Las hormigas (12 page)

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Authors: Bernard Werber

Tags: #Fantasía, #Ciencia

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Nivel -20. La hembra 56 aún no está hablando del arma secreta de las enanas con las agriculturas; lo que ve la apasiona demasiado como para que puede emitir cualquier cosa.

Ya que la casta de las hembras es especialmente preciosa, estas últimas viven toda su infancia encerradas en el gineceo de las princesas. A menudo no conocen del mundo más que un centenar de corredores y pocas de ellas se han aventurado por encima del décimo nivel del subsuelo o por encima del décimo superior…

Una vez, 56 había intentado salir para ver el gran Exterior del que le habían hablado las nodrizas, pero unas centinelas la volvieron atrás. Podía disimular más o menos sus olores, pero no sus grandes alas. Las guardianas le advirtieron entonces de que fuera había monstruos gigantescos, que se comían a las princesitas que salían antes de la fiesta del Renacimiento. Desde entonces, 56 se mantuvo entre la curiosidad y el temor.

Una vez de regreso en el nivel -20, cae en la cuenta de que antes de recorrer el gran Exterior salvaje aún tiene muchas maravillas que descubrir en su propia ciudad. Ahora, lo que ve por primera vez son los criaderos.

En la mitología belokaniana se dice que los primeros criaderos se descubrieron en el transcurso de la guerra de los Cereales, en el milenio cincuenta mil. Un comando de artilleras acababa de invadir una ciudad termita. De repente, entraron en una sala de proporciones colosales. En su centro se erguía un enorme bizcocho blanco que un centenar de obreras termitas no dejaban un momento de pulir.

Las belokanianas lo probaron y lo encontraron delicioso. Era… como un pueblo todo él comestible. Unas prisioneras dijeron que aquello eran setas. De hecho las termitas sólo viven de la celulosa, pero como no pueden digerirla recurren a las setas para hacerla asimilable.

Las hormigas, por su parte, digieren bastante bien la celulosa y no tienen ninguna necesidad de ese truco. Aunque no dejaron de comprender las ventajas de tener cultivos en el interior mismo de su ciudad; con eso podrían resistir los asedios y la escasez.

En la actualidad, en las grandes estancias del nivel -20 de Bel-o-kan se seleccionan las cepas. Aunque las hormigas no utilizan ya el mismo hongo que las termitas; en Bel-o-kan se cultiva sobre todo el agárico. Y a partir de las actividades agrícolas se ha desarrollado toda una tecnología.

La hembra 56 pasa entre los arriates de ese blanco jardín. En un lado, unas obreras preparan el lecho en el que crecerá la seta. Cortan hojas en cuadraditos, que a continuación se trituran, se amasan y se transforman en pasta. Las pastas de hojas se disponen en un fertilizante compuesto por excrementos (las hormigas reúnen sus excrementos en lugares reservados para este uso). Luego se humedecen con saliva y se le deja al tiempo el cuidado de hacer que el preparado germine.

Las pastas ya fermentadas se rodean con una bola de filamentos blancos comestibles. Ahí se ven, a la izquierda. Unas obreras las riegan entonces con su saliva desinfectante y cortan todo lo que rebosa el pequeño cono blanco. Si a las setas se les permitiese crecer, pronto harían explotar la estancia. Con los filamentos recolectados por unas hormigas de mandíbulas aplanadas se elabora una harina tan sabrosa como reconstituyente.

También en este lugar se ha llevado al límite la concentración de obreras. Se debe de evitar que la menor mala hierba, la más pequeña seta parásita, vaya a mezclarse con las otras y se aproveche de esos cuidados.

Es en este contexto, muy poco favorable, donde la hembra 56 trata de establecer el contacto antenar con una jardinera que está ocupada recortando el sobrante de uno de los conos blancos.

Un grave peligro amenaza la Ciudad. Necesitamos ayuda. ¿Queréis uniros a nuestra célula de trabajo?

¿Qué peligro?

