Las fábulas de Esopo (10 page)

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Authors: Esopo

Tags: #Cuentos, #Relatos

—¡Ahí tienen!, —les dijo el padre—. Si también ustedes, hijos míos, permanecen unidos, serán invencibles ante sus enemigos; pero estando divididos serán vencidos uno a uno con facilidad.

Nunca olvides que en la unión se encuentra la fortaleza.

192 - El carnicero y los dos jóvenes.

Se hallaban dos jóvenes comprando carne en el mismo establecimiento. Viendo ocupado al carnicero en otro sitio, uno de los muchachos robó unos restos y los arrojó en el bolsillo del otro.

Al volverse el carnicero y notar la falta de los trozos, acusó a los dos muchachos.

Pero el que los había cogido juró que no los tenía, y el que los tenía juró que no los había cogido. Comprendiendo su argucia, les dijo el carnicero:

—Podéis escapar de mí por un falso juramento, pero no escaparéis ante los dioses.

Los falsos juramentos no dejan de serlo aunque se disfracen de verdad.

193 - Los pescadores y las piedras.

Tiraban unos pescadores de una red y como la sentían muy cargada, bailaban y gritaban de contento, creyendo que habían hecho una buena pesca. Arrastrada la red a la playa, en lugar de peces sólo encontraron piedras y otros objetos, con lo que fue muy grande su contrariedad, no tanto por la rabia de su chasco, como por haber esperado otra cosa.

Uno de los pescadores, el más viejo, dijo a sus compañeros:

—Basta de afligirse, muchachos, puesto que según parece la alegría tiene por hermana la tristeza; después de habernos alegrado tanto antes de tiempo, era natural que tropezásemos con alguna contrariedad.

Es rutina de la vida que a buenos tiempos siguen unos malos y a los malos tiempos le suceden otros buenos.

Estemos siempre preparados a estos inesperados cambios.

194 - El pescador y los peces pequeños y grandes.

Un pescador al tirar de la red sacó a tierra los peces grandes, pero no a los pequeños que se le escaparon al mar escurriéndose entre las mallas.

Las personas de poca importancia pueden pasar desapercibidas sin problema, pero las de mucha fama no se escapan del juicio de sus semejantes.

195 - El pescador y el pececillo.

Un pescador, después de lanzar al mar su red, sólo cogió un pececillo. Suplicó éste al pescador que le dejara por el momento en gracia de su pequeñez.

—Cuando sea mayor, podrás pescarme de nuevo, y entonces seré para ti de más provecho, —terminó el pececillo—.

—¡Hombre —replicó el pescador—, bien tonto sería soltando la presa que tengo en la mano para contar con la presa futura, por grande que sea!

Más vale una moneda en la mano, que un tesoro en el fondo del mar.

196 - El pescador flautista.

Un pescador que también tocaba hábilmente la flauta, cogió juntas sus flautas y sus redes para ir al mar; y sentado en una roca saliente, púsose a tocar la flauta, esperando que los peces, atraídos por sus dulces sones, saltarían del agua para ir hacia él.

Mas cansado al cabo de su esfuerzo en vano, dejó la flauta a su lado, lanzó la red al agua y cogió buen número de peces. Viéndoles brincar en la orilla después de sacarlos de la red, exclamó el pescador flautista:

—¡Malditos animales: cuando tocaba la flauta no tenían ganas de bailar, y ahora que no lo hago parece que les dan cuerda!

Muchas veces no actuamos de acuerdo a las circunstancias que nos rodean, sino a destiempo o desubicados. Procuremos siempre estar bien situados.

197 - El pescador y el río revuelto.

Pescaba un pescador en un río, atravesándolo con su red de una a otra orilla; luego, con una piedra atada al extremo de una cuerda de lino, agitaba el agua para que los peces, aturdidos, cayeran al huir entre las mallas de la red.

Lo vio proceder así un vecino y le reprochó el revolver el río, obligándoles a beber el agua turbia; más él respondió:

—¡Si no revuelvo el río, tendré que morirme de hambre!

Igual sucede con las naciones: entre más discordia siembren los agitadores entre la gente, mayor será el provecho que obtendrán.

Forma siempre tu propia opinión y no vayas a donde te quieran empujar otros sin que lo hayas razonado.

198 - El tocador de cítara.

Un tocador de cítara sin talento cantaba desde la mañana a la noche en una casa con las paredes muy bien estucadas.

Como las paredes le devolvían el eco, se imaginó que tenía una voz magnífica, y tanto se lo creyó, que resolvió presentarse en el teatro; pero una vez en la escena cantó tan mal, que lo arrojaron a pedradas.

No seamos nosotros jueces de nosotros mismos, no vaya a ser que nuestra parcialidad nos arruine.

