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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (17 page)

—Vale. Nina, te acuerdas de Sophia Blackwood, ¿verdad? Sophia, ¿Nina Wilde?

—Hola de nuevo —dijo Sophia, educadamente.

Nina asintió con desinterés antes de volverse hacia Chase.

—¿Qué está pasando?

—Hector te contó que tuve que ir a Shanghái a coger unos archivos de la AIP robados de la plataforma que se hundió en la Atlántida, ¿no?

—Sí. Dijo que pensabas que los había robado Richard Yuen.

Nina volvió a mirar a Sophia, un tanto acusadoramente.

—Correcto. El tema es que Sophia fue la que me dijo que Yuen tenía los archivos, en primer lugar. Yo fui a China a conseguirlos… y también a rescatarla.

—¿Rescatarla? ¿De qué?

—Mi marido es un hombre muy peligroso —dijo Sophia, acercándose—. No tenía ni idea cuando me convertí en su mujer, por supuesto, pero desde entonces he averiguado algunas cosas sobre él que me hacen desear no haberme casado.

—Pero has hecho un buen trabajo —le dijo Chase—. De otra forma, no habríamos sabido nunca que hundieron nuestra plataforma deliberadamente. Y sea lo que sea lo que tiene planeado, ha sido capaz de ponerlo en práctica sin que nadie se enterase.

—¿Y cuál es su plan, entonces? —preguntó Nina.

Sophia sacudió la cabeza.

—Todavía no estoy segura del todo. Lo único que sé es que al parecer mató a un montón de gente para conseguir los archivos de la AIP sobre la tumba de Hércules… y por lo que se ve, también trató de matarte a ti.

—Creo que voy a tener que tener unas palabras con él —gruñó Chase, apretando los puños.

Sophia le puso una mano sobre el hombro. Nina parpadeó de la sorpresa al ver el gesto.

—Eddie, por favor, no te precipites. Ya viste cuánta seguridad tenía mi marido en Shanghái, y ahora tendrá mucha más.

Chase sonrió con tristeza.

—Confía en mí, no será suficiente. Si hubiera sabido lo que sé ahora cuando me diste aquella nota, habría matado a ese hijo de puta allí mismo, en el barco.

Nina le dio un golpecito en el otro brazo.

—¿Qué nota?

—Cuando estuvimos en la fiesta la otra noche, Sophia me coló una nota en la chaqueta.

—¿Y por qué te la dio a ti, en primer lugar? —dijo Nina mirando a Chase y a Sophia alternativamente—. ¿Sabes? Tengo la impresión de que había algún tipo de hostilidad entre vosotros. Que ahora parece haber desaparecido, por cierto.

Sophia retiró la mano de Chase.

—Oh, tío —musitó él para sí mismo antes de volverse hacia Nina—. De acuerdo, Nina. Esto es lo que hay: Sophia y yo nos conocemos porque… estuvimos casados.

A Nina le llevó un par de segundos conseguir responder.

—¿Qué?

—Voy a hacer el té mientras lo discutís —dijo Sophia, caminando rápidamente hacia el hervidor.

—¿Ella es tu exmujer?

Nina la señaló con una mano, sin poder creérselo.

—¿Lady Blackwood, como creo recordar que me la presentaron? ¿Estuviste casado con… con la… con la realeza?

—¡Ella no es de la realeza! —la corrigió Chase—. Su padre era un lord y después de morir… Mira, yo no sé cómo funciona eso. ¡A mí nunca me importaron esas cosas!

—¿Pero no crees que habría estado bien haberlo mencionado? Ya sabes, al menos de pasada.

—¿Y qué habría cambiado eso? No salió bien, nos divorciamos y no he vuelto a verla hasta la otra noche. A ver, yo tampoco te pregunto sobre todos tus exnovios del pasado.

—Esos eran exnovios, Eddie. No maridos. Hay una pequeña diferencia. ¡Sobre todo si tu ex es miembro de la aristocracia inglesa!

