Read Las fábulas de Esopo Online

Authors: Esopo

Tags: #Cuentos, #Relatos

Las fábulas de Esopo (19 page)

Los prejuicios son la base de grandes errores.

377 - El cazador y el jinete ladrón.

Un cierto cazador, habiendo cogido con su lazo a una liebre, la colocó sobre sus hombros y se dirigió a su casa. En el camino encontró a un hombre a caballo que le pidió le vendiera la liebre.

Sin embargo, cuando el jinete tuvo en sus manos la liebre, corrió en el caballo tan lejos y tan rápido como pudo. El cazador lo persiguió, seguro de que lo alcanzaría, pero el jinete aumentaba cada vez más la distancia entre ellos.

El cazador, profundamente contra su voluntad, le gritó diciéndole:

—¡Llévatela contigo! pues ahora la liebre será mi regalo para ti.

Cuando definitivamente no se puede remediar una situación indeseada, aceptarla con resignación es la mejor decisión.

378 - El hijo del rey y el león pintado.

Un rey, cuyo único hijo era aficionado a ejercicios marciales, tuvo un sueño en el cual fue advertido que su hijo sería matado por un león.

Temeroso de que el sueño se hiciera realidad, construyó para su hijo un agradable palacio, y para su diversión embelleció las paredes con dibujos de todas las clases de animales de tamaño natural, entre los cuales estaba el de un león. Cuando el joven príncipe vio esto, y al ser confinado adentro, su pena explotó, y estando de pie cerca del dibujo del león, dijo:

—¡Oh usted, el más detestable de los animales! por un sueño intimidante de mi padre, y por lo que él vio en su sueño, he sido encerrado en este palacio como si yo fuera un malvado. ¿Qué haré ahora?

Terminando estas palabras, y sin más pensarlo, estiró sus manos hacia un árbol de espinas, tratando de cortar un palo de sus ramas de modo que pudiera golpear al león. Pero una de las espinas del árbol perforó su dedo y le causó un gran dolor e inflamación, de modo que el joven príncipe cayó en un desvanecimiento. Una fiebre violenta de repente se apoderó de él, y murió no muchos días más tarde.

Afrontemos con paciencia y buen conocimiento nuestros problemas, buscando una solución correcta y no con desesperación y enojo.

Obtendremos así mejores resultados.

379 - Las cabras y sus barbas.

Las cabras, que habían obtenido su barba por una petición a Zeus, produjo que los cabros quedaran profundamente disgustados y se quejaban de que las hembras los igualaran en dignidad.

—Permítales —dijo Zeus—, de que ellas disfruten de un honor vacío y de que asuman la insignia de su noble sexo, en tanto que ellas no los igualarán a ustedes en fuerza o coraje.

No importa si otros se parecen exteriormente a nosotros, si conocemos muy bien las diferencias en las cualidades interiores.

380 - El camello y su conductor.

Un conductor de camellos, después de completar la carga de su camello, le preguntó que le gustaría más: subir la colina o bajarla. La pobre bestia contestó, con muy buena razón:

—¿Por qué me lo pregunta? ¿Es que el camino plano por el desierto está cerrado?

Burlarse del débil, creyéndole ignorante, no es una noble actitud.

381 - El molinero, su hijo y su asno.

Un molinero y su hijo llevaban su asno a una feria en la ciudad vecina para venderlo. Ellos no habían andado muy lejos cuando se encontraron con un grupo de mujeres alrededor de un pozo, hablando y riéndose.

—¡Miren eso! —gritó una de ellas—, han visto alguna vez a semejantes compañeros, andar con dificultad a lo largo del camino a pie cuándo podrían montar sobre el asno?

El anciano, que oyó aquello, rápidamente hizo montar a su hijo sobre el asno, y siguió andando alegremente a su lado. Poco después toparon con unos ancianos que discutían entre ellos.

