Las pruebas (11 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

—¿Por qué hemos parado?

—¡Porque casi me rompo las espinillas con algo que hay aquí! —respondió Minho—. Creo que es una escalera.

Thomas sintió que se le levantaba el ánimo, pero enseguida decayó. Había jurado no volver a hacerse ilusiones. No hasta que todo aquello hubiera terminado.

—Bueno, pues ¡subámoslas! —dijo Fritanga demasiado alegremente.

—¿Eso crees? —contestó Minho—. ¡Qué haríamos sin ti, Fritanga! En serio.

Thomas oyó las fuertes pisadas de Minho mientras subía corriendo las escaleras, emitiendo un sonido agudo, como si los peldaños estuvieran hechos de fino metal. Tan sólo pasaron unos segundos antes de que otras pisadas se unieran a las primeras, y pronto todos estaban siguiendo a Minho.

Cuando Thomas alcanzó el primer escalón, tropezó, cayó y se golpeó la rodilla con el siguiente peldaño. Bajó las manos para recuperar el equilibrio —casi reventó su bolsa de agua—después se puso de pie y subió saltándose algún que otro escalón de vez en cuando. ¡Quién sabía cuándo atacaría otra de esas cosas de metal! Y hubiese o no esperanza, estaba más que preparado para pasar a una zona que no estuviera oscura como boca de lobo.

Arriba se oyó un estruendo, un golpazo más fuerte que el del ruido de las pisadas, pero seguía sonando a metal.

—¡Ay! —gritó Minho.

Después se oyeron unos cuantos gruñidos y quejidos cuando los clarianos chocaron unos contra otros antes de poder parar.

—¿Estás bien? —preguntó Newt.

—¿Con qué te has… dado? —dijo Thomas entre jadeos.

Minho sonaba irritado:

—Con la fuca parte de arriba, eso es todo. Hemos llegado al tejado y no hay por dónde… —se calló, y Thomas oyó cómo deslizaba las manos por las paredes y el techo, buscando—. ¡Esperad! Creo que he encontrado…Le interrumpió un clic, y entonces el mundo alrededor de Thomas pareció arder en llamas. Gritó mientras se tapaba los ojos con las manos. Una luz punzante y cegadora brillaba desde arriba. Había dejado caer la bolsa de agua sin poder evitarlo. Después de tanto rato en la oscuridad total, la súbita aparición de la luz le aturdió, incluso a través de la protección de sus manos. Un naranja brillante traspasó sus dedos y sus párpados, y una oleada de calor descendió como viento caliente.

Thomas oyó un fuerte chirrido, luego un golpe seco y la oscuridad regresó. Con cautela, dejó caer las manos y entrecerró los ojos; unas manchas bailaban ante sus ojos.

—¡No me fuques! —exclamó Minho—. Parece que hemos encontrado una salida, pero ¡creo que está en el puñetero sol! Macho, sí que brillaba. ¡Y qué calor!

—Abrámoslo un poco para que se nos acostumbren los ojos —sugirió Newt. Después Thomas oyó que subía las escaleras para reunirse con Minho—. Aquí tienes una camisa, métela por ahí. ¡Que todo el mundo se tape los ojos!

Thomas le hizo caso y se tapó otra vez con las manos. El resplandor naranja volvió y empezó el proceso. Después de un minuto aproximadamente, bajó las manos y abrió poco a poco los ojos. Tuvo que entrecerrarlos y, aun así, parecía que un millón de linternas le estuvieran apuntando, pero se hizo más soportable. Al cabo de unos minutos, todo estaba muy brillante, pero bien.

Ahora podía ver que estaba a unos veinte escalones de donde Minho y Newt se agachaban bajo la trampilla del techo. Tres líneas resplandecientes marcaban los bordes de la puerta, interrumpidos tan sólo por la camisa que había metido por la esquina derecha para mantenerla abierta. Todo a su alrededor —las paredes, las escaleras y la misma puerta— estaba hecho de metal gris apagado. Thomas se dio la vuelta para mirar en la dirección por donde habían venido y vio que las escaleras desaparecían en la oscuridad debajo de ellos. Había subido más de lo que imaginaba.

