Latidos mortales (34 page)

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Authors: Jim Butcher

Tags: #Fantasía

—Estabas dispuesto a morir para protegerlo. ¿Crees que Grevane sabe algo de la amistad como para entender por qué lo has hecho?

Puse cara de duda.

—Puede que no.

—Seguro que empezará a preguntarse qué es lo que lo hace tan valioso para ti. Se preguntará qué es lo que sabes tú y él no. —Hurgó en un armario y encontró algo de pan y unas galletas saladas—. Tal vez no pase nada. Pero podría pasar. Debería andar con cuidado.

Asentí dándole la razón.

—Mantenlo vigilado.

Thomas levantó la vista y me dijo:

—¿Crees que te vas a algún lado?

—Sí, en cuanto coma algo —le dije.

—No seas estúpido —dijo Thomas—. Tienes la pierna destrozada. Apenas caminar. Come y descansa un poco.

—No hay tiempo —repliqué.

Se me quedó mirando durante un segundo y apretó los labios. Después dijo:

—Hablemos de ello después de comer algo. Todo el mundo está de mal cuando tiene hambre. Eso siempre lleva a tomar malas decisiones.

—Puede que tengas razón.

—Quítate el abrigo. Ve a sentarte y deja que Butters te eche un vistazo a la pierna

—Solo necesito una nueva venda —le dije—. Puedo hacerlo yo mismo.

—No me estás haciendo caso, pesado —señaló Thomas—. Un amigo dejaría que Butters se hiciese cargo de un contratiempo que puede manejar. Esta noche ya tenido que enfrentarse a demasiadas situaciones difíciles.

Miré a Thomas, me quité el guardapolvo y cojeé hacia el salón.

—Es más fácil tratar contigo cuando solo eres un cabronazo egoísta.

—Olvidé lo limitado que estás, sabelotodo —dijo Thomas—. Intentaré ser más cuidadoso.

Me senté con cuidado en el viejo sofá de Murphy. Crujió en cuanto me dejé caer. Murphy no es muy alta y dudo que su abuela lo fuera. No es que yo sea muy voluminoso, pero como soy bastante alto nadie me describiría como un peso ligero. Aparté unos tapetes de la mesa de café y puse la pierna encima. Me alivió un poco la presión de la herida, lo que no significa que dejara de dolerme. Simplemente pasó a dolerme de manera menos agresiva. De cualquier forma, cualquier pequeña mejora ya era un alivio.

Me quedé allí sentado hasta que Butters apareció por la puerta que llevaba al baño y a los dos dormitorios de la casa. Tenía el botiquín de Murphy en la mano. Me recordó a uno de aquellos botiquines típicos que cabían en las guanteras de los coches. Obviamente, Murphy era muy previsora. Había reemplazado el botiquín por una caja de herramientas del mismo tamaño.

—No creo que esté tan mal —le dije a Butters.

—No hay nada mejor que tener y no necesitar —contestó tranquilamente. Apoyó la lámpara y la caja de herramientas. Revolvió dentro de la caja, sacó unas tijeras médicas y fue colocando en tiras una nueva venda. Sus movimientos eran tranquilos y seguros. Una vez que tuvo preparado el vendaje, examinó la herida, movió la lámpara para conseguir mejor luz y esbozó un gesto de dolor—. Esto es un desastre. Se te han saltado los dos puntos de sutura que te pusieron en el centro de salud. —Me miró y como disculpándose añadió—: Voy a tener que volvértelos a poner porque si no, los demás se te irán cayendo uno tras otro.

Tragué saliva. No quería que me cosiera sin anestesia. ¿No había soportado ya suficiente dolor por hoy?

—Hazlo —le dije.

Asintió y se preparó para limpiar la piel ensangrentada
que
rodeaba la herida. Se lavó las manos con unas toallitas esterilizadas y se puso unos guantes de plástico.

