Las pruebas (15 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Estaba limpia, de arriba abajo. Thomas se había esperado que estuviera sucia después de todo aquel tiempo en un polvoriento desierto. Que tuviera la ropa raída y hecha jirones, el pelo grasiento y la cara emborronada y quemada por el sol. Pero, en cambio, llevaba ropa nueva y el pelo limpio le caía en cascada sobre los hombros. Nada estropeaba la piel pálida de su rostro o sus brazos. Nunca la había visto tan guapa en el Laberinto ni tampoco en los turbios recuerdos que podía arrancar de lo recuperado tras el Cambio.

Pero sus ojos brillaban por las lágrimas; su labio inferior temblaba de miedo; sus manos se agitaban en los costados. Por su mirada supo que le había reconocido, que no se había olvidado de él, pero que detrás de todo aquello había un terror puro y absoluto.

—Teresa —susurró, angustiado en su interior—. ¿Qué pasa?

Ella no respondió, pero sus ojos se movieron hacia un lado y luego volvieron a mirarle. Brotaron un par de lágrimas, que rodaron por sus mejillas y cayeron al suelo. Le temblaron los labios aún más que antes y el pecho se le agitó por lo que únicamente podrían ser sollozos reprimidos.

Thomas dio un paso hacia delante y acercó las manos a ella.

—¡No! —gritó—. ¡Apártate de mí!

Thomas se detuvo; era como si algo enorme le hubiera golpeado las entrañas. Levantó las manos.

—Vale, vale. Teresa, ¿qué…?

No sabía qué decir o preguntar. No sabía qué hacer. Pero la terrible sensación de que algo se rompía en su interior y amenazaba con ahogarlo se intensificó conforme crecía en su garganta.

Se quedó quieto por miedo a alarmarla de nuevo. Lo único que podía hacer era mirarla a los ojos, intentar comunicarle cómo se sentía, suplicarle que le dijera algo. Cualquier cosa.

Pasaron un buen rato en silencio. La manera en que a ella le temblaba el cuerpo, el modo en que casi parecía resistirse a algo oculto… a Thomas le recordaba a… Le recordaba a cómo había actuado Gally justo después de que escaparan del Claro y entrara en la sala con la mujer de la camisa blanca. Justo antes de que todo se convirtiera en una locura.
Justo
antes de matar a Chuck.

Thomas tenía que hablar o iba a explotar:

—Teresa, he pensado en ti cada segundo desde que se te llevaron. Tú…

Ella no le dejó terminar. Con dos grandes zancadas enseguida estuvo delante de él, extendió las manos y le agarró por los hombros para acercárselo. Impresionado, Thomas la abrazó y la apretó contra su cuerpo, tan fuerte que de repente se preocupó por si podría respirar. Las manos de la chica encontraron su nuca, luego los laterales de su cara e hizo que la mirara.

Y entonces se besaron. Algo explotó en el interior de su pecho, algo que consumió la tensión, la confusión y el miedo. Consumió el daño de unos segundos atrás. Por un momento, sintió que ya nada le importaba. Que ya no importaría nada nunca más.

Pero en ese momento la joven se apartó. Retrocedió a trompicones hasta que chocó con la pared. El terror volvió a su rostro y la poseyó como un demonio. Y entonces habló con una voz susurrante, pero con urgencia:

—Apártate de mí, Tom —dijo—. Todos tenéis que apartaros… de mí. No discutas. Tan sólo vete. Corre —su cuello se tensó por el esfuerzo de soltar aquellas últimas palabras.

A Thomas nunca le había dolido tanto algo, pero le impresionó lo que hizo a continuación.

Ahora la conocía, la
recordaba.
Y sabía que estaba diciendo la verdad. Algo iba mal. Algo iba muy mal, peor de lo que él imaginaba al principio. Quedarse, discutir con ella, intentar obligarla a acompañarlo sería una bofetada a la increíble fuerza de voluntad que debía de haberle supuesto separarse de él para avisarle. Tenía que hacer lo que le pedía.

—Teresa —dijo—, te encontraré.

Las lágrimas ahora brotaban de sus ojos. Se dio la vuelta y salió corriendo del edificio.

Capítulo 21

Thomas se alejó a trompicones del edificio que ya no estaba a oscuras, con los ojos entrecerrados por las lágrimas. Volvió con los clarianos y se negó a contestar sus preguntas. Les dijo que tenían que marcharse, salir corriendo y alejarse lo más rápido posible. Que se lo explicaría más tarde. Que sus vidas estaban en peligro.

No los esperó. No se ofreció a coger el fardo que llevaba Aris. Se limitó a empezar a correr hacia la ciudad, hasta que tuvo que aminorar la marcha a un paso razonable y se olvidó de los otros, se olvidó del mundo. Huir de ella fue lo más difícil que había hecho en su vida, sin lugar a dudas. Nada se asemejaba a lo que sentía ahora: ni aparecer en el Claro con la memoria borrada ni adaptarse a la vida allí ni estar atrapado en el Laberinto ni luchar contra los laceradores o ver morir a Chuck.

