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Authors: Andy McDermott

Tags: #Aventuras

La tumba de Hércules (39 page)

—¡Eddie! —chilló ella, con verdadero terror en la voz.

—¡Sea quien sea el que esté ahí fuera, dile que se retire! —le ordenó Chase, arrastrándola consigo para usarla de escudo humano—. Sé que puede verte… ¡díselo!

—¡Si me haces daño, te matará!

—¡Y si no se retira, seré yo quien te mate a ti!

Ninguno de los dos se movió, permanecieron como estatuas durante un par de segundos eternos.

—No lo harás —dijo Sophia, con la voz ahogada pero recuperando su arrogancia anterior—. No podrías. Te conozco demasiado bien…

Chase le apretó la garganta con más fuerza, acallándola.

—Mataste a Mac. Mataste a Nina. Dame una buena razón para dejarte con vida.

—Yo no… maté… a Nina —consiguió decir Sophia.

—¿Qué? —preguntó Chase, aflojando un poco.

—No está muerta. Todavía.

Volvió a apretarle el cuello.

—Ni tú tampoco. Todavía.

—Teléfono —consiguió susurrar Sophia, buscando algo en el bolsillo—. Te lo enseñaré…

La mano derecha de Chase estaba recuperando el tacto lo suficiente como para confirmarle que, efectivamente, estaba sacando un teléfono y no un cuchillo o una pistola. Aligeró la presión en su garganta.

—Adelante.

Sophia levantó el teléfono y tocó la pantalla táctil, que se iluminó. Otro par de toques y entró en la galería de imágenes. Solo había una foto guardada.

A Chase le bastó con ver la imagen en miniatura para saber de quién se trataba, pero eso no refrenó el terrible escalofrío de miedo que lo recorrió cuando Sophia la amplió a pantalla completa.

Nina.

Tenía la cara arañada, una mordaza en la boca y los ojos abiertos de puro pánico. Estaba tumbada de espaldas y su pelo pelirrojo desparramado por el suelo, como si fuese un charco de sangre.

—Si me pasa algo —silbó Sophia—, morirá. No pienses ni por un momento que no lo haré. Acabo de matar a mi propio marido… así que esa trepa pelirroja que te estás tirando no significa nada para mí. Y ahora, suéltame.

Chase no se movió.

—Suéltame, Eddie. Has luchado hasta el final… pero este es el final. La lucha ha terminado. Has perdido.

Con un gruñido de furia y angustia, Chase apartó la mano de su cuello. Sophia se alejó y le dedicó un sonidito arrogante y triunfal mientras se frotaba la garganta.

—Arrodíllate, Eddie. Pon las manos detrás de la cabeza. No queremos darle ningún motivo a mi amigo de ahí fuera para que te vuele uno o dos miembros, ¿verdad?

Chase se puso de rodillas a regañadientes, mirando hacia la presa… Y, por primera vez, vio al francotirador. A su pesar, no pudo evitar sentirse impresionado por la habilidad de tiro de su enemigo. El hombre, una silueta contra el gris pálido de la presa, estaba sobre un mirador a medio camino de la estructura, a más de trescientos cincuenta metros de distancia. Acertarle a una persona desde ahí ya era todo un mérito; alcanzar un punto exacto de esa persona era propio de tiradores de primera categoría.

Sophia marcó un número y levantó el móvil.

—La tengo —dijo—. Pero necesito que alguien venga a recogerme… he tenido algunos problemas con mi exmarido.

Escuchó una pregunta sorprendida al otro lado de la línea y después sonrió.

—No, el otro. No te preocupes, Joe se ocupa de él. Tú manda un coche. Lo más rápido que puedas, gracias.

Colgó y caminó hacia Chase, con cuidado de no cruzarse por delante de la línea de fuego.

