Lanzarote del Lago o El Caballero de la Carreta (2 page)

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Authors: Chrétien de Troyes

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Todavía en el siglo XVI las novelas de caballerías tenían en España un fervoroso público. Desde el emperador Carlos, que, como sus abuelos Isabel y Fernando, o como su rival Francisco I de Francia, dedicaba algún ocio a tal lectura, hasta ese pelotón de rústicos y abigarrados caminantes que se reunían en la venta quijotesca a escuchar con arrobo la lectura que el mesonero hacía de alguna obra caballeresca que la providencia había dejado a su alcance
[7]
. (Según cuenta Cervantes, en el
Quijote
, primera Parte, c.
XXXII
.) Entre los dos extremos, ¡cuántos otros lectores divertían sus horas y extraían de las aventuras y maravillas de esas ficciones una lección personal! Gentes tan inquietas y afanosas como Juan de Valdés, Bernal Díaz del Castillo, Teresa de Cepeda y Ahumada, Ignacio de Loyola, etc. Alonso Quijano era, en cierto modo, la caricatura patológica de un tipo de lector, vuelto ya ridículo por lo extremado, viejo y arruinado, que había existido tiempo atrás.

Gracias a la versión lírica de Tennyson, la materia bretona, con toda su legendaria prosopopeya, revivió en el siglo XIX, con aura romántica renovada. «En Inglaterra, como en los Estados Unidos, el honorable burgués leía con voz sonora a su familia admirada los
Idilios Reales
; Galahad, Lanzarote, Ginebra y el mismo rey Arturo los tenían bajo su hechizo, como habían tenido a los contemporáneos de Malory». «¿Quién habría podido pronosticar la resurrección del culto del rey Arturo y de sus caballeros en la prosaica clase media mercantil de Kensigton en la época victoriana?»
[8]
Como los varones ilustres de la historia antigua, los héroes de la Tabla Redonda eran símbolos de un pasado valioso, que el hombre occidental sentía como herencia irrecusable. Pero en el caso de los caballeros tratábase de figuras surgidas no de la historia sino de la poesía para mayor mérito de la creación literaria.

4

Si, para concluir en breve esta evocación, tuviéramos que escoger al lector más moderno de novelas artúricas, nos decidiríamos, sin vacilación, por T. E. Lawrence. El gran estilista de
Los siete pilares de la sabiduría
, y el intrépido liberador de Arabia, era un devoto lector de Malory. Allá en la remota fortaleza de Azrak, en medio del asolado desierto, en las pausas de las algaras y los conciliábulos, Lawrence releía
La muerte de Arturo
[9]
.

Este personaje ambivalente (escolar de Oxford, arqueólogo erudito y feroz jeque guerrillero) compartía la admiración por las hazañas de los Cruzados y por las de los quiméricos caballeros de la Tabla Redonda. Lawrence habría podido codearse con unos y otros. En su espíritu atormentado y audaz había una fiereza medieval y una sensibilidad ascética. Solitario y fatídico como los héroes artúricos, este último aventurero
[10]
pudo sentir tal vez mejor que ningún otro lector todo el simbolismo poético del estilizado universo caballeresco.

El caballero de la carreta:
temática y personajes

1

De las cinco novelas de Chrétien de Troyes tres destacan por la habilidad y destreza en la composición narrativa, por esa «molt bele conjointure» de la que se enorgullecía el primero de los grandes novelistas de Occidente.
Erec, Cligés, Yvain
son relatos de una notable perfección técnica, en cambio, las otras dos:
El Caballero de la Carreta
y
El Cuento del Grial
quedaron inconclusas, faltas de un final que cerrara la trama definitivamente. En el último caso parece que fue el sorprendente encuentro con la muerte lo que impidió al novelista dar fin al relato. En el caso de
El Caballero de la Carreta
ignoramos el motivo. Sabemos que, de modo enigmático, Chrétien dejó en manos de otro autor la conclusión del texto, en un gesto extraño e inteligente.

Para nosotros la inconclusión de ambas novelas posee una significación poética. Como si el autor hubiera dejado abierta la salida a sus dos personajes más inquietantes: Lanzarote y Perceval. O como si hubiera presentido que una sola novela no podía albergar toda la inquietud mítica de estos héroes peregrinos, apasionados en una aventura inagotable.

El Caballero de la Carreta
y
El Cuento del Grial
coinciden en algunos puntos más. Pero lo fundamental es que una y otra novela se construyen sobre el esquema de la
queste
, la búsqueda esforzada en pos del objeto anhelado, la reina Ginebra o el misterioso Grial, que en una mágica lejanía aguardan al elegido liberador, el protagonista de la aventura redentora. Este esquema novelesco, que recoge el de un prototipo mítico, será de una tremenda resonancia, un éxito furioso en la novela de caballerías, inventado por los novelistas corteses de fines del siglo XII y reimitado por los de los siglos posteriores.