Las enanas han descubierto un arma secreta de efectos devastadores, hemos de actuar cuanto antes.

La jardinera le pregunta plácidamente qué le parece su seta, un hermoso agárico. 56 le hace un amable cumplido. La otra le ofrece probarlo. La hembra muerde la pasta blanca y siente en seguida un vivo calor en el esófago. ¡Veneno! Han impregnado el agárico con mirmicacina, su ácido demoledor que se utiliza habitualmente en forma diluida para que sirva de herbicida. 56 tose y escupe a tiempo el tóxico alimento. La jardinera ha dejado la seta a un lado y le salta al tórax, con las mandíbulas abiertas de par en par.

Las dos ruedan con el fertilizante, se golpean el cráneo, y utilizando con golpes secos las mazas antenares. Golpean con la firme intención de acabar la una con la otra. Unas agricultoras las separan.

¿Qué os pasa a vosotras dos?

La jardinera escapa. Abriendo las alas, 56 da un salto prodigioso y la arroja al suelo. Entonces identifica un levísimo olor a roca. No cabe duda, también ella ha caído a su vez sobre un miembro de esa increíble banda de asesinos.

La coge por las antenas.

¿Quién eres? ¿Por qué has intentando matarme? ¿Qué es este olor a roca?

Mutismo. La hembra le retuerce las antenas. Es algo muy doloroso y la otra respinga pero no contesta. 56 no es de las que le harían daño a una célula hermana, pero acentúa la torsión.

La otra no se mueve. Ha entrado en catalepsia voluntaria. Su corazón casi no late ya. No tardará en morir. Por despecho, 56 le corta las antenas, pero lo único que hace con ello es encarnizarse con un cadáver.

Las agricultoras la rodean otra vez.

¿Qué pasa? ¿Qué le has hecho?

56 considera que no es momento de justificarse, y que es mejor salvarse, lo que hace echando a volar. 327 tiene razón. Está ocurriendo algo demencial; hay unas células en el Nido que se han vuelto locas.

2. Cada vez más abajo

Nivel -45; la 103.683 asexuada entra en las salas de lucha, unas estancias con los techos bajos donde los soldados se ejercitan en previsión de las guerras de la primavera.

Las guerreras se baten en duelo en todo el lugar. Las adversarias se palpan al principio, para evaluar la corpulencia y el tamaño de las patas. Dan vueltas, se palpan los flancos, tiran de los pelos, se lanzan desafíos olorosos, se rozan con los extremos de las antenas.

Finalmente se lanzan una contra otra. Chocan los caparazones. Una y otra se esfuerzan por hacer presa en las articulaciones torácicas de la contraria. En cuanto una de las dos lo consigue, la otra intenta morderle las rodillas. Los gestos son bruscos. Se alzan sobre las patas traseras, caen, ruedan, furiosas.

Por lo general, se inmovilizan sobre su presa, y luego, bruscamente, golpean otro miembro. Pero sólo es un ejercicio de entrenamiento, nada se rompe, no se vierte sangre. El combate se interrumpe en cuanto una hormiga queda de espaldas en el suelo. Entonces lleva las antenas hacia atrás, en signo de abandono. Aunque los duelos son bastante realistas. Las garras sujetan con facilidad los ojos para hacer presa. Las mandíbulas resuenan en el vacío.

A cierta distancia, unas artilleras sentadas sobre sus abdómenes apuntan y disparan contra granos de arena colocados a quinientas cabezas de distancia. Los chorros de ácido alcanzan a menudo su objetivo.

Una vieja guerrera enseña a una novicia que todo se pone en juego antes del contacto. Las mandíbulas o el chorro de ácido no hacen otra cosa que confirmar una situación de dominio ya reconocida por las dos beligerantes. Antes de llegar a las patas, ya hay forzosamente una que ha decidido ganar y otra que acepta ser vencida. No es más que una cuestión de reparto de papeles. Una vez cada uno ha elegido el suyo, el vencedor podrá lanzar un chorro de ácido sin apuntar, y dará en la diana; el vencido podrá asestar su mejor golpe, y ni siquiera llegará a herir a su adversario. Hay que tener en cuenta sólo un consejo: se debe aceptar la victoria. Todo está en la cabeza. Hay que aceptar la victoria y nada se resiste.

