Las pruebas (32 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

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Cuando los primeros indicios del alba le dieron al cielo un tono azul oscuro y las estrellas empezaron a titilar para dar paso a un nuevo día, Thomas por fin tuvo el valor de acercarse a Brenda para hablar. Los riscos se alzaban ahora; árboles muertos y trozos de rocas desperdigadas se veían con claridad. Llegarían al pie de la cordillera cuando el sol asomara por el horizonte, Thomas estaba seguro.

—Eh —le dijo—, ¿qué tal van tus pies?

—Muy bien —respondió ella sucintamente, pero enseguida volvió a hablar, quizá para intentar compensar su parquedad—: ¿Y tú? Parece que ya tienes bien el hombro.

—No puedo creer lo bien que está. Apenas me duele.

—Estupendo.

—Sí —se quebró la cabeza tratando de pensar en algo que añadir—. Bueno, eh… Perdona por todo lo raro que pasó. Y… por todo lo que dije. Tengo la cabeza hecha un lío.

La muchacha le miró y Thomas distinguió un poco de ternura en sus ojos.

—Por favor, Thomas; lo último que te hace falta es pedir disculpas —volvió a mirar al frente—. Tan sólo somos diferentes. Además, tienes a esa novia tuya. No debería haber intentado besarte y toda esa mierda.

—En realidad, no es mi novia —se arrepintió de haberlo dicho en cuanto salió de sus labios; ni siquiera sabía de dónde lo había sacado.

Brenda resopló.

—No seas tonto. Y no me insultes. Si te vas a resistir a esto —hizo una pausa y se señaló con la mano desde la cabeza a los pies, con una sonrisa burlona—, será mejor que sea por un buen motivo.

Thomas se rió, y toda la tensión y la incomodidad que sentía desaparecieron por completo.

—Ya lo pillo. Además, seguro que besas de pena.

La chica le dio un puñetazo en el brazo, por suerte, en el sano.

—No podrías estar más equivocado. Te lo digo yo.

Thomas estaba a punto de replicar algo estúpido cuando se paró en seco. Alguien que por poco chocó con él desde atrás le rodeó con paso ligero, pero no supo quién. Tenía los ojos clavados delante y se le había paralizado el corazón.

El cielo se había aclarado considerablemente y la cuesta de las montañas se hallaba a tan sólo unos metros de distancia. A medio camino entre aquí y allí, una chica había aparecido de la nada, como si hubiese ascendido del suelo. Y caminaba hacia ellos a paso rápido. En las manos llevaba una larga vara de madera con una hoja de aspecto desagradable atada en el extremo.

Era Teresa.

Capítulo 44

Thomas no sabía cómo tomarse lo que veía. No sintió sorpresa o alegría al ver que Teresa estaba viva; ya sabía que lo estaba: le había hablado mentalmente justo el día anterior. Pero verla en persona le animó. Hasta que recordó su advertencia de que algo malo iba a suceder. Hasta que pensó en el hecho de que la chica estaba sujetando una lanza afilada.

Los demás clarianos la vieron a continuación y no tardaron en detenerse, boquiabiertos, para observar cómo Teresa marchaba hacia ellos, con las manos aferradas al arma y la expresión dura como una piedra. Parecía estar dispuesta a acuchillar lo primero que se moviera.

Thomas dio un paso al frente sin estar muy seguro de lo que planeaba hacer. Pero entonces le detuvieron más movimientos.

A ambos lados de Teresa, aparecieron chicas; ellas también parecían haber salido de la nada. Thomas se volvió para mirar a sus espaldas. Estaban rodeados por al menos veinte chicas. Y todas llevaban armas, desde cuchillos a espadas oxidadas, pasando por machetes mellados. Varias de las chicas tenían arcos y flechas, cuyas puntas amenazantes ya estaban apuntando al grupo de clarianos. Thomas sintió un inquietante temor. A pesar de lo que Teresa había dicho sobre que iba a suceder algo malo, estaba seguro de que no iba a dejar que aquella gente le hiciera daño. ¿Verdad?

De repente, el Grupo B le vino a la cabeza. Y el tatuaje en el que ponía que supuestamente tenían que matarle.

Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando Teresa se detuvo a unos diez metros del grupo. Sus compañeras hicieron lo mismo y formaron un círculo completo alrededor de los clarianos. Thomas se dio la vuelta otra vez para asimilarlo todo. Cada una de sus nuevas visitantes estaba rígida, con los ojos entrecerrados y el arma delante, preparada. Los arcos eran lo que más le asustaba; él y los demás no tendrían posibilidad de actuar antes de que esas flechas volaran y le dieran a alguien en el pecho.

Se paró de cara a Teresa, que tenía los ojos fijos en él.

Minho habló primero:

—¿De qué va esta mierda, Teresa? Bonita forma de saludar a unos viejos amigos.