199 - El orador Demades.

El orador Demades hablaba un día a los ciudadanos de Atenas, mas como no prestaban mucha atención a su discurso, pidió que le permitieran contar una fábula de Esopo. Concedida la demanda, empezó de este modo:

—Demeter, la golondrina y la anguila viajaban juntas un día; llegaron a la orilla de un río; la golondrina se elevó en el aire, la anguila desapareció en las aguas.. y aquí se detuvo el orador.

—Y ¿Demeter..? —le gritaron—. ¿Qué hizo…?

—Demeter montó en cólera contra vosotros —replicó—, porque descuidáis los asuntos de Estado para entreteneros con las fábulas de Esopo.

Eso sucede entre la gente: prefieren darle atención únicamente al placer dejando de lado las cosas realmente necesarias.

Cuidémonos de no caer en ese error.

Compartamos equilibradamente el deber y el placer.

200 - Bóreas y el sol.

Bóreas y el Sol disputaban sobre sus poderes, y decidieron conceder la palma al que despojara a un viajero de sus vestidos.

Bóreas empezó de primero, soplando con violencia; y apretó el hombre contra sí sus ropas, Bóreas asaltó entonces con más fuerza; pero el hombre, molesto por el frío, se colocó otro vestido. Bóreas, vencido, se lo entregó al Sol.

Este empezó a iluminar suavemente, y el hombre se despojó de su segundo vestido; luego lentamente le envió el Sol sus rayos más ardientes, hasta que el hombre, no pudiendo resistir más el calor, se quitó sus ropas para ir a bañarse en el río vecino.

Es mucho más poderosa una suave persuasión que un acto de violencia.

201 - Los viandantes y el cuervo.

Viajaban unas gentes para cierto asunto, cuando encontraron a un cuervo que había perdido un ojo.

Volvieron hacia el cuervo sus miradas, y uno de los viandantes aconsejó el regreso, pues en su opinión hacerlo era lo que aconsejaba el presagio. Pero otro de los caminantes tomó la palabra y dijo:

—¿Cómo podría este cuervo predecirnos el futuro si él mismo no ha podido prever, para evitarlo, la pérdida de su ojo?

Quien no puede cuidar de sí mismo, menos indicado está para aconsejar al prójimo.

202 - Los viandantes y el hacha.

Caminaban dos hombres en compañía. Habiendo encontrado uno de ellos un hacha, el otro dijo:

—Hemos encontrado un hacha.

—No digas —repuso el primero— "hemos encontrado", sino: "has encontrado".

Instantes después fueron alcanzados por el hombre que había perdido el hacha; y el que la llevaba, al verse perdido, dijo a su compañero:

—Estamos perdidos.

—No digas —replicó éste— "estamos perdidos", sino: "estoy perdido", porque cuando encontraste el hacha no me has admitido como parte en tu hallazgo.

Si no estamos dispuestos a compartir nuestros éxitos, tampoco esperemos que nos soporten en la desgracia.

203 - Los viandantes y el oso.

Marchaban dos amigos por el mismo camino. De repente se les apareció un oso.

Un se subió rápidamente a un árbol ocultándose en él; el otro, a punto de ser atrapado, se tiró al suelo, fingiéndose muerto.

Acercó el oso su hocico, oliéndole por todas partes, pero el hombre contenía su respiración, por que se dice que el oso no toca a un cadáver.

Cuando se hubo alejado el oso, el hombre escondido en el árbol bajó de éste y preguntó a su compañero qué le había dicho el oso al oído.

—Que no viaje en el futuro con amigos que huyen ante el peligro —le respondió—.

La verdadera amistad se comprueba en los momentos de peligro.

204 - Los sacerdotes de Cibeles.

Unos sacerdotes de Cibeles tenían un asno al que cargaban con sus bultos cuando se ponían en viaje.

Un día por fatiga se murió el asno, y desollándolo, hicieron con su piel unos tambores, de los cuales se sirvieron.

Habiéndoles encontrado otros sacerdotes de Cibeles, les preguntaron que dónde estaba su asno.

—Muerto —les dijeron—; pero recibe más golpes ahora que los que recibió en su vida.

Mucha gente dice haberse retirado de su hábito, pero no se da cuenta de que su hábito no se retiró nunca de él.

205 - El jardinero y el perro.

El perro de un jardinero había caído en un pozo.

El jardinero, por salvarle, descendió también. Creyendo el perro que bajaba para hundirlo más todavía, se volvió y le mordió.

El jardinero, sufriendo con la herida, volvió a salir del pozo, diciendo:

—Me está muy bien empleado; ¿quién me llamaba para salvar a un animal que quería suicidarse?

