Las partículas elementales (35 page)

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Authors: Michel Houellebecq

También podemos estar de acuerdo con Hubczejak cuando afirma que cualquier filosofía nueva, incluso cuando decide expresarse en la forma de una axiomática que parece absolutamente lógica, es en realidad solidaria de una nueva concepción visual del universo. Al aportar a la humanidad la inmortalidad física, Djerzinski modificó profundamente nuestra concepción del tiempo; pero su mayor mérito, según Hubczejak, es haber establecido los elementos de una nueva filosofía del espacio. Al igual que la imagen del mundo del budismo tibetano es inseparable de una larga contemplación de las figuras infinitas y circulares de los
mandalas
, al igual que podemos hacernos una idea fiel de lo que pensó Demócrito al observar el resplandor del sol sobre unas piedras blancas en una isla griega una tarde de agosto, resulta más fácil comprender el pensamiento de Djerzinski al contemplar esa arquitectura infinita de cruces y espirales que constituye el fondo ornamental del
Book of Kells
, o volviendo a leer la magnífica
Meditación sobre el entrelazamiento
publicada aparte de las
Clifden Notes
, que le inspiró esa obra.

«Las formas de la naturaleza»
, escribe Djerzinski,
«son formas humanas. Es en nuestro cerebro donde aparecen los triángulos, los entrelazamientos y los ramajes. Los reconocemos, los apreciamos; vivimos en medio de ellos. En medio de nuestras creaciones, creaciones humanas, comunicables bles a los hombres, nos perfeccionamos y morimos. En medio del espacio, el espacio humano, tomamos medidas; con estas medidas creamos el espacio, el espacio entre nuestros instrumentos.»

«El hombre poco instruido»
, continúa Djerzinski,
«siente terror ante la idea del espacio; lo imagina inmenso, nocturno y vacío. Imagina a los t seres en la forma elemental de una bola, aislada en el espacio, encogida en el espacio, aplastada por la eterna presencia de las tres dimensiones. Aterrorizados por la idea del espacio, los seres humanos se encogen; tienen frío, tienen miedo. En el mejor de los casos atraviesan el espacio, se saludan con tristeza en mitad del espacio. Y sin embargo ese espacio está en su interior, se trata de su propia creación mental.»

«En ese espacio al que tanto temen»
,
sigue Djerzinski,
«los seres humanos aprenden a vivir y a morir; en medio de su espacio mental surgen la separación, el alejamiento y el sufrimiento. Sobre esto hay muy poco que decir: el amante oye la llamada de su amada a través de océanos y montañas; a través de océanos y montañas, la madre oye la llamada de su hijo. El amor une, y une para siempre. La práctica del bien es una unión, la práctica del mal una desunión. El otro nombre del mal es separación; y aún hay otro más, mentira. Sólo existe un entrelazamiento magnífico, recíproco e inmenso.»

Hubczejak observa justamente que el mayor mérito de Djerzinski no es haber sabido superar el concepto de libertad individual (porque ese concepto ya estaba en su época muy devaluado, y todo el mundo reconocía, al menos de manera tácita, que no podía servir de base a ningún progreso humano), sino haber sido capaz de restaurar, gracias a interpretaciones sin duda un poco aventuradas de los postulados de la mecánica cuántica, las condiciones de posibilidad del amor. En este punto hay que recordar una vez más la figura de Annabelle: aunque Djerzinski no experimentó el amor personalmente, gracias a Annabelle pudo hacerse una idea de lo que era; pudo darse cuenta de que el amor, en cierto modo y adoptando formas todavía desconocidas, era posible. Es muy probable que esta noción le guiara en el curso de sus últimos meses de elaboración teórica, sobre los que tenemos tan pocos detalles.

Según el testimonio de las escasas personas que vieron a Djerzinski en Irlanda durante las últimas semanas, parecía sentir una especie de aceptación. Su rostro ansioso e inestable se había serenado. Andaba durante mucho tiempo y sin meta precisa por la Sky Road, daba largos paseos de soñador; caminaba en presencia del cielo. La carretera del oeste serpenteaba a lo largo de las colinas, alternativamente abrupta y suave. El mar resplandecía, refractaba una luz cambiante sobre los últimos islotes rocosos. En rápida deriva sobre el horizonte, las nubes formaban una masa luminosa y confusa, como una extraña presencia material. Caminaba durante mucho tiempo, sin esfuerzo, con el rostro bañado en una bruma acuática y ligera. Sabía que sus trabajos estaban terminados. En la habitación que había transformado en despacho, cuya ventana daba a la punta de Errislannan, había puesto en orden sus notas; varios centenares de páginas que trataban de los temas más variados. El resultado de sus trabajos científicos propiamente dichos cabía en ochenta páginas mecanografiadas; no había juzgado necesario detallar los cálculos.