Al mencionar el nombre de Teresa, Brenda se dio la vuelta y miró a Thomas, que la señaló con un gesto rápido de la cabeza, y la sorpresa en su rostro le entristeció por algún motivo.

Teresa no respondió a la pregunta y un silencio inquietante se adueñó del grupo. El sol continuaba saliendo, avanzando lentamente hacia el punto donde les abrasaría su calor insoportable.

Teresa volvió a caminar hacia ellos y se detuvo a unos tres metros de donde Minho y Newt estaban uno junto otro.

—¿Teresa? —preguntó Newt—. ¿Qué demonios…?

—Cállate —respondió. No fue brusca ni le gritó. Lo dijo de forma calmada y con convicción, lo que asustó aún más a Thomas—. Y si cualquiera de vosotros se mueve, los arcos empezarán a disparar.

Teresa levantó su lanza hasta una mejor posición de lucha, la movió adelante y atrás al pasar junto a Newt y Minho y entre los clarianos, como si estuviera buscando algo. Llegó hasta Brenda y se paró. No mediaron palabra, pero el odio entre ellas era patente. Teresa la pasó de largo sin abandonar su mirada glacial.

Y entonces se colocó enfrente de Thomas. El joven intentó convencerse de que ella nunca usaría su arma contra él, pero no era fácil cuando tenía la punta afilada delante.

—Teresa —susurró antes de poder contenerse.

A pesar de la lanza, a pesar de la dura expresión en su rostro, a pesar de sus músculos en tensión como si estuviera a punto de rajarle, lo único que quería era extender la mano hacia ella. No podía evitar recordar el beso que le había dado. En cómo le había dejado.

La chica no se movió; siguió clavándole la mirada con una expresión indescifrable, salvo por el evidente enfado.

—Teresa, ¿qué…?

—Calla.

La misma voz calmada, una orden rotunda. No sonaba como ella.

—Pero ¿qué…?

Teresa retrocedió, movió el extremo de su lanza y le dio en la mejilla derecha. Una explosión de dolor le recorrió el cráneo y el cuello; cayó de rodillas con una mano sobre la cara, donde le había dado.

—He dicho que te calles —extendió el brazo, lo agarró de la camisa y tiró hasta que estuvo otra vez de pie. Recolocó las manos en la vara de madera y le apuntó—. ¿Te llamas Thomas?

Se la quedó mirando boquiabierto. El mundo se derrumbaba sobre él, aunque se decía a sí mismo que ella le había advertido; le había dicho que confiara en ella a pesar de las circunstancias.

—Ya sabes quién…

La chica movió la lanza con aún más violencia y el extremo que no tenía hoja chocó contra su cabeza, justo en la oreja. El dolor fue el doble de fuerte que en el primer golpe; gritó, agarrándose la cabeza. Pero esta vez no se cayó.

—¡Ya sabes quién soy! —gritó.

—Sí, antes lo sabía —repuso con un tono suave y a la vez asqueado—. Te lo preguntaré una vez más: ¿te llamas Thomas?

—¡Sí! —le contestó chillando—. ¡Me llamo Thomas!

Teresa asintió y empezó a apartarse de él con la punta de la hoja todavía apuntándole al pecho. La gente se apartó de su camino mientras pasaba por el grupo y se reunía con el círculo de chicas que los rodeaba.

—Te vienes con nosotras —dijo—, Thomas. Vamos. Recordad: si alguien intenta algo, las flechas volarán.

—¡Ni hablar! —gritó Minho—. No os lo vais a llevar a ninguna parte.

Teresa actuó como si no le hubiera oído, con los ojos clavados en Thomas y aquella extraña mirada entrecerrada.

—Esto no es una broma. Voy a empezar a contar; cada vez que diga un múltiplo de cinco, mataremos a uno de vosotros con una flecha. Lo haremos hasta que Thomas sea el último que quede y después nos lo llevaremos de todos modos. Depende de vosotros.

Por primera vez, Thomas advirtió que Aris actuaba de manera extraña. Estaba a unos pasos a la derecha de Thomas y seguía girándose, despacio y en círculo, mirando a las chicas una a una, como si las conociera muy bien. Pero mantuvo la boca cerrada.

«Claro», pensó Thomas. Si aquel era de verdad el Grupo B, Aris había estado con ellas. Las conocía bien.

—¡Uno! —gritó Teresa.

Thomas no quería arriesgarse. Avanzó entre la gente hasta que llegó al espacio abierto y fue directo hacia Teresa. Ignoró los comentarios de Minho y el resto, lo ignoró todo. Con los ojos clavados en Teresa, tratando de no mostrar emoción, caminó hasta que sus narices casi se rozaron.