—Aquí hay una crema anestésica, la usaré, pero no es mucho más fuerte que lo que te dan cuando te duele la cabeza.

—Empieza de una vez.

Asintió y preparó una aguja redondeada con hilo quirúrgico. Volvió a colocar la lámpara para ponerse manos a la obra. Lo hizo bastante rápido. Me esforcé por no moverme. Cuando terminó sentí la garganta seca y quemada. No había gritado nada, pero se debía a que había estrangulado mis propios chillidos a su paso hacia el exterior.

Me quedé allí tumbado, con el cuerpo medio muerto, mientras Butters volvía a vendarme la herida.

—¿Has empezado a tomar los antibióticos, verdad? —me preguntó.

—Todavía no —le dije.

Sacudió la cabeza.

—Deberías tomarlos ahora mismo. No quiero ni pensar en lo que te puede haber entrado en la herida cuando estuvimos en tu apartamento. —Tragó saliva y palideció—. ¡Porque madre mía…!

—Eso es lo peor de los muertos vivientes —añadí—. las manchas.

Me sonrió, o por lo menos lo intentó.

—Harry —susurró—, lo siento.

—¿Por qué?

—Yo… —Sacudió la cabeza—. Fui un inútil. Peor que inútil. Te podrían haber hecho daño.

Thomas apareció por la puerta de la cocina, pálido y en silencio. Arqueó una ceja y se las arregló para decir sin abrir la boca: «Te lo dije». Miré hacia él e hice un esfuerzo para transmitirle pensamientos poco bondadosos. Sonrió un poco y se volvió a meter en la cocina. Butters no entendió nada.

—No te preocupes —le dije—. ¿Alguna vez te había pasado algo parecido?

—¿Algo como encontrarme con zombis, fantasmas y nigromantes? —preguntó Butters.

—Algo como sentirte amenazado de muerte —le dije.

—Ah. —Se quedó callado durante un minuto—. No. Intenté meterme en el ejército pero no superé las pruebas del campamento militar. Acabé en el hospital. Lo mismo me ocurrió cuando intenté ser policía. Mi espíritu estaba dispuesto, pero mi personalidad era débil.

—Algunas personas simplemente no están hechas para este tipo de cosas —le dije—. No hay por qué avergonzarse.

—Claro, ya lo sé —contestó, aunque en el fondo no me daba la razón.

—Tú puedes hacer un montón de cosas que yo no puedo —le dije y me señalé la pierna.

—Pero este tipo de cosas son…, hombre, son muy fáciles de hacer —dijo Butters—. Quiero decir, las palabras pueden ser un poco largas, pero en general no es nada complicado.

—Escúchate a ti mismo, Butters —le dije—. Estás ahí sentado, tan tranquilo, diciendo que la medicina general y forense es algo simple, salvo porque tienen palabras largas. ¿Tienes idea de lo que es no ser tan inteligente como tú?

Sacudió la cabeza impacientemente.

—No soy ningún genio. —Frunció el ceño—. Bueno, vamos a ver. Teóricamente tengo el cociente intelectual de un genio, pero ese no es el tema. Un montón de gente lo tiene. El tema es que me he pasado la mayor parte de mi vida adulta haciendo esto. Por eso puedo hacerlo bien.

—Y el tema es —le dije—, que yo me he pasado la mayor parte de mi vida adulta evitando que zombis, fantasmas y otra clase de cosas me maten. Esa es la razón por la que puedo hacerlo bien. Tenemos diferentes especialidades. Eso es todo. No te tortures por no ser mejor que yo en mi trabajo.

Se puso a limpiar los restos médicos. Tiró cosas a la papelera y se quitó los guantes.

—Gracias, Harry. Pero es más que eso. Es que… No podía pensar. Cuando esas cosas me cogieron, cuando él me pegaba… Sabía que debía haber hecho algo, debía haber planeado algo, pero mi cerebro no funcionaba. —Arrojó algo a la basura con más fuerza de la necesaria—. Estaba demasiado asustado.

