Read Las pinturas desaparecidas Online

Authors: Andriesse Gauke

Tags: #Policíaco

Las pinturas desaparecidas (16 page)

Yo ya me había hecho a la idea de tener que escuchar todas las conversaciones hasta que se pusiera en contacto con el vendedor anónimo. Tendría que ocurrir tarde o temprano, pero antes de que llegara ese momento mis planes se vieron seriamente alterados.

El sexto día oí cómo Terborgh llamaba a su esposa con voz preocupada:

—Sí, soy yo, ¿Estás sola?

—Sí, ¿por qué? —contestó ella claramente sorprendida.

—Acaba de visitarme un tal señor Tielemans, un detective de La Haya. Quería hablarme de Victor van Berkhout. Ayer lo encontraron muerto en su casa.

—¡Madre mía! ¿Cómo sucedió?

Por lo que se podía oír, no es que se desmayara allí mismo del disgusto, y su voz sonaba bastante tranquila e impasible.

—Me contó que habían entrado a robar en su casa y que en el transcurso del robo Victor había perdido la vida. Todo apunta a que sorprendió al ladrón y se produjo un enfrentamiento. Lo encontró el ama de llaves.

—¡Dios mío, qué fastidio! ¿Y cómo ha dado contigo ese hombre?

—Según parece estaba apuntado en la agenda de Victor. La próxima semana había quedado en ir a su casa.

—¿Y qué quería de ti?

—Bueno, ¿tú qué crees? —Ahora su voz sonaba algo irritada—. Quería saber de qué le conocía. Por lo visto, van a seguir el mismo procedimiento con todo el mundo. Victor no era un cualquiera, está claro, posee una enorme fortuna en arte. Al policía le dije que Victor era un buen cliente. Se despidió asegurándome que volvería a tener noticias suyas. Es una experiencia bastante desagradable tener que responder a un hombre así, y, claro, además llega justo ahora, en un momento especialmente inoportuno.

—¿A qué te refieres?

—¡Piensa un poco, cariño! —respondió enardecido—. Estoy muy ocupado con la colección Lisetsky y sabes bien que debería poder disponer de toda la tranquilidad del mundo.

—Vamos, tesoro, no te preocupes sin necesidad, que ese hombre se haya pasado por la tienda es parte de su trabajo, seguro que ya te van a dejar en paz. ¿Le has dicho que ayer por la noche no salimos de casa?

—Sí, por supuesto.

—Bueno, pues entonces no sigas preocupándote y concéntrate en esa venta. Dentro de poco ya habrá pasado y volveremos a tener un poco más de tranquilidad. Nos haremos un buen viajecito juntos. ¿Quieres que vaya ahora a recogerte y nos vamos a comer a algún restaurante?

Suspiró hondo, pero su esposa le había tranquilizado un poco.

—No, dejémoslo para otra ocasión. Quiero terminar con este asunto lo antes posible y ahora van a llamarme desde Estados Unidos.

Terborgh hablaba con tranquilidad, pero en su voz había podido percibirse una mezcla de irritación e inquietud, aunque no había nada de compasión, pena o conmoción por el asesinato de un conocido. Y con su mujer pasaba lo mismo, tampoco a ella parecía haberle afectado mucho la muerte de ese Van Berkhout. La mayor preocupación de Terborgh parecía que era el gran asunto que se traía entre manos, y quizá temiera por su reputación, su buen nombre, ahora que le había visitado la policía. La frialdad que presidió su conversación me produjo una sensación desagradable.

Me hallaba en la extraña tesitura de estar oyendo una conversación en la que los dos implicados no sabían que estaban siendo escuchados. En mi profesión eso ocurre a menudo, y una y otra vez me llama siempre la atención que las personas emplean un tono muy distinto cuando saben que están siendo escuchados. Mucho de lo que lanzaban al mundo exterior no era más que mera apariencia.