Cuando te veas en peligro o necesidad, no maltrates la mano de quien viene en tu ayuda.

206 - El jardinero y las hortalizas.

Un hombre se detuvo cerca de un jardinero que trabajaba con sus legumbres, preguntándole por qué las legumbres silvestres crecían lozanas y vigorosas, y las cultivadas flojas y desnutridas.

—Porque la tierra —repuso el jardinero—, para unos es dedicada madre y para otros descuidada madrastra.

Del interés que se ponga en un asunto, así se desarrollará y así será el fruto que se recoja.

207 - Diógenes de viaje.

Yendo de viaje, Diógenes el cínico llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acercó a Diógenes, lo subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.

Quedó allí Diógenes, reprochándose su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río, fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre y le dijo:

—No tengo que agradecerte ya tu servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.

Cuando servimos por igual a personas de buen agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos.

Pero no debemos desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.

208 - Diógenes y el calvo.

Diógenes, el filósofo cínico, insultado por un hombre que era calvo, replicó:

—¡Los dioses me libren de responderte con insultos!. ¡Al contrario, alabo los cabellos que han abandonado ese cráneo pelado!

Si regalamos un insulto, no esperemos de regreso un regalo menor.

209 - El labrador y el águila.

Encontró un labrador un águila presa en su cepo, y, seducido por su belleza, la soltó y le dio la libertad.

El águila, que no fue ingrata con su bienhechor, viéndole sentado al pie de un muro que amenazaba derrumbarse, voló hasta él y le arrebató con sus garras la cinta con que se ceñía su cabeza.

Se levantó el hombre para perseguirla. El águila dejó caer la cinta; la tomó el labriego, y al volver sobre sus pasos halló desplomado el muro en el lugar donde antes estaba sentado, quedando muy sorprendido y agradecido de haber sido pagado así por el águila.

Siempre debemos ser agradecidos con nuestros bienhechores y agradecer un favor con otro.

210 - El labrador y el árbol.

En el campo de un labriego había un árbol estéril que únicamente servía de refugio a los gorriones y a las cigarras ruidosas.

El labrador, viendo su esterilidad, se dispuso a abatirlo y descargó contra él su hacha.

Suplicáronle los gorriones y las cigarras que no abatiera su asilo, para que en él pudieran cantar y agradarle a él mismo. Más sin hacerles caso, le asestó un segundo golpe, luego un tercero.

Rajado el árbol, vio un panal de abejas y probó y gustó su miel, con lo que arrojó el hacha, honrrando y cuidando desde entonces el árbol con gran esmero, como si fuera sagrado.

Mucha gente hay que hace un bien sólo si de él recoge beneficio, no por amor y respeto a lo que es justo.

Haz el bien por el bien mismo, no porque de él vayas a sacar provecho.

211 - El labrador y la fortuna.

Removiendo un labrador con su pala el suelo, encontró un paquete de oro. Todos los días, pues, ofrendaba a la Tierra un presente, creyendo que era a ésta a quien le debía tan gran favor.

Pero se le apareció la Fortuna y le dijo:

—Oye, amigo: ¿por qué agradeces a la Tierra los dones que yo te he dado para enriquecerte? Si los tiempos cambian y el oro pasa a otras manos, entonces echarás la culpa a la Fortuna.

Cuando recibamos un beneficio, veamos bien de donde proviene antes de juzgar indebidamente.

212 - El labrador y la serpiente.

Una serpiente se acercó arrastrándose a donde estaba el hijo de un labrador, y lo mató.

Sintió el labrador un dolor terrible y, cogiendo un hacha, se puso al acecho junto al nido de la serpiente, dispuesto a matarla tan pronto como saliera.

Asomó la serpiente la cabeza y el labrador abatió su hacha, pero falló el golpe, partiendo en dos a la vecina piedra.

Temiendo después la venganza de la serpiente, se dispuso a reconciliarse con ella; más ésta repuso:

—Ni yo puedo alimentar hacia ti buenos sentimientos viendo el hachazo de la piedra, ni tú hacia mí contemplando la tumba de tu hijo.

No es tarea fácil deshacer grandes odios.

213 - El labrador y la víbora.

Llegado el invierno, un labrador encontró una víbora helada de frío. Apiadado de ella, la recogió y la guardó en su pecho. Reanimada por el calor, la víbora, recobró sus sentidos y mató a su bienhechor, el cual, sintiéndose morir, exclamó:

—¡Bien me lo merezco por haberme compadecido de un ser malvado!

No te confíes del malvado, creyendo que haciéndole un favor vas a cambiarle su naturaleza.

214 - El labrador y los perros.

Aprisionó el mal tiempo a un labrador en su cuadra.

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