—¿Alguien está ciego? —preguntó Minho—. Tengo los ojos abrasados.

Thomas se sentía también así. Los ojos le quemaban, le picaban y no dejaban de llorarle. Todos los clarianos a su alrededor se restregaban los ojos.

—¿Y qué hay ahí fuera? —preguntó alguien.

Minho se encogió de hombros mientras echaba un vistazo por la rendija de la puerta abierta con una mano de visera.

—No sabría qué decirte. Lo único que veo es un montón de luz brillante. Quizás estemos en el fuco sol. Pero no creo que haya gente ahí fuera —hizo una pausa—. Ni raros.

—Salgamos de aquí, entonces —propuso Winston, que estaba dos peldaños por debajo de Thomas—, Prefiero quemarme al sol a que ataque mi cabeza una de esas bolas de acero. ¡Vamos!

—Muy bien, Winston —contestó Minho—. No os quitéis la ropa interior, es mejor que antes se os ajusten los ojos a la luz. Abriré la puerta del todo para asegurarnos de que estamos bien. Preparaos —subió un escalón para poder presionar con el hombro derecho la losa de metal—. Uno. Dos. ¡Tres!

Enderezó las piernas con un gruñido y empujó hacia arriba. La luz y el calor inundaron las escaleras cuando la puerta se abrió con un terrible chirrido metálico. De inmediato, Thomas miró hacia el suelo y entrecerró los ojos. Aquel resplandor parecía imposible, aunque hubieran estado caminando sin rumbo fijo en la oscuridad total durante horas.

Oyó que arrastraban los pies y ruido de empujones; alzó la vista para ver que Newt y Minho avanzaban para salir del cuadrado de luz cegadora que se filtraba por la puerta ahora abierta. Todo el hueco de la escalera parecía un horno.

—¡Jo, tío! —exclamó Minho con un gesto de dolor en la cara—. Algo va mal, macho. ¡Es como si ya me estuviera quemando la piel!

—Tienes razón —dijo Newt, frotándose la nuca—. No sé si podemos salir ahí fuera. Tendremos que esperar a que se vaya el sol.

Se oyeron quejidos de los clarianos, pero entonces fueron asaltados por otro arrebato de Winston:

—¡Eh! ¡Cuidado! ¡Cuidado!

Thomas se dio la vuelta para mirar a Winston, que se hallaba un poco más abajo. Estaba señalando algo justo por encima de él al tiempo que retrocedía un par de peldaños. En el techo, tan sólo a unos centímetros por encima de sus cabezas, un gran pegote de líquido plateado se estaba fusionando, saliendo del metal como si se convirtiera en una gran lágrima. Se hizo cada vez más grande mientras Thomas la miraba fijamente y, en cuestión de segundos, formó una bola de pegote fundido, temblorosa, que poco a poco se tensaba. Entonces, antes de que nadie pudiera reaccionar, se despegó del techo y cayó.

Pero en vez de hacer
paf
en los peldaños a sus pies, la esfera plateada desafió la gravedad y voló en horizontal, directa a la cara de Winston. Sus gritos espantosos inundaron el aire mientras caía por las escaleras.

Capítulo 16

Thomas tenía un horrible presentimiento mientras bajaba por las escaleras detrás de Winston. No sabía si era porque quería ayudarle o porque no podía controlar su curiosidad acerca de la monstruosa bola plateada.

Al final, Winston se paró en seco y apoyó la espalda en uno de los escalones; aún les quedaba bastante para llegar abajo del todo. La luz brillante que entraba por la puerta abierta del techo iluminaba todo con perfecta claridad. Las manos de Winston estaban sobre su cara, tirando del líquido plateado. La bola de metal fundido ya se había empezado a fusionar con la parte superior de su cabeza y le consumía la punta de las orejas. Los bordes se deslizaban hacia abajo como sirope espeso, derramándose por sus oídos y tapándole las cejas.