—¡Dios! —Chase se frotó la frente, exasperado—. Vale, ¿quieres saber la razón por la que nunca te hablé de esto? ¡Por si pasaba justo lo que está pasando! Vosotros, los yanquis, siempre andáis presumiendo de lo estupendos que sois porque echasteis a los británicos y porque ahora todo el mundo es igual y todo eso, pero cuando se levanta un tufillo a título ¡empezáis a encogeros y a adularlos como si todavía formaseis parte de las malditas colonias!

—¡No es verdad! —protestó Nina.

—Pero apuesto a que ya te estás comparando con ella, ¿verdad? Estás pensando «Ella es lady Blackwood, no la señora Blackwood o la doctora Blackwood», como si eso significase que, automáticamente, ella es mejor que tú.

—«Ella» está aquí de pie —dijo Sophia con tono helado mientras servía el té.

Chase la ignoró, mirando con intensidad a los ojos de Nina.

—Dime, honestamente, que no te has estado comparando con ella y yo admitiré que me equivoqué al no contarte lo nuestro.

Nina apartó la vista primero, ciñéndose más la bata.

—Tengo que vestirme —dijo ceñuda, retirándose al interior del dormitorio y cerrando la puerta.

—Joder —murmuró Chase en voz baja.

—No quiero ser borde, Eddie —le dijo Sophia, desde el otro lado de la habitación—, pero realmente no has mejorado mucho en lo de apaciguar los ánimos desde que estuvimos casados.

—Cállate… Perdona —añadió al cabo de un momento—. ¡Dios! ¿Por qué no se lo dije? Ya sabía que había estado casado. ¿Por qué entonces no se lo conté todo?

Se dejó caer en el sofá.

Sophia salió de detrás de la barra con dos tazas de té. Colocó una en la mesa, delante de él.

—Porque no te esperabas que saliese el tema. Todo esto es culpa mía. Lo siento.

Chase la miró mientras se sentaba a su lado.

—Bueno, eso es algo en lo que tú sí que has mejorado desde que estuvimos casados. ¿Tú pidiendo perdón?

—Han cambiado un montón de cosas desde entonces —dijo ella, triste—. Y no todas para mejor.

Se quedaron sentados en silencio unos minutos, sorbiendo té. Después levantaron la mirada cuando Nina salió del dormitorio. Vestía unos sencillos vaqueros y una camiseta y llevaba el pelo recogido en una coleta.

—De acuerdo, Eddie —dijo ella, con tono eficiente—, podemos hablar de todo esto después porque ahora mismo tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos. Sophia, te pido disculpas por mi comportamiento hasta el momento.

—No te preocupes —dijo Sophia—. Entiendo que ha sido toda una sorpresa. Lo siento.

—Gracias. A ver… —dijo, sentándose en un sillón, enfrente de ellos—, supongo que ahora debemos averiguar por qué tu marido está tan interesado en la tumba de Hércules.

El Atlántico al alba era un tapiz de azules oscuros, casi iridiscentes, bajo el 747, pero Nina no estaba de humor para apreciar las vistas desde la ventanilla. En lugar de eso, pasaba las páginas del
Hermócrates
(ahora selladas en fundas plásticas y sujetas en una carpeta, nada que ver con el álbum victoriano sólido y pesado en el que se habían conservado hasta entonces) y revisaba sus notas, tratando de ignorar la conversación que tenía lugar en el lado opuesto de la cabina de primera clase.

Ella, Chase y Sophia eran los únicos pasajeros en el compartimento; parecía que los turistas que conformaban la mayoría del pasaje del avión, medio lleno, ya estaban gastando tanto en sus vacaciones de safari africano que los miles de dólares extra requeridos para ir en primera clase eran una extravagancia que no podían permitirse. También eran una extravagancia para la AIP, que en un principio había pagado solo billetes de clase turista a Botsuana. Sophia había conseguido la mejora de categoría con una llamada de teléfono desde el apartamento de Nina, el día antes, tras recibir un duplicado de su tarjeta de American Express negra, que le llevó un mensajero en moto en pocas horas. Según parecía, Yuen no había pensado en cancelar las tarjetas de crédito de su mujer.

