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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (43 page)

Komosa agitó el arma para indicarle que siguiese avanzando. Chase lo miró de mal humor y después continuó hacia el siguiente pasillo.

No pasó mucho tiempo antes de que su luz descubriese algo nuevo.

—Vale, parece otra prueba —informó—. ¿Qué es lo siguiente de la lista?

Otra pausa de Nina.

—Las manzanas de las Hespérides.

Chase puso los ojos en blanco.

—¿Qué? ¿Me van a atacar manzanas gigantes?

—Solo hay una manera de averiguarlo, Eddie —lo interrumpió Sophia, socarronamente—. Para dentro.

Chase miró hacia atrás y vio a un sonriente Komosa apuntándolo con la pistola. Cabreado, Chase entró en la sala.

Al contrario que las otras salas alargadas que habían albergado los anteriores trabajos, esta era cuadrada. El suelo estaba formado por baldosas claras y oscuras, como un tablero de ajedrez, y cada una de ellas medía un metro y medio de lado, aproximadamente. El tablero tenía nueve baldosas por cada flanco, y una baldosa clara en cada esquina. Había cuatro columnas de piedra talladas cuya forma imitaba a árboles y que le llegaban a la altura del pecho, con unas jaulitas metálicas encima. Estaban situadas sobre baldosas claras, a medio camino entre el centro del tablero y las esquinas. En la parte más alejada de la sala, detrás del tablero, había una figura que incluso Chase, con sus limitados conocimientos de mitología, reconoció como Atlas, sosteniendo los cielos sobre sus hombros. En este caso, los cielos estaban representados por una gran esfera de cobre o bronce. Un par de barras curvadas bajaban por detrás de los hombros de la estatua hasta el suelo.

—Eddie, ¿qué ves? —le preguntó Nina.

Chase le describió la escena.

—Sin embargo, no veo ninguna manzana. ¿Cómo es la historia?

—Atlas vigilaba el jardín de las Hespérides. Hércules no podía alcanzar las manzanas por sí mismo, así que le ofreció cargar con el peso de los cielos por un tiempo mientras Atlas las cogía para él. En cuanto Atlas las tuvo, decidió que prefería entregarlas él para conseguir la recompensa, pero Hércules lo engañó para que volviese a cargar con los cielos diciéndole que solo quería ajustarse la capa para ponerse más cómodo, por lo que si Atlas podía aguantárselos un momento…

—O sea, que Atlas era tonto del culo, entonces.

Chase volvió a examinar la sala.

—Parece que la esfera se mueve, así que… Ah, ya lo pillo. Se supone que debo levantar la esfera de sus hombros para que Atlas pueda, no sé cómo, conseguir las manzanas. Y después tengo que volver a hacerla rodar por las barras hasta sus hombros para poder salir, de algún modo.

—Dudo mucho que la estatua vaya a cobrar vida y ponerse a recolectar las manzanas para ti —le dijo Sophia—. Tiene que haber algo más.

—Aún estoy trabajando con el texto —le dijo Nina—. Es como la descripción de los establos de Augías… Es un puzle, una prueba de ingenio más que de habilidades de lucha, así que es más enrevesado que los otros. Solo necesito tiempo para transcribirlo y traducirlo.

—Le queda poco suministro de tiempo, doctora Wilde —dijo Corvus, impaciente—. Chase, vaya a una de las columnas y mire si hay manzanas en su interior.

—Preferiría esperar —dijo Chase, irritado.

Volvió a mirar hacia atrás, a la entrada, y vio a Komosa indicándole con la Browning que se moviese.

—Pero supongo que no tengo opción, ¿verdad? Oh, vale, vamos a coger un par de manzanas Golden.

Avanzó hacia la primera columna del lado izquierdo de la sala, pisando una baldosa negra…

—¡Eddie, quédate quieto! —chilló Nina por el auricular, pero la advertencia llegó demasiado tarde.

La baldosa se hundió bajo él. Estaba articulada por un lado y se balanceó para lanzarlo al vacío oscuro que ocultaba…

Chase alargó los brazos y la linterna cayó en la oscuridad cuando se agarró al borde con una mano. El dolor le atravesó la herida de la espalda. Se quedó allí colgado, incapaz de moverse. Tras unos instantes, luchó por subir su otro brazo. Con un gemido, consiguió afianzarse.

Nina gritó su nombre por el auricular.

—¡Estoy bien, estoy bien! —jadeó—. Bueno, técnicamente.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Sophia, sonando más profesionalmente intrigada que preocupada.

—La baldosa tenía una bisagra; cedió cuando la pisé.

Chase giró la cabeza para examinar el lateral del agujero opuesto a la bisagra. Las tiras metálicas que sujetaban la baldosa por debajo se habían doblado bajo su peso.

—Siempre fui de la opinión de que te sobraban unos kilitos, Eddie.

—Sí, ja, ja, mira cómo me río, joder. Sácame de aquí.

La voz de Sophia se volvió condescendiente.

—Oh, estoy decepcionada. ¿No puedes subir tú solito?

—Podría, ¡si algún jodido cabrón no me hubiese clavado un taladro en el hombro!