Thomas saltó sobre el cuerpo del chico y se dio la vuelta para arrodillarse en el peldaño justo debajo de él. Winston estiraba y empujaba el pegote plateado para que no le cayera sobre los ojos. Sorprendentemente, parecía estar funcionando. Pero el muchacho gritaba con todas sus fuerzas al tiempo que se retorcía y daba patadas a la pared.

—¡Quitádmelo! —chilló con una voz tan ahogada que Thomas casi lo dejó y echó a correr. Si aquello dolía tanto…

Parecía un gel plateado muy denso. Persistente y pertinaz, como si estuviera vivo. En cuanto Winston empujaba una parte para quitársela de los ojos, caía un poco entre sus dedos, y otra vez lo intentaba. Cuando hacía eso, Thomas distinguía partes de la piel de su rostro, y no era muy agradable. Estaba roja y con ampollas.

Winston gritó algo tan ininteligible que sus gritos atormentados bien podrían haber estado en otro idioma. Thomas sabía que tenía que hacer algo. El tiempo se estaba agotando.

Se quitó el fardo que llevaba en los hombros y tiró los contenidos; fruta y unos cuantos paquetes se esparcieron y rodaron por las escaleras. Cogió la sábana y se la envolvió en las manos para protegerse. Cuando Winston volvió a intentar sacarse el líquido plateado de encima de los ojos, Thomas le agarró por los lados que habían caído sobre las orejas del chico. Notó el calor por encima de la tela y creyó que iba a ponerse a arder. Clavó bien los pies en el suelo, apretó la cosa lo más fuerte que pudo y tiró.

Con un inquietante sonido de succión, las partes del metal que atacaba se levantaron varios centímetros antes de resbalársele de las manos y volver a pegarse a las orejas de Winston. Imposible, el chico gritaba incluso más alto. Dos clarianos intentaron acercarse para ayudar, pero Thomas les gritó que se apartaran, pues creía que tan sólo se interponían.

—¡Tenemos que hacerlo juntos! —le gritó a Winston, decidido a agarrarlo más fuerte esta vez—. ¡Escúchame, Winston! ¡Tenemos que hacerlo juntos! ¡Intenta cogerlo y arrancártelo de la cabeza!

El otro chico no mostraba ninguna señal de haberlo entendido, todo su cuerpo se convulsionaba mientras se resistía. Si Thomas no hubiera estado en el peldaño debajo del suyo, ya se hubiera caído rodando por las escaleras.

—¡A la de tres! —gritó Thomas—. ¡Winston! ¡A la de tres!

Seguía sin haber ninguna señal de que le hubiera oído. Gritos. Sacudidas. Patadas. Golpes a la materia plateada.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Thomas, o tal vez era el sudor que le bajaba por la frente. Pero le escocía. Y notó como si el aire se hubiera calentado un millón de grados. Se le tensaron los músculos y unos pinchazos de dolor se dispararon por sus piernas. Eran calambres.

—¡Hazlo! —gritó, ignorándolo todo y apoyándose para intentarlo de nuevo—. ¡Una! ¡Dos! ¡Ya!

Agarró los laterales del líquido que se extendía, notó su extraña combinación de duro y blando, y después volvió a tirar para sacárselo de la cabeza a Winston. Este debía de haberle escuchado, o tal vez fue la suerte, pero empujó el pegote al mismo tiempo con la palma de la mano, como si tratase de arrancarse su propia frente. Todo el revoltijo plateado salió hacia arriba, una capa floja, espesa y pesada. Thomas no vaciló; levantó los brazos, tiró aquella porquería por encima de su cabeza hacia la escalera y se dio la vuelta sobre sus talones para ver lo que había ocurrido.