Y yo demasiado cansado para moverme. Por primera vez empecé a notar el frío que tenía sin mi abrigo. Cruce los brazos intentando no tiritar. Miré a Butters despacio durante un momento y dije:

—Lo irás llevando mejor.

—¿El qué?

—Vivir con miedo.

—¿Acaba desapareciendo? —preguntó.

—No —le dije—. Nunca. Empeora, de alguna manera. Pero una vez que te enfrentas a ello aprendes a convivir con él. Incluso a veces, a trabajar con él.

—No lo entiendo —murmuró.

—El miedo no puede hacerte daño —le expliqué—. No puede matarte.

—Bueno, técnicamente…

—Butters —le dije—. No me des las estadísticas de ataques al corazón. El miedo es parte de la vida. Es un mecanismo de alerta. Eso es todo. Te dice cuando hay peligro alrededor. Su trabajo es ayudarte a sobrevivir. No te paralices y aprende a utilizarlo.

—Tengo pruebas empíricas que demuestran lo contrario —replicó, con un toque de humor amargo en el tono de su voz.

—Eso es porque nunca habías pensado en ello antes —le dije—. Has reaccionado ante el miedo, pero no te has enfrentado a él ni lo has mirado desde una perspectiva útil. Tienes que decidirte a superarlo.

Estuvo en silencio durante un segundo.

—¿Así, nada más? —me preguntó—. Simplemente decidirme y ¡tachán!, ¿todo cambia?

—No, pero es el primer paso —contesté—. Después de ese, encontrarás otros pasos que dar. Piensa en ello durante un rato. Tal vez no lo vuelvas a necesitar, pero por lo menos estarás listo por si te ocurre algo parecido en el futuro.

Cerró el botiquín.

—¿Quieres decir que ya hemos terminado?

—Tú, sí —le dije—. Grevane ya sabe que no tienes nada que él quiera. No tiene ninguna razón para buscarte. Joder, la verdad es que creo que solo estuviste en el lugar y el momento equivocados cuando él apareció. Cualquiera con acceso al cadáver y la habilidad de encontrar dónde había escondido Bony Tony el lápiz de memoria, le hubiese valido. Tu papel en esta historia ha terminado.

Butters cerró los ojos durante un segundo.

—¡Oh, gracias a Dios! —Parpadeó y me miró—. Lo siento, quiero decir, no es que no me guste estar contigo, pero…

Sonreí un poco.

—Te entiendo. Me alegro de que estés bien. —Me miré la pierna—. Ya tiene buena pinta otra vez. Gracias, Butters. Eres un buen amigo.

Frunció el ceño mirándome.

—¿Lo soy?

—Claro.

Me pareció que tensaba un poco los hombros.

—Vale.

Thomas apareció por la puerta de la cocina.

—Cocina de gas. Comida caliente y té. ¿Azúcar?

—Toneladas —dije.

—Para mí no —dijo Butters.

Thomas asintió y se volvió a la cocina.

—Entonces, ¿cómo puede ser que siendo yo tu amigo no me cuentes las cosas importantes? —preguntó Butters.

—¿Como cuáles? —le pregunté.

Butters hizo un gesto señalando a la cocina.

—Bueno, ya sabes… Que eres… gay.

Parpadeé mirándolo fijamente.

—Quiero decir, no me malinterpretes. Estamos en el siglo XXI, puedes vivir tu vida como quieras, y eso no te va a hacer menos bueno.

—Butters… —empecé.

—Y oye, fíjate en ese tío. Quiero decir, yo ni siquiera soy gay y me parece que está muy bien. ¿Quién podría culparte?

Thomas empezó a toser en la cocina.

—¡Venga ya, cierra el pico! —le grité a Thomas.

Siguió tosiendo y riéndose hasta que terminó soltando una carcajada.

—Tenías que habérmelo dicho y punto —dijo Butters—. No tienes por qué ocultarme estas cosas. Harry, no voy a juzgarte. Te debo demasiado.