—La verdad es que este asunto está saliendo bastante bien —le dijo—. No estaba segura de cómo conseguir que la ñoña de la putita yanqui hiciese lo que quiero, pero ahora que te tengo a ti, bueno…

—No sé yo —dijo Chase, obligándose a permanecer tranquilo y a no morder su anzuelo—. Tal y como estaban las cosas entre nosotros cuando la dejé, seguramente se alegre de perderme de vista.

Sophia sonrió.

—Buen intento. Pero yo te podría contar cómo se siente ella realmente con respecto a ti… y lo que tú sientes por ella. Sabía que no te arriesgarías a que le sucediese nada. Ella haría lo mismo por ti. Que alguien te vuelva loco no significa que no te preocupes por él.

—¿Qué sabes tú de preocuparte por nadie? —le preguntó Chase.

La frase hizo su efecto y la cara de Sophia se endureció. Se giró y se alejó, dejando a Chase fijado en el visor del tirador hasta que apareció un coche fuera y entraron más hombres suyos en la estación.

20

Francia

Tumbado sobre un banco, Chase levantó la vista cuando escuchó pasos que se aproximaban. La bodega no era exactamente una celda, pero carecía de ventanas y la ancha puerta estaba firmemente cerrada. Por las pocas ocasiones en las que se había abierto durante el último día para traerle comida y agua, sabía que había por lo menos dos hombres de Sophia de guardia fuera.

Uno de los pasos pertenecía a Sophia. El taconeo de sus zapatos, ese ritmo presumido, impaciente… lo recordaba demasiado bien. Así que no se sorprendió cuando la puerta se abrió y apareció en el umbral, con un hombre armado a su lado. Era el tirador de la presa, un gigante de piel oscura, musculoso, vestido con un chaleco de cuero negro y unas hileras de pírsines plateados que le recorrían la cabeza rapada.

—Hola, Eddie —dijo Sophia.

Seductora, confiada, de nuevo al mando.

—Hola, putón.

Ella hizo un mohín.

—A ver, Eddie. No hace falta ser infantil. Y menos cuando estoy a punto de reunirte con tu amada.

Chase se sentó.

—¿Está bien?

—¡Claro que sí! Necesito que haga algo por mí, algo que requiere que tenga la mente despejada, por lo que hacerle daño sería contraproducente. De momento, al menos.

Soltó esa amenaza velada sonriendo ligeramente; su compañero, por otra parte, obsequió a Chase con una sonrisa radiante y malévola, revelando un diamante incrustado en uno de sus dientes.

—Por cierto, creo que no te he presentado a mi amigo. Eddie, este es Joe Komosa. Mi ángel guardián, por llamarlo así. Y el tuyo también.

—Llevo un tiempo vigilándote —dijo Komosa, luciendo de nuevo su sonrisa brillante.

—Tú eras el tipo de Botsuana —dijo Chase, recordando la figura que había visto brevemente a través del tragaluz—. En la trituradora, les disparaste a los guardias.

—No podía permitirme perder a Nina cuando aún me resultaba útil, ¿verdad? —explicó Sophia—. Y necesitaba que tú la sacases de la mina y la pusieses a salvo. ¡Pero no esperaba que llegaseis hasta Londres! Y lo de aterrizar en la fábrica en paracaídas… Fue buena idea colocarte un rastreador o nunca habríamos sabido que venías. De todas maneras, todo ha salido perfectamente.

—Excepto para Dick —dijo Chase, sarcásticamente.

—No todos los matrimonios tienen un final de cuento de hadas, tú ya lo sabes. Pero si lo miras por el lado bueno, me lo dejó todo a mí en su testamento.

—Creo que el hecho de que tú lo asesinaras seguramente invalide eso.

Sophia se rió.

—¡Pero si yo no lo maté, Eddie! ¡Fuiste tú!

Chase se puso de pie con brusquedad, haciendo que Komosa levantase el arma rápidamente.

—¿Qué?

