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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (38 page)

Cómo iba a sobrevivir durante dos minutos era un tema completamente diferente…

La cabina tenía espacio para unas doce personas y contaba con asientos acolchados que rodeaban la pared interior. El banco de la ventana trasera servía de tapa para un compartimento que contenía el equipo de rescate.

Chase golpeó la luz fluorescente del techo con la culata de su pistola para quedarse a oscuras y después agarró la parte superior del asiento trasero y la arrancó. La colocó a lo largo, contra la parte delantera del compartimento, y se tiró al suelo a su lado…

Las ventanas de atrás estallaron cuando ráfagas de balas las atravesaron. Los guardias disparaban sus AUG en modo automático. El repiqueteo de fuego rápido de más disparos penetrando en la hoja de acero que formaba la cabina resonó como si se tratase de una granizada.

—¡Jooodeeer! —chilló Chase con las manos levantadas para protegerse la cara de la tormenta de cristal creada por el destrozo de las otras ventanas.

Detrás de él, el fuego destrozó el contenido del compartimento de emergencia y las balas atravesaron el lateral metálico de la caja y el acolchado del asiento… antes de clavarse en la robusta madera del propio banco.

El asiento lo golpeaba a cada impacto, pero Chase sabía que las posibilidades de que una bala de AUG traspasase cinco capas de protección (la pared de la cabina, los rollos de cuerda y la cadena de las escalerillas de emergencia, el lateral del compartimento, el acolchado del banco y el banco en sí mismo) eran lo suficientemente bajas como para tener alguna esperanza de poder sobrevivir.

Un esperanza mínima… pero había que aferrarse a ella.

Sus atacantes atiborraron la cabina de balas, una ráfaga tras otra. Todas las ventanas estaban ya destrozadas y había agujeros en las paredes, en el techo e incluso en el suelo. Un trozo de madera salió disparado de una esquina de un banco a pocos centímetros de su cabeza. La barricada improvisada no duraría mucho más.

Una breve pausa en la descarga. Los guardias estaban recargando. Pero eso solo les iba a llevar unos segundos. Y no había mucho que él pudiese hacer en ese tiempo.

Excepto…

Chase se puso en pie de un salto y agarró el peldaño inferior de la escalera de emergencia que recorría el techo de la cabina, tirando de él para bajarlo. Se echó al suelo justo cuando el fuego comenzó de nuevo.

Toda la cabina se agitaba y balanceaba como un péndulo en el cable. El metal torturado gemía y crujía.

Chase se arriesgó a abrir los ojos mientras la metralla atravesaba la cabina. Su visión se estaba ajustando a la oscuridad. El interior se encontraba iluminado por la luz fantasmagórica del brillo blanco y azul de la luna… y en esa penumbra vio que el techo perforado se doblaba y que se formaban líneas de arrugas que se extendían desde el centro, como si se tratase de papel de aluminio tirante.

¡La cabina se estaba soltando de su pinza de soporte!

El metal estaba cediendo porque los agujeros de bala lo debilitaban tanto que no podían soportar su peso…

Y aparecían más agujeros a cada segundo.

Chase miró la escalerilla de emergencia. No había sido su intención salir al descubierto para saltar del teleférico hasta el último momento… pero si no lo hacía en los próximos segundos, la única dirección en la que iba a ir sería varios metros hacia abajo.

La madera se desgajó tras él y los pedazos rotos le golpearon las piernas.

El metal chirrió y la parte de atrás de la cabina bajó unos centímetros. Había un desgarrón en el techo, un tajo que lo recorría tras la base del brazo de soporte.

Se iba a soltar…

Alto el fuego.

Recargando…

Chase subió corriendo la escalera y abrió de golpe la trampilla superior. Saltó al techo y se lanzó hacia el voluminoso brazo de soporte de acero.

Con un grito casi humano, el techo de metal se desgajó. La cabina acribillada se soltó y cayó hacia el lecho del valle, mucho más abajo, estrellándose contra las rocas con un estruendo que resonó más allá de la altísima pared de la presa.

La pinza de soporte se balanceó locamente y todo el cable se agitó por la repentina pérdida de peso. Chase se agarró desesperadamente al frío metal, luchando para encontrar un punto de apoyo entre los restos destrozados del techo. Vio que la cabina de detrás también se sacudía y que uno de los tiradores caía al suelo.

Se retorció para mirar por encima del hombro la cabina que tenía delante. Quizás Sophia se había caído por una ventana con la sacudida. No había tenido esa suerte. Aferrada a una barandilla, lo miró. Lo había visto escapar de la cabina suelta.

El temblor se ralentizó, aunque el brazo en suspensión seguía balanceándose. Chase trató de agarrarse mejor, pero no había dónde sujetarse.

Volvió a mirar, pero no a Sophia, sino a la estación que estaba más allá. Ya habían recorrido más de dos tercios del camino…

¡Fuego!

