto rayo de sol a través de la piedra y la arena que ahora bloqueaban el arco; el polvo bailaba en su tenue luz.

Ese era el final de la tumba de Hércules, vaticinó. Cualquier cosa de su interior habría sido seguramente aplastada por el techo. Nina no iba a alegrarse de ello…

—¡Nina!

El nombre le salió sin pensarlo, haciendo que su mente fuera consciente de lo que había sucedido. Ella estaba a su lado justo antes de alcanzar la salida… ¿Dónde se encontraba ahora?

Buscó a tientas entre los escombros del suelo del pasadizo y solo tocó la piedra dura y la aspereza seca y polvorienta de la arena. La débil luz no le proporcionaba la suficiente iluminación ni para verse los dedos.

El miedo empezó a crecer en su interior, el frío terror de la pérdida. Lo había sentido antes, en combate, esa creciente certeza de que alguien de su unidad no iba a volver.

Pero esto no era un combate. Y Nina era algo más que una compañera de armas…

—¡Nina!

Esta vez gritó, pero tampoco recibió respuesta. Las manos rebuscaron con más fuerza entre las piedras rotas, apartándolas a los lados en una búsqueda cada vez más desesperada, desesperada por tocar cualquier cosa que no estuviese inmóvil y fría…

Los dedos rozaron una tela suave. La camisa de Nina.

Bajo un trozo de piedra.

—¡Mierda!

Chase le apartó la losa rota de encima, buscándole el pulso.

—Mierda, vamos, vamos…

Nada.

—¡Vamos!

Pulso bajo la punta de su dedo. Débil, pero pulso al fin y al cabo.

El alivio lo inundó.

—¡Oh, Dios, sí! —gritó, quitándole de encima el resto de los escombros—. Nina, vamos, despierta…

Chase comprobó rápidamente si tenía la ropa mojada de sangre o bultos irregulares de huesos rotos bajo la piel. No encontró nada. Se inclinó para sentir su respiración contra su mejilla.

Nada.

Sin luz, no tenía forma de saber por qué no respondía. Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba inconsciente. Había perdido la noción del tiempo, aturdido por la explosión. Podían haber pasado solo segundos, o un minuto…

Empezó con la RCP. Colocó el talón de la mano en el pecho de Nina, presionando con firmeza. Treinta compresiones. Después le inclinó la cabeza hacia atrás y le cerró la nariz con los dedos con una mano, haciendo dos insuflaciones en la boca abierta.

Sin respuesta.

El miedo volvió y comenzó una segunda tanda de compresiones, tratando de no acelerarse. Diez, veinte, treinta. Inclinarle la cabeza, otras dos insuflaciones, esperar impacientemente cualquier reacción…

Nina convulsionó y jadeó, ronca. Chase sintió que su pulso se aceleraba y le sostuvo la mano con más fuerza.

—Eddie —consiguió decir con dificultad, por fin.

—¿Estás bien?

—¿Sabes una cosa? —le susurró ella.

—¿Qué?

—Esta es la primera vez que nos besamos desde hace siglos.

Aunque Chase no podía verle la cara, supo que estaba sonriendo.

—Bueno, pues esta es la segunda —le indicó él, inclinando la cabeza.

—¿Estás bien? —le preguntó ella cuando se separaron por fin.

—Tanto como es posible —contestó Chase—. Espera, voy a levantarme. ¿Puedes ponerte de pie?

Ella movió con cuidado las piernas.

—Eso creo.

Chase se levantó. El polvo, de alguna manera, se había posado, pero la débil iluminación de la tumba en ruinas no era mayor que antes. La tomó de la mano.

—¿Lista?

Tras su respuesta, vagamente afirmativa, se enderezó y la atrajo hacia arriba.

—¡Ay, mierda! —se quejó ella—. ¡Joder, hostia puta! Oh, Dios, me vuelve a doler el tobillo. ¡Mierda!

—Apóyate en mí —le dijo Chase, pasándole un brazo por la cintura para que cargase sobre él el peso.

—Gracias —jadeó Nina—. Oh, será puta. Te juro que le voy a patear el culo.

Miró a su alrededor y no vio nada excepto la débil luz en la oscuridad.

