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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (30 page)

—¡Adiós, Belgarion de Riva! —dijo el rey al borde de las lágrimas—. ¡Y que los dioses tengan a bien concederos la victoria!

—Rogad que así sea.

Garion se giró, haciendo ondular su capa con un gesto algo melodramático, y condujo a sus amigos hacia la pasarela. Al girar la cabeza, se alegró de ver a Durnik abriéndose paso entre la multitud. En cuanto el herrero subiera a bordo, podría dar la orden de levar anclas y evitar así que los saludos gritados a través de la borda se prolongaran demasiado.

Detrás de Durnik venían varios carros cargados con las pertenencias del grupo. Una vez trasladadas al barco, Garion fue a hablar con el capitán, un marino de cabello cano y rostro curtido.

A diferencia de las naves occidentales, cuyas cubiertas de tablones solían estar llenas de arena blancuzca, el alcázar y las barandillas circundantes estaban pintadas con un barniz oscuro y brillante, y las impecables cuerdas colgaban en meticulosos rollos de lustrosas cabillas de maniobra. El orden resultaba casi ostentoso y reflejaba el gran orgullo que el capitán sentía por su embarcación. El propio capitán llevaba una elegante aunque algo raída chaqueta azul —después de todo, estaba en el puerto— y una vistosa gorra azul inclinada con gallardía sobre una de sus orejas.

—Creo que eso es todo, capitán —dijo Garion—. Será mejor que levemos anclas y nos alejemos del puerto antes de que cambie la marea.

—Veo que conoces el mar, joven amo —dijo el capitán con tono de aprobación—. Espero que tus amigos también lo conozcan, pues siempre es difícil llevar hombres de tierra a bordo. Nunca comprenden que no es buena idea vomitar al viento. ¡Soltad amarras! —gritó con voz ensordecedora—. ¡Preparaos para zarpar!

—No hablas igual que los demás habitantes de la isla —observó Garion.

—Sería sorprendente que lo hiciera, jovencito, pues procedo de las islas melcenes. Hace unos veinte años, en mi tierra corrieron desagradables rumores sobre mí, de modo que decidí alejarme por un tiempo y vine aquí. No puedes ni imaginar cómo eran los objetos que esa gente llamaba barcos cuando llegué.

—¿Algo así como castillos flotantes? —sugirió Garion.

—Entonces ¿los has visto?

—En otra parte del mundo.

—¡Desplegad las velas! —gritó el capitán a su tripulación—. Muy bien, joven amo —le dijo a Garion—. Te sacaré de aquí de inmediato y te libraré de esas pomposas muestras de elocuencia. ¿Qué te decía? Ah, sí. Cuando llegué aquí los barcos de Perivor tenían tanto peso en la parte superior que un simple estornudo podía hacerlos volcar. ¿Puedes creer que me llevó cinco años convencerlos de ello?

—Entonces debes de ser muy persuasivo, capitán —rió Garion.

—Un par de duelos con cabillas de maniobra contribuyeron un poco —admitió el capitán—, pero al final, me vi obligado a desafiarlos. Esta gente es incapaz de rechazar un reto, de modo que les propuse una carrera alrededor de la isla. Salieron veinte barcos, y sólo regresó el mío. Entonces comenzaron a escucharme y dediqué los cinco años siguientes a supervisar la construcción de nuevas embarcaciones. Por fin el rey me permitió volver al mar y hasta me nombró barón. No es que me importe, pero creo que hasta tengo un castillo en algún sitio.

Un bronco estruendo de instrumentos de viento llegó desde el puerto. Los caballeros de la corte los saludaban con sus cuernos, al auténtico estilo mimbrano.

—¿No es patético? —dijo el capitán—. No creo que haya un solo hombre en toda la isla capaz de entonar una melodía. —Miró a Garion con admiración—. Me han dicho que os dirigís al arrecife de Turim.

—Korim —corrigió Garion con aire distraído.