—No soy gay —sentencié.

Butters asintió, con compasión y empatía.

—Oh, claro, claro.

—¡Que no lo soy!

Butters levantó las manos.

—No era mi intención entrometerme —dijo—. Tal vez más adelante. Otro día. No son mis asuntos.

—¡Por el amor de Dios! —murmuré.

Thomas apareció con platos humeantes de pizza recalentada, unos sándwiches de carne asada y unas galletas saladas con queso derretido. Apoyó todo en la mesa y volvió con unas cervezas frías y unas tazas de té calentito. Me pasó el té, se echó hacia atrás y me lanzó un beso volador.

—Ahí tienes.

Butters hizo como si no lo hubiese visto. Golpeé a Thomas de broma y le dije:

—Dame la puta pizza antes de que te mate.

Thomas suspiró y le comentó a Butters:

—A veces se pone de un humor…

Cogí la pizza de Thomas y me incorporé para beber cerveza. Ratón, que estado todo el tiempo tumbado frente a la ventana principal mirando hacía oscuridad, se levantó y se acercó olfateando hasta donde estaba la comida.

—Ah, y esto —dijo Thomas—. Los antibióticos.

Dejó dos pastillas en mi plato.

Le gruñí algo incomprensible y me las tomé con un trago de cerveza. Me puse a comer pizza, sándwiches de carne asada y galletas con queso. Compartí un poco con Ratón, cada tres o cuatro mordiscos, hasta que Thomas cogió el último sándwich lo puso en el suelo para que se lo comiese Ratón solamente.

Terminé la cerveza y me apoyé hacia atrás para tomarme el té. No me había percatado del hambre que tenía hasta que empecé a comer. El té estaba dulce e incluso demasiado caliente como para beberlo. Tras el huracán de la comida y la emoción de aquella noche, por fin empezaba a sentirme tranquilo y humano de nuevo. El dolor de mi pierna fue relajándose hasta que casi no lo sentí.

Me miré la pierna con pesadumbre y dije:

—Oye.

—¿Sí? —preguntó Thomas.

—Cabrón de mierda, eso no eran antibióticos.

—No, no lo eran —dijo Thomas sin mostrar una pizca de arrepentimiento—. Eran los calmantes, idiota. Necesitas descansar antes de matarte.

—Cabrón… —repetí. El sofá era realmente cómodo. Terminé el té y un rato después murmuré—: Tal
vez
tengas algo de razón.

—Claro que la tengo —dijo Thomas—. Ah, aquí está el antibiótico, por cierto. —Me pasó una única pastilla de caballo. Me la tragué con lo que quedaba del té. Thomas la taza y me ayudó a levantarme—. Venga, te esperan unas horas de descanso. Luego ya pensarás en tu siguiente movimiento.

Resoplé. Thomas me llevó hasta una de las oscuras habitaciones y me hundí en un colchón muy blando, sintiéndome demasiado cansado como para enfadarme. Y demasiado cansado para estar despierto. Casi olvido quitarme la camiseta y los zapatos antes de echarme encima aquellas pesadas y suaves mantas. Después solo pude sentir la bendita oscuridad, apacible y tranquila.

Lo último que pensé antes de caer en el sueño profundo fue en que las mantas olían ligeramente a jabón y a luz del sol y a fresas.

Olían a Murphy.

25

Tuve un sueño muy extraño.

Había un
jacuzzí
. Me encontraba sumergido en el agua, todo era muy lujoso y unos motores agitaban la espuma y hacían que unos chorros me golpeasen desde diferentes ángulos. El agua estaba a la temperatura perfecta, casi me quemaba la piel, y la calidez que desprendía se me metía entre los músculos y los huesos. Estaba entrando en calor de una manera deliciosa y espantando todos los males y dolores.

Era un sueño muy extraño porque nunca en mi vida había estado en un
jacuzzí
.

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