A algunos estudiosos de las novelas artúricas no les parece
El Caballero de la Carreta
una obra bien lograda. Expertos eruditos como J. D. Bruce no vacilan en calificarla como «la más floja novela de Chrétien». Aunque, a la vez, reconozcan que fue «la más influyente»
[11]
. Se podrían recoger en su trama algunas deficiencias de estructura (como esas repetidas aventuras en retahíla, con sus cabos sueltos y sin justificación clara) o psicológicas (el irrealismo y la exageración en las reacciones de los principales personajes), para justificar tal aserto. A esto se contrapone la atmósfera misteriosa y fantasmal de algunos episodios, como una excursión onírica.

Quien cree en esos defectos, los achaca a la violencia con que el novelista se aplica a un tema impuesto (por su patrona, la condesa María de Champaña), con un trasfondo mítico que no comprende bien (el Viaje al Mundo de la Muerte), y con un sentido (la exaltación del adúltero «amor cortés», de abolengo trovadoresco) que contravenía sus ideas sobre la moral caballeresca. Dejamos para luego la discusión en concreto de estos puntos, aquí anotemos sólo que, en efecto, la influencia de la novela no parece depender de la perfección técnica del relato, sino que el encanto parece emanar de la temática misma, del mito arcaico del amante que va al Más Allá a rescatar a la amada de ese «país de donde nadie retorna», y de la progresión ardua de Lanzarote, extático y melancólico, hacia la dama altiva de su amor imposible, la reina Ginebra. La fantástica cabalgada de Lanzarote se hace más insinuante por esa obnubilación amorosa del héroe, sordo al peligro y a la tentación.

En la reinterpretación de la gran novela en prosa en torno suyo, el
Ciclo en prosa
o
Vulgata
, la figura de Lanzarote, peregrino de un amor imposible, se hundirá al fin en la melancolía de un trágico destino. Allí se nos hablará de la infancia y de la vejez del personaje; pero la creación de esta gran figura, «el mejor de los caballeros andantes», con su carácter arriesgado a una pasión fatal, es el gran mérito de la novela de Chrétien; y la desborda.

2

Como
El Cuento del Grial
, también
El Caballero de la Carreta
es una obra de encargo. La trama de Perceval está dedicada a un poderoso conde de Flandes, piadoso cruzado a Tierra Santa. La de Lanzarote se presenta como elaborada en honor de la condesa de Champaña, María, hija de la radiante Leonor de Aquitania. Así el poeta sabía romancear una historia de invocación caballeresca y de fervor religioso para un noble patrón, que se interesaba en la educación (había sido preceptor del rey de Francia) y en la búsqueda de santas reliquias; y, antes, había puesto todo su empeño en una novela de amor para una dama romántica.

Ahora bien, ¿hasta dónde las inclinaciones de su señor mecenas condicionaban la iniciativa y el talento del escritor medieval? He aquí un problema, que se nos presenta de modo destacado en
El Caballero de la Carreta
, a propósito de la famosa declaración de su prólogo (vs. 21-29):

Mes tant dirai je que miauz oevre

Ses comandemanz an ceste oevre

Que satis ne painne que j'i mete.

Del Chevalier de la Charrete

Comance Crestiiens son livre;

Matiere et san l'an done et livre

La contesse, et il s'antremet

De panser si que ríen n'i met

Fors sa painne et s'antancion.

La declaración prologal es bien explícita. La condesa invita con sus requerimientos (
ses comandemanz
) al poeta y le brinda el tema (
matiere
) y el sentido (
san
), para que se aplique a la novela con todo su oficio y su interés. Para varios críticos esta intervención decisoria de la condesa María sería la causa de las imperfecciones de la obra, que Chrétien habría emprendido a su pesar (ya que el adulterio cortés iba en contra de la tesis en favor de la alianza de la caballería y el matrimonio por amor defendida en sus otras novelas); por lo que, al final, habría abandonado por cansancio o desinterés la forzada tarea.

Estos influyentes críticos (G. París, G. Gohen, T. P. Cross, W. A. Nitze, etc.
[12]
) distinguen y disocian el tema y el sentido, para analizarlos por separado. La
matière
era una leyenda céltica de profundas raíces míticas: el descenso del héroe redentor al país de los muertos para rescatarlos a la vida. Desafiaba la infranqueable barrera como Orfeo, en pos de la amada cautiva, raptada como la Reina de Mayo por el ardoroso Rey del Verano, y volvía con ella del misterioso país de donde nadie regresa (
dont nus ne retorne
). Muchos estudiosos (W. Foerster, G. Cohén, M. Roques, St. Hofer, etc.) niegan el interés o la conciencia de Chrétien en el uso de ese trasfondo mítico. Pero, como A. Pauphilet ya apuntaba
[13]
, resulta inverosímil pensar que un poeta sensible y humanista no hubiera percibido esa connotación profunda del tema, que estaba en la mitología antigua y tenía su formulación clásica en el verso de Catulo:

Qui nunc it per iter tenebrosicum

Illuc unde negant rediré quemquam?
[14]

En cuanto a su sentido,
El Caballero de la Carreta
sería el ejemplo novelesco más acabado del
amour courtois
. Sin la ambigüedad y el conflicto trágico de
Tristán e Isolda
, el amor de Lanzarote hacia Ginebra expresaría bien el rigor del servicio a la dama (
Frauendienst
), y la postura sumisa del caballero adorador de su altiva domina, ejemplo de un amor esforzado según el código refinado por los trovadores. No en balde María era la hija de Leonor de Aquitania, hija del primer trovador del Languedoc y soberana de las dos cortes reales más fastuosas de la época. Pretensión de María podía ser emular a su madre en su corte de Champaña, con la esplendidez de su acompañamiento de damas y audacia de sus poetas. Fue a ella a quien dedicó el capellán Andreas el famoso
Tractatus de Amore
, docta teoría del amor cortés, donde se niega el amor entre los esposos, como falto de libertad, y se elogia la pasión ardua y arriesgada del adulterio galante.

Desde luego hay alguna base para fraguar una teoría romántica sobre tales temas, si el crítico tiene afanes novelescos. Se puede hasta fabular una historia de la condesa, sometida a un matrimonio forzado y aburrido, dejándose consolar por fantasías y por el servicio de galantes poetas y teóricos del erotismo, como Chrétien y Andreas, entre su corte de damas, bien dispuestas hacia la poesía y el flirteo. Pero, si uno intenta ser preciso y aproximarse a los datos históricos, el cuadro romántico se disuelve.
El Caballero de la Carreta
se compuso unos ocho años antes que el
Tractatus de Amore
, de modo que difícilmente puede novelar las teorías de aquél. Y de la influencia del círculo intelectual de Champaña sabemos poco; así como de la relación, escasa al parecer, entre María de Champaña y su madre, esposa de Enrique II, en el trono de Inglaterra
[15]
.

3

Ya señala acertadamente J. Frappier que no es conveniente exagerar la obligación del poeta frente a un tema impuesto y aceptado a disgusto. Desde luego Chrétien polemiza en otras obras en contra del amor adúltero a la manera del Tristán, y defiende la compatibilidad del matrimonio por amor y el servicio a la caballería. Había compuesto también una novela sobre el mito tristaniano:
Del roi Marc et d'Yseut la Blonde
, que se nos ha perdido, en ella debió haberse ajustado al esquema tradicional. La situación del
Lancelot
es semejante a la del
Tristán
; el caballero se apasiona por la mujer de su rey y señor feudal, en un amor correspondido. Chrétien evita, en su novela, sondear el conflicto que en
Tristán e Isolda
se plantea trágicamente. Los escritores de la larga versión en prosa no dejarán de hacerlo, magnificando ese adulterio y sus consecuencias trágicas, que abocan a la destrucción de la caballería artúrica. Pero Chrétien no quiso siquiera plantearnos la situación posterior al rescate de Ginebra y la vuelta a la corte. La convención optimista de sus otras obras aquí no podía darse. Tal vez por eso prefirió dejar inconclusa la novela, cuyo final definitivo no podía ser feliz, ya que los tres personajes del triángulo amoroso, Lanzarote, Ginebra y Arturo habían de sentirse desgarrados entre dos lealtades: la fidelidad a un amor imposible y la sujeción a una moralidad y una afección indeclinables.

La novela cobra más relieve si, en contra del parecer tradicional, se atribuye a su autor la elección de la temática y del sentido; es decir la responsabilidad total, dejando al margen las insinuaciones de la condesa. Esta es la opinión de J. Rychner, bien defendida con docta pluma en un par de artículos: «que los famosos versos de
Lancelot
no significan que Chrétíen de Troyes deba a María de Champaña el tema narrativo y la idea dominante de su novela, sino que expresan una amable adulación, según la cual la condesa le da a la vez la ocasión y la capacidad de escribir; o en otros términos: bastaba con que ella expresara tal deseo para que él se aplicara al trabajo y se sintiera inspirado»
[16]
. El novelista conserva así «la entera iniciativa de
su libro
», mientras que la generosidad y la atención de la condesa le permiten dedicarse a él.

4

Creemos, pues, que apostando por una deliberada y consciente intención del novelista puede comprenderse mejor su tratamiento original, a partir de ciertos datos tradicionales —como pueden serlo la expedición heroica al otro Mundo, y el rapto y amor adúltero de la reina Ginebra— que el escritor cortés sabe apropiarse y adaptar a una nueva estructura y un sentido más moderno.

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