Las pruebas (17 page)

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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

Minho empezó a correr. Los otros le siguieron y Thomas esperó hasta el final, pues sabía que Minho así lo quería. Después empezó a correr con energía, contento de no ir contra el viento. Sólo entonces le vinieron a la mente algunas de las palabras que había dicho el anciano. El sudor que le causaron enseguida se evaporó y su piel quedó seca y salada.

«Manteneos alejados. Mala gente».

Capítulo 24

A medida que se acercaban a la ciudad, a Thomas le costaba cada vez más verla. El polvo en el aire se había condensado hasta convertirse en una niebla parduzca y lo notaba en cada respiración. Se le acumulaba en los ojos, que le lloraban, y se le formaba un pegote que debía limpiarse sin parar. El gran edificio que les tranquilizaba se había convertido en una sombra imponente detrás de las nubes, que se hacía más y más alta, como un gigante que no dejaba de crecer.

El viento soplaba amenazante y le arrojaba arena hasta el punto de dolerle. De vez en cuando, objetos más grandes pasaban volando y le daban un susto de muerte. Una rama, algo que parecía un ratón pequeño, un trozo de teja. E innumerables trocitos de papel. Todo se arremolinaba en el aire como copos de nieve.

Entonces llegaron los relámpagos.

Habían reducido a la mitad la distancia hasta el edificio —quizás incluso más— cuando los rayos aparecieron de la nada y el mundo a su alrededor estalló en luces y truenos. Caían del cielo de forma irregular, como barras de luz blanca, golpeaban el suelo y levantaban grandes cantidades de tierra chamuscada. Aquel sonido abrumador era insoportable y a Thomas se le empezaron a entumecer los oídos por el ruido espantoso, transformado en un lejano susurro mientras se quedaba sordo.

Continuó corriendo, casi ciego ahora, incapaz de oír, sin apenas ver el edificio. Los chicos se caían y volvían a levantarse. Thomas tropezó, pero recuperó el equilibrio. Ayudó a Newt a volver a ponerse de pie y luego a Fritanga. Les empujó hacia delante mientras él seguía avanzando. Era sólo cuestión de tiempo que a alguien le alcanzara uno de los relámpagos, similares a gruesas dagas, y lo friera hasta quedar carbonizado. Tenía el pelo de punta, a pesar del viento desgarrador; la electricidad estática en el aire era atroz y pinchaba como agujas voladoras.

Thomas quería gritar, deseaba oír su propia voz, aunque sólo fueran las vibraciones amortiguadas en su cráneo. Pero sabía que el aire lleno de polvo le ahogaría; ya era bastante difícil inspirar breve y rápidamente por la nariz. Sobre todo con la tormenta de relámpagos que se estrellaban contra el suelo a su alrededor, quemando el aire, haciendo que todo oliera a cobre y ceniza.

El cielo se oscureció aún más y la nube de polvo ganó densidad. Thomas se dio cuenta de que ya no veía a nadie, tan sólo a aquellos que estaban justo delante de él. La luz de los rayos destellaba contra ellos y un corto estallido de un blanco radiante les iluminó durante un brevísimo momento. Aquello cegó a Thomas todavía más que antes. Tenían que llegar a aquel edificio. Tenían que llegar o no durarían mucho más.

¿Y dónde estaba la lluvia?, se preguntó. ¿Dónde estaba la lluvia? ¿Qué tipo de tormenta era aquella?

Un relámpago de un blanco puro zigzagueó desde el cielo y cayó en el suelo justo delante de él. Gritó, pero no pudo oírse y apretó los ojos cuando algo —un arranque de energía o una oleada de aire— le tiró a un lado. Aterrizó sobre su espalda, golpeado desde el pecho, al tiempo que caía sobre él una lluvia de arena y piedras. Escupió, se limpió la cara e intentó respirar a la vez que se incorporaba sobre manos y rodillas para luego ponerse de pie. El aire por fin fluyó y lo atrajo hacia sus pulmones.

Oyó una alarma, un constante y agudo zumbido que notaba como uñas en sus tímpanos. El viento trataba de comerse su ropa, la arena hacía que la piel le picase y la oscuridad giraba a su alrededor como una noche viviente, interrumpida tan sólo por los destellos de los relámpagos. Entonces vio una espantosa escena que le asustó aún más por la luz parpadeante.

Era Jack. Estaba en el suelo, dentro de un pequeño cráter, retorciéndose mientras se agarraba la rodilla. Debajo no había nada: la espinilla, el tobillo y el pie habían desaparecido por el estallido de electricidad pura que había caído del cielo. La sangre, que parecía alquitrán, salía a borbotones de una herida horrible, que se convertía en una pasta horrorosa mezclada con la arena. La ropa se le había quemado y estaba desnudo, con heridas por todo el cuerpo. No tenía pelo. Y parecía que sus ojos tenían…

Thomas se dio la vuelta, se desplomó en el suelo, tosió y vomitó todo lo que llevaba en el estómago. No podía hacer nada por Jack. Ni hablar. Nada. Pero seguía vivo. Aunque le daba vergüenza pensarlo, Thomas se alegraba de no poder oír sus gritos. Ni siquiera sabía si podría soportar volver a mirarlo.