—Veo que has estado oyendo a los hombres de tierra, que ni siquiera saben pronunciar bien su nombre. Bueno, antes de resolver dónde quieres desembarcar, envíame a buscar. Hay aguas muy tempestuosas alrededor del arrecife y no es el sitio adecuado para cometer errores. Yo tengo unos mapas bastante precisos.

—El rey nos dijo que no había mapas del arrecife.

El capitán hizo un guiño de complicidad.

—Los rumores que he mencionado hicieron que un par de capitanes intentaran seguirme —admitió—, aunque tal vez «cazarme» sería un término más adecuado. Las recompensas suelen tener esas consecuencias. En cierta ocasión pasaba cerca del arrecife con buen tiempo y decidí hacer algunos sondajes. Nunca está de más tener un escondite en un sitio adonde todos teman acercarse.

—¿Cómo te llamas, capitán?

—Kresca, joven amo.

—Olvida esos formalismos. Puedes llamarme Garion.

—Como quieras, Garion, pero ahora sal de mi alcázar para que pueda sacar esta vieja bañera del puerto.

Aunque su forma de hablar fuera diferente y estuvieran en el otro extremo del mundo, el capitán Kresca se parecía tanto a Greldik, el amigo de Barak, que Garion se sentía seguro a bordo de su barco. El joven bajó a la bodega a reunirse con los demás.

—Hemos tenido suerte —les dijo—. El capitán es melcene, y aunque no le sobran escrúpulos morales, tiene un mapa del arrecife. Es muy probable que sea el único que posea un mapa en estas aguas y me ha prometido asesoramiento para cuando llegue el momento de desembarcar.

—Es muy amable de su parte —dijo Seda.

—Tal vez, aunque creo que su mayor preocupación es no destrozar el fondo de su barco.

—Yo la comparto —dijo Seda—, al menos mientras esté a bordo.

—Vuelvo a la cubierta —dijo Garion—. No puedo permanecer en un sitio mal ventilado el primer día de viaje sin sentir náuseas.

—¿Y tú eres el amo de una isla? —dijo Poledra.

—Sólo necesito acostumbrarme, abuela.

—Por supuesto.

Tanto el cielo como el mar tenían un aspecto amenazador. El denso banco de nubes seguía avanzando desde el oeste, mientras las largas y furiosas olas encrespadas parecían proceder de la costa este de Cthol Murgos. Aunque, como rey de una isla, Garion sabía que aquel fenómeno era frecuente, no pudo evitar sentir una supersticiosa aprensión al comprobar que los vientos de la superficie soplaban hacia el oeste y los de arriba hacia el este, tal como proclamaba el movimiento de las nubes. Había sido testigo de este fenómeno en varias ocasiones, pero esta vez no estaba seguro de que se debiera a causas naturales. Se preguntó qué habrían hecho las dos conciencias eternas si él y sus amigos no hubieran encontrado un barco y tuvo una breve visión del mar que se abría para formar un amplio camino sobre su superficie, un camino lleno de asombrados peces. Cada vez se sentía menos dueño de su destino. Como ya le había sucedido en el viaje a Cthol Mishrak, tuvo la certeza de que las dos profecías lo empujaban hacia Korim para un encuentro que él no había elegido, pero que el mundo entero estaba esperando desde el comienzo de los tiempos. Cuando sus labios estaban a punto de murmurar un lastimero «¿Por qué yo?», Ce'Nedra apareció a su lado y se acurrucó debajo de su brazo, como solía hacer desde aquellos primeros, embriagadores días en que habían descubierto su amor.

—¿En qué piensas, Garion? —le preguntó en voz baja.

Había cambiado la túnica verde de raso que llevaba en el palacio por un práctico vestido de lana gris.

—En nada en particular. Sólo estoy un poco preocupado.

—No tienes motivos para preocuparte. Porque vamos a ganar, ¿verdad?

—Eso aún no ha sido decidido.

—Por supuesto que ganarás. Siempre lo haces.