A Nina no le quedaba otra que agradecerle ese gesto, porque el gran asiento reclinable le hacía más fácil el trabajo que si hubiese estado encajonada en la clase económica… pero le seguía molestando la presencia de Sophia. Y más cada vez que miraba furtivamente al otro lado de la cabina. Chase y Sophia estaban sentados juntos, hablando en voz baja, con facilidad. De los fragmentos de conversación ocasionales que oía por azar, dedujo que hablaban de su pasado.

El pasado sobre el que Chase nunca se había molestado en hablarle. Apretó la mandíbula al pensarlo y se apartó de ellos todo lo que pudo sin que fuese algo obvio; después, empezó a revisar de nuevo el antiguo texto griego.

Chase, sentado en la ventana opuesta, levantó la vista por encima de Sophia y miró a Nina, que les daba la espalda, enfurruñada. Genial. Se recostó y suspiró.

—¿Nina? —le preguntó Sophia.

—Sí. Oh, por todos los demonios, esto es un lío.

—Es culpa mía. Lo siento.

Chase exhaló despacio.

—No, no lo es. Ya teníamos problemas antes de que llegases.

—¿Qué clase de problemas?

—Los mismos que tuvimos tú y yo —le contestó.

Ella se sorprendió.

—¿A qué te refieres?

—A ver, ella es una doctora… una científica, una intelectual. Sabe de arte, literatura y todo eso; es capaz de hacer el crucigrama del
New York Times
en veinte minutos. ¡Y yo apenas soy capaz de hacer el crucigrama rápido del
Sun
!

—Quizás deberías cambiarte a los sudokus —le sugirió Sophia, en broma.

—Ya sabes a lo que me refiero. Ella es diferente a mí. Muy diferente. Tenemos orígenes diferentes, diferentes líneas de trabajo, nos gusta música diferente y películas y programas de la tele… ¡Ni siquiera somos del mismo país, por el amor de Dios!

—Supongo que al menos nosotros sí teníamos eso en común.

—Aunque no mucho más. —Chase apartó la vista y miró al océano, abajo—. Pero es lo mismo una y otra vez, ¿no? Aparezco como el rescatador, el caballero blanco que le dispara a los malos y salva a la mujer hermosa. Después, cuando empieza a conocerme, a mi yo real, se da cuenta de que no soy el caballero blanco, de que no soy un superhéroe. Soy solo un tío de Yorkshire que es bueno con una pistola y con los puños… y poco más.

Sophia no dijo nada. Después de un rato, Chase la volvió a mirar.

—Sí —continuó—, eso es lo que pensaba. A ti te llevó un tiempo darte cuenta, ¿no? Pero tu padre lo supo desde el principio. No podía soportarme. Pensaba que yo era un soldaducho de mierda, el ligue de medio pelo de su hija.

—Eso no es justo —dijo Sophia.

—¿No? ¿Entonces por qué apenas te habló mientras permanecimos casados? Especialmente sobre su trabajo. Me refiero a que, Dios, tú sabías lo que iba a pasar, ¡pero él no te quiso escuchar cuando estaba enfermo porque estaba cabreado contigo, por mi culpa!

—Y cuando por fin me escuchó, ya era demasiado tarde —dijo Sophia, casi para sí misma.

—Demasiado tarde para nosotros también, ¿no? Y tú no perdiste el tiempo y seguiste con tu vida. Ese cabrón zalamero de la City…

Ella le agarró el brazo.

—Eddie, por favor, no. Ya sé lo que hice. Yo solo estaba… estaba enfadada contigo, y conmigo y con mi padre… Necesitaba desquitarme. Quería hacerle daño a alguien. Y tú eras la persona más fácil. Es algo que lamento profunda, profundamente. Lo siento muchísimo.