Entonces alguien le agarró y le puso de pie. Minho. Dijo algo y Thomas se concentró para leerle los labios. «Tenemos que irnos. No hay nada que podamos hacer».

«Jack —pensó—. Oh, tío, Jack».

Avanzó a trompicones detrás de Minho, con los músculos del estómago doloridos por vomitar, los oídos pitándole muchísimo e impresionado por la terrible visión de Jack roto en mil pedazos por el rayo. Vio unas sombras a izquierda y derecha: otros clarianos, pero sólo unos pocos. Estaba demasiado oscuro para ver nada más allá y los relámpagos iban y venían demasiado rápido para revelar algo. Tan sólo polvo, escombros y esa amenazante forma del edificio que ahora estaba casi encima de ellos. Habían perdido todo vestigio de organización y toda esperanza de permanecer unidos. Cada clariano iba por su cuenta. Tan sólo esperaban que todos pudieran conseguirlo.

Viento. Explosiones de luz. Viento. Polvo asfixiante. Viento. Pitido de oídos, dolor. Viento. Continuó con la vista clavada en Minho, que caminaba a unos pasos por delante de él. No sentía nada por Jack. No le importaba si se quedaba permanentemente sordo. Ya no le importaban los demás. El caos a su alrededor parecía haberle arrebatado su humanidad, haberle convertido en un animal. Lo único que quería era sobrevivir, llegar hasta aquel edificio y entrar. Vivir. Ganar un día más.

Una abrasadora luz blanca detonó delante de él y le lanzó por los aires de nuevo. Incluso cuando volaba hacia atrás, gritaba e intentaba ponerse de pie. La explosión había ocurrido justo donde Minho estaba corriendo. ¡Minho! Thomas aterrizó con un golpazo discordante que le hizo sentir como si se le soltara cada articulación de su cuerpo para luego volver a su sitio. Ignoró el dolor, se puso de pie, corrió hacia delante, con la única visión de la oscuridad, mezclada con imágenes remanentes, borrosas, amebas de luz purpúrea. Entonces vio las llamas.

A su cerebro le costó unos segundos comprender lo que estaba viendo. Unas varas de fuego bailaban como por arte de magia, unos zarcillos calientes golpearon a la derecha por el viento. Entonces todo cayó al suelo, un montón de llamas que se agitaban. Thomas alargó el brazo y lo entendió.

Era Minho. Su ropa estaba en llamas.

Con un grito que envió un fuerte dolor a su cabeza, cayó al suelo junto a su amigo. Excavó en la tierra —por suerte, esta se había levantado debido a la explosión de electricidad— y empezó a tirarla encima de Minho con ambas manos, a toda velocidad, como un desesperado. Al apuntar a los sitios donde más ardían las llamas, hizo un avance mientras Minho ayudaba rodando de acá para allá y golpeándose la parte superior del cuerpo con ambas manos.

En cuestión de segundos, el fuego se había apagado y dejado a su paso la ropa chamuscada e innumerables heridas irritadas. Thomas se alegraba de no poder oír los gemidos de agonía que debía de estar emitiendo Minho. Sabía que no tenían tiempo para detenerse, así que agarró a su líder por los hombros y le arrastró hasta ponerlo de pie.

—¡Vamos! —gritó Thomas, aunque la palabra pareció un par de vibraciones silenciosas en su cerebro.

Minho tosió y volvió a hacer un gesto de dolor, pero entonces asintió y rodeó con uno de sus brazos el cuello de Thomas. Juntos avanzaron lo más rápido que pudieron hacía el edificio, aunque Thomas era el que hacía la mayor parte del trabajo.

Los rayos continuaban cayendo como flechas de fuego blanco a su alrededor. Thomas notaba el silencioso impacto de las explosiones; cada una le sacudía el cráneo, le sacudía los huesos. Destellos de luz por todas partes. Más allá del edificio hacia el que avanzaban a trompicones, con grandes esfuerzos, habían surgido otros fuegos; en dos o tres ocasiones vio que los rayos entraban en contacto directo con la parte superior de una estructura y mandaban una lluvia de ladrillos y cristales a las calles de debajo.

La oscuridad empezó a adquirir un tono distinto, más gris que marrón, y Thomas se dio cuenta de que las nubes de tormenta debían de haberse espesado y descendían hacia el suelo, abriéndose camino entre el polvo y la niebla. El viento había amainado un poco, pero los rayos parecían más fuertes que nunca.