—Esta vez es diferente, Ce'Nedra —suspiró él—. Pero el encuentro no es lo único que me preocupa. Tengo que elegir un sucesor, que se convertirá en el nuevo Niño de la Luz y quizás en un dios. Si escojo a la persona incorrecta, tendré la responsabilidad de haber creado a un dios nefasto. ¿Te imaginas a Seda como dios? Iría por ahí, hurgando en los bolsillos de otros dioses, o escribiendo chistes subidos de tono en las constelaciones.

—No parece tener el temperamento adecuado para ese oficio —asintió ella—. Me cae bien, pero temo que UL no lo aceptaría. ¿Qué otra cosa te preocupa?

—Tú ya lo sabes. Uno de nosotros no pasará de mañana —respondió Garion.

—No tienes que preocuparte por eso, Garion. Seré yo. Lo he sabido desde el principio.

—No seas ridícula Yo me aseguraré de que no seas tú.

—¿Ah sí, y cómo?

—Simplemente les diré que no haré ninguna elección si te hacen daño.

—¡Garion! —exclamó ella—. ¡No puedes hacer eso! ¡Destruirías el universo!

—¿Y qué? Sin ti, el universo no significaría nada para mí.

—Eso es muy romántico, pero sé que nunca lo harías. Eres demasiado responsable.

—¿Por qué crees que se trata de ti?

—Por las tareas, Garion. Todos tienen la suya e incluso algunos más de una. Belgarath debía descubrir el lugar del encuentro, Velvet tenía que matar a Harakan y Sadi tenía la misión de asesinar a Naradas. Sin embargo yo no tengo ninguna tarea..., aparte de morir.

Entonces Garion decidió hablar con ella.

—Tú también tenías una tarea, Ce'Nedra —le dijo— y la realizaste muy bien.

—¿De qué hablas?

—Tú no puedes recordarlo. Cuando salimos de Kell estuviste somnolienta durante varios días.

—Lo recuerdo perfectamente.

—No se debía al cansancio, sino a que Zandramas estaba manipulando tu mente. Ya lo hizo antes. ¿Recuerdas cuando enfermaste en el camino a Rak Hagga?

—Sí.

—Era otro tipo de enfermedad, pero también ése fue un truco de Zandramas. Hace más de un año que intenta controlarte. —Ce'Nedra lo miró con asombro—. Bueno, cuando salimos de Kell, ella consiguió dormir tu mente. Te internaste en el bosque y creíste encontrar a Arell.

—¿A Arell? Pero si está muerta.

—Lo sé, pero de todos modos creíste que te habías encontrado con ella y que te había entregado a nuestro pequeño. Luego, la supuesta Arell te hizo algunas preguntas y tú las respondiste.

—¿Qué tipo de preguntas?

—Zandramas debía descubrir el lugar del encuentro y no podía ir a Kell, de modo que se hizo pasar por Arell para preguntártelo a ti. Tú le hablaste de Perivor, del mapa y de Korim. Ésa era tu tarea.

—¿Os traicioné? —preguntó ella, alarmada.

—No, salvaste el universo. Es imprescindible que Zandramas esté en Korim en el momento adecuado. Alguien tenía que decirle dónde era y ésa fue tu tarea.

—No recuerdo nada de eso.

—Claro que no, porque tía Pol borró el recuerdo de tu mente. Aunque nada de lo ocurrido fue culpa tuya, si lo hubieras sabido habrías sentido remordimientos.

—Sea como fuere os tracioné.

—Hiciste lo que tenías que hacer, Ce'Nedra. —Garion sonrió con tristeza—. ¿Sabes? Los dos bandos hemos estado intentando hacer lo mismo. Tanto nosotros como Zandramas queríamos encontrar Korim y evitar que lo hiciera el otro, pensando que en ese caso ganaríamos. Sin embargo, es necesario que el encuentro se lleve a cabo para que Cyradis pueda hacer su elección. Las profecías no permitirían que sucediera de otra manera, de modo que todos derrochamos esfuerzos para hacer algo que era imposible. Si nos hubiéramos dado cuenta al principio, nos habríamos ahorrado muchos problemas. Mi único consuelo es que Zandramas se esforzó mucho más que nosotros.