—¡Ahí está! —dijo uno del grupo—, demuestra lo que yo les decía. ¿Cuál respeto hay para la vejez en estos días? Vean ustedes esa ociosa tranquilidad juvenil mientras su viejo padre tiene que andar. ¡Baje usted, agraciado joven, y deje al anciano descansar sus cansados miembros!

Por aquellas palabras, el anciano hizo a su hijo desmontarse, y montarse él mismo. Y siguiendo adelante, no habían llegado muy lejos cuando encontraron un grupo de mujeres y niños:

—¿Por qué, usted, viejo perezoso —gritaron varios a la vez—, puede montar sobre la bestia, mientras a ese pequeño pobre chaval le cuesta seguir el ritmo al lado de usted?

El Molinero bondadoso inmediatamente tomó a su hijo y lo montó detrás de él. Y ya ahora casi habían alcanzado la ciudad.

—¡Dios con ustedes, buenos amigos! —dijo un ciudadano—, ¿es ese asno de ustedes?

—Sí contestó al anciano—.

—¡Oh, no lo habría pensado así! —dijo el ciudadano—, y a propósito, veo que ustedes van encima de él. ¿Por qué ustedes dos juntos, no llevan a la bestia sobre ustedes, y no ustedes sobre ella?

—Podríamos complacerle —dijo el anciano—; lo intentaremos.

De este modo, bajando ambos del asno, le ataron juntas las piernas, y con la ayuda de un poste lo llevaban en sus hombros. Cerca de la entrada de la ciudad pasaron sobre un puente. Esta vista divertida atrajo a la gente en muchedumbres para reírse, y hasta el asno, no gustando del ruido ni del manejo extraño al cual era sujeto, rompió las cuerdas que lo ligaban y, cayendo del poste, todos fueron a dar al río.

Por todo esto, el anciano, fastidiado y avergonzado, decidió que lo mejor era regresar a casa otra vez, convencido de que procurando complacer a cada uno, en realidad no había complacido a nadie, y además de que perdió la oportunidad de vender a su asno.

Toma tus decisiones con tu mejor parecer, no con el parecer ajeno.

382 - El cuervo y la oveja.

Un cuervo, acostumbrado a molestar, se asentó al dorso de una oveja. La oveja, muy en contra de su voluntad, la llevó de uno a otro lado durante mucho tiempo, y por fin dijo: —Si usted hubiera tratado a un perro de esta manera, habría sido su postre en sus dientes agudos. A esto el cuervo contestó:

—Desprecio al débil y cedo ante el fuerte. Sé a quien puedo intimidar y a quien debo adular; así prolongo mi vida a una vejez buena.

Quien no tiene propósitos definidos para su vida, sólo puede vivir bajo las sombras ajenas.

383 - La perdiz y el cazador.

Un cazador de aves agarró una perdiz y estaba a punto de matarla. La perdiz seriamente le pidió que le perdonara su vida, diciendo:

—Le suplico, mi amo, que me permita vivir y le atraeré muchas otras perdices como recompensa por su piedad para mí.

El cazador contestó:

—Pues ahora con menos escrúpulos tomaré su vida, porque usted quiere salvar la suya a costa de engañar a sus amigos y familiares.

Los traidores a su propia naturaleza, tarde o temprano, siempre son despreciados por quienes les llegan a conocer, sean amigos o enemigos.

384 - La pulga y el hombre.

Un hombre, muy enojado con una pulga, la agarró por fin, y le dijo:

—¿Quién es usted que se atreve a alimentarse de mis miembros, y darme tanto problema para poder atraparle?

La pulga contestó:

—¡Oh mi estimado señor, le ruego conserve mi vida, y no me destruya, ya que realmente no puedo hacerle mucho daño!

El hombre, entre risas, contestó:

—Ahora ciertamente usted morirá por mis propias manos, para no sufrir yo ningún mal, sea este pequeño o grande, y no tener que tolerarlo.

