En segundo lugar, he estado suponiendo que todos los que han nacido han sobrevivido, y, naturalmente, esto no es así. Todo el mundo ha de morir algún día; con frecuencia, mueren antes de haber engendrado el número de hijos dentro su capacidad; muchas veces incluso antes de haber engendrado ningún hijo.
En resumen, existe igualmente un promedio de fallecimientos y un promedio de nacimientos, y para casi todas las especies y en casi todas las épocas, los dos promedios están bastante equilibrados.
Si, a la larga, el promedio de muertes y de nacimientos es constante, la población de cualquier especie de que se trate permanece estable, pero si el promedio de defunciones alcanza un nivel superior que el de nacimientos, aunque sea muy ligero, la especie disminuye en número y con el tiempo se extingue. Si el promedio de nacimientos es, aunque ligeramente, superior al de muertes, la especie aumentará continuamente.
El promedio de fallecimientos de cualquier especie tiende a elevarse si el medio ambiente se vuelve desfavorable por cualesquiera motivos, y desciende si se torna favorable. La población de cualquier especie tiende a elevarse en los años buenos y a disminuir en los años malos.
Sólo los seres humanos, entre todas las especies que han vivido en la Tierra, poseyeron la inteligencia y la oportunidad para alterar radicalmente su medio ambiente de modo que les favoreciera. Han mejorado su clima por medio del fuego, por ejemplo; aumentado sus provisiones de alimentos mediante el cultivo deliberado de las plantas y la cría de animales; con la invención de las armas, han reducido el peligro de los animales depredadores, y con el desarrollo de la medicina, han reducido el peligro de los parásitos. El resultado ha sido que la Humanidad ha logrado conservar un promedio de nacimientos que, en su conjunto, ha sido más elevado que el promedio de muertes desde que el
Homo sapiens
apareció en el planeta.
El año 6000 a. de JC, cuando la agricultura y el pastoreo estaban todavía en su infancia, la población humana total sobre la Tierra se elevaba a diez millones. En la época de la construcción de la Gran Pirámide, probablemente llegaba a unos cuarenta millones; en tiempos de Homero, a cien millones; en tiempos de Colón, a quinientos millones; en tiempos de Napoleón, a mil millones; en tiempos de Lenin, a dos mil millones. Y ahora, en la década de 1970, la población humana ha llegado a los cuatro mil millones.
Dado que la tecnología tiende a ser acumulativa, la proporción en que la Humanidad ha estado aumentando su dominio sobre el medio ambiente y sobre las formas competitivas de vida, y el promedio de los progresos en su seguridad física, registraron un aumento constante. Esto significa que la disparidad entre el promedio de nacimientos y el de muertes ha favorecido continuamente al primero. Y esto, a su vez, significa que no solamente la población humana está aumentando, sino que lo ha estado haciendo a un promedio continuamente en alza.
En el milenio previo a la agricultura, cuando los seres humanos vivían de la caza y la recogida de alimentos, las provisiones de comida eran exiguas e inseguras, y la Humanidad sólo podía aumentar su número repartiéndose más ampliamente sobre la superficie del planeta. Por entonces, el aumento de la población debía de ser inferior al 0,02 % anual, y seguramente fue preciso un período de más de 35.000 años para que la población humana duplicara su número.
Con el desarrollo de la agricultura y el pastoreo, la seguridad de un suministro de comida más estable y abundante, y otros avances tecnológicos, el promedio de la población empezó a incrementarse, llegando al 0,3 % anual en el año 1700 (duplicado en un período de 230 años) y al 0,5 % anual en el año 1800 (duplicado en un período de 140 años).
La llegada de la Revolución industrial, la mecanización de la agricultura y el rápido avance de la medicina, incrementaron más todavía el promedio de aumento de la población hasta el 1 % anual en 1900 (duplicado en un período de 90 años) y el 2 % anual en la década de 1970 (duplicado en un período de 35 años).
El aumento en ambos, población y promedio de aumento de la población, multiplica el promedio de nuevas bocas a añadir a la Humanidad. Así, en 1800, cuando la población total era de mil millones y el promedio de aumento del 0,5 % anual, eso significaba que cada año había 5 millones más de bocas nuevas que alimentar. En la década de 1970, con la población de cuatro mil millones y el promedio de incremento del 2 % anual, cada año hay ochenta millones más de bocas que alimentar. En ciento setenta años, la población ha aumentado cuatro veces más, pero las cifras adicionales anuales lo hicieron dieciséis veces más.