Chase se giró y vio a Komosa, que seguía observándolo desde la entrada.

—¡Eh, Pezoncillos de Plata! Échame una mano, joder.

Komosa sonrió, sin hacer ningún ademán de moverse. Detrás de él, llegaron los otros miembros de la expedición, con Nina a la cabeza.

—¡Ayudadlo, venga! —gritó.

Corvus apuntó con la linterna a un Chase balanceante.

—Él se cayó en el hoyo, dejemos que sea él quien salga. ¿Por qué deberíamos ayudarlo?

Nina lo miró con ojos fríos, con determinación.

—Porque si él muere, también me podéis matar a mí. No encontraréis manera humana de que os traduzca ni una sola palabra de esto si no lo ayudáis.

Sostuvo en alto los pergaminos, apretándolos con el pulgar. Parte de una página se rompió.

—Ups.

Sophia alzó la pistola, pero Corvus levantó las manos.

—De acuerdo, doctora Wilde —dijo, haciéndole un gesto con la barbilla a Komosa—. Sácalo de ahí.

Molesto, Komosa entró en la sala y sacó a Chase del agujero.

—Gracias, tío —dijo Chase, sarcásticamente, arrodillándose en la sólida baldosa clara a la que se había sujetado.

Miró en el interior del agujero y vio su linterna unos tres metros más abajo… rodeada de un nido de afiladas puntas metálicas.

—Jesús. Necesitaría algo más que la vacuna del tétanos si llego a caerme sobre eso.

—¿Cómo podemos cruzar sin peligro? —preguntó Sophia, mirando la transcripción del texto griego en la libreta de Nina—. ¿Todas las baldosas oscuras tienen trampa?

—Sí, pero también algunas de las claras —dijo Nina, alejando defensivamente el libro de ella—. Déjame ver… oh, Dios, esto es complicado.

Frunció el ceño mientras leía el texto.

—Vale, creo que lo tengo. La segunda y la cuarta baldosas claras de la primera línea, contando desde el lado izquierdo de la habitación, tienen trampa; en la segunda fila, es la tercera baldosa clara la que está trucada; en la tercera, todas las baldosas claras son buenas. Después se repite el patrón: segunda y cuarta, tercera… Todas las demás deberían de ser seguras.

—¿Deberían de ser seguras? —enfatizó Chase, con dudas.

Sophia lo apuntó con su arma.

—Solo hay una manera de averiguarlo.

Maldiciendo entre dientes, Chase pateó con fuerza una de las baldosas claras de la siguiente fila. No se movió. La pisó con cuidado y después, con algo más de confianza, saltó diagonalmente hasta la baldosa clara sobre la que se anclaba la columna.

—Vale. ¿Me podríais pasar otra linterna?

Komosa le alcanzó su linterna. Chase la cogió y examinó la jaula metálica que había sobre la columna.

—Sí, aquí hay una manzana.

Tiró de la jaula, pero se mantuvo firme.

—Supongo que es mejor que haga rodar la bola. ¿Estás totalmente segura sobre cuáles son las baldosas trampa? —le preguntó a Nina.

Nina trabajaba todo lo rápido que podía, sosteniendo la hoja de plástico rojo sobre las páginas del pergamino e iluminando cada punto donde había una letra escondida cada vez y después garabateándola en su libreta.

—Hasta donde yo sé.

—Bueno, si tú estás segura, a mí me sirve. ¿Por dónde voy?

Hubo una pequeña pausa mientras Nina averiguaba el patrón.

—Vale, si no me equivoco, la baldosa en diagonal a la derecha tiene trampa.

Chase la probó con su tacón. Bajó levemente.

—Sí, tienes razón.

—Vale, vete a la de la izquierda.

Chase se movió con cuidado; esta baldosa era sólida.

—Ahora a la derecha, a la derecha de nuevo y a la izquierda para llegar a la segunda columna; después a la izquierda, a la derecha y alcanzarás la estatua.

Chase siguió sus instrucciones con los brazos levantados, preparado para agarrarse a los bordes si se abría otro agujero bajo sus pies. No pasó nada. Llegó a la estatua de Atlas, que medía dos metros de alto, y levantó la vista hacia la esfera gigante. Había algún tipo de mecanismo bajo ella, colocado entre los hombros de Atlas.

—Entonces, si empujo esto y después… —murmuró, tanto para sí mismo como para Nina, mientras oteaba a su alrededor—. Oh, ahí está. Hay unos agujeros en la pared. Tienes tres intentos para averiguar qué fruta es.

—Debes poner las manzanas dentro y después empujar la bola a su lugar de nuevo —sugirió Nina.

—Sí, eso ya lo había adivinado. Es como una versión psicópata de
El laberinto de cristal
.

Chase volvió a la estatua y se estiró para empujar la bola. Aunque estaba hueca, necesitó hacer un gran esfuerzo para conseguir que se empezase a mover.

—¡Vamos, hija de puta!

Con un rugido atronador, la bola se soltó y rodó por las barras, cogiendo velocidad antes de llegar a la pronunciada curva final, que acababa en pendiente ascendente. Rodó lenta y ruidosamente hacia delante y detrás unas cuantas veces hasta pararse.

