Las hijas del frío (40 page)

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Authors: Camilla Läckberg

—¡Nadie puede entrar en mi casa! ¡Es mía!

—Tenemos una orden —dijo uno de los policías en un intento de razonar con él serenamente—. Tenemos que hacer nuestro trabajo, así que déjenos entrar.

—No, lo único que quieren es desordenarlo todo.

Morgan extendió los brazos más aún.

—Te prometemos que tendremos cuidado y que armaremos el menor jaleo posible. Aunque sí que tendremos que llevarnos algunas cosas como el ordenador, si es que tienes.

Morgan interrumpió al policía con un aullido. Con la mirada nerviosa y vacilante, su cuerpo empezó a sacudirse de forma convulsa e incontrolada.

—No, no, no, no, no —repetía.

Parecía dispuesto a defender los ordenadores con su vida, lo que, a entender de Monica, se hallaba bastante cerca de la verdad. La mujer se apresuró en dirección al pequeño grupo.

—¿Qué ocurre? Quizá yo pueda hacer algo.

—Usted es… —dijo el policía que había a su lado sin apartar la vista de Morgan.

—Soy su madre. Y vivo ahí —respondió señalando la casa.

—¿Podría explicarle a su hijo que tenemos licencia para entrar en su cabaña, echar una ojeada y llevarnos el equipo informático que tenga dentro?

Al oír la expresión «equipo informático», Morgan empezó a menear la cabeza con violencia y a repetir:

—No, no, no, no…

Monica se le acercó tranquilamente y, con la mirada fija en los policías, le puso la mano en el hombro a su hijo y empezó a acariciarle la espalda.

—Si me dicen a qué han venido, seguro que podré ayudarles.

El más joven de los dos agachó la cabeza, pero el de más edad, seguramente también más curtido, le respondió sin vacilar:

—Nos hemos llevado a su marido para someterlo a interrogatorio y tenemos una orden de registro.

—¿Y por qué, si puede saberse? Si mi pregunta no está clara, puedo volver a formularla en otros términos —declaró en un tono de frialdad innecesaria.

Pero no pensaba permitir que entrasen por la fuerza en la cabaña de Morgan sin ofrecer una explicación razonable.

—El nombre de su marido ha aparecido relacionado con la tenencia de pornografía infantil.

La mano con la que acariciaba a Morgan se detuvo bruscamente. Monica intentó articular palabra, pero un sonido ronco fue cuanto pudo proferir.

—¿Pornografía infantil? —logró preguntar al fin aclarándose la garganta para recuperar el control sobre su propia voz—. Debe de tratarse de un error. ¿Mi marido mezclado en un asunto de pornografía infantil?

Un sinfín de ideas empezaron a cruzar su mente. Cosas por las que siempre se había preguntado, sobre las que siempre había reflexionado… Aunque lo principal era la sensación de alivio indecible al constatar que la policía no había descubierto lo que ella más temía.

Se tomó unos segundos para serenarse antes de dirigirse a Morgan.

—Escúchame con atención. Tienes que dejarlos entrar en la cabaña. Y debes permitir que se lleven los ordenadores. No te queda otra elección; es la policía y los asiste el derecho a hacerlo.

—Pero lo van a revolver todo. ¿Y mi horario?

La voz chillona y estentórea de Morgan esta vez no resonó tan monótona como de costumbre, sino con un eco de insólita carga sentimental.

—Irán con cuidado, ya te lo han dicho. Y no tienes otra opción.

Monica subrayó su última frase y enseguida vio que Morgan empezaba a calmarse. Para él resultaba más fácil enfrentarse a situaciones en las que no tenía posibilidad de elección.

—¿Me prometen que no van a desordenarlo todo?

Los policías asintieron y Morgan empezó a apartarse despacio de la puerta.

—Y también tengan cuidado con el contenido de los discos duros. Hay mucho trabajo almacenado ahí.

Una vez más, los policías asintieron y entonces él se apartó del todo para dejarlos entrar.

—¿Por qué hacen esto, mamá?

—No lo sé —mintió Monica.

La sensación dominante en su espíritu seguía siendo el alivio aunque, poco a poco, la realidad de lo que los policías acababan de decir llegaba a su conciencia. Una oleada de repugnancia empezó a tomar cuerpo en su estómago y a subirle hasta la garganta. Tomó a Morgan del brazo y lo condujo a la fachada principal de la casa. Él se volvía constantemente a mirar hacia su cabaña lleno de preocupación.

—No te inquietes, te han prometido que tendrán cuidado.

—¿Vamos a entrar en la casa grande? —preguntó Morgan—. Yo nunca entro en la casa grande a estas horas.

—No, ya lo sé —respondió Monica—. Hoy haremos algo completamente distinto de lo habitual. No creo que debamos molestar a los policías mientras trabajan ahí dentro, así que vendrás conmigo a la casa de la tía Gudrun.

Morgan la miró desconcertado.

—Allí sólo voy en Navidad o cuando es el cumpleaños de alguien de la familia.

—Lo sé —respondió Monica paciente—. Pero hoy haremos una excepción.