Aunque estas cifras demuestran el triunfo de la Humanidad sobre el medio ambiente, representan también una terrible amenaza. Una población en declive puede disminuir indefinidamente hasta llegar a la cifra final, cero. Sin embargo, una población en aumento no puede,
en cualesquiera circunstancias,
continuar aumentando de manera indefinida. Llegará el día en que una población en aumento sobrepasará a su provisión de alimento, rebasará los requerimientos de su medio ambiente, excederá de su espacio habitable, y en ese caso, a una velocidad probablemente catastrófica, la situación se invertiría y se produciría una disminución acentuada en la población.
En numerosas especies diferentes se ha observado una situación parecida de exuberancia y declive, especies que se han multiplicado en exceso durante una serie de años en los que el clima y otros aspectos del medio ambiente han favorecido casualmente su desarrollo, para morir después en gran número cuando el inevitable mal año cortó su suministro de alimentos.
Éste es también el inevitable destino de la población con que la Humanidad ha de enfrentarse. La misma victoria que aumenta nuestra población, nos elevará a un nivel en el que no quedará otra alternativa sino la caída, y cuánto más grande sea la altura, tanto más desastrosa la caída.
¿Podremos confiar en que los avances tecnológicos logren eludir el mal en el futuro como lo han logrado en el pasado? No, pues resulta fácil demostrar con absoluta certeza que el promedio actual de crecimiento de la población,
si continúa,
excederá fácilmente, no sólo de cualquier probable avance tecnológico, sino de cualquier avance tecnológico concebible.
Empecemos con el hecho de que la población de la Tierra es de cuatro mil millones en 1979 (en estos momentos ya es algo más) y que el promedio de población es, y continuará siendo, del 2 % anual. Podríamos decir que una población de cuatro mil millones ya es una cifra demasiado elevada a cargo de la Tierra, y dejemos aparte cualquier incremento. Unos quinientos millones de personas, una octava parte del total (principalmente en Asia y África), sufren de inanición crónica y grave, y centenares de miles mueren de hambre cada año. Además, la urgencia de producir cada año más alimentos para dar de comer a más bocas ha obligado a los seres humanos a cultivar tierras marginales, a utilizar pesticidas y abonos, y a un sistema de riego excesivo, alterando cada vez más decisivamente el equilibrio ecológico de la Tierra. En consecuencia, el suelo está siendo erosionado, avanzan los desiertos, y la producción de alimentos (que ha estado aumentando con la población, y hasta algo más aprisa, en estas últimas décadas desesperadas de explosión demográfica), está acercándose a su límite y pronto puede empezar a declinar. En tal caso, el hambre aumentará con el paso de los años.
Por otra parte, alguien podría decir que la escasez de comida es provocada por el hombre, como resultado de despilfarro, deficiencias, avaricia e injusticia. Con unos gobiernos más humanos y mejores, una explotación del suelo más sensata, modos de vida más económicos y distribución más equitativa de la comida, la Tierra podría mantener una población mucho mayor que la actual sin representar una carga excesiva para su capacidad. La mayor cifra que se ha citado es de cincuenta mil millones, es decir doce veces y media la población actual.
Sin embargo, si persiste el actual incremento del 2 % anual, la población mundial se duplicará cada treinta y cinco años. En el año 2014 será de ocho mil millones; en el 2049, será de dieciséis mil millones, y así sucesivamente. Esto significa que manteniéndose el actual promedio de incremento la población de la Tierra llegará a los cincuenta mil millones aproximadamente el año 2100, dentro de ciento veinte años tan sólo. ¿Qué sucederá entonces? Si al llegar a ese punto, sobrepasamos
entonces
la provisión de alimentos, el derrumbamiento repentino será mucho más catastrófico.
Naturalmente, en ciento veinte años la tecnología puede haber inventado nuevos métodos para alimentar a la Humanidad, exterminando todas las restantes formas de vida animal y cultivando vegetales ciento por ciento comestibles y viviendo de esas plantas sin ninguna competencia. De esa manera, la Tierra podría llegar a mantener 1,2 billones, o sea trescientas veces la población actual. Sin embargo, manteniéndose el actual promedio de incremento, se llegará a una población de 1,2 billones en el año 2280, dentro de trescientos años. ¿Qué sucederá entonces?
En realidad, tiene sentido discutir el que una cifra determinada de población pueda mantenerse por medio de ese o aquel avance científico. Una progresión geométrica (exactamente lo que representa el aumento de la población) puede exceder de cualquier número. Veamos los razonamientos.
Supongamos que el peso medio de un ser humano (mujeres y niños incluidos) es de 45 kilogramos (100 libras). En tal caso, la masa total de Humanidad que vive en la Tierra pesaría ciento ochenta mil millones de kilogramos. Este peso se duplicaría cada 35 años a medida que la población se duplicara. A este promedio de aumento, si llevamos la cuestión hasta su extremo, dentro de 1.800 años la masa total de la Humanidad igualaría la masa total de la Tierra. (Este lapso de tiempo no es largo. Únicamente han transcurrido 1.800 años desde la época del emperador Marco Aurelio.)