Ella estaba allí. Había estado en sus brazos, habían vuelto a estar juntos. Se habían besado y había sentido algo que creía imposible. Y ahora estaba huyendo. La dejaba atrás.

Unos sollozos entrecortados salieron de él. Gimió y oyó cómo se quebraba su voz. Sintió un dolor en el corazón que casi le hizo detenerse, desplomarse al suelo y desistir. La pena le consumía y más de una vez le tentó regresar. Pero, de algún modo, se mantuvo fiel a lo que le habían ordenado que hiciera y se aferró a la promesa que había hecho de volver a encontrarla.

Al menos estaba viva. Al menos estaba viva. Era lo que se repetía una y otra vez, lo que le hacía seguir corriendo. Estaba viva.

• • •

Su cuerpo no podía con tanto. En algún momento, quizá dos o tres horas después de dejarla, se paró, seguro de que se le saldría el corazón del pecho si avanzaba un paso más. Se dio la vuelta para mirar detrás de él y vio unas sombras moverse a lo lejos. El resto de clarianos seguían allí atrás. Thomas respiró grandes bocanadas de aire seco, se arrodilló, plantó los antebrazos sobre una rodilla y cerró los ojos para descansar hasta que le alcanzaron.

Minho llegó el primero; no estaba contento. Incluso bajo aquella tenue luz —el alba empezaba a iluminar el cielo por el este— era evidente que echaba chispas mientras daba tres vueltas en torno a Thomas antes de decir nada.

—¿Qué…? ¿Por qué…? ¿Qué clase de fuco idiota eres, Thomas?

Thomas no tenía ganas de hablar sobre eso ni sobre nada. Al no responder, Minho se arrodilló junto a él.

—¿Cómo puedes hacer eso? ¿Cómo puedes salir de ahí y marcharte de esa manera? ¿Sin explicar nada? ¿Desde cuándo hacemos así las cosas? Gilipullo —dejó escapar un gran suspiro y se sentó al tiempo que negaba con la cabeza.

—Lo siento —masculló al final Thomas—. Fue bastante traumático.

Los otros clarianos ya les habían alcanzado. La mitad estaban doblados para recuperar el aliento y la otra mitad se esforzaba por oír lo que Thomas y Minho decían. Newt estaba ahí, pero parecía contento de dejar a Minho hacer todas las averiguaciones de lo que había pasado.

—¿Traumático? —repitió Minho—. ¿A quién viste ahí dentro? ¿Qué te dijeron?

Thomas sabía que no le quedaba otra opción. Aquello no era algo que pudiera o debiera ocultar a los demás.

—Era… era Teresa.

Esperaba gritos ahogados, exclamaciones de sorpresa, acusaciones de ser un puñetero mentiroso. Pero no hubo más que silencio; podía oírse el viento de la mañana escabulléndose entre el terreno polvoriento que les rodeaba.

—¿Qué? —dijo por fin Minho—. ¿En serio?

Thomas se limitó a asentir y se quedó con la vista fija en una roca triangular que había en el suelo. El aire se había levantado considerablemente en los últimos minutos.

Minho estaba impresionado, algo comprensible.

—¿Y la dejaste ahí? Tío, tienes que empezar a hablar y contarnos lo que ha pasado.

A pesar de lo que le dolía, a pesar de que al acordarse se le partía el corazón, Thomas les contó la historia. Cómo temblaba y lloraba cuando la vio, cómo actuaba como Gally —casi poseído— antes de matar a Chuck y la advertencia que le había hecho. Se lo contó todo. Lo único que omitió fue el beso.

—¡Vaya! —exclamó Minho con una voz cansada, resumiéndolo todo con una simple palabra.

Pasaron varios minutos. El viento seco arañaba el suelo y llenaba el aire de polvo mientras la brillante cúpula naranja del sol alcanzó el horizonte y oficialmente empezó el día. Nadie habló. Thomas oyó que se sorbían la nariz y tosían un poco. Sonidos de gente bebiendo de sus bolsas de agua. La ciudad parecía haber crecido durante la noche y sus edificios se extendían hacia el cielo despejado de color púrpura azulado. Tan sólo tardarían uno o dos días en llegar.

—Era una especie de trampa —dijo al final—. No sé qué hubiera pasado o cuántos de nosotros hubiéramos muerto. Quizá todos. Pero vi que no había duda en sus ojos cuando se separó de lo que la dominaba. Nos salvó y apuesto lo que sea a que… —tragó saliva—… a que le harán pagar por ello.

Minho extendió la mano para apretar el hombro de Thomas.

—Tío, si esos fucos de CRUEL la quisieran muerta, se estaría pudriendo bajo un montón de rocas. Es tan fuerte como cualquiera o incluso más. Sobrevivirá.

