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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (54 page)

—Yo he tenido la misma idea —admitió Garion—. A menudo me invade esa misma sensación extraña.

—Es natural que la gente vuelva a casa después de un largo viaje, ¿no es cierto? —dijo Belgarath mientras pateaba un gran grumo de nieve.

—No creo que sea tan sencillo, abuelo.

—Yo tampoco —asintió Durnik—. Por alguna razón, esta sensación parece importante.

—Para mí también —confesó Belgarath con una mueca de perplejidad—. Ojalá Beldin estuviera aquí. Él podría explicárnoslo todo en un instante. Por supuesto, ninguno de nosotros entendería su explicación, pero eso no le impediría seguir adelante. —Se rascó la barba—. Se me ha ocurrido algo que podría esclarecer las cosas —dijo con tono dubitativo.

—¿De qué se trata? —preguntó Durnik.

—Garion y yo hemos conversado muchas veces sobre esto en el último año. Ambos notamos que las cosas se repetían una y otra vez. Sin duda nos habrás oído hablar de ello en alguna ocasión. —Durnik asintió—. Los dos llegamos a la conclusión de que las cosas se repetían porque el accidente hacía imposible el futuro.

—Supongo que tiene cierta lógica.

—Sin embargo, ahora eso ha cambiado. Cyradis hizo la elección y el accidente quedó reparado. El futuro ya puede suceder.

—Entonces ¿por qué todo el mundo vuelve al sitio donde comenzó? —preguntó Garion.

—Es lógico, Garion —le dijo Durnik con seriedad—. Cuando algo comienza, aunque sea el futuro, es imprescindible regresar al punto de partida, ¿no crees?

—Supongamos que ésa es la explicación lógica —intervino Belgarath—. Las cosas se detuvieron, ahora comienzan a moverse otra vez y todo el mundo recibe lo que merecía. Nosotros obtuvimos las cosas buenas y el otro bando las malas. Eso prueba que tomamos el camino adecuado, ¿no os parece?

Garion soltó una carcajada.

—¿Qué te causa tanta gracia? —preguntó Durnik.

—Poco antes de que naciera nuestra pequeña, Ce'Nedra recibió una carta de Velvet. Ya ha obligado a Seda a poner fecha para la boda. Sin duda se lo merece, pero puedo imaginarme sus ojos llenos de pánico cada vez que piensa en ello.

—¿Cuándo se casan? —preguntó Durnik.

—El próximo verano. Liselle quiere asegurarse de que todo el mundo está en Boktor para contemplar su victoria sobre nuestro amigo.

—Es una forma muy maliciosa de expresarlo, Garion —le reprochó Durnik.

—Pero muy acertada —sonrió Belgarath. Se llevó la mano al interior de la túnica y extrajo una petaca de barro—. ¿Os apetece un trago para quitaros el frío? —ofreció—. Es ese fuerte brebaje ulgo.

—La abuela no lo aprobará —advirtió Garion.

—Tu abuela no está aquí, Garion. Ahora mismo se encuentra muy ocupada.

Los tres permanecieron en lo alto de la colina, contemplando la granja. El techo de paja estaba cubierto de una espesa capa de nieve y carámbanos de hielo colgaban de los aleros como deslumbrantes piedras preciosas. Las pequeñas ventanas resplandecían con la luz dorada de las lámparas que se filtraba hacia el exterior y caía sobre la montaña de nieve acumulada en el portal. En el cobertizo también se vislumbraban destellos rojizos, procedentes de la fragua donde los hombres habían estado hirviendo innecesarios peroles de agua toda la tarde. Un hilo recto y constante de humo azul se elevaba desde la chimenea y llegaba tan alto que parecía perderse entre las estrellas.

Garion oyó un sonido extraño y tardó un rato en identificarlo. Era el Orbe, que entonaba una melodía de inefable nostalgia.

El silencio era casi palpable y las brillantes estrellas parecían haberse acercado al suelo nevado.

Entonces, un solo grito surgió de la cabaña. Era la voz de un niño, pero no reflejaba la indignación y el disgusto tan comunes en los llantos de los recién nacidos, sino un asombro y una dicha indescriptibles.

El Orbe irradió una suave luz azul y la añoranza de su melodía se trocó en júbilo.

Cuando la canción del Orbe se acabó, Durnik inspiró hondo.

—¿Por qué no bajamos? —preguntó.

—Será mejor que esperemos un poco —sugirió Belgarath—. Primero tendrán que limpiar un poco. Además, Pol necesitará un momento para cepillarse el pelo.

—No me importa que su pelo esté enmarañado —dijo Durnik.

—Pero a ella sí. Esperemos.

Curiosamente, el Orbe había reiniciado su nostálgica melodía. El silencio seguía siendo casi palpable, pero ahora lo rompía de vez en cuando el llanto débil y gozoso del bebé de Polgara.

Los tres amigos aguardaron en lo alto de la colina, formando nubes de vapor con el aliento mientras escuchaban aquellos gritos distantes y agudos.

—Buenos pulmones —le dijo Garion al flamante padre, a modo de felicitación.

Durnik le dedicó una breve sonrisa, aún pendiente del llanto del niño. De repente, una nueva voz se unió a la primera y esta vez la luz del Orbe estalló en un intenso resplandor que tiñó de azul la nieve que los rodeaba y su canción volvió a cobrar un tono triunfal.

—¡Lo sabía! —exclamó Belgarath con alegría.

—¿Dos? —preguntó Durnik—. ¿Gemelos?

—Es hereditario, Durnik.

Belgarath rió y abrazó con fuerza al herrero.

—¿Son niños o niñas? —preguntó.

—¿Qué importancia tiene eso ahora? —dijo el anciano—. Aunque creo que ya podemos bajar a averiguarlo.

Sin embargo, cuando se giraron, notaron que algo extraño ocurría junto a la cabaña. Un rayo de luz de intenso color azul descendió desde el cielo estrellado, seguido por otro de un azul más claro. Cuando los dos haces tocaron la nieve, la cabaña se inundó de luz azul. Luego aparecieron otros rayos de distintas tonalidades: rojo, amarillo, verde, lavanda y otro color que Garion no pudo definir. Por último, un cegador relámpago blanco unió a todos los haces. Como los colores del arco iris, las luces formaban un semicírculo ante la puerta, llenando el cielo de la noche con un manto de parpadeantes destellos multicolores.

Los dioses estaban allí y su canción se unía a la del Orbe para expresar una majestuosa bendición.

Eriond se giró a mirarlos con un sonrisa de indescriptible dicha en su rostro bondadoso.

—Uníos a nosotros —sugirió.

—Todo ha concluido —dijo UL rebosante de alegría—. Todo está bien.

Entonces, alumbrados por el resplandor de los dioses, los tres amigos comenzaron a descender la cuesta nevada de la colina para contemplar un milagro, que, aunque corriente, no dejaba de ser un milagro.

Y por fin, mis pequeños, ha llegado la hora de cerrar el libro.

Habrá otras ocasiones y otras historias, pero este cuento ha terminado.

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