Nadie puede suponer que la población de la Tierra pueda multiplicarse hasta el extremo de que el planeta sea una bola sólida de carne y sangre humanas. De hecho, esto significa que,
no importa lo que podamos hacer,
es imposible continuar nuestro actual incremento demográfico en la Tierra por más de 1.800 años.
Pero, ¿por qué limitarnos a la Tierra? Mucho antes de que hayan transcurrido esos 1.800 años, la Humanidad habrá llegado a otros mundos y construido colonias espaciales artificiales, los cuales podrían dar alojamiento al exceso de población. Podría pensarse que al invadir el universo, la masa total de carne y sangre humanas podría exceder ciertamente algún día de la masa de la Tierra; sin embargo, ni incluso eso puede oponerse al poder de una progresión geométrica.
El Sol es 330.000 veces más pesado que la Tierra, y la Galaxia es ciento cincuenta mil millones de veces tan pesada como el Sol. En todo el universo puede haber hasta cien mil millones de galaxias. Si suponemos que la galaxia media es tan masiva como la nuestra (una sobreestimación casi cierta, pero sin importancia), en ese caso la masa total de universo es 5.000.000.000.000.000.000.000.000.000 de veces la de la Tierra. Y, no obstante, si la población humana actual continúa incrementándose constantemente a razón de un 2 % anual, la masa total de carne y sangre humanas igualará la masa del universo en poco más de cinco mil años. Este período es aproximadamente el tiempo transcurrido desde la invención de la escritura.
En otras palabras, durante los primeros 5.000 años de historia escrita, hemos llegado a un momento en que de algún modo atiborramos la superficie de un pequeño planeta. Durante los próximos 5.000 años, al promedio actual de incremento no tan sólo habremos acabado con aquel planeta sino con todo el universo.
Por tanto, se deduce que si hemos de evitar adelantarnos y rebasar a nuestros suministros de alimento, nuestros recursos y nuestro espacio, hemos de detener el actual promedio de crecimiento de la población en menos de 5.000 años, aunque nos imaginemos consiguiendo avances tecnológicos hasta los más extraordinarios límites de la fantasía. Y si somos realísticamente honrados en esta cuestión, sabemos que tan sólo queda una posibilidad clara de evitar una catástrofe de quinta clase, empezando a reducir el promedio de crecimiento de la población ¡
inmediatamente!
Pero, ¿cómo? En realidad, es un problema, pues en toda la historia de la vida no ha habido especie alguna que intentara controlar voluntariamente su número
[78]
. Ni la especie humana lo ha intentado. Hasta este momento ha procreado libremente aumentando su población hasta el límite posible.
Para poder controlar ahora la población, es preciso reducir de alguna manera la diferencia entre el promedio de nacimientos y el promedio de muertes, y el creciente predominio del primero sobre el segundo ha de desaparecer. Para llegar a una población estacionaria, o incluso a una población temporalmente decreciente, sólo nos quedan dos alternativas: o bien el promedio de muertes ha de incrementarse hasta que iguale o exceda al de nacimientos, o el promedio de nacimientos ha de disminuir hasta que iguale o sea inferior al promedio de muertes
[79]
.
Aumentar el promedio de las muertes es la alternativa más fácil. Entre todas las especies de las plantas y de los animales, a través de toda la historia de la vida, un aumento repentino y dramático en el promedio de fallecimientos ha sido la respuesta normal a un aumento demográfico que ha llevado la especie a un nivel que a la larga se ha vuelto insoportable. El promedio de muertes se incrementa principalmente como resultado del hambre. El debilitamiento que precede al hambre facilita que los individuos de la especie sean destruidos por enfermedad y también por los depredadores.
En el caso de los seres humanos, durante la pasada historia, podría decirse lo mismo, y si miramos hacia el futuro podemos estar seguros de que nuestra población quedará controlada (si falla todo lo demás) por el hambre, la enfermedad y la violencia, en cualquier caso seguido de la muerte. Esta idea no es nueva, lo que queda demostrado por el hecho de que las cuatro calamidades: hambre, enfermedad, violencia y muerte, están representadas por los cuatro jinetes del Apocalipsis que afligen a la Humanidad en sus días postreros. Sin embargo, es evidente que tratar de solucionar el problema incrementando el promedio de las muertes, es simplemente experimentar una catástrofe de quinta clase en la que la Humanidad se derrumba. Si en la disputa por los últimos residuos de comida y recursos estalla una guerra termonuclear, como medida desesperada, la Humanidad puede, como consecuencia, desaparecer de la Tierra, en una catástrofe de cuarta clase.