Quien hace algún daño, debe de estar preparado a sufrir sus consecuencias.

385 - Los viajeros y el árbol frondoso.

Dos viajeros, desgastados por el calor del sol del verano, se posaron al mediodía bajo las amplias ramas de un frondoso árbol. Mientras descansaban bajo su sombra, uno de los viajeros dijo al otro:

—¡Que singularmente inútil es este árbol frondoso! Veo que no da ningún fruto, y no creo que le sirva ni un poquito al hombre

El árbol frondoso, interrumpiéndole, le dijo:

—¡Ustedes compañeros desagradecidos! ¡Recibiendo ventajas de mí frondosidad y descansando bajo mi sombra, y se atreven a describirme como inútil y poco servicial!

Siempre hay que saber valorar y agradecer los bienes recibidos. Pequeños o grandes, todos son para nuestro beneficio.

386 - El hombre rico y el curtidor.

Un hombre rico se mudó a vivir cerca de un curtidor, e incapaz de aguantar el olor desagradable de la curtiduría, presionó a su vecino para que se marchase de la vecindad.

El curtidor aplazaba su salida una y otra vez, diciendo siempre que él se marcharía pronto. Pero como todavía se seguía quedando y no se marchaba, con el paso del tiempo, el hombre rico se acostumbró al olor, y no sintiendo ya más la molestia, no hizo de nuevo ninguna queja adicional.

La persistencia de una situación dada, la llega a hacer imperceptible.

387 - Las mulas y los ladrones.

Dos mulas bien cargadas con paquetes andaban con dificultad por el camino. Una cargaba sacos con dinero, y la otra llevaba granos.

La mula que llevaba el dinero andaba con la cabeza erguida, como si supiera del valor de su carga, y movía de arriba abajo las campanas sonoras sujetadas a su cuello. Su compañera seguía con el paso tranquilo y silencioso.

De repente unos ladrones se precipitaron sobre ellas desde sus escondrijos, y en la riña con sus dueños, la mula que llevaba el dinero fue herida con una espada, y avariciosamente tomaron el dinero sin hacer caso del grano.

La mula que había sido robada y herida se lamentó sus desgracias. La otra contestó:

—Estoy en efecto muy contenta de que fui despreciada, pues no he perdido nada, y tampoco me hicieron daño con herida alguna.

La ostentación bulliciosa de la riqueza sólo trae desventuras.

388 - La pantera y los pastores.

Una pantera, por alguna desgracia, cayó en un hoyo. Varios pastores la descubrieron, y algunos lanzaron sobre ella palos y piedras, mientras que otros, movidos por la compasión hacia quien va a morir, y sabiendo que no podría hacerles ningún daño, le lanzaron algún alimento para prolongar su vida. Por la noche todos volvieron a casa, sin pensar en cualquier peligro, pero suponiendo que por la mañana la encontrarían muerta.

La pantera, sin embargo, habiendo recuperado su fuerza, se liberó con un repentino salto del hoyo, y se apresuró a su guarida con pasos rápidos.

Después de unos días ella regresó y mató al ganado, y, matando también a los pastores que la habían atacado, rugió con enojada furia.

Entonces aquellos que le habían salvado su vida, temiendo por su seguridad, le ofrecieron sus animales y pidieron sólo que les respetara sus vidas. La pantera les dio esta respuesta:

—Recuerdo tanto a aquellos que buscaron terminar mi vida con palos y piedras, como a aquellos que me dieron el alimento con su buena voluntad, por lo tanto, dejen sus temores. Vuelvo como una enemiga sólo con los que me hirieron.

El mal que se hace, tarde o temprano, regresa a su autor.

389 - El asno y el caballo de guerra.