Chase desanduvo su camino y volvió a la columna más cercana de las cuatro. Esta vez, la jaula de metal se levantó con facilidad. Metió la mano y recogió con cuidado la manzana de bronce. Tenía una protuberancia cuadrada en su base. Chase sabía que se correspondería con una de las hendiduras de los agujeros de la pared de detrás de Atlas: era una llave primitiva.

Regresó junto a la estatua y colocó la manzana en la hendidura, probando a girarla. Consiguió un cuarto de giro en el sentido de las agujas del reloj y después se paró.

—Vale, parece que funciona.

—Coge las otras tres —ordenó Sophia.

Chase gruñó, enfadado, y encaró la reja, de pie sobre la baldosa clara central.

—De acuerdo, Nina, ¿esta es buena?

Una breve pausa.

—Sí. Después a la derecha.

Él inició el paso…

—¡No, no, no, para, espera! —chilló Nina.

Chase se lanzó hacia atrás justo cuando la baldosa caía con un estruendo.

—¡Jesús! —jadeó—. ¿Qué ha pasado? ¡Pensé que esto ya lo tenías controlado!

—¡Perdón, perdón! Estamos orientados en direcciones opuestas… Me refería a mi derecha. A tu izquierda.

Una risita se escapó de la boca de Chase.

—¿Tanto cerebro y sigues sin poder distinguir la izquierda de la derecha?

—Sí, vale, lo siento —dijo Nina, tímidamente—. A ver, tienes que ir a la izquierda, después a la izquierda de nuevo para llegar a la siguiente columna.

—¿Seguro?

—Sí.

—Como te dije antes, solo lo comprobaba.

Bajo la dirección de Nina, Chase fue escogiendo sus pasos con cuidado por el tablero para recolectar las otras tres manzanas, antes de volver a la estatua de Atlas. Insertó las manzanas una por una en las hendiduras de detrás. Cuando giró la última, escuchó el clic de un mecanismo escondido: una cerradura que se abría.

Lo único que quedaba por hacer era empujar la pesada bola de nuevo a su sitio, subiéndola por las barras hasta los hombros de Atlas. Le costó muchísimo más esfuerzo que el que había tenido que hacer para moverla al principio, pero tras un par de minutos la esfera rodó hasta su lugar sobre la clavija de los hombros de la estatua. Con un fuerte ruido, una de las baldosas claras del fondo de la sala se cayó, mostrando una apertura.

—¿Qué, os gustan las manzanas? —dijo Chase triunfante desde el extremo de la habitación mientras el resto del grupo seguía la ruta segura para cruzar.

—Una menos —dijo Sophia, nada impresionada—. Faltan dos. En marcha.

—Así era cuando estábamos casados —dijo Chase por el micrófono, un comentario dirigido a Nina, aunque sabía perfectamente que Sophia también podía escucharlo—. Excepto por lo de los asesinatos a sangre fría, claro.

Nina casi sonrió.

—Mantengamos los comentarios estúpidos al mínimo, Eddie —dijo Sophia, con tono cortante.

Chase se encogió de hombros y bajó por el nuevo agujero abierto. Komosa esperó a que avanzase antes de saltar tras él.

Otra serie de cruces por el laberinto, dirigidos por Nina, y Chase se encontró a la entrada de una nueva sala. Iluminó su interior con la linterna.

—Vale, veo muchas cosas puntiagudas. ¿De qué va la historia aquí?

Nina completó la siguiente traducción.

—Este trabajo debe de ser… el cinturón de Hipólita. Hércules tenía que conseguir el cinturón mágico de Hipólita, la líder de las amazonas. Pero sabía que si intentaba arrebatárselo por la fuerza, las otras amazonas lo matarían antes de poder escapar, así que debía encontrar otra manera. ¿Qué ves?

Chase dio un paso con cuidado para entrar en la sala.

—Bueno, lo que tenemos aquí es una habitación circular de unos siete metros y medio de ancho. Por la parte exterior hay estatuas de mujeres que sostienen lanzas y flechas.

Le echó un vistazo más de cerca a la estatua más próxima y vio que la lanza se introducía a través de un agujero en la pared. Estiró un dedo.

—No sé si funcio…

Solo la había rozado, pero la lanza salió disparada de repente de la mano de la estatua y atravesó volando la habitación hasta clavarse en el muro del otro lado. La punta afilada de pedernal se hizo trizas con el impacto.

Al mismo tiempo, una flecha salió disparada con un tañido desde el otro extremo de la sala, directamente hacia él…

Chase la esquivó por poco, pero aun así se hizo un rasguño en la manga de la chaqueta.

—¡Mierda! Retiro lo dicho, sí que funcionan —dijo, retrocediendo rápidamente.

Las trampas estaban conectadas entre sí para impedir que se activasen una a una.

Vio otras flechas y lanzas tiradas y rotas en el suelo; seguramente se habían ido soltando poco a poco, con el tiempo. Pero si todas las armas que quedaban intactas se disparaban al mismo tiempo, cualquiera que estuviese en el interior de la sala se convertiría en un alfiletero.

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