Morgan se detuvo a considerar aquello un instante hasta que, finalmente, decidió que lo que su madre le decía tenía lógica.

Mientras se dirigían al coche, Monica vio de soslayo cómo apartaban las cortinas de la cocina de los Florin. Lilian estaba en la ventana… y sonreía.

—Bueno, Kaj. Esta historia no tiene nada de divertido —comenzó Patrik sentado frente a él.

Martin estaba a su lado y Mellberg se había sentado en un rincón, a una distancia prudencial. Para alivio de Patrik, el comisario jefe se había ofrecido de forma voluntaria a ocupar un papel secundario durante el interrogatorio. Patrik habría preferido que no estuviese allí, pero, después de todo, era el jefe.

Kaj no respondió. Tenía la cabeza gacha, ofreciéndoles a Martin y Patrik un primer plano de su coronilla. La cabellera había empezado a menguar con los años, de modo que entre los negros cabellos se atisbaba una tonsura rosácea.

—¿Puede explicarnos por qué su nombre aparece en una lista de pedidos de pornografía infantil? Y no nos venga con el cuento de que debe de tratarse de un error en el nombre. Aparece también la dirección postal, así que no cabe la menor duda de que usted ha hecho el pedido.

—Debe de ser alguien que quiere arruinarme —murmuró Kaj, aún con la cabeza hundida.

—¿Ah, sí? —preguntó Patrik exagerando el tono inquisitivo—. Pues en ese caso, quizá podría contarnos por qué alguien iba a tomarse la molestia de ponerle en este aprieto. ¿Qué clase de archienemigos se ha ido agenciando con el transcurso de los años?

El interrogado no respondió. Martin dio una palmada sobre la mesa para llamar su atención. Kaj reaccionó con un respingo.

—¿No ha oído la pregunta? ¿Quién o quiénes tendrían interés en mandarle a la cárcel?

Kaj persistía en su silencio, así que Martin continuó:

—No es fácil responder, ¿verdad? Porque no hay nadie.

Patrik y Martin tenían delante un puñado de papeles. Durante unos segundos de silencio, Patrik estuvo hojeándolos y extrajo algunos con los que formó un nuevo montón.

—Tenemos mucho material sobre usted, ¿sabe? Y también tenemos los nombres de otras personas con… —se detuvo hasta encontrar la expresión adecuada— el mismo interés y con las que ha estado en contacto. Tenemos información de cuándo les ha encargado material, sabemos que usted mismo les ha enviado material y disponemos incluso de archivos de conversaciones a los que los colegas de Gotemburgo han tenido la astucia de echarles el guante. Porque allí hay unos cuantos informáticos expertos, ¿sabe? Y no se han dejado amedrentar por todas las medidas de seguridad que ustedes han adoptado para que nadie pudiese acceder a su grupito y enterarse de las monerías a las que se dedican. Nada es seguro al cien por cien, ya se sabe.

Entonces Kaj alzó la mirada y la posó inquieta en Patrik y los documentos que éste tenía delante. Su mundo estaba a punto de derrumbarse mientras el segundero del reloj que colgaba a su espalda avanzaba con tictac implacable. Patrik se percató de que Kaj estaba impresionado por el hecho de que alguien hubiese podido acceder a los archivos cuya protección ellos creían garantizada, y ahora el interrogado sin duda se preguntaba cuánto sabían en realidad. Patrik decidió que era el momento adecuado para presionarlo un poco más.

—En estos momentos estamos registrando su casa de arriba abajo. Y los colegas que se dedican a esa tarea tampoco son principiantes. No existe escondite que no hayan visto antes en algún lugar. Ningún escondrijo genial que no terminen encontrando. Y enviaremos su ordenador a Uddevalla para que lo revisen a fondo otros muchachos, verdaderos piratas informáticos, ya sabe, de esos que entrarían en los bancos a través de Internet y pasarían dinero de una cuenta a otra si les viniese en gana y no estuviesen en el bando de los buenos.

Patrik no estaba muy seguro de no haber exagerado levemente la competencia de los colegas en materia informática, pero eso no lo sabía Kaj. Y vio que la táctica funcionaba. La frente del hombre empezaba a plagarse de pequeñas gotas de sudor y, aunque no le veía las piernas, intuía que en ese momento le estarían temblando sin control.

—Sí, señor —prosiguió Martin, abundando en la línea de Patrik—, y aunque usted sea un principiante en esto de los ordenadores, puede que Morgan lo haya informado de que no es posible hacer desaparecer un archivo sólo con borrarlo. Nuestros informáticos pueden rescatar la mayor parte de los documentos mientras el disco duro no esté afectado.

—Nos llamarán en cuanto hayan podido revisar su aparato. Y entonces sabremos a qué se ha estado dedicando exactamente. Tanto aquí como en Gotemburgo trabajamos a toda máquina para identificar a aquellos que figuran en el material que la policía ha incautado. La información que hasta ahora hemos recabado indica que sus favoritos son los niños. ¿Es así? ¿Eh, Kaj, es eso? ¿Prefiere a los niños sin pelo en el pecho, jovencitos y frescos?