Dos duelistas tropiezan con la soldado 103.683, y ésta les rechaza vigorosamente y sigue su camino. Busca la zona de los mercenarios, situada debajo de la arena de combate. Ahí está el paso.

Esta sala es aún más amplia que la de las legionarias. Es cierto que las mercenarias viven de forma permanente en el lugar donde se ejercitan. Sólo están ahí para hacer la guerra. Todos los pueblos de la región se codean aquí, sean pueblos aliados o pueblos sometidos: hormigas amarillas, hormigas rojas, hormigas negras, hormigas lanzadoras de cola, hormigas primitivas con aguijón venenoso, e incluso hormigas enanas.

Nuevamente son las termitas las que se encuentran en el origen de la idea, consistente en alimentar a poblaciones extrañas para hacerlas combatir a su lado en caso de invasión.

Y en cuanto a las ciudades hormigas, llegaron a fuerza de sutilezas diplomáticas a aliarse con las termitas contra otras hormigas.

Ello había suscitado esta importante reflexión: ¿por qué no comprometer francamente legiones de hormigas que viviesen permanentemente en la termitera? La idea era revolucionaria. Y la sorpresa fue grande cuando los ejércitos mirmecianos tuvieron que enfrentarse a hermanas de la misma especie que combatían por las termitas. La civilización mirmeciana, tan dispuesta a adaptarse, esta vez había llevado su talento demasiado lejos.

De buena gana las hormigas hubiesen reaccionado imitando a sus enemigas, manteniendo legiones de termitas para luchar contra las termitas. Pero un obstáculo mayor hizo fracasar el proyecto: las termitas son absolutamente monárquicas. Su lealtad no tiene fisuras, son incapaces de luchar contra los suyos. Tan sólo las hormigas, cuyos regímenes políticos son tan variados como sus distintas psicologías, son capaces de asumir todas las derivaciones más perversas del acuerdo mercenario.

Las grandes federaciones de hormigas rojas se contentaron reforzando su ejército con numerosas legiones de hormigas extranjeras, todas ellas unidas bajo la única bandera olorosa belokiana.

La 103.683 se acerca a las mercenarias enanas. Les pregunta si han oído hablar de la creación de una arma secreta en Shi-gae-pu, un arma capaz de acabar en un momento con toda una expedición de veintiocho hormigas rojas. Las enanas contestan que nunca han visto ni oído hablar de nada tan eficaz.

La 103.683 pregunta a otras mercenarias. Una amarilla pretende haber asistido a tal prodigio. Sin embargo, no se trataba de un ataque de enanas… sino de una pera podrida que había caído inesperadamente de un árbol. Todo el mundo emite chispeantes feromonas de risa. Ese es el sentido del humor típico de las amarillas.

103.683 sube a una sala donde se entrenan unas colegas. Las conoce individualmente a todas ellas. La escuchan con atención y creen lo que dice. El grupo de «investigación del arma secreta de las enanas» pronto reúne a más de treinta guerreras decididas. ¡Ah, si 327 lo viese!

Atención, una banda organizada intenta destruir a aquellas y aquellos que hacen averiguaciones. Seguramente son mercenarias rojas al servicio de las enanas. Se las puede identificar, todas ellas huelen a roca.

Como medida de seguridad, deciden tener su primera reunión en lo más profundo de la ciudad, en una de las salas más bajas del nivel quincuagésimo. Nadie baja nunca hasta allí, así que deberían tener tranquilidad para preparar su ofensiva.

Pero el cuerpo de 103.683 le indica una brusca aceleración del tiempo, 23°. Se despide y se apresura para acudir a su cita con 327 y 56.