En este sentido, hacía ya tiempo que estaba curado de espanto, pero lo que sí me sorprendió fue el nombre de la persona que había ido a ver a Terborgh. Conocía bien a Jaap Tielemans. Trabajaba en el Departamento de Homicidios de la Policía Judicial de la Zona de La Haya y ya habíamos colaborado en otros casos con anterioridad.

Tenía que llamarle en seguida: ante todo había que dejar a Terborgh en paz, al menos hasta que yo hubiera acabado con él.

XII

Jaap y yo estábamos sentados el uno frente al otro en mi café habitual. Él escuchaba en silencio mientras le contaba cómo me había enterado de lo de Van Berkhout. Para mí era de vital importancia convencerle de que no pusiera a Terborgh más nervioso de lo que ya estaba. Había que evitar que abortara la venta de la colección Lisetsky al sentirse vigilado. El hecho de que me atreviera a pedirle algo así a un policía era consecuencia del vínculo que habíamos ido cimentando a lo largo de muchos años; además, estaba en deuda conmigo por un caso anterior en el que le había ayudado.

Intenté mostrarme lo más convincente posible:

—Si me entero de algo que incrimine a Terborgh, te lo comunicaré en seguida, desde luego. Pero hazme un favor: déjale tranquilo, por lo menos de momento. Lo más probable es que no tenga nada que ver con el asesinato. Ayer por la noche él y su esposa no salieron de casa.

Jaap frunció el ceño y meneó la cabeza despacio; todavía no le había convencido.

—Esa cinta tuya le proporciona entonces una coartada. Resulta bastante estrambótico. Probablemente no tenga nada que ver, eso pensaba yo también al principio, pero ahora que me has contado el tipo de negocios sucios en los que está metido este simpático señor, tengo mis reparos.

—Tampoco digo que ya no sea sospechoso, pero de momento déjale tranquilo. Eso es todo.

—Y en esas cintas tuyas, ¿no hay nada más que pueda serme útil?

—No, ya te lo he dicho. Las he vuelto a escuchar otra vez, pero no hay ninguna conversación entre los dos.

—Pero habían quedado.

Me encogí de hombros y dije:

—Podrían haber concertado la cita antes o quizá le llamó desde casa o con el móvil. Tampoco soy tan iluso de creer que puedo escucharlo todo, pero si le sigo vigilando como hasta ahora, tarde o temprano averiguaré el nombre de la persona que estoy buscando. Seamos francos, ¿qué problema puede significar para ti? Déjale tranquilo, y, si descubro algo relevante, serás el primero en saberlo.

Jaap se retrepó y suspiró hondo.

—Está claro que ese hombre no encabeza mi lista de sospechosos, pero sí que aparece en ella. Y en este caso concreto nos estamos viendo muy presionados. Ese Van Berkhout era una persona muy rica. Nunca había oído nada de él hasta ahora, pero parece ser que fue un importante hombre de negocios. Han asignado muchos hombres para resolverlo y quieren ver pronto resultados. Vivía en las dunas de Noordwijk aan Zee, un par de casas más allá era donde tenía Heineken antes su casa. En ese barrio todos los vecinos son personas de posibles y no les hace ninguna gracia que asesinen a uno de los suyos, así que se han puesto a llamar por teléfono todos en masa y no es gente a la que se pueda disuadir tan fácilmente. No llaman a la centralita para preguntar cómo andan las investigaciones. En su círculo de amistades hay jueces, oficiales de justicia y políticos. Y ésos son los que luego se ponen en contacto con nosotros, bien es cierto que de manera muy educada, pero el mensaje está claro: «Existe preocupación y confían en que se tomen medidas enérgicas». Muy trivial, pero así es como funciona de verdad.

—¡Vamos, Jaap! ¿Hemos tenido alguna vez dificultades trabajando juntos? No, ¿verdad?

Se retrepó de nuevo y levantó los brazos con gesto implorante:

—Bueno, adelante, porque eres tú, Jager. Haré lo que me pides. De momento tengo unas cuantas líneas de investigación diferentes, pero tarde o temprano tendré que volver a él si las demás no me conducen a nada.