El 27 de marzo del 2009, al caer la tarde, fue a la oficina de correos de Galway. Envió un ejemplar de sus trabajos a la Academia de Ciencias de París y otro a la revista
Nature
, en Gran Bretaña. Sobre lo que ocurrió después, no hay ninguna certeza. El hecho de que encontraran su coche junto a Aughrus Point reforzó la hipótesis del suicidio, sobre todo porque ni Walcott ni ningún técnico del centro se mostraron realmente sorprendidos por este desenlace. «Había en él algo espantosamente triste», declaró Walcott; «creo que era el ser más triste que he conocido en mi vida, y aun así la palabra tristeza me parece demasiado suave; más bien debería decir que había en él algo destruido, completamente arrasado. Siempre tuve la impresión de que la vida era una carga para él, que ya no sentía el menor vínculo con ninguna cosa viva. Creo que resistió justo el tiempo necesario para acabar sus trabajos, y que ninguno de nosotros puede siquiera imaginar el esfuerzo que eso le costó.»

Sin embargo, el misterio siguió rodeando la desaparición de Djerzinski, y el hecho de que nunca encontrasen su cuerpo dio pie a una leyenda tenaz según la cual se habría marchado a Asia, en concreto al Tibet, para contrastar sus trabajos con ciertas enseñanzas de la tradición budista. Esta hipótesis se ha visto unánimemente rechazada en la actualidad. Por una parte, no se ha podido descubrir la menor huella de un pasaje aéreo fuera de Irlanda; por otra parte, los dibujos trazados en las últimas páginas de su cuaderno de notas, que durante cierto tiempo se tomaron por mándalas, fueron finalmente identificados como combinaciones de símbolos celtas semejantes a los que se encuentran en el
Book of Kells
.

Ahora creemos que Michel Djerzinski encontró la muerte en Irlanda, en el mismo lugar que eligió para vivir sus últimos años. Creemos también que cuando terminó sus trabajos, sintiéndose desprovisto de cualquier lazo humano, decidió morir. Numerosos testimonios dan fe de su fascinación por ese último extremo del mundo occidental, constantemente bañado en una luz cambiante y suave, por el que tanto le gustaba pasear; donde, como escribió en una de sus últimas notas, «el cielo, la luz y el agua se confunden». Actualmente creemos que Michel Djerzinski se adentró en el mar.

EPÍLOGO

Conocemos multitud de detalles sobre la vida, la apariencia física y el carácter de los personajes que han atravesado este relato; a pesar de todo, este libro debe considerarse como una ficción, una reconstrucción verosímil a través de recuerdos parciales, más que como el reflejo de una verdad unívoca y certificable. A pesar de que la publicación de las
Clifden Notes
, una compleja mezcla de recuerdos, impresiones personales y reflexiones teóricas que Djerzinski escribió entre los años 2000 y 2009 mientras trabajaba en su gran teoría, nos enseña mucho sobre las circunstancias de su vida, las encrucijadas, las confrontaciones y los dramas que condicionaron su particular visión de la existencia, tanto en su biografía como en su personalidad sigue habiendo muchos puntos oscuros. Lo que viene a continuación, por el contrario, pertenece a la Historia, y los acontecimientos que se derivan de la publicación de los trabajos de Djerzinski se han reconstruido, comentado y analizado tantas veces que podemos limitarnos a hacer un breve resumen.

La publicación en junio del 2009, en una separata de la revista
Nature
, de las ochenta páginas que sintetizaban los últimos trabajos de Djerzinski, con el título
Prolegómenos a la duplicación perfecta
, provocó de inmediato una gran onda de choque en la comunidad científica. Docenas de investigadores en biología molecular de todo el mundo intentaron reproducir los experimentos propuestos, verificar los cálculos en detalle. Al cabo de unos meses aparecieron los primeros resultados, y a partir de entonces se acumularon semana tras semana, confirmando con perfecta precisión la validez de las hipótesis de partida. A finales del 2009, ya no cabía la menor duda; los resultados de Djerzinski eran válidos, se los podía considerar científicamente demostrados. Las consecuencias prácticas, por supuesto, eran vertiginosas: cualquier código genético, no importa su complejidad, podía reescribirse en forma estándar, estructuralmente estable, inaccesible a las perturbaciones y a las mutaciones. Cualquier célula podía estar dotada de una capacidad infinita de duplicaciones sucesivas. Cualquier especie animal, por evolucionada que estuviese, podía transformarse en una especie emparentada, reproducible mediante clonación, e inmortal.