Era lo que deseaba de todas formas, ¿no? Quería estar con ella. Incluso si se había vuelto contra él. Incluso si CRUEL la había manipulado, como a Alby o a Gally. Por lo que sabía, le habían vuelto a borrar la memoria. No importaba. Parecía que la chica hablaba en serio y no podía arriesgarse a que alguien disparara una flecha a uno de sus amigos.

—Muy bien —dijo—. Aquí me tienes.

—Sólo he contado hasta uno.

—Sí, soy así de valiente.

Le golpeó con la lanza tan fuerte que Thomas no pudo evitar caerse de nuevo al suelo. La mandíbula y la cabeza le ardían. Escupió y vio que la sangre salpicaba la tierra.

—Traed la bolsa —ordenó Teresa desde arriba.

De reojo, vio a dos chicas caminando hacia él, con las armas escondidas en algún sitio. Una de ellas, una joven de piel morena con el pelo casi rapado al cero, sostenía un gran saco deshilachado, de arpillera. Se detuvieron a medio metro de distancia y Thomas retrocedió a gatas, temiendo hacer algo más por miedo a que le dieran otra paliza.

—¡Nos lo llevamos! —gritó Teresa—. Si alguien nos sigue, le golpearé de nuevo y empezaremos a dispararos. No nos molestaremos en apuntar. Dejaremos que las flechas vuelen como ellas quieran.

—¡Teresa! —exclamó Minho—. ¿Has cogido el Destello tan rápido? Está claro que se te ha ido la cabeza.

El extremo de la lanza chocó contra la parte trasera de la cabeza de Thomas; este cayó de bruces y unas estrellas negras nadaron en el suelo a unos centímetros de su rostro. ¿Cómo podía hacerle algo así?

—¿Quieres decir algo más? —preguntó Teresa. Tras un momento de silencio, añadió—: Ya decía yo. Cubridle con el saco.

Unas manos le agarraron por los hombros con violencia y le dieron la vuelta para ponerlo de espaldas. Al cogerle le clavaron los dedos en la herida de bala, lo que le hizo sentir un gran dolor por primera vez desde que CRUEL le curó.

Gimió. Unas caras que ni siquiera parecían enfadadas se cernieron sobre él cuando las dos chicas colocaron el extremo abierto del saco directamente sobre su cabeza.

—No te resistas —dijo la chica morena con la cara brillante por el sudor— o será peor.

Thomas estaba perplejo. Sus ojos y su voz irradiaban auténtica compasión por él. Pero sus siguientes palabras no podían haber sido más diferentes:

—Será mejor que cooperes y nos dejes matarte. No te beneficiará en nada sufrir por el camino.

El saco se deslizó sobre su cabeza y lo único que pudo ver fue una desagradable luz marrón.

Capítulo 45

Lo movieron sobre el suelo hasta que el saco se deslizó y cubrió todo su cuerpo. Después ataron el extremo abierto en la parte de sus pies con una cuerda, anudándola bien fuerte y envolviendo los extremos alrededor de su cuerpo; para mayor seguridad, hicieron otro nudo justo encima de su cabeza.

Thomas notó que el saco se tensaba y que tiraban de su cabeza hacia arriba. Se imaginó a las chicas sujetando los extremos de aquella cuerda larguísima. Aquello sólo podía significar una cosa: iban a arrastrarlo. No podía soportarlo más y empezó a retorcerse, aunque sabía lo que le esperaba.

—¡Teresa! ¡No me hagas esto!

Esta vez, un puño le dio en pleno estómago y le hizo soltar un alarido. Intentó doblarse en dos, sujetarse la cintura, pero el maldito saco se lo impidió. Le entraron náuseas; las contuvo e intentó conservar la comida.

—Puesto que no te importa lo que te suceda —dijo Teresa—, vuelve a hablar y empezaremos a disparar a tus amigos. ¿Te parece bien?

Thomas no respondió; emitió un sollozo, desesperado por el dolor. ¿De verdad había pensado el día anterior que las cosas iban a mejorar? Con la infección y la herida curadas, lejos de la ciudad de los raros, con tan sólo una rápida aunque dura caminata a través de las montañas que había entre ellos y el refugio seguro… Ya tenía que habérselo figurado después de todo por lo que había pasado.

—¡Lo he dicho en serio! —gritó Teresa a los clarianos—. No avisaremos. Si nos seguís, las flechas empezarán a volar.

Thomas la vio de perfil, arrodillada junto a él, y oyó cómo crujían sus rodillas sobre la tierra. Entonces la chica le agarró por la tela del saco y pegó su cabeza a la suya, con la boca a tan sólo un par de centímetros de su oído. Empezó a susurrar, tan débilmente que Thomas tuvo que esforzarse por oírla, tuvo que concentrarse para separar sus palabras de la brisa:

—Ya no puedo hablarte telepáticamente. Recuerda que debes confiar en mí.

Thomas, sorprendido, se obligó a mantener la boca cerrada.

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