Ahora que había resuelto este problema para mi alivio, tenía una pregunta más:

—¿Y cómo le asesinaron?

—Vivía completamente solo en un pedazo de mansión y estaba soltero. Era un anciano que ya había vendido todos sus negocios y llevaba una vida retirada. Tenía un ama de llaves, pero sólo durante el día. Esa casa suya se encuentra oculta en un valle encajonado entre las dunas y está muy protegida y provista de los más modernos sistemas de alarma, que, por otra parte, no son ningún capricho, pues está repleta de valiosas obras de arte, sobre todo pinturas. En ese sentido, no me sorprende que conociera a ese Terborgh.

—¿Y cómo entraron entonces los ladrones? ¿Eran muchos o sólo había uno, o aún no puedes decirlo?

—Lo que te voy a contar ahora que quede entre nosotros, ¿vale, Jager?

—Sí, por supuesto, ya lo sabes.

—Muy bien. Bueno, todavía no tenemos ni idea de cuántas personas fueron, pero una cosa es segura: la alarma no estaba conectada. Eso quiere decir que con toda probabilidad Van Berkhout había dejado entrar en la casa a alguien que conocía. Podría haberse olvidado, pero según el ama de llaves la alarma se encendía de manera automática cuando ella se iba. Van Berkhout era viejo, pero aún estaba en forma y tenía la mente lúcida, así que no era el tipo de persona que olvida algo así. Por lo demás, tampoco se han encontrado signos de violencia, lo que coincide con el siguiente dato curioso: no han robado nada. Al menos por lo que dice el ama de llaves, que llevaba trabajando allí casi treinta años, con lo que debía saber bien todo lo que había en esa casa.

—Siempre que diga la verdad.

Se quedó mirándome con una leve sonrisa y dijo:

—No excluimos nada, pero si vieras a esa mujer, comprenderías de inmediato que no sea nuestra principal sospechosa. ¿Por qué iba a hacer de pronto algo así después de treinta años de haberle estado sirviendo fielmente? La estamos investigando, y a las personas con quien tiene trato, pero no parece nada lógico. Por otra parte, tenemos algo más: Van Berkhout había documentado muy bien su colección, todo escrito a mano de manera impecable. Ahora estamos haciendo el inventario tomando como referencia esas listas. Tenía obras de arte hasta en el retrete, toda la casa estaba llena. Había incluso un par de cuadros únicos metidos en armarios por falta de espacio donde colgarlos. ¿Eso es prueba de buen gusto? ¿Un amante del arte que deja por ahí tiradas valiosas obras de arte, y que incluso las llega a colgar hasta en el retrete?

Por un instante percibí desaprobación en su voz, pero en seguida retomó un tono profesional:

—Creo que nos vamos a encontrar con que no falta nada. Probablemente no se trate de un robo, aunque de momento para el exterior lo dejamos así. Ya es bastante latoso andar contestando todas esas preguntas.

—¿Y cómo lo mataron?

—Estaba en la biblioteca con la cabeza rota y el arma homicida al lado. Un ladrillo de granito que había recibido como recuerdo al dejar una de sus empresas. Llevaba un texto incorporado, algo así como: «en agradecimiento por...». Mira que es de mal gusto que te rompan la crisma precisamente con una cosa como ésa.

Los dos guardamos silencio por un instante. Yo tenía varias cosas en que pensar. Si no se trataba de un robo en el que algo había salido mal, ¿por qué le habían matado entonces?

—¿Y tú qué piensas, Jager, ahora que has oído toda la historia?

—Que se está complicando cada vez más. Con un robo todo habría estado claro, pero al parecer ahora se trata de algo distinto.