Cuando descubrió los trabajos de Djerzinski, a la vez que centenares de investigadores en todo el planeta, Frédéric Hubczejak tenía veintisiete años y estaba terminando su doctorado de química en la Universidad de Cambridge. Espíritu inquieto, desordenado, inestable, llevaba años recorriendo Europa —se matriculó sucesivamente en las universidades de Praga, Göttingen, Montpellier y Viena— en busca, según sus propias palabras, «de un nuevo paradigma, pero también de otra cosa: no solamente de otra manera de ver el mundo, sino de otra manera de situarme con respecto a él». En todo caso fue el primero, y durante años el único, que defendió esta propuesta radical derivada de los trabajos de Djerzinski: la humanidad debía dar nacimiento a una nueva especie, asexuada e inmortal, que habría superado la individualidad, la separación y el devenir. Resulta superfluo hablar de la hostilidad que semejante proyecto desencadenó entre los partidarios de las religiones reveladas; judaísmo, cristianismo e islam, de acuerdo por una vez, lanzaron el anatema sobre esos trabajos «que atentaban gravemente contra la dignidad humana, constituida en la singularidad de su relación con el Creador»; sólo los budistas observaron que al fin y al cabo las reflexiones del Buda se basaron al principio en la toma de conciencia de esos tres impedimentos que eran la vejez, la enfermedad y la muerte, y que el Venerado por el mundo, si bien se había dedicado más bien a la meditación, no habría rechazado a priori, necesariamente, una solución de orden técnico. Fuera como fuese, era evidente que Hubczejak podía esperar poco apoyo de las religiones establecidas. Por el contrario, sorprende más comprobar que los partidarios tradicionales del humanismo reaccionaron con un rechazo radical. Incluso si en la actualidad esas nociones nos resultan difíciles de comprender, hay que recordar el lugar central que, para los humanos de la época materialista (es decir, los pocos siglos que separaron la desaparición del cristianismo medieval y la publicación de los trabajos de Djerzinski) ocupaban los conceptos de
libertad individual
,
dignidad humana
y
progreso
. El carácter confuso y arbitrario de esas nociones les impedía tener la menor eficacia real, por supuesto; por eso la historia humana, desde el siglo XV al siglo XX de nuestra era, se caracteriza esencialmente por la disolución y disgregación progresivas; no obstante, las capas cultas o semicultas que habían contribuido, mal que bien, al establecimiento de esas nociones, se aferraban a ellas con especial vigor, y es comprensible que Frédéric Hubczejak tuviera durante los primeros años tantas dificultades para hacerse oír.

La historia de esos años que permitieron a Hubczejak ver cómo una parte creciente de la opinión pública mundial aceptaba un proyecto que al principio fue acogido con reprobación y disgusto unánimes, hasta que finalmente consiguió la financiación de la Unesco, traza el retrato de un ser extraordinariamente brillante, combativo, de mentalidad pragmática y flexible a la vez; el retrato, en definitiva, de un extraordinario agitador de ideas. Cierto que no tenía madera de gran investigador; pero supo aprovechar el respeto unánime que inspiraban el nombre y los trabajos de Michel Djerzinski en la comunidad científica internacional. Tampoco tenía nada de filósofo original y profundo; pero con sus prefacios y comentarios a las ediciones de
Meditación sobre el entrelazamiento
y
Clifden Notes
supo presentar las reflexiones de Djerzinski de un modo contundente y preciso, accesible a un amplio público. El primer artículo de Hubczejak,
Michel Djerzinski y la escuela de Copenhague
, está estructurado, a pesar de su título, a modo de larga meditación sobre esta frase de Parménides: «La acción de pensar y el objeto del pensamiento se confunden.» En su siguiente obra,
Tratado de la limitación concreta
, al igual que en la titulada, más sobriamente,
La realidad
, intenta una curiosa síntesis entre el positivismo lógico del círculo de Viena y el positivismo religioso de Comte, sin dejar de permitirse a veces ciertos impulsos líricos, como puede comprobarse en este párrafo frecuentemente citado: «No hay un
silencio eterno de los espacios infinitos
, pues en realidad no hay ni silencio, ni espacio, ni vacío. El mundo que conocemos, el mundo que creamos, el mundo humano, es redondo, liso, homogéneo y cálido como un seno femenino.» Fuera como fuese, supo instalar en un público cada vez mayor la idea de que la humanidad, en la fase a la que había llegado, podía y debía controlar la evolución general del mundo, y sobre todo podía y debía controlar su propia evolución biológica. En este combate tuvo el valioso apoyo de cierto número de neokantianos que, aprovechando el reflujo generalizado de las ideas de inspiración nietzscheana, habían tomado el control de varios e importantes puestos de mando en el mundo intelectual, universitario y editorial.

Sin embargo, la opinión general es que el verdadero talento de Hubczejak fue sopesar con una increíble precisión lo que estaba en juego y darle la vuelta, en beneficio de sus tesis, a esa ideología bastarda y confusa que apareció a finales del siglo XX con el nombre de
New Age
. Fue el primero en ver que más allá de la multitud de supersticiones pasadas de moda, contradictorias y ridículas que en principio encerraba, la
New Age
respondía a un sufrimiento real provocado por una dislocación psicológica, ontológica y social. Más allá de la repugnante mezcla de ecología fundamental, atracción por las ideas tradicionales y lo «sagrado» que había heredado de su filiación con el movimiento hippie y las ideas de Esalen, la
New Age
manifestaba una voluntad real de ruptura con el siglo XX, con su inmoralidad, su individualismo, sus aspectos libertarios y antisociales; expresaba con una conciencia angustiada que ninguna sociedad es viable sin el eje federador de una religión cualquiera; constituía, en realidad, una poderosa llamada a cambiar de paradigma.

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