—¿Dónde estamos? ¿Eso es luz solar?

—Sí —dijo Chase—, pero hay como cientos de toneladas de roca detrás. Estamos en la sala de la estatua del perro.

—¿Entonces solo se ha derrumbado la tumba en sí, y no todo?

—Hasta donde yo sé, sí.

La emoción tiñó la voz de Nina.

—¡Entonces todavía podemos salir! ¡Solo tenemos que hacer el camino inverso por el laberinto!

—Bueno, eso sería facilísimo si pudiésemos ver algo. A no ser que tengas unas gafas de visión nocturna escondidas en las bragas.

Ella le dio un golpecito en el pecho.

—No empieces. Solo tenemos que llegar a la sala de Hipólita. Allí hay una linterna. Uno de los hombres de Corvus tuvo un pequeño accidente después de que salieras. No recogieron sus cosas. Con ella podremos regresar por el laberinto, siguiendo las pisadas que dejamos al entrar.

Esta vez le tocó a Chase emocionarse.

—¿Tenía una radio?

—Creo que sí. Pero seguramente solo sea de corto alcance, ¿no? ¿O estás pensando en pedirle a Sophia que te dé un paseo en su helicóptero?

—No te preocupes por eso —la tranquilizó Chase—. Tú solo intenta acordarte del camino de regreso por el laberinto. No me gustaría haber sobrevivido a todo esto para equivocarme en un cruce y caerme a un maldito pozo…

Para alivio de Chase, Nina pudo guiarlos.

Para cuando salieron de la tumba el sol estaba bajo en el horizonte, detrás de la colina. Sin embargo, la temperatura seguía siendo abrasadora. La calima ondulaba sobre las interminables dunas.

Nina se quedó en la sombra del pasillo de roca mientras Chase salía con cautela con el rifle F2000 que le había quitado al hombre muerto en la sala de Hipólita, por si Sophia había dejado a alguien esperándolos. Pero no había más signos de vida que los insectos que revoloteaban.

—¿Y ahora qué hacemos? —le preguntó Nina—. Hay mucha distancia hasta la población más cercana y esto… —dijo sosteniendo la botella de medio litro de agua que le habían cogido al hombre de Sophia— no es que nos vaya a durar mucho. A no ser que conozcas algunas supertécnicas del SAS de supervivencia en el desierto.

—Conozco algo mejor —dijo Chase, con una sonrisa traviesa, encendiendo la radio y buscando un canal específico.

Miró hacia el cielo cuando pulsó el botón y habló. Nina se fue sorprendiendo más y más con cada palabra.

—Bravo, Romeo, Delta, Sierra, Whisky, Romeo, Delta. Las gaitas están llamando. Repito…

Y volvió a repetir el extraño mensaje dos veces más.

Nina levantó las cejas, sin poder creérselo.

—¿Qué demonios ha sido eso?

—Eso —le explicó Chase— era el código de extracción del MI6 de Mac. Todos los espías tienen uno… Es una especie de ultimísimo recurso, un mensaje tipo «¡Estoy hasta el cuello de mierda, sácame de aquí!». En cuanto el MI6 escucha uno, hacen lo que sea para extraer a quien lo haya enviado. Y como no estamos en medio de una zona de guerra o en un país con unas defensas fronterizas tremendas, espero que no tengan muchos problemas para recogernos.

Nina señaló el
walkie-talkie
.

—¿Pero cómo van a oírlo con esa radio de juguete?

—Ellos no lo oirán. Pero la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, sí. Los espías estadounidenses suelen ser más gilipollas que los británicos, pero su tecnología es jodidamente impresionante: pueden oír el pedo de un gorrión desde el otro lado del Atlántico. Localizarán el origen por satélite, sabrán que es un código de extracción y se lo pasarán directamente a sus caniches de Vauxhall Cross.

Chase miró el cielo azul, como si esperase ver pasar a uno de los satélites.

—Lo repetiré cada hora, pero seguro que ya lo tienen. Solo tenemos que sentarnos y esperar a que aparezcan.

—Lo recordaré la próxima vez que no tenga dinero para un taxi de vuelta a casa —dijo Nina.

—Bueno, ese código no te valdrá… Es de un solo uso. Pero es práctico.

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