Lo que no dije fue que tenía la desagradable sensación de que Terborgh había vuelto a entrar en escena. Cuando creí que sólo había sido un robo cualquiera, me pareció evidente que Terborgh no habría tenido nada que ver, pero ahora se estaba complicando todo. Cerré el pico, pues al fin y al cabo me había costado mucho convencerle de que le dejara en paz de momento.

Por la manera de mirarme, no pude deducir lo que estaba pensando. Tal vez estuviera haciéndome un favor mayor de lo que en un principio me creía.

Jaap interrumpió nuestro silencio y dijo:

—Quizá sea una ventaja para nosotros. A un ladrón que se da a la fuga y no se lleva nada está claro que no vamos a cogerle de la noche a la mañana, pero ahora parece que debe de ser alguien que conocía a Van Berkhout, y de ahí mi interés por Terborgh.

Pagué la cuenta y los dos nos levantamos. Se tomó algún tiempo para volver a meterse la camisa dentro del pantalón.

—Por lo demás te veo muy bien, Jaap.

Hizo una mueca y por un momento no supo cómo reaccionar.

—¡Qué va! ¿Tú crees?

Tenía un aspecto más saludable y parecía mejor cuidado que las veces anteriores que nos habíamos visto.

—¡Venga ya, es un cumplido!

—¿Llevas por fin una vida más tranquila? —le pregunté—. ¿No te habrás echado ahora una novia estable?

Jaap Tielemans era conocido como el James Dean del Departamento de Policía, si bien una versión con unos cuantos años más y un tanto desaliñada desde que la edad había empezado a hacer mella en él. Era más joven que yo, pero había estado expuesto a un mayor desgaste. Fumaba, bebía y llevaba una vida irregular, llena de mujeres.

—¿A qué te refieres con estable, Jager? En tu opinión todo es transitorio, ¿no?

No pude por menos que reírme:

—¿Tienes algo serio o no?

—Ya hace más de medio año —respondió.

—¡Vaya!

—Sí, vaya —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Me muero de curiosidad —dije—. ¿Vas a presentármela o prefieres quedártela para ti solo?

—No, tranquilo, ya llegará ese día, pero ahora no quiero asustarla demasiado —me aseguró poniéndome la mano en el hombro—. Seguro que te pones a hablar con ella de la muerte, de que nada permanece y todo es transitorio.

Nos dimos la mano fuera, en la acera.

—¡Ah, sí, una cosa más, Jager! Cuando hayas terminado de vigilar a ese Terborgh, tienes que sacar todos los aparatos de allí. Lo último que quiero es que luego tengamos follón porque nos veamos obligados a averiguar cómo ha sido posible que hayan estado hurgando en su teléfono.

Esa misma tarde llamé a Peter Kurth. Le informé de que Terborgh & Terborgh, en efecto, estaba involucrada en el asunto y de que confiaba en localizar a ese vendedor anónimo dentro de un período escaso de tiempo. Cuando me preguntó qué me había parecido Simon Ferares, por un momento no supe qué decir. Él y los Lisetsky me habían hecho sentir que estaba entrando en contacto con algo que me resultaba totalmente ajeno pero que, sin embargo, era tan determinante que en realidad hablar simple y llanamente de ello parecía imposible e incluso carecía de sentido. Con Simon Ferares esa sensación era aún más fuerte, porque él llevaba consigo además la experiencia de haber estado recluido en un campo de exterminio.

Peter Kurth daba gruñidos de aprobación mientras intentaba traducírselo en palabras.

—Sí, él es uno de los pocos que sobrevivieron a Sobibor. ¿Le ha contado cómo lo consiguió?

Other books

Case Without a Corpse by Bruce, Leo
Things I Know About Love by Kate le Vann
His Diamond Bride by Lucy Gordon
Breakfast at Darcy's by Ali McNamara
Storm Warning by Caisey Quinn, Elizabeth Lee
Flashpoint by Jill Shalvis
Bad Medicine by Paul Bagdon
Lammas by Shirley McKay
Coyote Wind by Peter Bowen
Andromeda Gun by John Boyd