Estética.
¿Qué hay que sea más hermoso que una hormiga? Sus líneas son curvas y depuradas, su aerodinamismo perfecto. Toda la carrocería del insecto está estudiada para que cada miembro encaje perfectamente en el lugar previsto a este efecto. Cada articulación es una maravilla mecánica. Las placas encajan como si las hubiese concebido un diseñador asistido por un ordenador. Nada rechina, no hay ni un roce. La cabeza triangular penetra en el aire, las patas largas y articuladas le prestan al cuerpo una cómoda suspensión a ras del suelo. Es como un automóvil deportivo italiano.

Las garras le permiten caminar por el techo. Los ojos tienen una visión panorámica de 180°. Las antenas reciben selectivamente miles de informaciones para nosotros invisibles, y su extremidad puede servir como martillo. El abdomen está lleno de bolsillos, esclusas, compartimentos en los que el insecto puede almacenar productos químicos. Las mandíbulas cortan, pinzan, cogen. Una red formidable de tubos internos le permite lanzar mensajes olorosos.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto.

Nicolás no quería irse a dormir. Aún estaba ante el televisor. Las noticias acababan de terminar con el anuncio del regreso de la sonda
Marco Polo.
La conclusión era que no había el menor vestigio de vida en los sistemas solares próximos. Todos los planetas que la sonda había visitado sólo habían ofrecido imágenes de desiertos rocosos o de superficies líquidas amoniacales. Ni el menor musgo, ni la más pequeña ameba, ni el menor microbio.

Y Nicolás se dijo: «¿Y si papá tuviese razón? ¿Y si fuésemos la única forma de vida inteligente de todo el universo?» Evidentemente, resultaba decepcionante, pero parecía ser verdad.

Tras las noticias, daban un gran reportaje de la serie «Culturas del mundo», dedicado hoy al problema de las castas en la India.

«Los hindúes pertenecen de por vida a su casta de nacimiento. Cada casta funciona según su propio sistema de normas, un código rígido que nadie puede transgredir sin verse dado de lado por su propia casta de origen así como por todas las demás. Para comprender tal comportamiento se debe recordar que…»

—Es la una —intervino Lucie.

Nicolás estaba saturado de imágenes. Desde que se iniciaron los problemas en la bodega veía cuatro horas largas de televisión diarias. Era su forma de no seguir pensando y de no ser él mismo. La voz de su madre le devolvió a la ingrata realidad.

—¿No tienes sueño?

—¿Dónde está papá?

—Aún está en la bodega. Ahora tienes que dormir.

—No quiero dormir.

—¿Quieres que te cuente un cuento?

—¡Sí, sí! ¡Un cuento! ¡Un cuento muy bonito!

Lucie le acompañó a su habitación y se sentó en el borde de la cama soltando su largo cabello rojo. Eligió un antiguo cuento judío.

Había una vez un cantero que ya estaba cansado de agotarse trabajando en la montaña tallando piedra bajo los rayos ardientes del sol. «Estoy harto de esta vida. Picar y picar piedra me desriñona; ¡y este sol, siempre este sol! ¡Cuánto me gustaría estar en su lugar! Estaría ahí arriba, todopoderoso, bien caliente e inundando el mundo con mis rayos», se dijo el cantero. Y entonces, por milagro, su petición fue atendida. E inmediatamente el cantero se convirtió en sol. Se sentía feliz al ver realizado su deseo. Pero cuando estaba encantado enviando sus rayos a todas partes, se dio cuenta de que éstos quedaban detenidos por las nubes. «¿De qué me sirve ser sol si unas simples nubes pueden detener mis rayos? Si las nubes son más fuertes que el sol, prefiero ser nube». Así se dijo, y entonces se convirtió en nube. Pasa volando sobre el mundo, esparce la lluvia, pero de repente el viento se levanta y dispersa la nube. «Ah, así que el viento consigue dispersar las nubes, de manera que él es el más fuerte. Quiero ser viento», decidió.

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