Las balas provenientes de la cabina inferior pasaron a su lado con silbidos que quemaban el aire y chocaban como martillazos contra la pinza.

El metal contra el que se apretaba Chase tenía como mucho treinta centímetros de ancho. Se giró, poniéndose de lado para tratar de proteger su cuerpo tanto como fuese posible.

Pero tenía las manos y los antebrazos todavía expuestos, rodeando la pinza. Si una bala simplemente lo rozaba, perdería la sujeción y caería hacia su muerte.

La cabina de Sophia se acercaba a la estación de arriba. Lo que quedaba de la de Chase llegaría en treinta segundos…

Una bala le dio al brazo de soporte justo por encima de su mano izquierda y envió ondas de impacto a través del metal. Los dedos le resbalaron por la superficie mugrienta. La arañó, tratando de sujetarse, sintió que la otra mano le resbalaba y que los restos del techo bajo sus pies se doblaban bajo su peso…

Tocó algo metálico que sobresalía con las yemas de los dedos: un tornillo.

Forzando sus agotados brazos, se elevó un par de centímetros, solo para evitar que el techo cediese.

Otra ráfaga de disparos acertaron en la pinza de sujeción.

Sophia ya casi estaba en la estación y sus luces iluminaban la cabina. Chase ya podía ver el edificio con claridad. Era otra estructura de cemento abierta, casi colgada del borde del acantilado.

Casi.

Había un saliente empinado y rocoso, de tan solo unos centímetros de ancho, entre los robustos cimientos de la estación y la escarpada caída que bajaba hasta el lecho del valle.

Notó algo duro en un lado del torso, algo que estaba atrapado entre su cuerpo y el brazo de suspensión.

La granada…

El cable vibró cuando se soltó la cabina de Sophia. Más disparos. Las balas chocaron contra la cara del acantilado. Diez segundos, menos. Los guardias siguieron disparando.

Con un chillido, Chase soltó una mano y el dolor le atravesó las yemas de los dedos de la otra al tener que soportar todo su peso. El metal se combó bajo sus pies. Balanceándose, consiguió introducir la mano en la chaqueta y sacar la granada.

El acantilado estaba solo a unos centímetros.

Chase se elevó y mordió con los dientes el pasador que sujetaba la anilla de la granada para retirarlo. La cuchara de metal curvado saltó y desapareció en la oscuridad de abajo.

Retardo de cuatro segundos…

—¡Bajando!

Lanzó la granada hacia arriba, atrancándola en el riel que enganchaba la cabina al cable. Después saltó hacia el saliente rocoso.

Unas piedrecitas sueltas se esparcieron y resbalaron bajo él. Trató de asirse como si estuviese nadando en una cascada de piedras…

El brazo de suspensión pasó por encima, entrando en la estación. Los guardias apuntaron… La granada detonó.

La explosión cortó el cable principal. La pinza se desprendió y se estrelló contra el suelo de cemento de la estación antes de verse impulsada hacia atrás con una fuerza tremenda y pasar rápidamente por encima de la cabeza de Chase, como si fuese un ancla gigante de la que tiraban el peso de todo el cable y de la tercera góndola… hacia las profundidades del valle.

Los gritos aterrorizados de los guardias de seguridad fueron desvaneciéndose hasta desaparecer mientras caían cientos de metros hasta estrellarse contra las rocas que había mucho más abajo.

Chase seguía resbalando por el pedregal, tratando de agarrase a cualquier cosa que pudiese evitar que siguiese su camino. Las piernas le pasaron por encima del borde del acantilado, después la cintura…

Una mano se cerró sobre una roca.

Chase acercó la otra mano. La roca se mantuvo estable. Se levantó, tratando de encontrar un punto de apoyo con los pies. Pasaron otro par de segundos y por fin consiguió estabilizarse en el propio saliente. Sentía que todo el cuerpo temblaba como resultado de la adrenalina utilizada.

Pero no podía parar. Todavía no. Aún tenía que llegar hasta Sophia.

Trepó por el saliente hasta la base del edificio y encontró unas anillas de metal incrustadas en el cemento, cerca de donde estaba. Empezó un rápido ascenso, parándose justo bajo la última anilla para sacar su arma. Preparado…

¡Ya!

Subió rápidamente y barrió con su pistola la estación, centrándose en un objetivo.

—¡No te muevas! —gritó.

Sophia estaba arrodillada cerca del fondo de la sala, paralizada por su orden. Se había dado cuenta de lo que Chase hacía con la granada justo a tiempo para ponerse a cubierto detrás de una de las góndolas paradas y aún se estaba recuperando del ensordecedor ruido de sentir una explosión en un espacio cerrado.

—Eddie —le dijo, frunciendo el ceño mientras él trepaba hacia ella sin dejar de apuntarla con la pistola—. Supongo que no debería estar sorprendida. Nunca se te ha dado bien saber cuándo sobras.