Thomas respiró hondo y soltó el aire. Se sentía mejor. Aunque fuera increíble, se sentía mejor. Minho tenía razón.

—Lo sé. De alguna forma, lo sé.

Minho se levantó.

—Deberíamos haber parado hace dos horas para dormir un poco; pero, gracias al señor Corredor del Desierto aquí presente —le golpeó suavemente a Thomas en la cabeza—, nos hemos agotado hasta que ha vuelto a salir el puñetero sol. Sigo pensando que necesitamos descansar un rato. Pongámonos debajo de las sábanas o lo que sea, pero intentémoslo.

Aquello no supuso el menor problema para Thomas. El sol resplandeciente hacía que el dorso de sus párpados se tiñera de un turbio carmesí de manchas negras y se durmió enseguida, con la sábana sobre su cabeza para protegerse de las quemaduras del sol… y de sus problemas.

Capítulo 22

Minho les dejó dormir casi cuatro horas, aunque no tuvo que despertar a muchos. El sol naciente e intenso ardía con furia sobre la tierra y se volvía insoportable, imposible de ignorar. Cuando Thomas se levantó y recogió la comida después del desayuno, el sudor ya empapaba sus ropas. El olor de los cuerpos flotaba entre ellos como una niebla apestosa y esperaba no ser él el más culpable. Las duchas del dormitorio parecían ahora todo un lujo.

Los clarianos permanecieron malhumorados y en silencio mientras se preparaban para el viaje. Cuanto más lo pensaba Thomas, más se daba cuenta de que no había mucho por lo que alegrarse. Aun así, había dos cosas que le hacían seguir adelante, y esperaba que los demás sintieran lo mismo. Primero, una irresistible curiosidad por averiguar qué había en esa estúpida ciudad —conforme se acercaban parecía más una gran ciudad—. Y segundo, la esperanza de que Teresa estuviera viva y bien. Quizás hubiera pasado por uno de esos Trans Planos. Quizás ahora se hallase delante de ellos. En la ciudad, incluso. Thomas sintió una oleada de ánimo.

—Vamos —dijo Minho cuando todo el mundo estuvo preparado. Entonces partieron.

Caminaban por aquel terreno seco y polvoriento. No hacía falta que lo dijera nadie, pero Thomas sabía que todos estaban pensando lo mismo: no tenían energía para correr mientras el sol estuviera en lo alto. Y aunque así fuera, no les quedaba suficiente agua para mantenerse vivos a un ritmo más rápido.

Así que siguieron caminando, con las sábanas sobre sus cabezas. A medida que la comida y el agua fueron disminuyendo, más fardos estuvieron disponibles para protegerse del sol y menos clarianos tenían que andar en pareja. Thomas fue uno de los primeros en ir solo, probablemente porque nadie quería hablar con él después de oír la historia de Teresa. Por supuesto, no iba a quejarse; la soledad de momento era un placer.

Caminaban. Sólo había pausas para comer y beber agua. Caminaban. El calor era como un océano seco por el que tenían que nadar. Aquel viento, que ahora soplaba con más fuerza y traía más polvo y arena en vez de aliviar el calor, azotaba las sábanas y dificultaba mantenerlas en su sitio. Thomas seguía tosiendo y quitándose trozos de mugre acumulada en las comisuras de sus ojos. Notaba como si cada trago de agua tan sólo le hiciera querer más, pero sus provisiones habían descendido a un nivel altamente peligroso. Si no había agua fresca en la ciudad cuando llegaran…

No era bueno para él seguir aquella línea de pensamiento.

Continuaron; cada paso se hacía más angustioso y el silencio se impuso. Nadie hablaba. Thomas tenía la sensación que si decía un par de palabras, gastaría demasiada energía. Era todo lo que podía hacer para poner un pie delante del otro, una y otra vez, con la vista clavada, sin vida, en su objetivo: la ciudad que cada vez estaba más cerca.

Era como si los edificios estuvieran vivos y crecieran ante sus ojos conforme se acercaban. Thomas no tardó en ver lo que debía de ser piedra y unas ventanas que brillaban a la luz del sol. Algunas parecían estar rotas, pero eran menos de la mitad. Desde su posición estratégica, daba la impresión de que las calles se encontraban vacías. No había hogueras encendidas durante el día. Por lo que veía, en aquel lugar no había árboles ni ningún otro tipo de vegetación. ¿Cómo iba a haber nada con aquel clima? ¿Cómo podía incluso la gente vivir allí? ¿Cómo cultivarían alimentos? ¿Qué encontrarían?

Al día siguiente. Habían tardado más de lo que pensaba, pero Thomas no dudaba de que llegarían a la ciudad al día siguiente. Y aunque seguramente hubiera sido mejor rodearla, no les quedaba otra opción: tenían que reponer provisiones.

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