—En un ataque de ira y celos. Es bastante romántico, la verdad, aunque de una manera un tanto retorcida. Te pusiste tan furioso cuando te enteraste de que me había casado con Richard que lo perseguiste por dos países diferentes, intentando asesinarlo para recuperarme. Al menos, eso es lo que los testigos de su muerte dirán, una vez que los haya elegido. Este hecho, por supuesto, causará una gran vergüenza en la AIP, sobre todo después de que asesinaras al ministro botsuanés. Algo que, por cierto —añadió—, fue idea de Richard. Yo no tomé parte en eso… Pero, insisto, todo ha salido perfectamente. Después de perder también la plataforma de la Atlántida, no me sorprendería que la ONU decidiese poner freno a sus pérdidas y desmantelar toda la agencia.

—Dejándote así vía libre para buscar la tumba de Hércules sin que nadie se entere, supongo.

Sophia levantó una ceja, condescendiente.

—Buen trabajo, Eddie. Te juro que no estaba segura de que fueses a atar cabos.

—He tenido todo el día para pensarlo.

—Sí, te pido disculpas por ello. El propietario de este
château
… bueno, el copropietario ahora, supongo —le contó, con una sonrisa taimada—, no pudo venir directamente y el resto del día tuvimos que ocuparnos de una cosita. Pero ahora ya tienes toda nuestra atención.

Dio un paso hacia atrás y cruzó la puerta. Komosa le hizo un gesto a Chase con su pistola para que la siguiese. Por primera vez, vio que el inmenso hombre iba desnudo bajo el chaleco y que más hileras de pírsines le recorrían el pecho hasta llegar a la cintura de sus pantalones de cuero. Sendos aros de plata le perforaban los pezones.

—Avanza.

—¿Llegan hasta abajo del todo, Sophia? —le preguntó Chase, señalando con el pulgar las tachuelas brillantes.

—¿Por qué me lo preguntas a mí?

—Me da la impresión de que lo puedes saber, por experiencia.

Sophia simplemente le lanzó una sonrisita sugerente y se alejó.

Komosa levantó la pistola a la altura de la cara de Chase cuando pasó por su lado.

—Muéstrale a la dama el respeto que se merece, ¿eh?

—Eso es lo que he hecho —contestó Chase, sonriendo con frialdad.

Komosa lo golpeó con la culata de la pistola en la sien. Chase se tambaleó y se agarró la cabeza.

—A ver, chicos —los llamó al orden Sophia—, evitemos las actitudes violentas en este día tan especial, ¿vale?

Chase miró a Komosa y señaló con un dedo el aro que perforaba su pezón izquierdo.

—Cuando menos te lo esperes, tío, voy a arrancarte esa cosa de cuajo y extraerte al mismo tiempo el corazón.

El nigeriano solo le sonrió, sarcásticamente, y lo siguió para salir de la habitación.

—¿Y tú a qué te refieres con eso del «día especial»?

Sophia no le contestó y dirigió al grupo hacia un tramo de escaleras que subía hasta un vestíbulo grande y ampuloso. Había más hombres merodeando por los laterales de la habitación, con las manos descansando sobre sus pistolas enfundadas, pero Chase perdió todo el interés en ellos cuando vio a Nina, vestida con unos vaqueros y una camisa caqui, en el otro extremo del vestíbulo.

—¡Eddie!

Nina trató de correr hacia él, pero los guardias que la flanqueaban la empujaron hacia atrás.

El alivio inundó a Chase.

—¡Oh, Dios mío, estás bien, estás bien!

La imagen de Nina en el teléfono de Sophia, su cara paralizada por el miedo, le había acosado sin cesar desde que habían abandonado Suiza.

—Bueno, ahora que ya podemos tachar de la lista el momento del reencuentro —dijo Sophia, con las manos sobre las caderas—, es hora de ponernos a trabajar. Nina, Eddie está sano y salvo; Eddie, Nina está sana y salva. Si pretendéis que la situación se mantenga así, haréis lo que yo os diga.

—Encontrar la tumba de Hércules para ti, ¿no? —dijo Nina, mirando a Sophia con ojos llenos de odio.