Chase permaneció en silencio y evitó mirarla.

—Solo dime una cosa. ¿Por qué me mentiste en lo de la aventura con Jason Starkman?

—¿Respecto a qué?

—Sé que nunca tuvisteis nada. Me lo contó.

Sophia pareció sorprenderse.

—¿Cuándo?

—No importa. Ahora está muerto. Pero me dijo que nunca había pasado nada entre vosotros dos y yo le creí. —La miró fijamente—. ¿Por qué me mentiste, Sophia? Me refiero a que yo ya sabía que habías tenido una aventura. ¿Por qué me dijiste entonces que habías tenido otra con Jasón, con uno de mis mejores amigos?

Ella retiró las manos de su brazo y las apoyó en su regazo, mirando hacia abajo, avergonzada.

—Como ya te he dicho —empezó, y su voz era poco más que un murmullo—, quería hacerte daño. Jason ya se había ido, desertando o lo que fuese; ya no podía contradecirme. Así que… mentí. Ojalá no lo hubiese hecho, pero no puedo cambiar el pasado. Lo siento. De verdad que sí.

Chase la miró en silencio y su cara no mostró ninguna emoción excepto una breve pizca de tristeza en sus ojos. Después apartó la vista y accionó los controles para reclinar su asiento.

—¿Sabes? Estoy reventado —dijo, con voz neutra—. He volado un montón estos últimos días. Me está afectando un poco el desfase horario. Todavía quedan unas cuatro horas antes de aterrizar. Creo que me sentaría bien una siesta.

Se giró sobre un lado, dándole la espalda, y bajó la persiana de la ventana.

—De acuerdo —dijo Sophia, suavemente—. Yo… te dejaré dormir.

Se puso de pie y caminó hacia la parte de atrás de la cabina.

Al otro lado del pasillo, Nina los miró, insegura en cuanto a lo que acababa de pasar… o a cómo se sentía por ello.

Unos diez minutos más tarde, Nina se vio sorprendida por el regreso de Sophia, que traía dos bebidas. Se sentó en el asiento vacío, a su lado.

—Solo es una tónica —le dijo Sophia, ofreciéndole uno de los vasos—. Pensé que el alcohol interferiría con tu trabajo.

—Gracias —dijo Nina automáticamente, cogiéndolo.

Sophia hizo un gesto con el mentón, señalando la carpeta.

—¿Has conseguido encontrar algo nuevo?

—Nada aparte del mapa, que no vale de mucho hasta que tengamos las otras páginas. Hay algunas frases en el texto que sigo convencida de que son algún tipo de pista, pero hasta ahora no he sido capaz de averiguar qué significan.

—Quizás pueda ayudar…

Nina la miró, dubitativa.

—¿Entiendes el griego antiguo?

—Como dije en la fiesta, no es mi especialidad —respondió ella, con una sonrisa forzada—. Pero la historia antigua es una de mis distracciones predilectas. La culpa es de Indiana Jones… Cuando era joven, obligué a mi padre a que me pagara visitas a toda clase de lugares antiguos por el mundo entero, buscando ¡desde las minas del rey Salomón hasta el Jardín del Edén!

—Bueno, pues para mí no es ninguna distracción —le dijo Nina, tratando de no sonar demasiado antipática—, es mi profesión, igual que lo fue para mis padres. Es lo que yo hago.

—Lo entiendo. Pero como te he dicho, no soy una completa ignorante del tema. Y tuve que leerme los
Diálogos
de Platón durante mis estudios en Cambridge, por supuesto.

—Por supuesto —dijo Nina, fríamente.

—De hecho, tener la oportunidad de leer uno recién descubierto es bastante emocionante. A ver, ¿qué has averiguado?

A regañadientes, Nina pasó páginas hasta llegar a la apropiada.

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