—¿Dónde está la bomba, Sophia? —le preguntó Chase.

—Sigue en el teleférico —dijo, sonriendo ligeramente—. Es un poco pesada para que la transporte yo. ¿Te importaría sacarla por mí?

—¡Cállate!

Su grito la desconcertó y la expresión de desafío que hasta entonces había mostrado empezó a resquebrajarse al ver que él hablaba totalmente en serio. Sin apartar la pistola de ella, Chase caminó hacia la góndola y miró en su interior. La bomba estaba en el suelo, en el centro.

Era la primera vez que podía echarle un vistazo decente al aparato. Un cono truncado de acero brillante le servía de base. Tres barras metálicas salían por un agujero del centro hasta una tapa cilíndrica achatada, fabricada con el mismo metal pulido. Había una ranura en la base que parecía destinada a albergar el sistema de armado, pero ahora mismo estaba vacía. Medía cerca de un metro de alto y parecía pesar al menos cuarenta y cinco kilos… pero con el núcleo de uranio, seguramente sería bastante más.

El diseño era inusual, pero Chase tenía los suficientes conceptos básicos sobre armas nucleares para reconocer de cuál se trataba. Era una bomba tipo cañón, la clase de armas nucleares más simples y crueles… pero también las más fáciles de construir, transportar y mantener. Otros artefactos nucleares eran instrumentos de precisión, diseñados con desviaciones de tolerancia mínimas, que requerían que todas las partes funcionasen perfectamente, siguiendo una secuencia de sucesos medidos en microsegundos, para conseguir la detonación apropiada.

Las bombas tipo cañón, por su parte, eran instrumentos contundentes que necesitaban poco más que la fuerza bruta para funcionar. Para detonar una, basta con coger dos piezas de uranio enriquecido 235 de una cierta masa total combinada y aplastarlas la una contra la otra, con decisión. Cuando alcanzan la masa crítica, se produce una explosión nuclear. El nombre que las identifica se les puso por el primer ejemplo de este tipo de bomba, la arrojada sobre Hiroshima; literalmente tenía la forma del cañón de una pistola. Por uno de sus extremos salía disparada una bala de uranio hacia una pieza de uranio mayor que la esperaba en el lado opuesto.

La bomba de Yuen era más pequeña y más refinada, pero el principio era exactamente el mismo. Chase suponía que la bala estaba en la base. Una carga explosiva bajo ella la impulsaría hacia arriba como un proyectil, siguiendo las barras metálicas y penetrando en el objetivo de uranio, oculto en el interior de la tapa de acero. Simple, burda… pero efectiva.

Y letal. Si los alardes de Yuen eran correctos, la bomba tenía un rendimiento de quince kilotones… ligeramente más potente que la de Hiroshima. Era suficiente para arrasar el corazón de cualquier ciudad y causar una tormenta de fuego que destrozaría todo edificio que se hallase en varios kilómetros a la redonda, por no hablar de la lluvia radioactiva que produciría.

Volvió a mirar a Sophia.

—¿Para qué quieres tú un arma nuclear, Sophia?

Ella entrecerró los ojos.

—Mi tintorería me estropeó la falda de Prada y quería mostrarle mi descontento.

Chase avanzó hacia ella y casi le pegó la pistola contra la frente.

—¡Dímelo!

—No me vas a hacer daño —le contestó ella, suavemente.

Chase la miró, impasible. La pistola no vaciló ni un milímetro. La incertidumbre empezó a inundar la mirada de Sophia.

—Eddie…

—Se ha acabado, Sophia —le dijo—. Dame tu teléfono. Voy a contactar con las autoridades y después…

Algo hizo que la pistola saliese volando de su mano y cruzase la habitación. Un momento después escuchó el sonido de un rifle supersónico desde el exterior de la estación.

Apretando el puño, Chase buscó al tirador. No había signo de nadie, solo la presa que se extendía por el valle. Dio una voltereta para ser un objetivo más difícil de acertar y trató de recuperar su arma.

Pero antes de llegar hasta ella ya advirtió que era un gesto infructuoso: la Steyr tenía un agujero que la atravesaba justo por encima del gatillo y que había cercenado la unión con el percutor, inutilizándola. Quienquiera que le hubiese arrancado la pistola de su mano de un disparo o bien tenía una suerte increíble… o era un francotirador con una habilidad casi sobrenatural.

Chase cambió de táctica. No tenía armas… y solo había una cosa en la estación que lo podía proteger de una bala de un fusil de alta velocidad.

Retrocedió de un salto el camino que había hecho… y aterrizó detrás de Sophia, que seguía arrodillada. La mano derecha se le había quedado dormida por el impacto, así que le apretó el cuello con la izquierda.

—¡Levántate! —gruñó, obligándola a levantarse.

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