Había clarianos a izquierda y derecha, todos iban en la misma dirección. Parecían haber disminuido en número, pero Thomas seguía sin poder ver lo bastante bien como para estar seguro de ello. Localizó a Newt y, luego, a Fritanga. Y a Aris. Todos parecían igual de aterrorizados que él y corrían, sin quitar los ojos de encima a su objetivo, que ahora estaba a muy poca distancia.

Minho perdió el equilibrio y se cayó al soltarse de Thomas, que se paró, se dio la vuelta, volvió a poner de pie al chico y colocó el brazo de su amigo alrededor de sus hombros. Le agarró por el torso con ambos brazos para medio llevarlo, medio tirar de él. Un arco de luz cegadora pasó por encima de sus cabezas y golpeó la tierra tras ellos; Thomas no miró, siguió avanzando. Un clariano cayó a su izquierda; no supo quién era, no oyó el grito que sabía que vendría a continuación. Otro muchacho cayó a su derecha y volvió a levantarse. Un relámpago, delante y a la derecha. Otro a la izquierda. Uno justo enfrente. Thomas tuvo que pararse y parpadeó desenfrenadamente hasta que recuperó la vista. Se puso en marcha de nuevo, arrastrando a Minho con él.

Y entonces llegaron al primer edificio de la ciudad.

En la absorbente oscuridad de la tormenta, la estructura era gris. Bloques enormes de piedra, un arco de ladrillos más pequeños y ventanas medio rotas. Aris llegó el primero a la puerta y ni se molestó en abrirla. La habían hecho de cristal, pero ahora apenas quedaba nada, así que, cuidadosamente, quitó los fragmentos restantes con el codo. Les hizo una señal a unos clarianos para que pasaran, luego les siguió y fueron tragados por el interior.

Thomas llegó a la vez que Newt y le hizo un gesto para que le ayudara. Newt y otro chico cogieron a Minho de sus brazos, con cuidado le arrastraron de espaldas por la puerta abierta de la entrada y sus pies tocaron el umbral mientras tiraban de él.

Y entonces Thomas, todavía impresionado por la energía de los estallidos de los rayos, siguió a sus amigos para adentrarse en la penumbra. Pero antes se dio la vuelta para ver la lluvia que caía fuera, como si la tormenta por fin hubiera decidido llorar, avergonzada de lo que les había hecho.

Capítulo 25

La lluvia caía en torrentes, como si Dios hubiera absorbido el océano y lo estuviera escupiendo sobre sus cabezas con furia.

Thomas se quedó sentado en el mismo sitio durante al menos dos horas mientras lo observaba. Se acurrucó contra la pared, exhausto y dolorido; quería volver a oír. Parecía estar funcionando. Lo que antes era una vibración silenciosa había disminuido su presión y el pitido había desaparecido. Al toser, notó que sentía algo más que ese zumbido. Oía algo. Y a lo lejos, como al otro lado de un sueño, oyó el constante golpeteo de la lluvia. A lo mejor no se había quedado sordo, después de todo.

La luz gris pálida que entraba por las ventanas no ayudaba a combatir la fría oscuridad del interior del edificio. Los demás clarianos se hallaban sentados, agachados o recostados por la habitación. Minho estaba hecho un ovillo a los pies de Thomas y apenas se movía; parecía como si cualquier cambio de postura enviara ondas de dolor por sus nervios. Newt estaba allí también, cerca, así como Fritanga. Pero ninguno intentaba hablar u organizar las cosas. Nadie se puso a contar a los clarianos ni trató de averiguar quién faltaba. Estaban todos sentados o tumbados, tan muertos como Thomas, probablemente reflexionando sobre lo mismo que él: ¿qué clase de mundo destrozado crearía una tormenta como aquella?

El suave repiqueteo de la lluvia se hizo más fuerte hasta que Thomas no tuvo más dudas; podía oírlo de verdad. Era un sonido tranquilizador, a pesar de todo, y al final se quedó dormido.

• • •

Cuando se despertó, con el cuerpo tan rígido que parecía que tuviera pegamento seco en las venas y los músculos, los oídos y la cabeza volvían a funcionarle por completo. Oía las fuertes respiraciones de los clarianos dormidos, los gemidos de Minho y el diluvio que golpeaba con violencia el pavimento del exterior.

Pero estaba oscuro. Totalmente. En algún momento, se había hecho de noche.

Se deshizo de su sensación de incomodidad, dejó que el agotamiento se apoderara de él, se tumbó en el suelo, apoyó la cabeza en la pierna de otro chico y volvió a quedarse dormido.

• • •

Dos cosas le despertaron para bien: el resplandor del amanecer y un repentino silencio. La tormenta había terminado y Thomas había dormido toda la noche. Pero incluso antes de notar el dolor y el anquilosamiento previsibles, sintió algo mucho más inaguantable: el hambre.

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