Mientras volaba por los aires, el líquido volvió a transformarse en una esfera, su superficie se tensó un momento y luego se solidificó. Se detuvo a tan sólo unos pasos de ellos y se mantuvo en el aire un segundo, como si estuviera lanzándole una larga y duradera mirada a su víctima, tal vez considerando detenidamente qué había salido mal. Entonces salió disparado y bajó volando la escalera hasta que desapareció en la oscuridad de allí abajo.

Se había ido. Por alguna razón, no había vuelto a atacar.

Thomas tomaba grandes bocanadas de aire, cada centímetro de su cuerpo parecía empapado de sudor. Apoyó un hombro en la pared, temeroso de mirar a Winston, que gimoteaba detrás de él. Al menos los gritos habían cesado.

Finalmente, Thomas se dio la vuelta para mirarle a la cara.

El chaval estaba hecho un desastre, acurrucado como una bola, temblando. El pelo de su cabeza había desaparecido y en su lugar tenía la piel en carne viva y por algunas partes se filtraba la sangre. Tenía las orejas cortadas e irregulares, pero estaban enteras. Sollozaba debido al dolor y el trauma causados por lo que acababa de pasarle. El acné de su rostro parecía limpio y fresco comparado con las heridas del resto de su cabeza.

—¿Te encuentras bien, tío? —preguntó Thomas, aunque sabía que debía de ser la pregunta más tonta que había hecho en su vida.

Winston negó con la cabeza con una sacudida rápida y su cuerpo continuó temblando. Thomas alzó la vista para mirar a Minho, Newt, Aris y los demás clarianos que estaban sólo un par de escalones por encima de ellos, todos mirando hacia abajo, horrorizados. La deslumbrante luz de arriba ensombrecía sus rostros, pero, aun así, Thomas les veía los ojos, tan abiertos como los de un gato pasmado ante un foco.

—¿Qué era esa fuca cosa? —murmuró Minho.

Thomas no podía hablar y se limitó a negar con la cabeza de forma cansada. Newt fue el que respondió:

—Un pegote mágico que se come las cabezas de la gente, eso es lo que es.

—Tiene que ser algún tipo de tecnología nueva —sugirió Aris. Era la primera vez que Thomas le veía participar en una discusión. El chico miró a su alrededor; como era lógico, advirtió las caras de sorpresa y luego se encogió de hombros, como si le diera vergüenza continuar—. Tengo unos cuantos recuerdos que me vienen a la memoria. Sé que el mundo tiene algún tipo de tecnología avanzada, pero no recuerdo nada de metal fundido que volara e intentase cortar partes del cuerpo.

Thomas pensó en sus propios recuerdos vagos. Desde luego, tampoco a él le venía a la mente nada así.

Minho señaló distraídamente hacia la parte baja de las escaleras, más allá de Thomas.

—Esa mierda debe de adherirse a tu cara y luego se come la carne de tu cuello hasta que te lo corta de cuajo. Qué bonito. Muy bonito.

—¿Lo viste? ¡La cosa esa salió del techo! —exclamó Fritanga—. Será mejor que salgamos de aquí. Ya.

—No podría estar más de acuerdo —añadió Newt.

Minho miró a Winston con asco y Thomas le imitó. El muchacho había dejado de temblar y sus sollozos se habían calmado hasta convertirse en un gimoteo sofocado. Pero tenía un aspecto horrible y seguro que le quedaban cicatrices. Thomas no podía imaginar cómo iba a volver a crecer el pelo en aquella cabeza roja, en carne viva.

—¡Fritanga, Jack! —les llamó Minho—. Ayudad a Winston a levantarse. Aris, recoge la clonc que ha tirado y que te ayuden un par de chicos a llevarla. Nos vamos. No me importa lo brillante o atroz que sea la luz ahí arriba, no me apetece que conviertan hoy mi cabeza en una bola de bolera.

Se dio la vuelta sin esperar a ver si la gente acataba sus órdenes. Fue un gesto que, por alguna razón, hizo que Thomas pensara que aquel chaval iba a acabar siendo un buen líder después de todo.

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