Un asno congratuló a un caballo por ser tan generosamente alimentado y cuidado, mientras que él mismo tenía apenas lo mínimo para comer y además le correspondía hacer un trabajo difícil. Pero cuando la guerra estalló, un soldado pesadamente armado montó al caballo, y llevándolo al campo de batalla, lo introdujo en medio del enemigo. El caballo fue herido y cayó muerto en el campo de batalla. Entonces el asno, viendo todas estas cosas, cambió de opinión, y compadeció al caballo.

Cuando no se conocen todos los aspectos de una situación, se la juzga incorrectamente.

390 - El hombre calvo y la mosca.

Un mosquito, para alimentarse, se posaba sobre la cabeza desnuda de un hombre calvo, quien procurando destruirlo, se dio una pesada palmada. Huyendo, el mosquito dijo en tono burlón:

—Usted, que ha buscado venganza, hasta con la muerte, por la presencia de un insecto diminuto, vea qué daño se ha hecho por añadir su propio insulto a la herida.

El hombre calvo contestó:

—Puedo hacer fácilmente la paz conmigo, porque sé que yo no tenía ninguna intención de dañarme. Pero en cuanto a usted, un insecto mal favorecido y desdeñable que se deleita con sorber la sangre humana, lamento que yo no pudiera haberle matado aun si yo hubiera incurrido en una pena más pesada.

Muchas veces, por no pensar en defendernos con un plan adecuado, el daño nos lo hacemos nosotros mismos.

391 - El aceituno y la higuera.

El aceituno ridiculizaba a la higuera porque, mientras él era verde todo el año, la higuera cambiaba sus hojas con las estaciones. Un día una nevada cayó sobre ellos, y, estando el aceituno lleno de follaje, la nieve cayó sobre sus hojas y con su peso se quebraron sus ramas, despojándolo inmediatamente de su belleza y matando al árbol. Pero al estar la Higuera desnuda de hojas, la nieve cayó directamente a la tierra, y no la perjudicó en absoluto.

No debemos burlarnos de las cualidades ajenas, pues las nuestras pueden ser inferiores.

392 - El águila y el milano.

Un águila, abrumada con una pena, se sentó sobre las ramas de un árbol en compañía de un Milano.

—¿Por qué —dijo que el Milano—, tienes una mirada tan pesarosa?

—Busco —contestó ella—, un compañero conveniente para mí, y no he sido capaz de encontrarlo.

—Acéptame —respondió el Milano—, soy mucho más fuerte que tú.

—¿Y cómo eres capaz de asegurar los medios de vida por medio de los raptos?

—Bien, yo a menudo he capturado y llevado a un avestruz en mis garras.

El águila, persuadida por estas palabras, lo aceptó como su compañero.

Poco después de las nupcias, el águila dijo:

—Vuela y tráeme el avestruz que me prometiste.

El milano, elevándose a lo alto en el aire, regresó con el ratón más lamentable posible, apestando por el tiempo que había estado sobre los campos.

—¿Es esta —dijo el Águila—, la realización fiel de tu promesa a mí?

El milano contestó:

—Por alcanzar tu mano real, no hay nada que yo no hubiera prometido, por más que yo supiera que podría fallar en la realización.

Para quien está decidido a alcanzar un objetivo deshonestamente, no le importa hacer promesas falsas.

393 - El asno y su amo.

Un asno, conducido a lo largo de un camino en la montaña, de repente resbaló y empezó a caer al borde de un precipicio profundo. Mientras él estaba en el acto de abandonarse al abismo, su dueño lo agarró por la cola, procurando regresarlo. Cuando el asno persistió en su esfuerzo de dejarse ir abajo, el hombre lo soltó y dijo:

Other books

Nevernight by Jay Kristoff
Alien Hunter: Underworld by Whitley Strieber
The Protector's War by S. M. Stirling
Lost Bear by Ruby Shae
SexedUp by Sally Painter
Swan's Way by Weyrich, Becky Lee
Surge Of Magic by Vella Day
The Time Paradox by Eoin Colfer
Notes to Self by Sawyer, Avery