A Kaj le temblaban los labios, pero seguía sin decir nada.

Patrik se inclinó y bajó la voz. Había llegado al momento del interrogatorio al que él pretendía llegar.

—¿Pero qué me dice de las niñas? ¿También le valen? Muy tentador, ¿no? Una tan cerca, justo en la casa del vecino. Debió de ser irresistible. En especial, teniendo en cuenta que así, además, le hacía daño a Lilian. Qué sensación, ¿no? Vengarse de tantos años de tropelías en sus narices. Pero algo fue mal, ¿verdad? ¿Cómo pasó? ¿Quizá la niña empezó a resistirse y dijo que se lo contaría a su madre? ¿Se vio obligado a ahogarla para que no hablase?

Kaj miraba boquiabierto a Patrik y a Martin sucesivamente, con los ojos desorbitados y brillantes. Empezó a mover la cabeza con vehemencia.

—¡No! Yo no tengo nada que ver con eso. ¡Yo no la toqué, lo prometo!

Sus últimas palabras sonaron como un grito. Kaj daba la impresión de poder sufrir un infarto en cualquier momento. Patrik se preguntó si se vería obligado a interrumpir el interrogatorio, pero decidió continuar un poco más.

—¿Y por qué habíamos de creerle? Tenemos pruebas de que le interesan los niños sexualmente y pronto veremos si hay pruebas de que haya abusado de alguno en concreto. Y resulta que encontramos a una niña de siete años, vecina de su casa, ahogada. Dígame, ¿no es una extraña coincidencia?

Patrik no mencionó que no habían hallado indicios de abusos sexuales en el cadáver de Sara, pero, tal y como señaló Pedersen, eso no tenía por qué significar que no se hubiesen producido.

—¡Pero lo juro! ¡Yo no tengo nada que ver con la muerte de la niña! Ni siquiera entró nunca en nuestra casa, ¡lo juro!

—Ya veremos —intervino Martin con acritud al tiempo que cruzaba una mirada elocuente con Patrik.

En sus ojos vio la misma expresión de «¡vaya mierda!» que, sin duda, también denotaban los suyos. Patrik asintió levemente y Martin se levantó para salir a hacer una llamada. Había olvidado decir a los de la policía científica que comprobasen el cuarto de baño. Una vez reparado el error y con la promesa de que la intervención sería inmediata, volvió a la sala de interrogatorios. Patrik seguía preguntando por Sara.

—O sea, que de verdad espera que le creamos cuando dice que ni siquiera estuvo tentado de… encargarse de la niña. Una niña muy bonita, por cierto.

—Les digo que no la toqué. Y no sé si era bonita, pero sí un demonio. El verano pasado se coló en el jardín y arrancó todas las flores de Monica. Seguro que se lo dijo la bruja de su abuela.

Patrik se sorprendió de la rapidez con que el nerviosismo de Kaj cedía al sentimiento de odio que le inspiraba Lilian Florin. Incluso en aquellas circunstancias, ese odio lo hizo olvidar por un instante por qué estaba en la comisaría. Pero la realidad reapareció enseguida, según comprobó Patrik, y Kaj volvió a mostrarse abatido.

—Yo no le quité la vida a la pequeña —dijo en voz baja—. Y nunca la toqué. Lo juro.

Patrik volvió a intercambiar una mirada con Martin antes de tomar una decisión. No avanzarían mucho más por ahora. Esperaba obtener material adicional cuando los colegas terminasen con el registro domiciliario y con la revisión del ordenador de Kaj. Y si tenían suerte, los especialistas encontrarían algo cuando comprobasen el cuarto de baño.

Martin llevó a Kaj de vuelta a la celda y Mellberg se marchó poco después. Patrik se quedó solo unos minutos. Miró el reloj. Ya podía dar por terminada la jornada él también. Se iría a casa a darle un beso a Erica y a meter la nariz en el cuellecito de Maja y a disfrutar de su olor. Seguramente eso era lo único que podía eliminar la sensación pegajosa que le había dejado el tiempo compartido con Kaj en aquel espacio tan reducido. El sentimiento de insuficiencia lo hacía, además, añorar la seguridad de su hogar. Pero no podía descuidar aquello. La gente como Kaj no debía andar suelta, en especial si tenía sobre su conciencia la muerte de una niña.

Estaba a punto de salir cuando lo llamó Annika.

—Tienes visita. Llevan un buen rato esperando. Y Gösta quería hablar contigo cuanto antes. También tengo una denuncia a la que deberías echarle un ojo inmediatamente.

Patrik lanzó un suspiro y soltó la hoja de la puerta. Parecía que tendría que abandonar la idea de irse a casa. Más bien se vería obligado a avisarle a Erica de que llegaría más tarde. No era una llamada que tuviese muchas ganas de hacer.

Charlotte vaciló un segundo con el dedo en el pulsador. Después tomó aire y, resuelta, apretó el botón. Sonó el timbre y, por un instante, consideró la posibilidad de darse media vuelta y echar a correr. Pero entonces oyó el ruido de pasos al otro lado y se obligó a permanecer a la espera.

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