—Todavía estoy segura de que seré yo.

—Tonterías.

—Sólo espero que me dejen abrazar a mi pequeño antes de morir —dijo con tristeza.

—No vas a morir, Ce'Nedra.

—Quiero que te cuides, Garion —dijo ella con firmeza pasando por alto sus palabras—. Come bien, abrígate en invierno y asegúrate de que mi hijo no me olvide.

—¿Quieres parar ya, Ce'Nedra?

—Una última cosa, Garion —continuó ella, implacable—. Después de un tiempo, quiero que te cases otra vez. No quiero que andes por ahí despertando compasión como ha hecho Belgarath en los últimos tres mil años.

—Por supuesto que no. Además, no va a sucederte nada.

—Eso ya lo veremos. Prométemelo, Garion. Tú no sirves para estar solo. Necesitas alguien que te cuide.

—¿Habéis acabado ya con eso? —preguntó de repente Poledra saliendo de detrás del palo de trinquete, con expresión resuelta—. Es todo muy bonito y románticamente melancólico, pero ¿no os parece demasiado dramático? Garion tiene razón, Ce'Nedra, no va a sucederte nada, así que ya puedes guardar todos esos sentimientos nobles para otro momento.

—Yo sé lo que sé, Poledra —dijo Ce'Nedra con obstinación.

—Espero que no te decepciones demasiado cuando te despiertes pasado mañana y descubras que gozas de perfecta salud.

—Entonces ¿quién morirá?

—Yo —respondió Poledra con sencillez—. Lo sé desde hace más de tres mil años, de modo que ya he tenido tiempo de acostumbrarme. Al menos he conseguido pasar un día con mis seres amados antes de irme para siempre. Ce'Nedra, sopla un viento muy frío. Entremos antes de que te resfríes.

—Es igual que tía Pol, ¿verdad? —dijo por encima de su hombro mientras Poledra la conducía escaleras abajo.

—Por supuesto —respondió Garion.

—Veo que ya han empezado —dijo Seda desde un sitio cercano.

—¿A qué te refieres?

—A las efusivas despedidas. Todo el mundo está convencido de que mañana no verá la puesta de sol. Supongo que vendrán a despedirse uno a uno. Quise ser el primero para salir del medio, pero Ce'Nedra me ganó.

—¿Tú? No hay nada que pueda acabar contigo, Seda. Tienes demasiada suerte.

—Yo he hecho mi propia suerte, Garion. No es difícil trampear con los dados. —La expresión del hombrecillo se volvió pensativa—. Hemos pasado muchos buenos momentos juntos, ¿no es cierto? Creo que superan a los malos, y eso es todo lo que puede pedir un hombre.

—Eres tan sensiblero como Ce'Nedra y mi abuela.

—Eso parece y no es propio de mí, pero no sufras, Garion. Si yo tuviera que morir, me ahorraría el mal momento de tomar una decisión muy desagradable.

—¿Ah sí? ¿De qué se trata?

—Sabes lo que pienso del matrimonio, ¿verdad?

—Por supuesto. Has hablado de ello en muchas ocasiones.

—A pesar de todo —suspiró Seda—, creo que deberé tomar una decisión con respecto a Liselle.

—Me preguntaba cuánto tiempo tardarías en descubrirlo.

—¿Lo sabías? —preguntó Seda, sorprendido.

—Todo el mundo lo sabe. Ella se propuso conquistarte y lo consiguió.

—Resulta deprimente que me atrapen cuando estoy a punto de entrar en la vejez.

—Yo no diría tanto.

—Debo de estar loco por pensar algo así —dijo Seda con malhumor—. Liselle y yo podríamos seguir como hasta ahora, pero por alguna razón meterme en su dormitorio en medio de la noche me parece una falta de respeto hacia ella y le tengo demasiado aprecio para hacerle algo así.

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