—¿Para qué la quieres? —le preguntó Chase—. Ya tienes el dinero de Yuen y una bomba nuclear… ¿qué podrías querer sacar tú de la tumba de Hércules?

—¿Una qué nuclear? —se atragantó Nina.

—En realidad —dijo una voz desde arriba—, se trata más bien de lo que yo deseo.

Nina y Chase levantaron la vista. Unas escaleras curvas subían por cada lado del vestíbulo hacia una balconada. Y allí de pie, en actitud autoritaria, en el centro estaba…

—Bueno, bueno —dijo Nina, fríamente—. René Corvus.

El multimillonario bajó las escaleras.

—Todo lo que ha pasado hasta ahora seguía un plan diseñado por mí —dijo, acercándose a Sophia—. El hundimiento de la plataforma SBX, su descubrimiento de la mina de uranio, hasta el matrimonio de Sophia con Yuen. Todo es parte de mi plan.

Chase estaba sorprendido.

—Espera, ¿tú hundiste la SBX?

—Yo la construí —dijo Corvus—, o, más bien, lo hizo una de mis empresas. Me pareció apropiado que fuese yo mismo quien la destruyera.

Sophia señaló con la barbilla a Komosa.

—De hecho, fue Joe quien hizo los honores.

Komosa mostró su sonrisa de diamante.

—¡Había más de setenta personas en esa plataforma! —gritó Nina.

—Lamentable pero necesario —dijo Corvus—. Como soy un director no ejecutivo de la AIP, sabía que estabas usando el
Hermócrates
para encontrar la tumba de Hércules, pero no tenía acceso a los servidores clasificados de la AIP. Utilizando el vínculo directo por satélite de la plataforma, mi gente pudo conseguir acceder… y el hundimiento de la plataforma eliminó todo rastro de la intrusión.

—Y después hiciste que Yuen pareciese el responsable —dijo Chase—. Y que pareciese que yo lo había asesinado a él.

—Ya había cumplido su propósito —apuntó Sophia, con tanta soltura como si acabara de matar a una mosca—. Ahora todos sus negocios me pertenecen.

—Lo que significa que también me pertenecen a mí —dijo Corvus, sonriendo.

Nina frunció el ceño.

—¿Qué?

Sophia levantó la mano izquierda. Por un momento, Nina pensó que le estaba haciendo un corte de manga… hasta que se dio cuenta de que Sophia levantaba el dedo anular.

Que lucía un anillo nuevo, grande y de diamantes.

—¿Y qué? —dijo Sophia—. ¿No vais a felicitar a la novia?

—¿No me jodas que te has casado con él? —resopló Chase.

—Hace una hora —informó Sophia—. Una pequeña ceremonia civil, nada exagerado.

Corvus deslizó un brazo por la cintura de Sophia.

—Una unión perfecta, la fusión tanto de intereses personales como empresariales. Las compañías de Yuen formarán parte ahora del imperio Corvus. Y Sophia —le sonrió— estará por fin conmigo. He esperado mucho a que llegase este día. No saben lo difícil que ha sido verla casada con otro hombre, aunque fuese algo necesario. —Hizo una pausa—. Bueno, quizás usted sí que lo sepa, señor Chase.


Au contraire
, tío —gruñó Chase, cruzándose de brazos—. Por lo que a mí respecta, quédate con ella y que os den a los dos. Eso sí, acéptame un consejo.

—¿Cuál?

—No le des la espalda. Tiene la costumbre de darles por culo a sus maridos.

Corvus bufó desdeñosamente al tiempo que Sophia lo rodeaba con sus brazos.

—El resentimiento no te pega, Eddie —le dijo—. Y ahora es donde entras tú, Nina. Una boda no es una boda sin una luna de miel. El tema es que, sencillamente, no sabemos adónde ir. Me gustaría que nos ayudases a encontrar nuestro destino. —Su voz se tornó más aguda—. Algún sitio con mucha historia…

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